La significación del trabajo

Podemos afirmar que el trabajo tiene un enorme significado en la vida humana. Este significado no tiene un solo sentido sino que es diverso de acuerdo al enfoque que adoptemos.

Por un lado podemos afirmar que es una forma de expresión de nuestra singularidad, de nuestra energía, de nuestros talentos, de «para qué» estamos en este mundo, de nuestra capacidad, «utilidad» o posibilidad de resolver nuestro sustento e ir más allá como creadores (o co-creadores, según nuestras creencias) en esta Tierra y en este Universo. Por otro lado también tiene connotaciones negativas: el origen etimológico latino de la palabra «trabajo» es tripalium (herramienta parecida a un cepo con tres puntas o pies que se usaba inicialmente para sujetar caballos o bueyes y así poder herrarlos).  Tripaliare significa ‘tortura’, ‘atormentar’, ‘causar dolor’.

En la imagen que hemos puesto en esta entrada, en el cuadrante izquierdo, reproducimos una imagen mítica del paraíso terrenal. En la tradición judeocristiana el paraíso es un lugar de goce (podríamos decir de ocio gozoso) y la expulsión del mismo conlleva resolver el sustento «con el sudor de tu rostro» (Génesis, 3-19). En base a esta narrativa el trabajo puede ser considerado como un «castigo» o -mejor aún- como un esfuerzo humano que nos aleja del «goce» (o del paraíso). Algo similar podríamos afirmar de la Grecia clásica donde el trabajo era una actividad servil que los ciudadanos no debían realizar, para orientarse a las actividades libres relacionadas con el ocio (el pensar, el arte y el deporte, principalmente). Lo que acabamos de mencionar también se podría interpretar -jugando un poco con la palabra trabajo- respecto a cómo una parte (los ciudadanos) «trabajaban intelectualmente (filosofando) y deportivamente» para si, mientras que los demás trabajaban –en tareas esforzadas y rutinarias- para los primeros (esto luego se va a repetir en el futuro de distintas maneras).

En la historia de la evolución humana, el pasaje del «esfuerzo» de ser recolectores y cazadores al Neolítico, con la aparición de la agricultura y la domesticación de los animales, conlleva a un esfuerzo que ya podríamos identificar como una noción más aproximada del comienzo del «trabajo». Luego a lo largo del tiempo, y con los distintos sistemas económicos y enfoques, va tomando distintas características hasta el momento actual. En lo que se refiere a enfoques en la modernidad, según Max Weber en su libro «La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo», es muy relevante el aporte de Lutero vinculado a la palabra alemana «beruf» (asociada etimológicamente a «ruf»: llamada o vocación)  traducida y desarrollada como «profesión», donde el trabajo conlleva valorar el cumplimiento del deber en las profesiones profanas como el contenido más elevado que puede tener una actuación realmente moral. Esto tendrá luego una derivación hacia el «trabajo duro» en Calvino.

Volviendo a los cuadrantes de la imagen de la entrada, los otros dos pretenden simbolizar el trabajo en la revolución industrial  (Charles Chaplin, en la película «Tiempos Modernos») y el rol de la inteligencia artificial en el futuro de la humanidad y del trabajo. Estas temáticas, y otras como la relación con la globalización, la macroeconomía, lo sectorial (primario, secundario y terciario) y su territorialización o localización, las diferencias de productividad y de calificación, la vinculación con la educación, con la pobreza estructural y el desempleo (el drama de la falta de trabajo), con lo normativo, con lo salarial o con un ingreso «desenganchado» del trabajo, con el emprendedorismo… entre otros temas, intentaremos abordarlas en otras notas de esta entrada. En este marco es interesante una reflexión de Silvia Stang. 

Hay distintas iniciativas y estudios sobre el futuro del trabajo como la encarada por la OIT y en esta nota, el BID, entidades como CHREATE, o libros en Argentina como el de Santiago Bilinkis (en especial con relación al cambio científico-tecnológico) o el de Alejandro Melamed (El futuro del trabajo y el trabajo del futuro, Ed. Planeta, 2017), entre otros, son aportes significativos a esta temática. Un mundo mejor conlleva resolver de manera satisfactoria esta dimensión dándole un sentido de significación y goce en nuestra vida.

Economía Popular y Trabajo

Entre las distintas economías, sin duda está una «economía de baja densidad de capital«, generalmente informal, y relacionada con los denominados sectores populares. Es la comunmente denominada «economía popular». El Papa Francisco se ha referido a este tema. Luis Razetto, y José Luis Coraggio, han dado también precisiones sobre este concepto. Este último autor las define bajo las formas de “unidades domésticas, emprendimientos mercantiles familiares rurales y urbanos, “sector informal”, autoconsumo, trabajo asalariado” (además de otras referencias que se pueden mencionar), en general asociadas -como se ha expresado antes- a una economía de baja densidad de capital (que no es tenida muy en cuenta en los programas económicos). También hay iniciativas que toman la forma de economía social -como es en el caso argentino de cooperativas de cartoneros en el área metropolitana de Buenos Aires (o los que generan valor agregado en el reciclaje de productos electrónicos como este caso) o los cartoneros u otras ocupaciones que se realizan de manera individual informal. También en el caso argentino la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) ha elaborado documentos y se ha dictado la ley 27345 que crea el «Consejo de la Economía Popular y el Salario Social Complementario» donde forman parte las organizaciones del sector.

La ley que mencionamos fue reglamentada por el Decreto No. 159/2017 y define Economía Popular como «toda actividad creadora y productiva asociada a mejorar los medios de vida de actores de alta vulnerabilidad social, con el objeto de generar y/o comercializar bienes y servicios que sustenten su propio desarrollo o el familiar«. El artículo 7° expresa que «los trabajadores de la economía popular registrados en el REGISTRO NACIONAL DE LA ECONOMÍA POPULAR podrán acceder al Salario Social Complementario, conforme a los criterios de elegibilidad y clasificación propuestos por el CONSEJO DE LA ECONOMÍA POPULAR Y EL SALARIO SOCIAL COMPLEMENTARIO, con sujeción a la disponibilidad de partidas presupuestarias asignadas a tales fines y promoviendo los derechos contemplados en el artículo 2° de la Ley N° 27.345«.

A su vez el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, por Resolución 201-E/2017, crea el Programa de Transición al Salario Social Complementario y sus destinatarios son «aquellas trabajadoras y aquellos trabajadores que finalicen, o finalizaran luego de la entrada en vigor de Ley N° 27.345, su participación en algunas de las líneas de asistencia económica individual del PROGRAMA TRABAJO AUTOGESTIONADO, en el PROGRAMA CONSTRUIR EMPLEO o en acciones especiales de empleo implementadas por el MINISTERIO DE TRABAJO, EMPLEO Y SEGURIDAD SOCIAL orientadas a sectores de la economía popular«. En el Art. 3° se estipula que «las trabajadoras y los trabajadores destinatarios del PROGRAMA DE TRANSICIÓN AL SALARIO SOCIAL COMPLEMENTARIO percibirán en forma directa y personalizada una ayuda económica no remunerativa mensual de PESOS CUATRO MIL ($ 4.000), para su disponibilidad a través de una tarjeta magnética. Esta prestación dineraria tendrá por objetivo solventar, apoyar y promover los esfuerzos individuales y colectivos de los sectores sociales más postergados, dirigidos a concretar su fuerza laboral en un trabajo formal y de calidad«.

En el Art. 4°, de la Resolución, expresa que «el cobro de la ayuda económica del PROGRAMA DE TRANSICIÓN AL SALARIO SOCIAL COMPLEMENTARIO será incompatible con la percepción de: 1). una remuneración proveniente de un contrato laboral bajo relación de dependencia; 2) prestaciones contributivas por desempleo; 3) prestaciones previsionales; y 4) ayudas económicas provenientes de programas de empleo«.

Relacionado con esta temática a fines de febrero de 2024 el nuevo gobierno dictó el Decreto 198/2024 donde se elimina el programa Potenciar Trabajo y a sus beneficiarios se los canaliza en dos nuevos programas: «Volver al Trabajo» y «Acompañamiento Social». Habrá que analizar cómo se da esta transición y las características de la misma en cuanto a su efectividad, reconociendo que el anterior programa no cumplió -en general- con el objetivo de crear trabajo genuino.

La orientación de los trabajos de la economía popular pueden ser para sí mismos (por ejemplo de ayuda mutua entre familias o vecinos para autoconstrucción, reparación de sus viviendas, comedores para niños/as, posibilidad de ser prosumidores de la agricultura urbana, etc.) o para terceros. En este caso la modalidad puede estar vinculada a trabajos independientes informales, cooperativas (como las de los cartoneros), monotributistas sociales, monotributistas (de escala más baja de ingresos), etc. A veces se presenta la dificultad de formalización y referencias morales y técnicas (de quienes se postulan en la oferta de servicios) para que se efective el contacto entre trabajadores de la economía popular y sectores medios de otras zonas que necesitan de estos servicios. Al respecto pueden ser útiles plataformas virtuales orientadas a servicios de mantenimiento y construcción (como esta) o para tareas de servicio doméstico (como esta). Para ello es importante contar con el apoyo de referentes económicos, sociales o culturales, así como de ongs y del estado, que den testimonio o constancia de aval para sortear esta dificultad. Esto forma parte del necesario «capital social» que sectores medios o altos deberían aportar para que se pueda salir de la marginalidad. Algunos ejemplos concretos de articulación con sectores populares -en general vinculados a la inserción laboral- son los de la Fundación Pescar o el Programa Empujar que pueden ser de referencia para experiencias similares (con apoyo de parroquias, comunidades evangélicas, etc.) en ayudar a impulsar emprendimientos autónomos, de microempresas o cooperativas de servicios. Del mismo modo puede darse una articulación con las prácticas de extensión o solidarias (1) de las Facultades de Arquitectura o de Ingeniería, así como de Económicas (en cuanto a gestión) de distintas Universidades, o de la UTN, para tareas de capacitación y supervisión inicial de las tareas que realizan.

También hay iniciativas de grupos empresarios y movimientos sociales de articulación virtuosa con este sector. En esta nota, el empresario Gustavo Grobocopatel señala que «…. desde hace muchos años yo tengo un compromiso con la economía popular a través de un colectivo que se llama Argentina Armónica, donde un grupo de empresarios, movimientos sociales y políticos tratamos de pensar cómo resolver los problemas de la economía popular”. Algo ampliatorio se puede ver en este artículo.

En lo que se refiere a los sectores y tipos de trabajos (además de los ya citados más arriba), a continuación damos un listado tentativo y su posible articulación con otros actores:

  • Mantenimiento de Infraestructura Local: puede ser aplicado a plazas y parques (instalación de juegos y para ejercicio físico), bordes de las vías del ferrocarril, veredas, colegios, centros de salud y hospitales, colocación de redes de luminarias, agua, limpieza de tanques de agua, de fachadas, cloacas, gas y cables de tv e internet, señaléctica en paradas de colectivos, trenes y lugares públicos o históricos, limpieza de arroyos y drenajes, podas. Estos trabajos deben ser articulados con el estado nacional (por ejemplo ferrocarriles), provincial y en particular municipal
  • Construcción y autoconstrucción: está asociado a las siguientes profesiones como albañiles, plomeros, gasistas, electricistas, carpinteros, pintores, herreros, cerrajeros, vidrieros, instaladores de policarbonatos y acrílicos. Puede estar articulado con la Fundación de la UOCRA, ongs y plataformas virtuales.
  • Economía del cuidado, fundamentalmente liderada por mujeres que cumplen tareas en sus hogares y para terceras personas como empleadas domésticas, damas de compañía, auxiliares en cuidado de personas ancianas, con discapacidad y menores. Una experiencia muy interesante, expresada bajo la modalidad de economía social, es esta,
  • Forestación: plantas en general, plantas frutales y recolectores de paltas y otros frutos. Puede estar articulado con el municipio y viveros estatales, privados, facultades de AgronomÍa y el INTA.
  • Huertas urbanas en tierra y en acuacultura (ídem anterior en cuanto a posibles articulaciones), y más en general como esto.
  • Verduleros
  • Recicladores de cartón y papel, plásticos, vidrio, metales, circuitos eléctricos, neumáticos, construcción, orgánicos para compost y biogas, otros.
  • Animación deportiva y artística: en clubes, parroquias, potreros
  • Trovadores urbanos para actuar en medios de transporte, estaciones de trenes y subtes, plazas y parques.
  • Grafiteros/pintores artísticos para fachadas de edificios públicos, medianeras que dan al ferrocarril, vía pública en general o plazas, y en el caso de privados en acuerdo con sus propietarios.
  • Reparación de ropa, corte y confección, talleristas
  • Gastronomía: cocina, panadería y pastelería, en negocios estables o en ventas ocasionales (ambulantes, a domicilio, ferias populares, etc.)
  • Redes: empalmadores de fibra óptica
  • Instaladores de calefones solares y paneles solares
  • Jardineros
  • Floristas
  • Diarieros y puestos de venta de libros y revistas (usadas o nuevas)
  • Para control de plagas
  • Paseadores y cuidadores de perros
  • Peluqueros/as
  • Lustrabotas,
  • Cosmetólogas y manicuras
  • Delivery
  • Logística de mercadería
  • Vendedor ambulante o en lugares proporcionados por las autoridades locales
  • Remiseros/as,
  • Economía del conocimiento (replicando experiencias como esta), testadores de programas y programadores
  • Diseño de blogs y páginas web
  • Reparación de bicicletas
  • Reparación de motos,
  • Reparación de motores de bombas de agua, lavarropas y cortadoras de césped
  • Reparación de ropa, corte y confección, venta de ropa reciclada
  • Reparación de zapatos y zapatillas,

entre los principales (2).

En cuanto a la posibilidad de que los trabajadores de la economía popular se incorporen en Argentina a trabajos formales en relación de dependencia entendemos que depende de una macroeconomía ordenada (y de variables com el tipo de cambio y la tasa de interés), de la calidad y cobertura del sistema educativo y de formación profesiones, así como de otras cuestiones generales y condiciones regionales. Respecto de estas últimas será mucho más difícil en el conturbano bonaerense que donde se desarrollan emprendimientos como Vaca Muerta en la provincia de Neuquén o el litio en el NOA. Referido al tipo de cambio, si suponemos que el mismo tendrá que ser «relativamente alto» (aunque con posibles vaivenes) en los próximos años, habrá que hacer un análisis minucioso de las industrias o sectores (como el software y el turismo, las industrias culturales, la gastronomía) que se pueden desarrollar y cuales no. Los primeros definirán el perfil productivo de una Argentina «posible» en cuanto a la generación de valor agregado sostenible. En cuanto a la tasa de interés no es sostenible la que rige hasta mediados de 2019 dado que imposibilita cualquier inversión o financiamiento razonable. Un tema no menor es -lamentablemente- el rol de algunas organizaciones sociales que se quedan con una parte o porcentaje de los programas que el estado le asigna a los trabajadores de esta economía popular.

(1) respecto de las prácticas solidarias de estudiantes universitarios, la Universidad de Buenos Aires, estableció en el 2011, que para los nuevos estudiantes -que comenzaran a partir de 2013 y antes de finalizar su carrera- debían realizar prácticas solidarias. A ese año la UBA tenía 308.748 estudiantes de grado. Suponiendo que en la actualidad tenga una cifra similar (aunque probablemente sea superior), podría ser un aporte muy importante -con la supervisión de docentes- en la capacitación y evaluación de trabajos -por ejemplo- en la rama de construcción (Facultades de Arquitectura y de Ingeniería) en la región metropolitana de Buenos Aires. Podría comenzar con el mejoramiento de las viviendas de los barrios populares con la ayuda de empresas, Municipios y/o Ministerio de Desarrollo Social (provincial y nacional) que aporten insumos y herramientas para dichas tareas. Luego de dicha experiencia podrían encarar trabajos para terceros y allí la Facultad de Ciencias Económicas podría colaborar en el armado de microemprendimientos. Estos antecedentes les podrían posibilitar ofrecer sus servicios en plataformas virtuales.

(2) En esta nota de la revista La Nación se plantea el retorno de oficios como herreros, carpinteros, restauradores de muebles, etc. no sólo para la economía popular sino también para la economía formal

PD: Sobre esta temática se puede ver lo desarrollado por el PEPTIS (en el marco de la UMET), donde se presentó el Cuadernillo 1 y el Cuadernillo 2, y el audio se puede escuchar en este link. También es interesante esta nota de Roberto Sansón Mizrahi (en Opinión Sur) y  esta mesa redonda. En cuanto a programas del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación esta temática está relacionada, como ya se ha expresado más arriba, con Potenciar Trabajo y Emprendedores y Cooperativas Sociales, que fue sustituido por dos nuevos programas.

Renta Basica – Ingreso Universal – Salario Universal

Hay una tradición que viene de proveer el sustento “con el sudor de tu rostro” (Génesis, 3-19) hasta la denominada «sociedad salarial». Esto último conlleva un desarrollo del derecho al trabajo y a un ingreso y condiciones dignas del mismo. También podemos afirmar que, más allá de cubrir una necesidad económica a través del trabajo, hay una necesidad psicológica de sentirnos útiles (incluido el ocio creativo como tipo de actividad), de crear, de servir (en el buen sentido del término) a otros, etc.

Referido a lo que mencionamos en último término, según una encuesta que realizó D’Alessio IROL, el 90% de los argentinos seguiría trabajando aunque se ganara la lotería y un 28% no cambiaría su trabajo actual incluso aunque tuviera millones en el banco. Algo similar sucede en otros países del mundo (con una mayoría que seguiría trabajando) tanto en respuesta a encuestas profesionales como realizadas por fuerzas políticas. Hay experiencias concretas, como la de Alaska, que van en esta dirección. De todos modos hay que tener en cuenta el caso de las personas que vienen desde largo tiempo sin tener trabajo y recibir un «plan» asistencial o subsidio. Por citar algunos ejemplos en Argentina se pueden mencionar a la ciudad de Concordia (ver al final de esta nota) o en la provincia de La Rioja, que evidencian empíricamente que recibir un ingreso estable por parte del Estado no los incentiva a aceptar un trabajo temporal (como el de «cosecheros»), ya sea por el miedo de perder ese ingreso o porque es más cómoda la «pasividad». Frente a esta situación parece mejor solución para las personas en edad activa desocupadas un seguro de desempleo (por ejemplo asociado a nuevas capacitaciones laborales) o la implementación de un «salario universal» (lo que conlleva «trabajar») como propone el Papa Francisco.

Volviendo a lo mencionado en el primer párrafo, hay otra tradición que está relacionada con disfrutar del ocio (del paraíso terrenal y de los ciudadanos libres de la Grecia Clásica) o tener un piso de sustento independientemente del trabajo (desde el maná del cielo para cruzar el desierto hasta la asignación de diez dinares propuesto por el suegro de Mahoma, Abu Bakr as-Siddik). Para ello hay que tener un «piso universal de sustento». Esto sería muy justo para las personas que no están en edad de trabajar (como menores), para los que tienen una imposibilidad (por razones de salud o de capacidades diferentes) o para adultos mayores, pero no sería no muy justo para personas que están en edad activa si este «derecho» de ingreso universal no fuera acompañado de la «obligación» de trabajar en actividades que requiera el mercado (como, por ejemplo, levantar cosechas) o de «no mercado» y socialmente útiles como las de cuidado de menores, personas mayores, con capacidades diferentes, comunitarias….como lo mencionado en el párrafo anterior por el Papa Francisco.

Un antecedente muy relevante fue desarrollado en Inglaterra con las «Poor Laws» como menciona esta nota. Al comienzo de ella se expresa que «el debate sobre las políticas de garantía de rentas es casi tan viejo como el capitalismo mismo. Aunque el origen de las conocidas como Poor Laws en Inglaterra datan de mediados del siglo XIV -un sustento para los campesinos diezmados por la Peste Negra- entre los siglos XIV y XIX el proceso de los cercamientos (“enclosures”) creó las condiciones necesarias para la desaparición de los derechos comunes sobre la propiedad de la tierra y la creación de los trabajadores agrarios dependientes de un salario. Con la desaparición de estos bienes comunes, la pobreza de los campesinos sin trabajo o con trabajo temporal emerge como un problema consustancialmente unido al desarrollo del capitalismo y la revolución industrial. Estas políticas de garantía de ingresos jugaron un papel clave en el hecho de que a principios del siglo XIX en Inglaterra, a diferencia del resto de Europa, apenas existieran “campesinos” -en el sentido medieval- y mayoritariamente tuviéramos una sociedad de “trabajadores agrícolas” libres y grandes terratenientes.  El largo y complejo proceso de “formación” de una clase obrera separada de los medios de vida vinculados a la tierra y con la necesidad de vender su fuerza de trabajo, había necesitado de políticas de mantenimiento de renta tanto de población “desempleada” como de la población “pobre” que había surgido de ahí.

Estas políticas tuvieron su máximo apogeo en el llamado sistema Speenhemland (1795), un sistema de mantenimiento de rentas que combinada lo que hoy conocemos como rentas mínimas, desempleo y complementos salariales. Los perdedores del cambio tecnológico  presionaron con revueltas violentas, como ha estudiado Eric Hobsbawm (1969), con las figuras ficticias del general Ludd o del capitán Swing después de la Guerras Napoleónicas. En el origen de estas revueltas encontramos, ente otras razones, el deterioro de estas políticas. Es imposible comprender el gran período de transición de un sistema feudal a un sistema capitalista en Inglaterra sin tener en cuenta el rol de las Poor Laws. Los economistas clásicos del siglo XIX, incluido Marx, tuvieron siempre una pésima opinión de sus efectos económicos, a caballo entre la mendicidad parroquial y el disciplinamiento de la fuerza laboral. Unas políticas con un largo periplo hasta su abolición en 1948 con la aprobación del National Assistance Act que daría paso al moderno Estado de Bienestar».

Existen otros motivos para un «piso universal de sustento». Eduardo Levy Yeyati menciona en una nota en el diario Perfil, entre otras cuestiones, antecedentes de Estados Unidos de América: “debemos crear empleo y debemos crear ingreso. El pueblo debe convertirse en consumidor de una manera o de otra. La solución a la pobreza es abolirla directamente mediante el ingreso garantizado,” escribía Martin Luther King en 1967. En 1968, año del asesinato de King, 1.200 economistas (incluyendo liberales como James Tobin o Paul Samuelson y conservadores como Milton Friedman) firmaron una carta al Congreso de los Estados Unidos pidiendo el ingreso universal. Nixon respondió proponiendo el Plan de Asistencia Familiar, que sustituiría en una sola asignación universal los distintos programas sociales. El plan sucumbió a la resistencia de asistentes sociales temerosos de perder su trabajo, líderes sindicales temerosos de perder su influencia y trabajadores de clase media renuentes a subsidiar al desocupado con impuestos; en 1972, año electoral, Nixon cajoneó la idea. Pero no deja de llamar la atención que una iniciativa que hoy parecería emblemática de la heterodoxia populista fuera promovida hace apenas 45 años por el padre de la escuela de Chicago y estuviera a punto de ser aprobada por un gobierno conservador».

Desde el punto de vista del derecho, podríamos decir que el «derecho a la vida» es superior a un derecho específico como el «derecho al trabajo» y si el Estado y la economía no pueden generar trabajo, debe generarse un piso de subsistencia (en este caso a través de un ingreso, aunque hay estados que lo hacen otorgando comida).

Tal como se muestra en la imagen de la entrada en países de Europa se lo ha promocionado, con rechazos como el caso de Suiza y experiencias hasta ahora exitosas que se están desarrollando en ciudades de Holanda. También hay otros casos en curso, una evaluación que hace The Economist (reproducido por el diario La Nación) sobre la experiencia de Finlandia (país que ha decidido discontinuarla a fines de 2019) (1)  y una red global que la promueve. Hacia noviembre de 2017 se está discutiendo una propuesta en España que no es universal porque está supeditada a la búsqueda de empleo. En la Argentina también se ha propuesto a través de la Red Argentina de Ingreso Ciudadano (ver también artículos de Rubén Lo Vuolo y otros). Una información actualizada de experiencias al 2019 se puede visualizar en esta nota.

La vigencia de este tema, más allá de cuestiones de enfoque o filosóficas, se presenta en la práctica debido -por un lado- fenómenos como la pandemia del coronavirus (2) (que pueden repetirse cíclicamente con otros virus) así como al impacto del cambio tecnológico (en general, y en particular en los países desarrollados) y -por otro lado- a la persistencia de situaciones de pobreza estructural difíciles de resolver (en especial en países en vías de desarrollo o pobres, pero que también fueron señaladas por Martin Luther King para su país en 1967). Esto produce una desconexión entre trabajo y salario al interior de los países, además de no resolver la brecha de riqueza entre países pobres y países ricos.

En otra nota de Levy Yeyati en el diario La Nación plantea una serie de complejidades y dilemas morales a resolver en esta temática. Seguramente la mayor complejidad para los países en vías de desarrollo o pobres es la cuestión fiscal que «no da» para hacer un ingreso universal (como puede ser el caso de los países «ricos»). Se podría hacer una prueba en Argentina, en alguna localidad con características similares a un país desarrollado (por ejemplo: ¿Rafaela?), pero -seguramente- no daría resultados muy diferentes a los experimentos en curso en dichos países o a las respuestas a la encuesta realizada por D’Alessio IROL.

Tal vez, lo más justo y prioritario en el caso argentino, sería perfeccionar experiencias como el «salario social complementario» de la economía popular, el seguro de desempleo, la asignación universal por hijo (AUH), y otros instrumentos que están en el Presupuesto Nacional y de jurisdicciones provinciales que permitan ir «cerrando la grieta socioeconómica». Dependiendo de los fondos disponibles -muy difícil en función de la situación argentina-, tal vez esto posibilite reducir sustancialmente (sino eliminar) la situación de indigencia. Esto nos permitirá ir convergiendo concretamente hacia un mundo mejor.

Queda pendiente un debate a escala «global» (dado que estos enfoques y experiencias son a escala nacional, y por ahora, rechazados a nivel continental y mundial), muy relacionados con los movimientos migratorios (en especial de Africa a Europa, pero no sólo), al debate sobre instrumentos como la tasa Tobin a los flujos financieros y, en definitiva, hasta donde llega la concreción de la justicia y la solidaridad humana.

(1) Es muy interesante esta evaluación.

(2) Ante los efectos dramáticos que produce la pandemia del coronavirus, lo que se está debatiendo y aplicando en muchos países son transferencias directas -por parte del Estado- a empresas sin actividad, a personas que realizan actividades independientes de la economía formal (hoy sin poder realizarlas), así como a personas y familias de la economía informal (en este caso no sólo de dinero sino también de alimentos). Por lo tanto queda pendiente un debate más de fondo y permanente como el que se intenta plantear en esta nota, y otras a considerar como esta.

PD: Agradezco la conversación mantenida con Eduardo Levy Yeyati y Pedro Del Piero sobre este tema y la reflexión que me aportara Jorge Remes Lenicov sobre la viabilidad fiscal y referencias académicas. Por otro lado en este sitio se puede bajar un libro con una gran cantidad de artículos vinculados a renta básica. Una actualización de este debate se puede ver en esta nota y en este video.

El trabajo y su protección

En una nota anterior hemos intentado hacer una presentación general de la temática del trabajo, y aquí trataremos de describir características generales sobre la protección del trabajo.

En general hay coincidencia que este derecho comienza en Occidente con la Revolución Industrial. Se universaliza con la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas del 10/12/1948. En su artículo 23 expresa que “toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.

Esto ha sido adoptado por todos los países que han adherido a esta Declaración así como al Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966 e implementado a partir de 1976.

El gran desafío es cómo hacen los Estados, a través de sus gobiernos y sus políticas públicas, para que este derecho se haga efectivo. Una primera respuesta sería a partir del dictado de normas y a su adecuado control. Una segunda respuesta conllevaría el ejercicio de una política económica que –más allá del empleo público para los servicios que debe proporcionar de manera eficaz y eficiente el Estado- promueva la empresarialidad (y por lo tanto el empleo) en todas sus formas –desde la empresa privada hasta las empresas mixtas, cooperatvas y empresas sociales- y más en general el trabajo (es decir, no sólo empleo en relación de dependencia). En la nota aparte desarrollaremos este punto.

Alejandro Melamed en su libro “El futuro del trabajo y el trabajo del futuro” (Planeta, 2017) menciona en las páginas 51 y 52 a un especialista que dice que hay tres grandes modelos de derecho laboral: 1. El europeo donde el empresario es responsable por su empleado (de ahí la indemnización en caso de despido); 2. El estadounidense (imbuido de la cultura luterana) donde en caso de fracaso de la empresa y del trabajador no hay indemnización (implícitamente se los considera culpables) y 3. El oriental, como en China, donde –por influencia de Confucio- la salvación es a través del grupo solidario generando una mutua responsabilidad en la conservación del emprendimiento.

De lo expresado más arriba podemos deducir que las normas están imbuidas de culturas, de contextos históricos y de cómo va cambiando el sistema económico (capitalista de la revolución industrial a la actualidad) que generan distintas modalidades. Si volvemos al “espíritu” de la convención universal de derechos humanos, podríamos hacernos preguntas como las siguientes:

  • el derecho al trabajo es una parte significativa del derecho a la vida: no habrá que buscar distintas modalidades que garanticen el derecho a la vida que vayan acompañando pero a la vez se “independicen” de los cambios del sistema socioeconómico?
  • mientras se promueve una globalización diferente que garantice un “piso” de trabajo decente y un comercio justo, no habrá que implementar un ingreso de ciudadanía  que fije también un “piso decente” de vida?
  • entre tanto no habrá que “compartir” el trabajo existente, trabajando menos horas y permitiendo que otros accedan?
  • frente al avance de la “uberización” de la economía no habrá que implementar medidas como las que propone Bill Gates de un “impuesto a los robots” o generar algunas restricciones al avance de la inteligencia artificial?
  • la educación y la capacitación para desarrollo de nuestros talentos no tendrá que ir acompañando de manera acelerada todo esto?
  • habrá que incluir en la “alfabetización digital” la “alfabetización robótica” aprendiendo a utiizar impresoras 3D preparándonos para ser “prosumidores en el futuro”?
  • tendrá todo esto que ser acompañado de un “kit de supervivencia” con autogeneración de energía (por ejemplo solar), autoproducción de bienes y servicios básicos (ligado al punto anterior) junto al desarrollo del ocio creativo?

Entre otras preguntas frente a un mundo “vica”: volátil, incierto, complejo y ambiguo que está en búsqueda de un “mundo mejor”.

PD: Esta temática también es abordada en un documento reciente de la OIT.

Trabajo e Industria

La evolución de la humanidad conllevó ir pasando de una economía agrícola de subsistencia y de procesamiento de minerales, a un desarrollo cada vez mayor de estos y a su manufactura. Con la primera revolución industrial se dio un gran salto, pasando a ocupar este sector gran cantidad de mano de obra (dependiendo del país y de los sectores que abarcaba). La industria fue sinónimo de dar valor a los bienes así ser la mayor generadora de empleo (el nacimiento y crecimiento del proletariado).

Más recientemente el panorama se “complejizó”: la agricultura se fue “tecnologizando” cada vez más, desde las semillas hasta el proceso de siembra y recolección, y la minería (tomemos como caso las sales de litio o el shale gas) también fueron incorporando cada vez mayor “valor agregado”.  A su vez la industria se fue «imbricando» con los servicios (al respecto ver los artículos de las páginas 240 en adelante de la publicación «100 políticas para la Argentina del 2030«). También se fue conformando más heterogénea, y -como se ha señalado en el caso argentino- una industria «a tres velocidades«.

Por otro lado el empleo industrial, luego de la segunda guerra mundial y en particular desde los años 50 en adelante, se fue desplazando hacia el “este”: primero a Europa (en especial Alemania, pero también Italia, Francia y España) y Japón, y luego a Corea del Sur, y otros países del Asia (el caso más relevante y significativo ha sido el de China). No habría que dejar afuera de este listado a países como la India, Vietnam, Malasia, Brasil y Méjico.

Sin embargo, se puede afirmar que –además de desplazarse al este- también fue perdiendo participación relativa frente al crecimiento de los servicios (en algunos casos mezclados con economía digital como la industria del software). En un trabajo realizado por Sebastián Galiani y Martín Caruso se muestra esta tendencia para países como Argentina, Estados Unidos, Europa y Corea del Sur.  En esta línea, y según Dani Rodrik «es muy tarde para la Argentina o Brasil para reindustrializarse. Deberán basarse cada vez más en los servicios, algunos de los cuales serán bienes transables y otros no. Esto sin duda requerirá un tipo de política industrial diferente a la del pasado, acaso una que se enfoque más en los servicios de la industria y la creación de empleos para la clase media». Sobre la relación con la ciencia y la tecnología es muy interesante este aporte, así como la relación entre economía del conocimiento e industria con el caso de Israel.

También reflexiona sobre esta temática José Anchorena que, al respecto, expresa: «el empleo industrial se achica acá y en todo el mundo. El empleo industrial como porcentaje del total de empleo viene disminuyendo, aunque no como número absoluto. Es una tendencia inexorable que pierda peso en el total de trabajadores. Si un país está creciendo es porque está ganando en productividad laboral. Se capitaliza mucho en el sector, y eso significa, resumiendo, que a un trabajador lo reemplaza una máquina. Pero al mismo tiempo, una industria eficiente crea eslabones del área servicios en las etapas pre y post producción. Uno tiene que pensar en la cadena completa de producción. En EE.UU. se quedaron con los dos extremos, diseño y post venta, por decirlo resumido, y le dejaron la producción a China. En Estados Unidos, los salarios son 10 veces más altos que en China. Resumiendo, lo importante es que se mantenga el “core” de la industria, y que los empleos que en teoría pierda son los que se crearán en el sector servicios.»

La denominada «nueva división internacional del trabajo«, conlleva implicancias en un nuevo esquema de organización industrial que se implementa en las cadenas globales de producción (o cadenas globales de valor, o GVC por sus siglas en inglés). Las GVC replican y refuerzan un esquema en donde el proceso básico manufacturero de ensamblaje (poco valor agregado) es asignado a países del sudeste asiático. Los insumos primarios (de bajo nivel de procesamiento y bajo valor agregado) de esas manufacturas son extraídos de países de América Latina o África. El proceso de I+D, marketing, diseño y (hasta comercialización) que históricamente han sido los de  mayor valor agregado en el proceso de producción, hoy en día lo son más y se encuentran aún más concentrados en los países avanzados. Entonces, en ese contexto, la posibilidad de innovar, diferenciarse o generar productos de nicho se torna más dificultosa por las elevadas barreras de entrada ya impuestas (1). Frente a este panorama habrá que seguir los cambios que se están produciendo (y cómo afectan las tendencias recién mencionadas) en las políticas de Estados Unidos de Norteamérica (vinculadas con la «desglobalización«, la promoción de la inversión en su territorio) y en cuanto a China la importancia que le dan a las manufacturas en su desarrollo, avanzando en innovación tecnológica, fuertes inversiones en Estados Unidos y Europa (además de otros países) e industrias chinas en base de robots que comienzan a localizarse en USA. Sobre este punto es interesante el trabajo del INTAL sobre «Industria 4.0«.

En el marco de lo señalado y las nuevas tendencias que está impulsando el gobierno de Trump, está el acuerdo con la UE, así como el nuevo acuerdo automotriz entre entre EE.UU. y México, y luego más en general con Canadá. en el marco del replanteo del NAFTA. A ello hay que sumar nuevas realidades como la de inmigrantes chinos en Italia explicados en esta nota, donde dice: «el relato que sobre los inmigrantes despliega Matteo Salvini, ministro del Interior italiano, es asimétrico. Mientras rechaza a la inmigración africana, cerca del Quirinale, un tradicional centro de fabricación y diseño de moda situado en la Toscana, Prato, no solo es un punto de importación de ropa desde China, sino, a la vez, un verdadero centro de producción chino. Inmigrantes clandestinos chinos llegan constantemente a Italia para trabajar en los miles de talleres de la ciudad –regenteados también por empresarios chinos–, que permiten producir primeras marcas Made in Italy con salarios asiáticos. Según la BBC, en Prato hay  alrededor de veinticinco mil personas de origen chino trabajando por salarios muy por debajo de sus homólogos italianos. A tres dólares la hora, o unos doscientos dólares por la producción de veinte vestidos, los estándares de calidad de los artículos, por supuesto, son mínimos y están lejos de los exigibles a un buen trabajo artesanal, aunque la etiqueta los identifique con una marca y una denominación de origen premium».

Los fenómenos señalados tienen múltiples impactos en la reformulación de la globalización y en la división del trabajo. En el sector agrícola (en particular granario) requiere de mucha menos mano de obra directa (aunque si indirecta como maquinaria agrícola y desarrollo de tecnología) pero mucho más calificada. A la minería hay dificultad para darle mayor agregado local, con algunas excepciones. La industria liviana (textil, calzado, etc.) sufre la competencia de menores salarios, mayores escalas y –a veces mayor tecnología- de países como los que mencionarámos más arriba. A ello debe agregarse el avance de la robotización que, en algunos casos, realizan prácticamente la totalidad de las tareas.

A pesar del pesimismo expresado más arriba por Dani Rodrik, entendemos que todo lo anterior conlleva un gran desafío para generar trabajo para las nuevas generaciones así como a la mano de obra desplazada, y a la población que cae en situaciones de pobreza estructural. Seguramente un primer esfuerzo es mejorar el «contexto de competitividad de la industria» argentina, dado que -según esta nota– «un estudio de OCDE sobre América Latina muestra que, en promedio, la productividad “puertas adentro” de la industria argentina es la más alta de América Latina, el doble que la de México, mejor que la de Brasil o la de Chile».

Un segundo esfuerzo a realizar es acompañar un proceso de «diferenciación» de los productos industriales tradicionales de países como Argentina frente a la actual globalización. A modo sólo de ejemplo podemos citar el caso de la industria del cuero que se puede visualizar en el minuto veinte de este video, correspondiente a una empresa o la industria textil asociada a la industria de la moda y el diseño de indumentaria. Hay también un debate, como el que propone Carlos Leyba (ver sus declaraciones en el Programa «A Dos Voces» del 31/1/2018), donde sostiene que la industrialización tiene que estar enmarcada en un Plan de Desarrollo y con incentivos («la zanahoria necesaria para que los capitalistas inviertan»). Sobre el tema de los subsidios hay que señalar que -en oportunidades- la situación fiscal no lo permite (2) y que pueden ser de muy distinto tipo: desde una amplia exoneración de impuestos como en Costa Rica  o países donde se regala o subsidia el terreno y la inversión inicial, parte de la logística y la capacitación de la mano de obra, pasando por subsidiar su financiamiento para que exporte, hasta rebajas impositivas para nuevas inversiones como el reciente caso de Brasil con la industria automotriz. En el caso argentino, en el marco de una competitividad sistémica y de una visión de mediano plazo de inserción internacional, entendemos que sería bueno establecer una «política de estado» (por ejemplo a través de una ley) de que los subsidios -de ahora en más- deban:

1. ser acotados en el tiempo y decrecientes,
2. estar asociados a recursos naturales existentes y con potencial de desarrollo en el mercado interno e internacional, desde los paisajísticos (como el turismo) hasta los naturales a los que se les agregue valor en origen (desde la minería y la energía hasta el campo), así como a los recursos del conocimiento en desarrollo como es el caso de la industria del software (y en contextos de cercanía como los del Instituto Balseiro, institutos del CONICET, el INTA, etc.)
3. estableciendo que deben tener un cupo de «transabilidad internacional» (como fue en su momento la industria en Brasil) y no sólo para el mercado interno,
4. estar asociados a un tipo de cambio razonablemente elevado (por ejemplo niveles promedio de septiembre de 2018) (3), dado que sino sería muy difícil desarrollar sectores en Argentina con la actual globalización (este nivel de tipo de cambio haría que el subsidio fuera menor, excepto que se atrasara temporariamente el tipo de cambio de estos niveles),
5. estar acotados a un cupo fiscal a estimar de acuerdo a las posibilidades fiscales futuras y a las prioridades sectoriales a establecer en el contexto de un plan de desarrollo.
También habrá que abordar una combinación de políticas públicas en lo educativo, en la capacitación, en lo científico-tecnológico, en el emprendedorismo, en el desarrollo de nuevas industrias (de producción limpia, economía circular y energías renovables), desarrollo de eslabonamientos en servicios pre y post venta y servicios en general (desde el turismo hasta las industrias culturales y ocupaciones vinculadas al cuidado) así como una adecuada protección temporal y acompañamiento en diferenciación de productos y servicios así como en dar un salto de productividad a los sectores menos competitivos (como se señaló más arriba) será fundamental. Lo dicho no descarta la progresiva implementación de instrumentos como el ingreso de ciudadanía o universal, como “piso”, y una adecuada política social.
La pandemia del COVID-19 ha introducido un shock tremendo, no sólo desde el punto de vista sanitario, sino también económico. Al mes de mayo de 2019  no sabemos aún cual será el impacto final en cuanto a la destrucción de empleo, y dependiendo de su duración cuales serán sus efectos en los posibles nuevos empleos (relacionados con la salud, el trabajo a distancia, etc.). Posiblemente tendrá también los siguientes efectos:
– habrá una aceleración del cambio tecnológico, en especial en un incremento de la robotización frente a la vulnerabilidad de los humanos a virus y enfermedades. Esto, tal vez, incluya una mayor versatilidad de las impresoras 3D y del impulso a ser prosumidores,
– habrá una cierta reversión del proceso de globalización, en especial en industrias y sectores como los relacionados con la salud (vacunas, medicamentos, respiradores, barbijos, testeadores de virus, indumentaria protectora para el personal de la salud…) y en sectores estratégicos vinculados a las comunicaciones (como el 5G) y a la defensa. Es relevante una reciente decisión de Japón.
– relacionado con lo anterior no creemos que ese proceso de reversión sea significativo en el caso de las materias primas y los alimentos. Respecto de estos últimos puede generarse una mayor autosuficiencia y seguridad alimentaria en los distintos países, pero entendemos no será significativo en el caso de los países que son grandes consumidores como la India, China y otros países del Asia, por lo menos a corto plazo,
entre los principales.
Habrá que ver si además de los daños y muertes de personas y empresas, podremos encontrar caminos para un mundo mejor.
(1) Agradezco el comentario de Haroldo Montagu sobre este punto.

(2) como es el caso de la situación fiscal de Argentina, agravada desde abril de 2018.

(3) Dada la problemática actual del balance de pagos en la Argentina, y su proyección en los próximos años para la generación de dólares para el pago de la deuda externa y creación de empleo, se supone que este tipo de cambio –en promedio y con oscilaciones– es el que debería existir en términos constantes (compatible con lo anterior). Si esto fuera así habría que hacer un análisis de la industria que puede tener sostenibilidad de ahora hacia el futuro, en especial en territorios como el conturbano bonaerense. El resto del trabajo que no se ocupe en la industria (incluida la del software y en general al conocimiento), tendría que ser canalizado en nuevos servicios (como el turismo, el entretenimiento, etc.), la economía popular o proponer a la población sin ocupación que se desplace a economías regionales con posibilidades de incorporación de empleo.

El trabajo y su retribución

En la primera entrada hicimos un breve recorrido sobre la temática del trabajo. Ahí mencionamos como comenzamos como recolectores y cazadores donde el grupo compartía lo conseguido.

Con el paso del tiempo, y en particular desde el Neolítico, la delimitación de un territorio y la aparición de un excedente y la moneda, aparece un trabajo al que se le paga un salario. Este término deriva del latín salarium (que significa pago con sal, muy valiosa en la antigüedad porque servía para conservar la carne). Con la modernidad, y en especial con la revolución industrial, se expande una «sociedad salarial«, en  el sentido que le dan Michel Aglietta y Antón Bender («Le metamorphoses de la société salariale», Paris, Calmann Levy 1966) y Robert Castel (“Las metamorfosis de la cuestión social», Ed. Paidos, Bs As, 1997). Este último autor señala, entre otras cosas: «condición proletaria, condición obrera, condición salarial. Tres formas dominantes de cristalización de las relaciones de trabajo en la sociedad industrial, también tres modalidades de las relaciones del mundo del trabajo con la sociedad global. Si bien, hablando esquemáticamente, ellas se sucedieron en el tiempo, su encadenamiento no fue lineal. Con relación a la cuestión aquí planteada -el estatuto del salariado en tanto que soporte de la identidad social e integración comunitaria-, esas condiciones presentan más bien tres figuras recíprocamente irreductibles».

Pero en la posmodernidad esta sociedad salarial está en crisis, asociada a esta globalización y al acelerado cambio científico-tecnológico. Según Hannah Arendt «lo que tenemos ante nosotros es la perspectiva de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir privados de la única actividad que les queda. Imposible imaginar nada peor«.

Qué se puede hacer? Es muy difícil, pero sólo a título indicativo algunos puntos a explorar:

– Sería deseable construir otro tipo de globalización asociada a un postcapitalismo que supere al sistema actual, y donde se promueva una inteligencia artificial complementaria al trabajo humano y la cultura del cuidado y del compartir (en general, y en particular del excedente).

– Entre tanto, en el marco del sistema actual y a nivel nacional, poder realizar una política macroeconómica adecuada, hacer los cambios necesarios en el sistema educativo, ir generando nuevas oportunidades dependiendo del territorio, promover el compartir las horas trabajadas, e ir adecuando el marco regulatorio que acompañen los cambios de contexto.  En este último aspecto será fundamental desenganchar «salario» de «trabajo» buscando garantizar el derecho a un vida digna con herramientas como el ingreso universal.

– Acompañar un cambio cultural donde vivamos en un mundo en el que haya un piso de ingreso de ciudadanía (como el que venimos de mencionar), trabajos variables que nos generen un ingreso adicional, promovamos vocaciones y servidores mutuos en vez de trabajadores,  desarrollemos un ocio creativo y nos vayamos preparando para ser prosumidores (impresoras 3D en los hogares que proporcionen gran variedad de bienes que compartamos en el núcleo básico de afectos y a nivel local).

Todo lo anterior tiene supuestos «fuertes» como que la Tierra no acabe con nosotros dado el cambio climático producto de la insensatez humana y no canalicemos la agresividad unos contra otros con armas cada vez más poderosas. Podemos ir a un mundo mejor, pero no está para nada descartado ir a un mundo peor. Veremos como «juega» cada quien.

 

La Desconexión entre Trabajo y Salario

En esta entrada intentaremos plantear sólo dos, de las múltiples, cuestiones vinculadas al «desenganche» entre trabajo y salario, en el marco general del trabajo y su retribución.

El primer «desenganche» es por la situación de pobreza estructural, falta de capacitación y tradición de trabajo, así como porque la economía (por distintas situaciones) no genera oportunidades de empleo y por lo tanto «no hay salario» o un ingreso. Una primera respuesta puede ser «tratemos de cambiar la economía, la educación y la capacitación para generar oportunidades de empleo». Por el momento vamos a suponer que esto tiene distintas complejidades, y de lograrse, lleva tiempo. Entre tanto otra respuesta es «generemos un salario universal»  o, algo más acotado como un ingreso complementario a cargo del Estado para lo que se ha denominado, en el caso argentino, como el IFE o el asignado a los trabajadores de la economía popular (en otros países puede estar relacionado con el seguro de desempleo o distintos subsidios o ayudas sociales).

El segundo «desenganche» es por los cambios científicos-tecnológicos que, en algunos casos generan nuevas oportunidades de trabajo, y en otros dejan fuera de manera -prácticamente- permanente a parte significativa de población. Hay una serie de países que están haciendo experiencias de un ingreso universal, de ciudadanía u otras denominaciones, que generan un «piso universal» de ingreso no asalariado. En estos ejemplos, hay algunos que «lo mezclan» con situaciones vinculadas a lo mencionado en el punto anterior.

Si bien estos desenganches tienen motivos diferentes, tienen algo en común: no hay trabajo y por lo tanto no hay salario o ingreso. A ello le podemos agregar los graves efectos de la pandemia del Covid-19.

Frente a la pregunta: ¿qué hacer?, sin duda, no hay una respuesta única y dependerá de distintos enfoques, situaciones de los países y de las ciudades (por ejemplo la ciudad de Utrecht en Holanda) y posiciones políticas en general, y de políticas de ingreso (dentro de la política económica, y su viabilidad fiscal y previsional) sobre lo que se debe y se puede hacer. En el caso de Argentina qusiéramos dejar algunas preguntas partiendo de lo «más urgente» que es la pobreza estructural, pero teniendo como perspectiva que ya se está presentando el impacto del cambio científico-tecnológico (bancos, taxis, etc.) en el empleo:

  • Se puede comenzar diciendo que habría que hacer desde el Estado, la sociedad y los emprendedores los máximos esfuerzos para generar una educación (en especial de las nuevas generaciones) y una capacitación, que articulada con políticas económicas a nivel nacional y políticas locales de oportunidades «micro», posibilitaran generar todo el trabajo posible.
  • Lo segundo es saber que, lamentablemente, habrá personas que no tendrán un ingreso de manera permanente o semi-permanente. Aquí se abre una bifurcación de situaciones: a) una mayoría que «no puede», y b) una minoría que «no quiere» (por distintas situaciones que hacen que el «no querer» sea derivado del «no poder» dado que: no tienen esperanza de encontrar nada, están con situaciones de adicción o de economía «criminal«, etc.). En este punto ¿no habrá que «repensar» los distintos instrumentos existentes como «el salario social» de la economía popular, el seguro de desempleo, la asignación universal por hijo (AUH), y otros instrumentos que tiene el Ministerio de Desarrollo Social y otros Ministerios (políticas de salud y prevención de adicciones, políticas educativas y culturales, régimen penal juvenil, etc.), para hacerlos más eficaces vinculando derechos con obligaciones y estímulos para salir de esta situación?

El desarrollo del «ocio creativo» es, algo complementario a valorar tanto en posibles trabajos futuros como con el mayor tiempo libre que se irá disponiendo. Del mismo modo habrá que seguir, la evolución futura de las impresoras 3D que nos posibiliten pasar a ser «prosumidores» y auto abastecernos de todo lo básico. Esto puede dar un giro «copernicano» a la autosubistencia y por lo tanto a reducir significativamente los aportes dinerarios (como el ingreso universal). Ello puede ir acompañado de la autogeneración de energía (como ejemplo la solar, tanto por tejas o paneles solares de bajo costo, o la biodegradable por digestores).

Debatir de manera plural, sincera y no partidaria, buscando los mejores caminos, sin duda es un desafío para converger hacia un mundo mejor.

Trabajo y Economía Criminal

El periodista y economista Julio Sevares publicó -hace un tiempo- un libro que denominó «capitalismo criminal«. Allí se analizan múltiples modalidades de ilícitos que se dan actualmente en la economía.

Una de las preguntas que podemos hacernos es, además del combate al crimen organizado, si hay experiencias de reorientación e esta economía criminal hacia formas de trabajo que nos lleven a un mundo mejor?

Una primera respuesta podría ser el rol que deberían cumplir las cárceles en cambiar conductas y poder reinsertar a estas personas a la sociedad cumpliendo la ley. Sabemos que es difícil y que estamos -en general- bastante lejos de esta aspiración, pero se deberían hacer todos los esfuerzos pertinentes. Hay muchas experiencias valiosas en países como España, Holanda, Estados UnidosArgentina… y el rol que juega el deporte.

Una segunda respuesta sería profundizar el cambio cultural (como los ejemplos más arriba mencionados) y la implementación de determinadas iniciativas que posibiliten -en la práctica- otras alternativas. En el segundo párrafo de la entrada de este blog denominada «Convergiendo de las esferas de la economía plural«, dábamos algunos ejemplos como los siguientes:

Debería analizarse si se llegara a implementar un ingreso de ciudadanía o ingreso universal (mientras tanto podría ser el ingreso de la economía popular), complementado con enseñanzas de artes y oficios, y aprendizaje de ocio creativo, en especial deporte y música, si esto no ayudaría -en una medida importante- a salir de la economía criminal e ir hacia un mundo mejor.