Acerca de la inteligencia colectiva

La imagen de la entrada ha sido extraída de este interesante artículo, y señala la relevancia de este tema.

También ha sido abordada en la sección «Ciencia» del diario El País, de España, difundiendo un estudio comparativo realizado en Israel sobre la comparación entre la inteligencia colectiva de los seres humanos y la de las hormigas. A continuación se transcribe la nota.

La inteligencia colectiva de las hormigas supera a la de los humanos

Un experimento muestra cómo los insectos cooperan de una forma más eficiente que las personas en igualdad de condiciones para comunicarse.

Solo hay dos tipos de animales capaces de transportar un objeto tan grande que solo pueden lograrlo cooperando y yendo a una: los humanos y las hormigas. Y no todas las 15.000 especies de formícidos saben hacer algo así. Apenas el 1% son capaces de trabajar en equipo como para lograr sacar un trozo en forma de T a través de dos estrechas puertas muy juntas. El experimento es propio de la informática y la inteligencia artificial, pero un grupo de entomólogos lo ha usado para comparar las habilidades cognitivas de los insectos y las personas, tanto de forma individual como trabajando en equipo. En igualdad de condiciones, las hormigas nos superan en inteligencia colectiva.

La hormiga loca de cuerno largo (Paratrechina longicornis) está dentro del 1% de formícidos que unen sus fuerzas y cerebros cuando se encuentran con algo parecido a este rompecabezas. Se las llama así porque cuando se encuentran con algo valioso se mueven en todas direcciones y rara vez en línea recta, aparentemente alocadas. Pero en ese movimiento emerge una inteligencia colectiva. Y es inteligencia porque, como el individuo, el grupo siente, integra y responde al entorno. El laboratorio de Ofer Feinerman, del Instituto Weizmann de Ciencia (Israel), las lleva estudiando años. Esta vez diseñaron un experimento exigente: tenían que sacar un trozo de madera en forma de T de una sala por una puerta pequeña hasta una segunda estancia más estrecha que la primera, de la que se sale por otra puerta de igual tamaño, acabando en una tercera estancia en dirección al nido. Para ver quién ganaba, si insectos o humanos, fabricaron cinco T de distintos tamaños y levantaron otras tres salas con sus dos estrechas puertas, pero a escala humana. Realizaron una serie de pruebas con una sola hormiga o persona (con las T más pequeñas), grupos de seis a nueve y grandes equipos de hasta 25 personas u 80 hormigas.

Los resultados, publicados en la revista científica PNAS, muestran cómo emerge la inteligencia colectiva de las hormigas, pero también cómo le cuesta tomar decisiones a los humanos cuando empiezan a ser muchos. Es evidente que al sumar más individuos cuando la T es grande, esto les permite levantar un mayor peso. Pero lo que enseña este trabajo es que la suma de las inteligencias individuales no es igual a la colectiva. Los insectos que intentaban sacar las T pequeñas fracasaban muchas más veces que cuando se juntaban varias y estas rendían aún peor que los grandes grupos de formícidos, gracias a una especie de memoria emergente.

“Una hormiga que transporta una carga por sí sola no recuerda durante mucho tiempo la dirección de su movimiento: la cambia constantemente, especialmente si choca con una pared”, dice en un correo Feinerman, el autor sénior de la investigación. “El grupo de hormigas puede recordar la dirección en la que se dirigían durante unos segundos y persistir en caminar en esa dirección, incluso si un borde de la carga que llevan golpea la pared”, añade el entomólogo. Esto encaja en lo que llaman inteligencia emergente, “una memoria que el grupo de hormigas tiene, pero la hormiga individual no”, completa. Tal habilidad de las hormigas locas podría tener una base evolutiva. “Se trata de una especie de hormigas que tienden a darse por vencidas ante el menor conflicto; en este contexto, eso significa que, si una colonia vecina de otra especie también llega a la comida, ahuyentarán a las hormigas locas”, explica Feinerman. Así que, la única posibilidad que tienen las hormigas locas de conseguir alimento es cooperar para llevárselo lo más rápido posible a su nido: “Por lo tanto, se convirtieron en sorprendentes solucionadores de problemas cuando se trataba de transportar grandes cargas en entornos complejos”, destaca el científico israelí.

La comparación entre estas hormigas tan especiales y los humanos dejó varios resultados. A escala individual, hormiga frente a humano, este siempre superó al formícido. Agrupados, tanto en grupos pequeños como grandes, los sapiens también eran más eficientes que las longicornis manejando las T. Pero hubo una variación del experimento en el que las hormigas superaron a los humanos: en la condición experimental del gran grupo, a varios de ellos se les prohibió hablar entre ellos o hacerse gestos. Para asegurarse de que cumplían, los investigadores les pusieron mascarillas y gafas de sol muy oscuras. Buscaban así igualar la capacidad de comunicarse de una especie y otra. En los bordes de la T levantada por los humanos había asideros con sensores de fuerza. Con ellos querían medir la intensidad y dirección de los tirones de los participantes. Esa era la única forma que tenían de comunicar sus intenciones. El resultado fue que, en la mayoría de los intentos de estos grupos, las hormigas eran más eficientes.

Las personas de un grupo no comunicativo (es decir, con un esquema de comunicación similar al de las hormigas) comienzan a comportarse un poco más como ellas y, al hacerlo, sus niveles de rendimiento disminuyen”, explica Feinerman. El experimento les ha servido para conocer mejor las habilidades cognitivas de las hormigas locas como grupo, pero también las de los humanos. “Una persona individual y una hormiga individual son, por supuesto, muy diferentes. La persona transforma el laberinto en su mente en un gráfico, lo que supone una reducción dimensional extrema. En lugar de explorar todo el laberinto complejo, solo hay que explorar un puñado de nodos”, razona el entomólogo. Y añade: “Para resolver el rompecabezas, las personas intentan descubrir qué nodo está conectado a qué otros nodos y lentamente podan los vínculos entre los nodos no conectados hasta que encuentran el camino a través del laberinto”.

Cuando las personas podan un vínculo entre nodos, utilizan la memoria a largo plazo para recordar esa acción y no repetirla más tarde. Una hormiga sola es muy diferente. Incapaz de reproducir el rompecabezas en su cerebro, levanta la carga y prueba en todas direcciones. Feinerman recuerda que ya en esto superan a la mayoría de las otras especies que cogerán la T y tirarán hacia el nido por el camino más recto o corto, aunque el objeto no pueda pasar, sin intentar nunca nada diferente. Pero, cuando se juntan muchas hormigas, “adquieren algunas características parecidas a las humanas”, dice el entomólogo.

En sus conclusiones, los autores destacan sus dos principales hallazgos. “Nuestros resultados ejemplifican como mentes simples pueden aprovechar con facilidad la escalabilidad, mientras que los cerebros más complejos necesitan de una amplia comunicación para cooperar de forma eficiente”.

Al respecto nos podemos hacer algunos interrogantes como los siguientes:

  1. ¿Qué podemos hacer para facilitar una amplia comunicación entre nosotros? Sin duda, los prejuicios y las agresiones verbales son un impedimento.
  2. ¿Comunicarnos con qué propósito? ¿Para sacar solo ventajas individuales o para que ellas se inserten en algo denominado “bien común” o “bienestar común”? Claro, ello implicaría que la inteligencia colectiva pasara a ser sabiduría colectiva, y ello no es nada fácil, pero sin duda nos llevaría a un mundo mejor.

Alguien que apuesta a «la victoria de la diáspora»

La imagen de la entrada es la de Sebastián Ceria, matemático y empresario argentino, que preside la ong FUNDAR.  En este reportaje del diario El País, de España, (1) explica su visión y aporte, muy influenciado por la esperanzadora posibilidad de «la victoria de la diáspora». Como es para suscriptores, me permito transcribirlo a continuación.

«En el otoño de 2018, Sebastián Ceria (Buenos Aires, 59 años) recibió una oferta de la Bolsa de Alemania por su empresa Axioma, dedicada a la gestión y control de los riesgos financieros con sede en Nueva York. Aunque tenía un crecimiento sostenido y buenos ingresos, las posibilidades de expandirse eran limitadas por las diferencias entre los accionistas. En abril de 2019 cerró el trato y recibió 850 millones de dólares por la mitad de sus acciones. Matemático de formación, Ceria había llegado como expatriado a Estados Unidos para hacer un doctorado y encontró su vida profesional en la intersección entre las matemáticas, los algoritmos, la industria y, más adelante, las finanzas.

Después de la venta de la empresa, se ha embarcado en dos emprendimientos aparentemente inconexos: la gestión del Racing de Santander -en donde ha invertido más de 30 millones de euros- y Fundar, una fundación argentina identificada con la socialdemocracia europea y el progresismo latinoamericano. En el mundo práctico de esas vidas se cruzan temas distintos: cómo diseñar políticas públicas y un plan de desarrollo en la Argentina de Javier Milei y cómo reemplazar el césped del campo de juego de uno de los equipos españoles con chances de ascender a Primera División.

—Hay dos conceptos en el Racing que son bastante únicos. El sufringuismo, que es convertir el sufrimiento en un estado de ánimo en el que la gente se sentía cómoda porque el club ha pasado por cosas malísimas. Y la paparda, un pez que no se sabe si está vivo o muerto y alude a la idea de dejar pasar una oportunidad. El Racing, como Argentina, tiene una historia muy larga de oportunidades perdidas.

Ceria vive en Londres, viaja a Santander cuando juega el Racing y visita Buenos Aires cada vez que puede. En su último viaje participó en el evento anual de Fundar en el Palacio Paz, una mansión de 12.000 metros cuadrados que la familia Paz hizo construir a principios del siglo XX en el centro de la ciudad como reflejo de su fascinación por París. En el discurso de Ceria hubo una omisión: el nombre del presidente argentino.

Pregunta. No nombró a Milei cuando parece que todo lo ocupa en Argentina.

Respuesta. Yo pienso en lo que va a venir después de Milei, quiero hablar de futuro. De todas maneras, estoy evolucionando en mi manera de mirar a Milei: demostró que la valentía y la irrupción pueden llevarte al triunfo. Argentina necesitaba que alguien viniera y pateara el tablero. Los argentinos están abandonados por su clase dirigente, por su élite. Acuerdo con su idea de que el país está lleno de privilegios, y aún así puedo ver sus contradicciones: no se puede hablar de casta y proponer a [el juez federal Ariel] Lijo para la Corte Suprema, no se puede hablar de libertad económica y proteger el régimen [especial tributario para empresas] de [la provincia patagónica de] Tierra del Fuego. El es disruptivo en la destrucción, no en la construcción. No creo que lo que él propone termine generando bienestar, pero sí que muchas de las cosas que él dice que tenemos que destruir, tenemos que destruirlas. Hay que repensar el Estado desde cero y pensar en una democracia realmente participativa. No estoy de acuerdo ni con sus políticas, ni con su manera de tratar a los seres humanos.

Pregunta: En el centro de los programas de Fundar está la idea del desarrollo económico con participación estatal. Ese modelo parece estar en el centro de las críticas de Milei y ese modelo fue, también, el derrotado en las urnas. ¿Cómo asimiló esa derrota?

Respuesta: No sentí una derrota porque no tenía un candidato. No veía una buena solución en Argentina. Creo que Milei rescata o pone de manifiesto muchísimas críticas al movimiento progresista, que se ensimismó en esta cosa del expertise, del saber, de la Torre de Babel, de que “nosotros pensamos en los problemas” sin resolver los problemas de la gente. Hay un gran fallo del progresismo en general, no creo que sea propiamente argentino. Fundar tiene que aprender de eso. El valor de Fundar es el de generar riqueza, pero utilizando al Estado como un gran apalancador. No cambiaría nada de eso pero sí cambiaría la forma en que llegamos a eso. En Fundar, cuando tenemos que explicar algo usamos la frase “es más complejo”. Eso es un gravísimo error. De eso sí me arrepiento. Hablar en difícil para nuestros lectores habituales. ¡No! Hay que hablarle a la gente común, que fue lo que hizo [Donald] Trump.

Pregunta: ¿Qué ideas de políticas públicas han revisado al calor de esa crisis que señala?

Respuesta: Fundar, que tiene algo de la socialdemocracia europea sin dejar la identidad latinoamericana, fue valiente en varias cosas, como hablar del mundo del trabajo de una manera diferente y pronunciarse en contra de las retenciones [a las exportaciones agropecuarias]. Hemos hecho cosas que descolocan. Pero sí es cierto que representamos un modelo parecido al de los grandes consensos. Estoy orgulloso de Fundar. Quiero estar también entusiasmado con Fundar. Milei me ayudó a redefinir lo que es el entusiasmo.

Pregunta: Llamó chantócrata a Milei [chanta es una expresión argentina que alude a la falta de seriedad].

Respuesta: El chantócratase esconde en el expertise para explicar algo que no funciona. Lo dije cuando prometía una dolarización que ni siquiera intentó implementar una vez que llegó al poder. La escuela austríaca existió y planteó las cosas que planteó. Esas ideas no funcionaron en ningún lado. Y el chantócrata ahora aparece en temas como la idea de convertir a Argentina en un polo de Inteligencia Artificial, como si se tratara, simplemente, de tirar cables del norte hacia aquí. Eso requiere de aportes de la comunidad científica y de un plan serio y consistente que el Gobierno no tiene. Es otro de los riesgos latentes: que el país se transforme en una chantocracia.

Pregunta: ¿Cómo debería ser la reinvención hacia adelante de ese progresismo donde usted se ubica?

Respuesta: Esa socialdemócrata progresista está en crisis. Se me fue el norte, tengo que definir otro norte. Hay que pensar más disruptivamente y estoy muy atento a eso: a buscar y encontrar esas nuevas ideas. ¿Cuál es la reforma agraria del siglo XXI? Es una pregunta importante porque no es simplemente dando tierra. ¿Cómo debemos crear incentivos para hacer más armónicas las relaciones entre campo y ciudad? No soy un gran creyente en la asignación universal [el programa social más importante de la Argentina] pero sí soy un gran creyente en darle capital a la gente. La gente se capitaliza trabajando y ahorrando y eso es ya más difícil en Argentina. Por eso hay que encontrar la manera de capitalizarla. En educación tenemos que inspirarnos en las grandes ideas del pasado, como las maestras estadounidenses que trajo [el ex presidente Domingo Faustino] Sarmiento en el siglo XIX o la Ley Universitaria, que permite hacer todas las carreras sin ninguna restricción.

Pregunta: Entre los apoyos empresariales decisivos a Milei aparece el sector financiero y las empresas tecnológicas, un universo que usted conoce.¿Cómo explica esa afinidad?

Respuesta: Creo que las voces del disenso están apagadas porque tienen miedo o porque no paga disentir. A muchos empresarios argentinos les encanta esta idea del mérito y Milei te dice que el mérito es su esfuerzo y con eso les infla el ego. Eso es basura. [Marcos] Galperín [dueño de Mercado Libre y el empresario más rico de Argentina, según Forbes]tiene mérito, pero no es todo mérito. No todos tienen padres con el dinero para mandar a sus hijos a la Universidad de Stanford. Después hay muchísimos hechos fortuitos como haber nacido en el momento donde irrumpe internet o sale la burbuja de criptomonedas o la revolución financiera de las billeteras virtuales. Admiro lo que ha hecho Mercado Pago por la inclusión financiera en Argentina. Pero mucho tiene que ver, en general, con el hecho de estar en el momento justo, en el lugar justo. No estoy de acuerdo en que Argentina no tenga, como tiene Estados Unidos, un impuesto de salida: cuando dejas de ser residente allí tenés que pagar impuestos por lo que ganaste. Quiero rescatar esos valores y alertar sobre algunos cambios. En los sesenta, un CEO ganaba 50 veces de lo que ganaba un empleado medio de la compañía de la que era CEO. Hoy hemos pasado de 50 a 500 veces. Es una locura.

Pregunta: En su discurso en el foro empresarial de IDEA de 2022 usted planteó que los empresarios son los que tenían que ceder parte de los privilegios…

Respuesta: [se adelanta] Creo mucho en el concepto empresarial, en la iniciativa privada, en la capacidad que tienen las empresas de generar valor. Lo que quiero es que no sólo generen valor para los accionistas. El capitalismo sabe crear valor, pero dejemos de crear valor sólo para los que más tienen, creemos también valor para los que menos tienen.

Pregunta: ¿Notó mayor interés de invertir en Argentina con los incentivos que Milei dice que ofrece?

Respuesta: Cuando asumió [en 2015 Mauricio] Macri hubo una reunión con inversores en el consulado argentino de Nueva York a la que asistí. Uno de los asistentes preguntó: “Esa gente que ustedes dicen que robaban [en referencia al kirchnerismo] ¿puede volver?”. Le podían decir que no, pero obviamente hay elecciones y todo puede cambiar. Ese fue uno de los problemas del gobierno de Macri: hubo inversiones financieras, pero pocas de largo plazo y eso es lo que pasa ahora también. Los inversores buscan cierta maduración de la sociedad en general: que líderes, élites y todos decidan en qué cuadrante de la brújula van a ir. Los inversores ven con muy malos ojos cuando se habla mal de lo anterior, salvo que este sea una situación extrema como Siria. El tema pendular es muy negativo para los que piensan en inversiones a largo plazo.

En su evocación de hijo de la amplia clase media argentina de las décadas de los sesenta y setenta, Ceria cuenta que compraba jeans de segunda mano. “Mi padre, ingeniero de profesión, era un intelectual fantástico, un Google antes que inventaran Google. Mi madre era trabajadora social”. En el ILCE (Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa), un colegio secundario que depende de la Universidad de Buenos Aires (UBA), descubrió las matemáticas y se anotó en la Facultad de Ciencias Exactas con la idea de especializarse en matemática aplicada: “Era un lugar que se caía a pedazos, con ventanas rotas, sin calefacción ni tizas, pero fue uno de los momentos más felices de mi vida”.

En 1988, recibió una beca doctoral en Carnegie Mellon y se instaló en Pittsburgh. Su tesis fue su contribución a la disciplina de la investigación operativa: “Busqué resolver problemas concretos -explica- y ese algoritmo que inventé lo utilizan las aerolíneas para decidir cómo van los aviones, los transportistas para decidir cómo se reparte el correo privado y los financieros para construir portafolios”.

Después de doctorarse, y gracias al algoritmo que diseñó, empezó a trabajar en la Universidad Columbia de Nueva York. En 1998, fundó su primera empresa gracias a un premio de 150.000 dólares de la National Science Foundation (una agencia del Gobierno de Estados Unidos) para hacer una investigación a partir del algoritmo. Hasta entonces —tenía 33 años— había sido sólo alumno y profesor. “En los primeros 10 años tuvimos muchos altibajos y hacíamos de todo: de consultores, trabajábamos en distintas aplicaciones, en remates online, en publicidad on line y en muchas cosas divertidas”.

Con la expansión de internet empezó a quedarse sin financiamiento para Axioma—su familia y amigos ya habían invertido— y avizoró una posible quiebra. Por azar, un sábado decidió ir a jugar al fútbol en Columbia para salir de un estado depresivo, y uno de los profesores le prometió que le conseguiría un millón de dólares. Morgan Stanley, por una serie de circunstancias y también de azares, invirtió 20 millones de dólares que permitieron a Axioma crecer.

En 2005, Ceria desarrolló un modelo de riesgo para los mercados financieros. “Si vas al bitcoin —explica—, hay muchísimo riesgo y potencialmente muchísimo retorno. Si vas al portafolio de menos riesgo, hay bajo retorno. Mi competidor estimaba la matriz de varianza de riesgo todos los meses y nosotros decidimos hacerlo todos los días con un equipo de 15 personas. Un año después explotó la burbuja, cayó Lehman Brothers y con la volatilidad y el riesgo su producto pasó de tener el 2% del mercado a casi el 50%.

—Ese 2008 teníamos ventas por 10 millones de dólares anuales y una década más tarde por 100 millones. La empresa crecía al 20% anual y eso fue un factor decisivo para que la Bolsa de Alemania nos hiciera la oferta de compra.

Pregunta: ¿Dudó en venderla?

Respuesta: No dudé en lo más mínimo. En Estados Unidos dicen: “Mejor tener suerte que ser inteligente”. Yo digo: Mejor sé inteligente cuando tenés suerte. Es una de las pocas cosas que inventé. Fui muy inteligente cuando tuve suerte, como en este caso.

Fundado en 1913, Racing de Santader fue subcampeón de la liga en 1930-31, semifinalista de la Copa del Rey en dos temporadas del siglo XXI donde tuvo, también, dos participaciones en la Copa UEFA. Lleva más de la mitad de su vida en las categorías de ascenso y fue la primera sociedad anónima deportiva abusada por sus accionistas, que la llevaron al borde del colapso.

Nieto de abuelos maternos españoles —ella de Burgos, él de Madrid— Cería está casado con Alicia Zorrilla, a quien llamó la santanderina cuando se conocieron en Nueva York. Su mejor amiga de la infancia, Paula Roca, se casó con Manolo Higueras, ex jugador del Racing y luego presidente en una de las etapas más traumáticas del club. Esa cercanía hizo que Ceria decidiera invertir en el club con Higueras nuevamente como presidente: ya es dueño de más del 80% de las acciones y preside la Fundación que se ocupa de temas sociales diversos.

La primera de las tres conversaciones con EL PAÍS fue en su piso de Buenos Aires: Racing iba primero con 10 puntos de ventaja; en la segunda, virtual desde Londres, su club había empezado una racha de derrotas; la tercera, desde Santander, estaba a un punto del líder. Ceria ha pasado de las volatilidades de los mercados financieros a las montañas rusas de las gestas deportivas.

Pregunta: Más allá de las afinidades personales, ¿Qué lo llevó a invertir en el Racing?

Respuesta: Tengo una gran preocupación por la pérdida del sentimiento de comunidad que hay en el mundo y había una gran oportunidad de potenciarla en una región de España. Lo estamos consiguiendo con los resultados deportivos y por el trabajo social que hacemos. Lo que más escucho cuando camino por Santander es “gracias, Seba”. Cuando llegué dije algo que caló hondo en la comunidad: “Hay que suspender la incredulidad”. Lo decía cuando trabaja en mi empresa. Es muy difícil tener éxito si no te creés que podés tener éxito.

Pregunta: ¿Cuál es su marca en el Racing?

Respuesta: Son dos: la del optimismo y la gestión profesional.

Pregunta: ¿Puede dar ejemplos de eso?

Respuesta: El primer proyecto fue un software para el manejo de los jugadores desde la cantera —es decir desde los 6 años— hasta el primer equipo. Nos permite saber qué le pasa a cada jugador todos los días. Desde que llegan al club nos dicen cómo durmió la noche anterior, qué comió hasta saber qué hicieron en cada entrenamiento. Creamos un grupo de data sciencedentro del club para hacer modelos matemáticos de juego. Vemos al Racing como un foco de innovación, de investigación y desarrollo y que puede, también, ofrecer productos para el mercado. El segundo ejemplo de gestión es el campo de juego de El Sardinero [el estadio del club]: una peste nos arruinó el césped, decidimos levantarlo y poner alfombras. Cuando empezamos a jugar nos dimos cuenta que no se estaba asentando. Las alfombras que pusimos no son de suficiente calidad. Decidimos levantarlos y coser, que es una técnica donde ponés los panes y una máquina pone fibras y afirma el campo de juego. Esta historia nos va a costar medio millón de euros. El club no tiene ese dinero y lo vamos a poner.

Pregunta: ¿Lo está pensando como un negocio a largo plazo?

Respuesta: No tengo una visión mercantilista del fútbol, no vine a ganar plata. Lo estoy pensando como un negocio a largo plazo y estoy muy entusiasmado. Vemos en el fútbol una manera de influir en la sociedad y como un vehículo de transformación social, aunque lo hacemos dentro de una Sociedad Anónima Deportiva, con fines de lucro. En España hay una regulación muy estricta y cada club sabe cuánto puede gastar en jugadores y en otros rubros. La cuenta de resultados de 2024 va a ser algo así como 16 millones de euros en ingresos y más o menos gastamos 16 millones de euros en egresos. El negocio es si subís a primera división: los ingresos televisivos se multiplican por un factor entre 6 y 10 veces.

Pregunta: En Argentina no podría replicar este modelo porque no hay sociedades anónimas, que es un cambio que quiere introducir Milei. ¿Cómo se para frente a ese debate?

Respuesta: El modelo exitoso no tiene que ver con si es una Sociedad Anónima Deportiva o un club a la vieja usanza. Tiene que ver con la seriedad, la disciplina y la manera de trabajar. En Argentina yo debería presentarme a las elecciones de un club. En el caso de meterme en el Racing hubo un disparador muy importante que tiene que ver con Argentina: el Mundial de Qatar. Primero por poder unir a un pueblo en un festejo extraordinario y segundo por ver la victoria de la diáspora.

Pregunta: ¿Cuál es la victoria de la diáspora?

Respuesta: Como científico que se fue de Argentina, siempre sentí que el país me hacía sentir un sentimiento de culpa por haberme ido. En el Mundial eso no existió: el equipo argentino era totalmente argentino, aunque sólo uno de ellos, (el arquero suplente) Franco Armani, jugaba en el país. Lionel Scaloni, el entrenador, vive en Mallorca y es más argentino que el dulce de leche. Eso me pareció muy fuerte. La victoria de la diáspora está también en Fundar. Es la idea de ayudar desde afuera: en mi caso, con recursos económicos e ideas. El país no puede vivir aislado de lo que ocurre afuera.”

(1) Agradezco la referencia a Luis Faigon.

Celebraciones religiosas de fin de año

Sabemos que todo el mundo no cree en Dios por distintas razones. Una de ellas es por el tema del mal, y en particular por la existencia de las tragedias. Si Dios existe, es bueno y todopoderoso, ¿por qué las permite?. Desde una perspectiva cristiana, es muy interesante esta reflexión de Luis Casalá, sobre el Evangelio de Lucas 3, 1-6, acerca de Dios que se hace presente en la historia humana a través de la fragilidad de un niño en un pesebre, que se “compadece” (que «se hace compañero») de nosotros y nos acompaña en nuestra fragilidad, en nuestra finitud, y en nuestro camino. Camino que debe estar signado por el encuentro, por la comunión, por la alegría y por el amor en todas las dimensiones.

Luego de esta introducción, desearíamos destacar dos de las celebraciones religiosas de fin de año: Janucá y la Navidad cristiana. De la primera podemos decir que «los judíos celebran la fiesta de las luminarias, que estrictamente se reduce a rememorar el «Milagro de Januká»: cuando en el Siglo II AC se recuperó el templo que había sido mancillado por los ocupantes extranjeros se encontró una sola lámpara, que tenía aceite para un único día. Milagrosamente duró ocho, y estrictamente es eso lo que se conmemora.

A partir de fines del Siglo XIX se le agregó, por parte de los judíos laicos y hoy en Israel, el recuerdo de la heroica gesta de los Macabeos y la independencia (si bien por un lapso muy breve) que estos alcanzaron en aquel momento. Pues quiero recordar aquí algo que muchos ignoran: el recuerdo de los Macabeos los judíos se la debemos a los cristianos. Efectivamente: los libros Macabeos I y II, que tan vívida  y emocionalmente recuerdan la gesta, se excluyó en su momento del canon judío y solo los tenemos hoy porque los cristianos los conservaron en el suyo. La otra fuente de información, la del excelente historiador Flavio Josefo, también fue conservado exclusivamente por los cristianos y recién hacia mediados del siglo XIX «recuperado» por los historiadores judíos» (1).

Sobre el «significado de la Navidad» ya nos hemos referido -de algún modo- en el párrafo introductorio de esta nota. Sólo podríamos agregar que constituye la esperanza de ir construyendo (siempre de manera imperfecta) el Reino de Dios aquí en la Tierra (en el marco de una Creación que sufre doroles de parto) que culminará -de manera plena- luego de que nuestra alma trascienda los límites de la finitud material.

Hay videos como este que, un rabino y un sacerdote, nos recuerdan ambas celebraciones y hay otros videos, como este, que muestran la alabanza y gratitud a Dios por habernos creado y mostrado ese camino.

Somos conscientes de las situaciones dramáticas de las personas que padecen y mueren por la guerra (en Ucrania, en Medio Oriente, en Sudán… entre varios lugares), las condiciones extremas de migración hacia Europa, Estados Unidos…,  por los efectos del cambio climático y desastres naturales, por la indigencia y la pobreza fruto de malas e ineficaces políticas económicas en diferentes países del mundo… entre muchas otras manifestaciones de dolor. Pero también que debemos apelar a toda nuestra energía y empatía a buscar resolver las mismas en todo lo que esté a nuestro alcance hacer.

En el marco de lo expresado nuestros deseos de un mundo mejor para el 2025 !!!

(1) Agradezco a Israel Lotersztain la referencia.

 

 

Con Trump ¿se acelera el derrumbe civilizatorio?

Se ha escrito y se sigue escribiendo mucho sobre el resultado de las elecciones norteamericanas (1). Por ejemplo acerca de las posibles razones de quienes lo votaron, las debilidades de la candidata opositora (en especial su anterior gestión en el tema migratorio, no tener una propuesta clara y atractiva en cuanto a lo económico…), haber quedada «pegada» a la gestión de Biden (en especial el aumento de la inflación luego de la pandemia, con especial incidencia en los alimentos, la energía, y bienes de capital como los tractores), y las virtudes histriónicas y mediáticas de Trump, distintos aspectos culturales (como este, solo como un ejemplo), así como el abordaje nacionalista en cuanto a su política económica, a que no solo no iniciaría nuevas guerras sino que buscaría terminar con las existentes (ello implicaría el retiro del apoyo a Ucrania, tal vez la retirada de la OTAN, el dar carta libre a China en cuanto a ocupar Taiwan….)… lo que le da apoyo interno para quienes no quieren que sus soldados se involucren en otros territorios, entre sus distintas implicancias.

Entre los muchos artículos que se están escribiendo en esta temática, nos permitimos sólo transcribir dos del diario El País, de España. El primero es este: “Tras la victoria de Trump: lo que somos y lo que vendrá.

Es muy difícil no llegar a la conclusión apresurada de que algo se ha roto en el alma de Estados Unidos. En ocho años, Donald Trump ha destrozado la sociedad norteamericana y la ha vuelto a armar a su imagen y semejanza.

En el momento en que escribo esto, Donald Trump –el delincuente condenado, el acosador sexual, el que incitó a una insurrección para evitar la transferencia del poder– acaba de conseguir los 10 votos electorales que le faltaban para volver a ser presidente de esa gran paradoja, esa crisis psicológica de 335 millones de habitantes que es Estados Unidos. Para muchos de nosotros, la reelección de Trump es una calamidad de consecuencias impredecibles. Para otros –los ucranianos, por ejemplo– las consecuencias son predecibles porque han sido anunciadas, y la victoria de Trump es un anuncio verosímil de su desaparición como nación soberana. Y para todos implica un cambio de nociones: de lo que se puede y no se puede hacer en política, de lo que le importa de verdad a la gente, de lo que la gente está dispuesta a perdonarle a un líder. Y ninguna de las lecciones, me parece, es positiva.

Ahora comenzarán los señalamientos: se dirá que la culpa es de Biden, por haberse retirado tarde de la carrera presidencial, y otros lo culparán por haberse presentado a la reelección. Se dirá que la culpa es de Harris, que nunca se dio cuenta realmente de la necesidad de apartarse del presidente, y se dirá –ya se está diciendo– que los demócratas olvidaron las lecciones del 2008: cuando su candidato salió de unas primarias bien organizadas y duramente competitivas, de manera que el partido pudo saber con cierto grado de precisión qué quería la gente. Se dirá que la culpa es de los demócratas, que menosprecian a los votantes de clase trabajadora, y se lanzarán adjetivos cargados como elitista y multicultural y globalizado. Se abrirá una gran conversación que tal vez dure cuatro años y tal vez mucho más: la conversación tratará de averiguar qué le ha pasado al partido que en otros tiempos tuvo de su lado a los trabajadores y a los inmigrantes, y que ahora ha visto a los trabajadores adorar a un plutócrata y a los inmigrantes adoptar un discurso de xenofobia. Y tal vez en medio de todo ese ruido político quede incluso tiempo para hacernos preguntas que no son políticas, sino morales.

Es muy difícil no llegar a la conclusión apresurada de que algo se ha roto en el alma de Estados Unidos. En ocho años, Donald Trump ha destrozado la sociedad norteamericana y la ha vuelto a armar a su imagen y semejanza, y el espectáculo no es bonito: su campaña exitosa se ha montado enteramente sobre la violencia y la mentira, el egoísmo y la insolidaridad, el enfrentamiento de unos ciudadanos contra otros, el discurso que azuza el miedo (a los inmigrantes, principalmente) y el odio (por los inmigrantes, pero no sólo). En la última semana, su discurso bajó a niveles de intimidación y tonos racistas que justificaron –no por primera vez– ese atajo mental del que tantas veces hemos abusado: la comparación con el fascismo de los años 30. La reunión trumpista del Madison Square Garden, la manifestación de xenofobia organizada (y de machismo tan tóxico como risible) más grande de nuestro tiempo, nos produjo escalofríos a muchos no sólo por las palabras que proferían los participantes, sino por la sed con que las bebían los asistentes. Trump ha logrado convencer a los norteamericanos de que el enemigo vive entre ellos: el enemigo es el vecino. Y eso, ahora, tendrá consecuencias.

Esto es, por lo pronto, lo que producirá su regreso al poder: una sociedad deshecha más que simplemente dividida, rota a conciencia, llena de desconfianza y de desprecio por el otro. Leo en el New York Times que en el último año la gente ha comenzado a mudarse, cuando puede, a barrios que se identifiquen con sus tendencias políticas, y la palabra polarización ya no es suficiente para nombrar lo que estas dinámicas le hacen a una sociedad. Trump ha instalado entre los suyos la convicción de que los demócratas y los inmigrantes son una amenaza constante, y tendrá que seguir alimentando esos miedos y esas paranoias durante su gobierno; y eso es temible en un país de salud mental más bien vulnerable y donde cualquiera tiene en cualquier momento acceso a un arma de fuego. En uno de sus últimos discursos, Trump bromeó con la posibilidad de que alguien tratara de asesinarlo otra vez. Pero para hacerlo, dijo, le tendrían que disparar por entre los periodistas que ocupaban la primera línea de los asistentes; y el próximo presidente de Estados Unidos sugirió frente a los micrófonos que no le importaría si alguna bala diera en los periodistas. Y su público se tronchaba de la risa.

Comienzan cuatro años de violencia: violencia retórica, por supuesto, pero no es imposible (nunca lo es) que la violencia de las palabras se convierta en algo más. La violencia es una de las muchas patologías de la sociedad norteamericana: la violencia se admira, se ejerce, se imita. Y Estados Unidos acaba de elegir a un matón, un hombre que se ha comportado con frecuencia como un mafioso (y se compara orgullosamente con el mafioso más célebre de su cultura, Al Capone), un hombre que se divierte invocando la violencia contra sus oponentes (hace poco fantaseó con la posibilidad de que alguien le disparara a Liz Cheney), un hombre que ejerce el desprecio por la ley y la Constitución, ya no digamos por la ética o los buenos modales, de forma ostentosa. Una de las cantaletas de los demócratas en estos ocho años ha tratado de sostener que Donald Trump era un intruso en la vida política de Estados Unidos –un caso raro, una aberración, un accidente–, y que una vez derrotado desaparecería para siempre y todo volvería a la normalidad. Estas elecciones demuestran sin asomo de duda que eso no era más que una fantasía liberal: Trump representa los valores que la mayoría del país considera suyos, y esa mala noticia no tiene vuelta de hoja.

Y, sin embargo, el peor error que podríamos cometer al pensar en lo que ha pasado es asignarles a todos los votantes de Trump las mismas motivaciones: creer que le han dado su voto porque todos son xenófobos, o porque todos quieren que los ricos paguen menos impuestos, o porque todos sienten que la ideología woke ha ido demasiado lejos; que le han dado su voto porque todos creen que el calentamiento global es un invento de los chinos, o porque todos creen que el aborto debe estar prohibido, o porque todos sienten que su masculinidad está amenazada. No: las generalizaciones no sirven. Pero queda una evidencia incómoda: el carácter de un individuo que aspira a la presidencia ha dejado de importar, y será necesario preguntarse qué nos dice eso de esta sociedad que en otros tiempos se jactaba de valorar cierta decencia (al menos de dientes para afuera: pero las formas importan) por encima de otros intereses. Estados Unidos ha votado masivamente por un delincuente condenado. Estados Unidos ha votado por un acosador sexual que se enorgullece de serlo. Estados Unidos ha votado por un mentiroso. Cuando una sociedad elige a un tipo así, la pregunta no es solamente lo que se viene encima, que es aterrador: la pregunta es lo que somos por dentro. Y esa respuesta puede ser más aterradora todavía.”

El  segundo escrito por Antoni Gutiérrez-Rubí: “Gana nuestro otro yo.

 Vence Trump porque consiguió identificar esas bajas pasiones, alimentar su sed de revancha y generar la más poderosa maquinaria de creencias, bulos y sentimientos en forma de movilización electoral sin precedentes.

La victoria de Donald Trump es algo más profundo que la victoria electoral de un candidato, de una opción política o de una propuesta programática. Gana una manera de entender la vida en donde los adversarios son enemigos; la realidad una creencia; el Estado un lastre; y la vida una competición descarnada y sin contrapesos en la que el mérito no define el éxito. Gana un estilo, un modo de ser y de vivir. Una identidad.

Gana una manera masculinizada, agresiva y desacomplejada de relacionarse con los demás, en donde el insulto zafio o el mote hiriente substituyen a los argumentos y las razones. Gana el miedo y la rabia, pierde la confianza colectiva y el nosotros incluyente. Gana mi verdad y pierde la verdad.

En definitiva, gana nuestro otro yo interior: el que se controlaba y aceptaba las normas y los códigos ―empezando por los pilares democráticos― que limitan nuestra mirada visceral y casi primitiva al mundo que nos rodea. Ese otro yo que se rebela frente a lo políticamente correcto, hacia las igualdades diversas y las formas liberales. Ganan nuestras tripas, nuestros cortes de manga, nuestro lado soez y berreta. Gana la bestia que todos llevamos dentro.

Gana Trump porque fue capaz de conectar con ese yo interior que queremos contener, pero al que solo le podemos poner un bozal, sin conseguir educar nunca del todo. Gana Trump porque consiguió representar esa turba interior tan compartida, ese arrebato despectivo y esa venganza larvada a la cultura y el pensamiento científico que no nos deja arrastrarnos por nuestros instintos como desearíamos.

Gana Trump porque consiguió identificar esas bajas pasiones, representarlas en su propia persona, alimentar su sed de revancha y generar la más poderosa maquinaria de creencias, bulos y sentimientos en forma de movilización electoral sin precedentes.

Gana porque nunca como hasta ahora la brecha de género había sido tan decisiva. Ya no son las generaciones ni la ideología ―y mucho menos las propuestas― lo que definen las elecciones. Las definen los géneros. La nueva lucha de géneros que dejan las luchas generacionales y de clase como un esquema insuficiente para entender la realidad de hoy. Gana la batalla cultural y pierde la batalla ideológica.

Gana porque convirtió ese yo vergonzante en un poderoso nosotros redentor y supremacista. La política importa poco, aunque todo tendrá una factura política impresionante en Estados Unidos y en todo el mundo. Hoy lo que importa es que la ira y la sed de venganza beben sobre el cáliz de la democracia. Esa es la gran victoria, y la que cambiará la mentalidad de nuestra cultura política, porque la mentalidad de época es mucho más importante que la opinión pública.

Gana porque, una vez más, representar es entender y comprender. Y Donald Trump lo consiguió mejor y más profundamente que Kamala Harris.

Esperamos que estos insumos sean de utilidad para el discernimiento y el debate.

(1) En Argentina, por ejemplo Carlos Pagni y su caracterización de mezcla de cesarismo político y nacionalismo económico (y sus posibles paralelismos con la política argentina)

El enfoque de Giuliano Da Empoli: la ira, su potenciación con las redes, los nuevos liderazgos…

La imagen de la entrada muestra una foto de Giuliano Da Empoli.  Es un sociólogo, ensayista y asesor político de origen italo-suizo. Dirige el think tank Volta en Milán e imparte clases en el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po). Publicó en 2020  el libro Ingenieros del Caos. Más recientemente El mago del Kremlin (Seix Barral, 2023), su primera novela, ha sido el fenómeno literario del año en Francia y se ha alzado con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y el Premio Honoré de Balzac, además de ser finalista del Premio Goncourt y del Interallié, formar parte de la selección de otros prestigiosos galardones como el Renaudot y estar en curso de traducirse en treinta países. Ha trabajado en el sector editorial, y también como columnista y colaborador en diversos medios.

En esta fecha está visitando la Argentina, y ha dado conferencias y entrevistas como esta donde sintetiza bien su enfoque. Vale la pena conocerlo.

La temática que el plantea se refiere principalmente acerca de la potenciación de la ira a través de las redes sociales, como se utilizan fake news para incidir en el electorado y su impacto en muchos de los nuevos liderazgos en países como Argentina, en EEUU (Trump) y otros. ¿Se puede hacer algo contra esto?. Muy difícil, pero tal vez se podría enfatizar:

  • incrementar los ámbitos de cercanía, en particular presenciales (pero también pueden ser virtuales) donde se converse sobre estas temáticas,
  • en ayudar a discernir lo que es una información falsa (fake news) o tendenciosa (que habría que denunciar o alertar), de una que se acerque más a una verdad más integral y compleja,
  • fortalecer el sistema educativo, en especial la formación docente para que las personas egresadas del mismo tengan mayor discernimiento,
  • plantear interrogantes que ayuden a pasar de la ira, a analizar sus complejas causas y ver -en el debate público- cuales son las propuestas concretas para solucionarlas,

entre otros elementos que nos puedan ayudar a mitigar o revertir -al menos- parcialmente este dañino fenómeno contemporáneo que nos conduce a un mundo peor.

 

¿Lo mínimo, lo civilizado, Ubuntu o civilización del amor? ¿Qué mundo queremos y podemos construir?

A través de la historia de la Humanidad hemos transitado distintos escenarios. Si planteamos los extremos coincidiremos que -en los extremos- hemos oscilado en matarnos los unos a los otros hasta tener relaciones de paz, armonía y empatía profunda o fraternidad.

Esto ha sido reflexionado por pensadores ilustres como Freud, filósofos, literatos, historiadores, políticos, distintas religiones….  sobre las distintas posibilidades que se nos presentan. En este texto plantearemos sólo tres: una de mínima con Karl Popper, uno sobre lo importante de desarrollar lo civilizado referido por Burucúa (1) y finalmente el más esperanzador -y difícil de lograr- como el Ubuntu o la civilización del amor.

En el caso de Popper en esta nota se señala que en su enfoque de una «sociedad abierta» las diferencias políticas se resuelven por el razonamiento y el debate, y no por la coerción. La profesora de Filosofía Política en la Universidad Pompeu Fabra y coeditora del libro Razones públicas, Jahel Queralt, recuerda que la posición de Popper es instrumental y, en apariencia, modesta: no se detiene en el análisis de grandes principios, sino que se pregunta cómo debemos organizar la sociedad y las instituciones políticas para que los gobernantes incompetentes no lo estropeen todo. El objetivo no es maximizar la felicidad de los ciudadanos, sino minimizar el daño y evitar las tiranías.

Las democracias no son invulnerables y su punto débil es precisamente su apertura, el hecho de que permiten el debate y la crítica. Popper menciona la paradoja de la tolerancia, comentada también en la actualidad tras el ascenso de los populismos y de la extrema derecha: los intolerantes pueden aprovechar la libertad para difundir sus mensajes antidemocráticos, lo que puede llevar a “la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”. A pesar de todo, Popper no cree que debamos impedir la expresión de ideas antidemocráticas “mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales”. Es decir, mientras los iliberales no recurran “al uso de sus puños y pistolas”, nosotros no debemos reclamar “en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”, una idea en la que han incidido pensadores posteriores como Martha C. Nussbaum y John Rawls.

Popper está en contra del pensamiento utópico, en especial de las ideas políticas de Platón, Hegel y Marx, en las que ve el germen de los totalitarismos del siglo XX. El problema de Popper con las utopías no es que le parezcan irrealizables (en su opinión, disfrutamos de muchas cosas que en su momento parecían inalcanzables), sino que los planes para llegar a un mundo ideal exigen reconstruir por completo la sociedad. Estos planes megalómanos traen consecuencias que no podemos prever y se imponen a la sociedad sin que se admita la crítica y el debate y sin que, como recuerda Rivero, se permita el aprendizaje de los errores. Todo queda supeditado a “la fe en una sociedad futura”, que “justifica las miserias del presente”.

Popper propone avanzar gracias a la “ingeniería gradual”. En lugar de crear una sociedad de cero, podemos introducir avances poco a poco, lo que nos permite comprobar el efecto de nuestras decisiones, corregir los errores y contar con la opinión de los ciudadanos. El austriaco recuerda que ya hacemos esto cada vez que, por ejemplo, se aprueba una leyo una reforma urbanística. Como apunta Queralt, “la libertad que nos garantiza un sistema democrático es la libertad de probar cosas, de ver si funcionan”. Y recuerda el caso del matrimonio homosexual en España, que se aprobó en 2005 con una oposición muy beligerante, en un ejemplo de ingeniería social gradual que permitó la conquista de nuevos derechos y libertades.

Siguiendo esta línea de pensamiento, La sociedad abierta y sus enemigos también defiende el entonces incipiente Estado del bienestar. Popper propone un programa político para “la protección de los económicamente débiles”, que incluye leyes para limitar la jornada de trabajo y ayudas en caso de incapacidad, desocupación y vejez, entre otras medidas encaminadas a hacer imposibles “aquellas formas de explotación basadas en la desvalida posición económica de un trabajador que debe aceptar cualquier cosa para no morirse de hambre”.

En el caso de Burucúa (ver los dos links mencionados) es muy interesante su libro «Civilización. Historia de un concepto». Escribió más de «setecientas páginas y cinco años le llevó rastrear, a través de un largo recorrido por la historia de la humanidad, qué nos convierte en sociedades civilizadas maduras, conectándolo directamente con la actual crisis civilizatoria, generada en parte por el desarrollo vertiginoso de las tecnologías, que amenaza con devolvernos a retrocesos del pasado más reciente. El rol de las juventudes en estos procesos y la importancia que cobra el desarrollo de la cooperación y la solidaridad, para enfrentar el máximo desafío del futuro: la crisis ecológica.»

El autor señala que, respecto a su enfoque sobre la civilización, se basó en una obra extraordinaria que es la de un sociólogo –hacía sociología histórica– alemán, Norbert Elías, quien ya estaba activo en la década del 30 y en 1939, publicó un libro, “El proceso de civilización”… Y para él, era fundamental que una sociedad pudiera solucionar el problema del poder de los guerreros, del poder militar, y que no quedara sometida a la voluntad de la fuerza. Entonces, el proceso comenzaba cuando alguna institución o autoridad externa al propio poder militar lograba controlar esa fuerza, y los propios militares la aceptaban. Entonces, lo que implica es la doma. Norbert Elías llamaba eso la “domesticación de los guerreros”. Y lo que implica es que se establece la paz interior en una sociedad compleja, entonces, es posible que el espíritu humano se dedique a otras cosas más interesantes y constructivas que las de pelear por la vida…»

Luego señala una segunda cuestión que es el cultivo de las flores, el surgimiento de la gastronomía compleja, así como una tercera que es el rol de las mujeres. Posteriormente señala que, con la pandemia aparece un cuarto factor civilizatorio: el regreso a lo colectivo. Y finalmente una quinta cuestión es la administración de la misericordia, el cuidado de los enfermos, paliar el dolor, el sufrimiento, el Estado de Bienestar que viene también ahora en retroceso o en crisis en todo el mundo.  En fin vale la pena leer completo su enfoque vinculado con la posibilidad de avanzar, a pesar de todas las dificultades, con el proceso civilizatorio.

Por último el enfoque más difícil pero más esperanzador. Es el referido a enfoques como el de Ubuntu originado en Sudáfrica. Sus acepciones en español, en general, son:

  • Humanidad hacia otras personas
  • Si todos ganan, tú ganas
  • Éramos porque nosotros somos
  • Una persona se hace humana a través de las otras personas
  • Una persona es persona en razón de las otras personas
  • Yo soy lo que soy en función de lo que todas las personas somos
  • La creencia es un enlace universal de compartir que conecta a toda la humanidad
  • Humildad
  • Empatía
  • Yo soy porque nosotros somos, y dado que somos, entonces yo soy
  • Nosotros somos, por tanto soy, y dado que soy, entonces somos
  • El bien común, es el bien propio.

También la Iglesia católica, a partir del papa Pablo VI planteó la posibilidad de construir, de abajo hacia arriba y no de manera coercitiva, una «civilización del amor«. Tal vez algunos descalifiquen esto con el argumento de que es propio de las «almas bellas» o del «whisfull thinking«, pero en notas como esta o en este blog hemos abordado que -si bien es difícil- no es imposible. Nos llevaría hacia un mundo, no perfecto, pero mucho mejor.

(1) También se puede ver este reportaje.

El peligro de utilizar «la metáfora de la muerte» en el discurso político

En Argentina se ha utilizado recientemente «la metáfora de la muerte» en el discurso político, nada menos que en boca del Presidente la República. Con tal motivo Eduardo Fidanza publicó esta nota en el diario Perfil, que -a continuación- nos permitimos transcribir, dada su relevancia.

«El discurso político que exalta la muerte es tan antiguo como el mundo. Pero los fascismos del siglo XX lo llevaron a su cénit, porque lo utilizaron junto a vastos recursos técnicos, organizacionales y militares como no se había visto en épocas anteriores. La idea de la supremacía de la verdad, identificada con el bien absoluto, y la destrucción del mal como única y purificadora alternativa, está en la base de esta ideología, que puso su maquinaria al servicio de la  aniquilación.

Marchas de  antorchas,  consignas  agresivas  y amenazadoras, quema de libros, violencia verbal y física escenificaron este proyecto macabro. El enemigo merece la muerte: esa es la esencia del discurso fascista.

En 1984, el periodista Pablo Giussani se atrevió, con fundamento, a comparar a los Montoneros con los fascistas italianos, vinculándolos por el culto a la muerte. “¡Duro, duro, duro, vivan los Montoneros que mataron a Aramburu!” era la expresión más cabal de esa fruición por la muerte. No alcanzaba con asesinarlo, había que festejarlo. Con otra intención, pero con parecido morbo, en el cierre de la campaña presidencial de 1983 el sindicalista.

Herminio Iglesias quemó un ataúd que representaba a Alfonsín, hundiendo las chances del peronismo de recuperar el poder. Junto con la democracia, la gente celebraba la vida, después del terrorismo de Estado precedido por años de violencia.

En  un escenario donde el kirchnerismo  había instalado la dialéctica de “ellos   y nosotros”, acosando con agresividad y persecuciones blandas a los opositores, el  actual presidente ha dado una vuelta de tuerca, por cierto, para peor. Mucho peor. Se ensañó con un exfuncionario el  día   de   su   muerte, llamándolo   “impresentable y repugnante  ministro”  y afirmando que fue   uno   de   los  más   siniestros  de  la  historia por su  actuación   durante   la pandemia, empleando argumentos al menos discutibles. Remató su rencor manifestando el deseo de clavar el último clavo del ataúd kirchnerista con la expresidenta adentro. Estamos hablando de otra escala, de cuando el desprecio se aproxima a la psicosis.

La necrofilia fascista significa la muerte de las palabras que evocan la fraternidad.

Cuando  «acuerdo”, “justicia   social”, “igualdad” son stigmatizadas y reemplazadas por “motosierra”, “rata”, “degenerado”, “ataúd”, vivas insultantes y muertes merecidas, se crean las condiciones propicias. Usamos las comillas para resaltar que el fascismo antes de matar personas –material o simbólicamente-, destruye las palabras que podrían impedirlo. Si el líder es un rey que se contornea belicoso, bailando una letra que dice “te destrozaré”, no hay mucho más para agregar. Nos destrozará. La intención es esa: destruir todo lo que se oponga a su verdad. Cabe preguntar qué tiene que ver esto con “el irrestricto respeto al proyecto del otro” del sr. Benegas Lynch, su mentor.

El progresismo que asumimos, por más maltrecho que esté, supo responder a este tipo de agresiones recordando un episodio histórico  que retrata cabalmente al fascismo. Lo haremos una vez más.

Ocurrió en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, con motivo de la celebración del día de la Raza. Habían transcurrido tres meses  desde la rebelión  de Franco y la ciudad  universitaria   estaba en manos del bando nacional. Presidió la ceremonia el rector, Miguel de Unamuno (1), y asistieron la  mujer de Franco, Carmen Polo, el general  Millán  Astray, jefe militar de  la ciudad; autoridades religiosas, profesores y público, en medio de un clima de exaltación nacionalista y anticomunista, rodeado de guardias armados con sus fusiles prontos a disparar.

Los profesores que hablaron hicieron una apología hiperbólica de la España católica, a la que consideraron malversada por el liberalismo de la República; el general Millán Astray, un inválido soldado de la más rancia derecha, excitó a los asistentes gritando la consigna tripartita: España una, grande y libre.

Se respiraba un clima de extraordinaria agresividad política, ajena al ámbito universitario. Unamuno estrujaba el papel de una carta pidiendo clemencia para un pastor protestante condenado a muerte. Mientras hablaban los demás, escribía en el reverso unas breves notas de lo que iba a ser su intervención, reservada para el final. No podía esperarse otra cosa que su adhesión, porque había apoyado el alzamiento.

Pero ocurrió lo inesperado. Dirigiéndose a los asistentes, Unamuno dijo con voz firme: “Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra es solo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no   deja lugar  para la compasión; el odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no de inquisición”. La audiencia quedó sorprendida y se puso aún más agresiva, esta vez contra el rector, que pasó en un instante a convertirse en un alto traidor.

El general Millán Astray empezó a golpear la mesa de las autoridades y a interrumpir  a Unamuno, pidiendo la palabra a gritos, mientras su guardia ponía a punto las ametralladoras por si fuera necesario usarlas. El militar, enfurecido, dijo entonces dos frases antológicas del fascismo moderno: “¡Viva la muerte!” y “¡Mueran los intelectuales!”

El rector respondió que no le iba a permitir ese agravio porque estaba en el templo de la inteligencia, que sus palabras profanaban. Y remató, desencajado, que para ser inválido le faltaba la grandeza espiritual de Cervantes.

En un gesto de protección, la esposa del dictador lo tomó del brazo y lo sacó a la calle, en medio de las amenazas e improperios de los asistentes. Unamuno fue echado de la Universidad y murió tres meses después. Este tipo de enfrentamiento entre visiones del mundo está más allá de la economía y de la política. Es, efectivamente, una profunda discrepancia cultural.

Una polémica a veces trágica, como la que relatamos, acerca del sentido de la existencia en común: de cómo pensar y de cómo vivir; de cuáles son los valores que organizarán la sociedad, y qué normas deben regir para discutirlos y consensuarlos. Algo crucial, que debe resolverse con inteligencia, no abjurando de ella.

En la Argentina, luego de años de incivilidad, empeoramiento de la educación y embrutecimiento social, se ha erigido un liderazgo insensible al sufrimiento y excitado con la muerte, que alimenta un discurso de odio enloquecedor.

Cabe plantear si estos son los supuestos de un país en el que se pueda vivir en paz y progresar o se trata de extravíos que anticipan una nueva y enorme frustración. Acaso puedan preguntárselo otros integrantes de la élite del poder –empresarios, políticos, periodistas-, que hoy lo aplauden, o negocian con él o le dan espacios para difundir barbaridades. Tal vez no sea ahora o nunca, sino ahora y bien. Y en nombre de la vida, no de la muerte.»

De persistir lo que afirma Fidanza, nos llevará a una Argentina mucho peor.

(1) En la imagen de la entrada se hace referencia a una de sus frases célebres vinculadas con el uso de la fuerza y la muerte en el contexto de la guerra civil española.

Acerca de «la amistad entre las especies»

En este blog nos hemos referido a la amistad entre los seres humanos.  En esta entrada nos permitimos transcribir esta nota, del diario El País de España, sobre la una de las primeras evidencias científicas sobre «la amistad entre las especies». A continuación va el texto.

Corales. Descubierta una de las primeras amistades entre especies diferentes.

 La simbiosis entre corales y algas, observada en arrecifes fósiles de 385 millones de años, permitió una explosión de vida que da de comer a 500 millones de personas.

 Por caminos muy lejos del mar, como los de algunos pueblos de León y Palencia, un paseante atento puede detectar una presencia asombrosa: arcaicos arrecifes de coral en pleno monte, entre vacas y antiguas minas. Son los vestigios de otra era, el Paleozoico, cuando los mares tropicales cubrían buena parte de lo que hoy es Europa. El equipo del geoquímico Alfredo Martínez García ha hecho ahora un descubrimiento inesperado. Los investigadores han analizado corales fósiles del interior de Alemania y el norte de África y han identificado el rastro químico más antiguo de la cooperación entre extraños de la que depende buena parte de la vida en la Tierra: la simbiosis entre el único animal visible desde el espacio, el coral, y unas algas de una sola célula.

El hallazgo, una amistad de 385 millones de años, se publica este miércoles en la revista Nature, uno de los escaparates de la mejor ciencia mundial.

En el drama de la evolución, la simbiosis es la fuerza sosegada que rediseña destinos y redefine posibilidades, en palabras del ensayista estadounidense Dorion Sagan. Un botánico alemán, Albert Bernhard Frank, acuñó el término simbiosis en 1877, para referirse a la vida en común de dos especies totalmente diferentes en un solo organismo: el liquen, una pareja inseparable formada por un hongo y un alga. El biólogo Leopoldo García Sancho proclama en un nuevo libro, El triunfo de una extraña amistad (Ediciones Pirámide), que estas pequeñas simbiosis “mueven el mundo”.

García Sancho, catedrático de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid, no exagera. El profesor recuerda que, en abril de 1836, un naturalista inglés de 22 años, llamado Charles Darwin, llegó a los atolones de Cocos, en el océano Índico, a bordo del buque HMS Beagle. El joven científico intuyó que los corales crecían hacia la luz y trataban de permanecer muy cerca de la superficie. García Sancho explica el porqué. Los corales son diminutos animales sedentarios con tentáculos, pero obtienen la mayor parte de los nutrientes gracias a unas algas unicelulares que viven dentro de su organismo. Es una endosimbiosis intracelular, “la forma más íntima de relación entre extraños”, según el catedrático.

Esas algas que viven en el interior del animal, denominadas zooxantelas, necesitan la luz del sol para hacer la fotosíntesis y transformar el dióxido de carbono (CO₂) en azúcares, por eso los corales solo viven en aguas cristalinas y luminosas. Esta simbiosis perfecta produce “el milagro”, como lo describe García Sancho. Los arrecifes cubren solo el 0,2% del fondo del océano, pero albergan una cuarta parte de todas las especies marinas, facilitando alimentos a 500 millones de personas, según Naciones Unidas.

El geoquímico Alfredo Martínez García, nacido en Castellón de la Plana hace 42 años, dirige desde 2015 su propio grupo en el Instituto Max Planck de Química, en Maguncia (Alemania). Él y su colega estadounidense Daniel Sigman desarrollaron hace más de una década una nueva técnica revolucionaria, capaz de analizar unos microgramos de materia y averiguar la concentración de las dos variantes estables del nitrógeno: el nitrógeno-14 (ligero) y el nitrógeno-15 (pesado). “Esto nos da información sobre las relaciones entre diferentes organismos: quién se come a quién”, señala Martínez García.

“Cuando comes, metabolizas más rápido el nitrógeno ligero y es el que excretas en la orina, así que en proporción quedas enriquecido en nitrógeno pesado respecto a tu comida. Es muy interesante, porque es una cantidad bastante fija entre diferentes organismos”, prosigue el investigador del Max Planck. Los científicos miden este enriquecimiento en partes por mil. Un herbívoro estaría enriquecido unas cuatro partes por mil respecto a la planta que se come. Y un carnívoro estaría enriquecido unas cuatro partes por mil respecto al herbívoro que se zampa y unas ocho partes por mil respecto a la planta, según detalla Martínez García. “Midiendo la concentración de los tejidos de animales puedes reconstruir redes tróficas complicadas”, celebra.

Su equipo ha analizado corales fósiles recién recogidos en Sauerland, una zona montañosa del interior de Alemania, y otros ejemplares históricos custodiados en el Museo de Historia Natural de Fráncfort, procedentes de la región volcánica alemana de Eifel, de Tafilálet (Marruecos) y del Sáhara Occidental. Son los restos de arrecifes del Devónico, un periodo del Paleozoico que comenzó hace unos 419 millones de años y terminó hace unos 359 millones de años, cuando en el planeta había dos supercontinentes: Gondwana y Laurrusia.

El grupo de Martínez García también ha examinado corales vivos actuales. En un mismo arrecife, la mayoría posee algas unicelulares en su interior, pero otros no tienen y consiguen alimento con sus tentáculos. El equipo ha observado que los corales que comen por su cuenta están enriquecidos en nitrógeno pesado alrededor de un cuatro por mil, en comparación con los corales que obtienen nutrientes de sus algas. “Si tienes simbiontes estás un nivel trófico por debajo, como una planta. Desde el punto de vista del nitrógeno, es como si hicieras la fotosíntesis tú”, apunta el geoquímico.

Esta característica ha permitido inferir que algunos corales fósiles ya vivían en simbiosis hace 385 millones de años, casi el doble de tiempo de lo que se sabía hasta ahora. Es la primera evidencia de simbiosis en corales, pero se conocen otras amistades más antiguas entre especies diferentes. El fósil de un liquen hallado en Weng’an, en el sur de China, tiene unos 600 millones de años.

La vieja amistad entre corales y algas explicaría por qué los arrecifes alcanzaron tamaños descomunales en el Paleozoico, pese a la escasez de nutrientes del entorno. En la actualidad, la Gran Barrera de Coral de Australia es “la mayor estructura viva de la Tierra y la única visible desde el espacio”, según la Agencia Espacial Europea. El biólogo Leopoldo García Sancho alerta de que estos gigantes se enfrentan a una amenaza: el blanqueamiento, un fenómeno provocado por el aumento abrupto de las temperaturas, que hace que los corales expulsen a sus coloridas algas, adquiriendo un tono pálido.

“Se calcula que, si la temperatura media del agua superficial aumenta 1,5 grados, buena parte de esta simbiosis desaparecerá sin posibilidades de recuperación. Es posible que algunos arrecifes sobrevivan en los lugares donde parecen menos sensibles al calentamiento, como el golfo Pérsico y el mar Rojo, pero serán solo los restos de un mundo magnífico que se desvanece y cuya desaparición arrastrará a buena parte de la diversidad de nuestros océanos”, advierte García Sancho en El triunfo de una extraña amistad.”

 

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Un mundo desbocado…

El título de esta nota hace referencia a un libro escrito por Anthony Giddens en 1990 y a la que hace referencia este interesante artículo de Eduardo Fidanza, en el diario Perfil, que nos permitimos transcribir en parte. Comienza apelando al  sociólogo Charles Wright Mills y a lo que llamó “imaginación sociológica”, «capaz de vincular las circunstancias biográficas con las transformaciones sociales y económicas, que suceden sin que la gente las perciba en su profundidad y consecuencias. Esa historia acelerada es ahora la historia mundial, que la incipiente globalización empezaba a mostrar hace setenta años.

Procurando emplear la imaginación de Mills, analizaremos ciertos cambios actuales de resultados impredecibles. Interpretamos que el factor que los impulsa es la acentuación impresionante de lo que el sociólogo Anthony Giddens llamó en 1990 “un mundo desbocado”, utilizando la metáfora del Juggernaut, la fuerza que nada puede detener. Según Giddens, ese mundo es muy diferente al vaticinado por la Ilustración. La pregunta del sociólogo es por qué la razón ilustrada no produjo una civilización controlable y predecible. Dependemos de frágiles equilibrios y de fronteras que se franquean sin prejuicios a una velocidad alucinanteExpondremos dos casos sintomáticos extraídos de la crónica periodística. El primero, que ya es un tópico, alude a la IA; el segundo, a métodos cada vez más poderosos de manipulación que están lesionando la concepción liberal de la política. Existe un hilo conductor entre los dos casos: la capacidad del capital financiero y de las grandes corporaciones tecnológicas para reproducir e incrementar sus ganancias con desprecio por la democracia, a la que no tienen inconveniente en dañar en sus fundamentos. Estos no son signos abstractos; aunque no los percibamos, afectan nuestras vidas, como enseñaba Wright Mills.

En un suceso que recuerda la saga de los físicos arrepentidos por la bomba atómica, uno de los recientes premios Nobel de esa disciplina, Geoffrey Hinton, volvió a advertir, desde su nuevo estatus, que la IA, que con sus investigaciones contribuyó decisivamente a desarrollar, podría salirse de control porque no existe experiencia de dispositivos más inteligentes que los seres humanos. Si bien reconoce que traerá progresos notables en la atención médica, conjetura que existe alta probabilidad de que en poco tiempo intente tomar el control de nuestras vidas. Lo angustia que ya no pueda distinguirse la verdad ante infinitas imágenes, voces y textos trastocados por la tecnología.

Pero hay más: a Hinton lo aflige también la combinación entre chatbots más inteligentes que los humanos y los malos actores. “Esto permitirá a los líderes autoritarios manipular a sus electores”, le dijo a la BBC enseguida de recibir el premio. Afirmó que, si bien Google, la empresa en la que trabajaba, fue inicialmente sensata, ahora se desató una guerra con Microsoft que podría ser imparable. Explica que las empresas permiten a los sistemas de IA no solo generar su propio código sino ejecutarlo por su cuenta, lo que es perturbador porque los procesadores, al cabo de infinitos análisis de datos, muestran comportamientos impredecibles. Pareciera temer que las computadoras asumieran el control, una pesadilla que anticipó Stanley Kubrick hace más de cincuenta años.»  Luego el artículo continúa haciendo otras referencias a casos de EEUU y a asociarlo (en un aspecto) a la situación de la Argentina.

En este blog hemos sostenido que «lo desbocado» (en sus acepciones de desmadrado, enloquecido… y similares), está íntimamente relacionado al delirio y a la pulsión nefasta de «ir por Todo«. Sin duda ello nos conduce a un mundo peor.

 

Para quienes cumplen una función materna: feliz día !

Para quienes cumplen una función materna un deseo de feliz día !!!