La Economía del Bien Común

Hay coincidencia en señalar que la temática del bien común se ha originado en Grecia, principalmente con Platón y Aristóteles, y de allí pasó a la Escolástica con Tomás de Aquino. El la menciona en varios puntos de la Suma Teológica, en particular en la cuestión 98 donde la relaciona con la esencia de la ley y plantea que esta «no es más que una prescripción de la razón, en orden al bien común, promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad». Esta concepción permea en el pensamiento económico de la época premoderna y luego es retomada por la Doctrina Social de la Iglesia. así como por distintos pensadores. Desde otras perspectivas como el socialismo y el comunismo también se ha abordado «lo común».

Una buena síntesis de cómo ha evolucionado esta temática se puede encontrar, entre otras fuentes, en la versión en inglés de la Wikipedia.

En economía el concepto ha estado asociado al bienestar socio-económico (en especial con la economía del bienestar), a la propiedad común ya sea comunal, social o pública estatal. También se lo ha planteado desde los bienes comunes o bienes públicos, así como desde los recursos comunes. En estos últimos ha tenido gran relevancia el pensamiento de Elinor Ostrom (politóloga norteamericana y ganadora del premio Nobel de Economía en el año 2009) que señala que son aquellos -ya sea naturales o hechos por los humanos- en los cuales el uso por una persona substrae del (o disminuye el) uso por otros y al mismo tiempo es difícil excluir usuarios. Esta autora tiene un gran desarrollo de esta temática. También ha sido retomada recientemente -desde una perspectiva paradigmática- por pensadores franceses como Laval y Dardot así como por el Papa Francisco en «el cuidado de la casa común».

Este enfoque -en especial en su versión platónica y escolástica- ha sido criticada por pensadores como Karl Popper («La sociedad abierta y sus enemigos», varias ediciones) en función de que requiere de una «autoridad» o gobierno fuerte y centralizado no interesados en los derechos o beneficios de los individuos como tales sino en la comunidad como entidad. Por supuesto que habría otros enfoques donde el bien común surgiera «de abajo hacia arriba», superando el individualismo y concertando democráticamente cuales son las medidas concretas que nos conducen al bien común, y por ende a un mundo mejor.

Deseamos finalizar esta entrada comentando dos enfoques económicos recientes. El primero de ellos es el de Jean Tirole, Premio Nobel de Economía 2014, y su libro «La Economía del Bien Común» (Ed. Taurus, 2017). En el prólogo dice (en cursiva destacado nuestro), entre otras cosas: «Este libro parte, pues, del principio siguiente: ya seamos políticos, empresarios, asalariados, parados, trabajadores independientes, altos funcionarios, agricultores, investigadores, sea cual sea el lugar que ocupemos en la sociedad, todos reaccionamos a los incentivos a los que nos enfrentamos. Estos incentivos —materiales o sociales—, unidos a nuestras preferencias, definen nuestro comportamiento. Un comportamiento que puede ir en contra del interés colectivo. Esa es la razón por la que la búsqueda del bien común pasa en gran medida por la creación de instituciones cuyo objetivo sea conciliar en la medida de lo posible el interés individual y el interés general. En este sentido, la economía de mercado no es en absoluto una finalidad. Es, como mucho, un instrumento, y un instrumento muy imperfecto, si se tiene en cuenta la discrepancia que puede haber entre el interés privado de los individuos, los grupos sociales o las naciones y el interés general».

Plantea un entendimiento y consenso en base a que «la economía no está ni al servicio de la propiedad privada y los intereses individuales, ni al de los que querrían utilizar al Estado para imponer sus valores o hacer que sus intereses prevalezcan. Rechaza tanto la supremacía del mercado como la supremacía del Estado. La economía está al servicio del bien común; su objetivo es lograr un mundo mejor. Para ello, su tarea es identificar las instituciones y las políticas que van a favorecer el interés general. En su búsqueda del bienestar para la comunidad, la economía engloba la dimensión individual y la colectiva del sujeto. Analiza las situaciones en las que el interés individual es compatible con esa búsqueda del bienestar colectivo y aquellas en las que, por el contrario, constituye un obstáculo». La clave de este enfoque será el análisis y acuerdo de cuales son las instituciones (*), políticas y procedimientos que permitan alcanzar este bien común. Podemos agregar que requerirá de buena voluntad, conciliar intereses, condiciones culturales y sociales que lo posibiliten, y rigor técnico para evaluar los resultados de estas instituciones y políticas. No es una tarea fácil pero no imposible.

El segundo enfoque de la economía del bien común. es promovido por el economista austríaco Christian Felber y planteado en un libro del mismo nombre editado en 2012. Allí se indica que la misma se debe regir por una serie de principios básicos que representan valores humanos: confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad y generosidad, entre otros. Para medir si una empresa está orientada hacia el bien común se ha elaborado una matriz que posibilite su evaluación, así como en una ong  española que fomenta esta economía se plantea la evaluación peer dentro de una metodología de balance. También hay sitios de Facebook en Argentina y otros países. Así como el enfoque anterior está basado en instituciones y políticas, este enfoque se fundamenta en valores (y podríamos agregar en «actitudes» vinculados con los mismos). Podríamos afirmar que son enfoques complementarios.

El bien común también es buscado por otras corrientes económicas como la economía social y solidaria, la economía de comunión, etc. o economistas como Stefano Zamagni, que iremos desarrollando en otras entradas.

Respecto a experiencias históricas vinculadas a “lo común” y al “bien común” es un tema que excede estas breves líneas. Sin embargo nos animamos a decir que dado que los humanos vivimos en un “contexto o campo” que excede lo “individual y atomístico” donde lo común siempre ha estado, está y estará presente bajo distintas modalidades y extensión (la Tierra inserta en un cosmos). Desde el comienzo de las primeras comunidades humanas hasta hoy en día ello ha sido vivido y expresado de distintas maneras.

Se puede afirmar que las ideas, la razón, los deseos y valores de fraternidad, amistad social y amor han jugado un rol muy importante, pero todo parece indicar que la necesidad y el mutuo interés (“me suma” y “es bueno” juntarme) frente a situaciones desfavorables o como requisito indispensable para poder crecer y desarrollarse han sido –en la mayoría de los casos- un «piso determinante» para animarnos a vivenciar lo común (incluido en el capitalismo bajo modalidades de asociativismo, “coopetencia”, economía colaborativa, trabajo en equipo…). Claro está que todo esto no ha estado exento de conflictos, fracasos de convivencia (lo que se ha denominado “tragedia de los comunes”) y de quedar reducido a la apariencia de «un como si…» (que nos «mejore nuestra imagen») o un mero utilitarismo coyuntural (y «ventanjero» promotor de desigualdades), así como de proyectos comunes inviables. Sin embargo esta “fuerza” de la necesidad expresada de “abajo hacia arriba” ha sido un gran motor de éxito. Podemos agregar que –en general- no lo ha sido cuando ha venido impuesta de “arriba hacia abajo”, ha predominado la lucha de poder entre individualidades y grupos (anulando a la empatía y el vinculo de amor) o las condiciones socioeconómicas y culturales han promovido la individualidad y la soledad.

Reflexionar sobre las condiciones de éxitos y fracasos seguramente nos ayudarán a construir en común un mundo mejor.

(*) Una síntesis se puede ver en este video. Está en linea con enfoques como los de Daron Acemoglu y James A. Robinson

Cambiar el mundo ¿es ilusorio?

Sabemos que el mundo, en tanto universo conocido, viene cambiando o evolucionando desde hace aproximadamente 13.700 millones de años, con sus galaxias, estrellas y planetas, entre los que se encuentra el nuestro. La especie humana también, donde se vienen haciendo descubrimientos de orígenes de millones de años, siendo la más evolucionada desde hace miles de años.

Los genes han seguido evolucionado (así como en la actualidad la biotecnología ya los puede editar y modificar, tomando «el control en sus manos») y la cultura ha tenido un rol protagónico. Sobre la misma sabemos que pasamos de ser recolectores y cazadores nómades, a sedentarios domesticadores de animales y plantas, donde se fue dando un proceso de distribución del trabajo, aparición del excedente, la propiedad, el estado, la familia así como una creciente individuación que se fue modificando (cambios tecnológicos y de relaciones sociales) y sofisticando hasta nuestros días. Por lo tanto el mundo viene cambiando y seguirá cambiando. Hay algunos aspectos que están fuera de nuestro alcance y otros –como los que venimos de mencionar– que dependen de nosotros.

Respecto de estos últimos, lo que queremos con esta nota es preguntarnos si los humanos podemos darle alguna direccionalidad a este cambio, o no. Aquí hay distintos enfoques, entre los que encontramos los siguientes:

  • no podemos darle ninguna direccionalidad: sólo adaptarnos. Sería tomar una parte del enfoque darwinista, y como metáfora una imagen de un animal: el arquetipo sería el camaleón,
  • los seres humanos somos naturalmente malos (Hobbes, Maquiavelo…) y a lo único que podemos aspirar es, a través de la ley y el Estado, a convivir sin matarnos y de la mejor manera posible. Una versión más tenue sería que lo que predomina en nuestros vínculos son los intereses de cada uno y el mercado sería el mejor mecanismo para armonizarlos (aquí también hay variaciones respecto del rol del Estado: desde un encuadre general hasta distintas formas de intervención). La política sería la mejor manera de cambiar (1), y la violencia (al interior de los países o entre países) (2) la peor,
  • los seres humanos somos naturalmente buenos (Rousseau) pero el proceso de división del trabajo, aparición del excedente y la lucha por su apropiación (la cuestión de las relaciones de poder) van a dar origen a la desigualdad. La economía clásica va a entender que la complementariedad de la división del trabajo a través de la economía de mercado y la competencia va a conducir al progreso y a la riqueza de las naciones. Por su parte la economía marxista planteará que esta es una modalidad de  producción de explotación del hombre por el hombre y qué solo se puede resolver por la socialización de los medios de producción, en general a través de un proceso autocrático. Las alternativas socialdemócratas buscarán acotar la desigualdad generando un piso de bienestar y un techo para la concentración del ingreso por vías democráticas,

entre otras. Los últimos dos enfoques plantean la posibilidad de darle un sentido al cambio y a la evolución que depende de nosotros. En algunos casos predominará la articulación entre sabiduría y practicidad (como metáfora se puede plantear la imagen de el erizo y el zorro) y en otros casos la tentación de «ir por todo», con la consiguiente violencia (la aplicación del camastro de Procusto) e inviabilidad a mediano y largo plazo. También estarán los que pueden caer en «un optimismo bobo» (o en meras expresiones de deseo), y por otro lado los escépticos. Estos podrán oscilar entre dudar de todo y no hacer nada, o aquellos que su escepticismo les dará un espíritu crítico para discernir lo que es posible de lo que no lo es (en particular a corto plazo).

Sin duda el cambio personal y cultural será fundamental para expresarlo en las dimensiones macro (políticas, económicas, tecnológicas y sociales). En la imagen de la entrada se muestra a Jane Goodall y su frase acerca de la importancia de la escala de las decisiones éticas para cambiar el mundo. Esto es coincidente con una cultura del compartir y enfoques sapienciales que valoran lo trascendente y el cambio hacia un mundo en paz (3). Ojalá que las distintas corrientes que quieren cambiar el mundo, con humildad y realismo, en un sentido de mejora continua puedan vencer al egoísmo, el individualismo, el pesimismo y la pasividad, y converger en sus prácticas hacia un sentido profundo del mismo.

(1) aquí entrarían todas las formas no violentas de buscar resolver los conflictos, promover y ampliar derechos ciudadanos y vinculados con el medio ambiente, las personas con un enfoque realista, o aquellas que combinan escepticismo con ciertas cuotas de esperanza de poder contribuir en algo a un mundo mejor. También aquí están las principales modalidades de abordaje frente a un capitalismo desigual.

(2) pensadores como Malthus le agregarán a las guerras, la pobreza y el hambre, las enfermedades y las pestes, así como las catástrofes naturales, como modalidades de cambio.

(3) es el caso de San Francisco de Asis con su «oración de la serenidad» donde invoca y ora a «Dios mío, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar, y la sabiduría para conocer la diferencia. Viviendo un día a la vez, disfrutando un momento a la vez; aceptando las adversidades como un camino hacia la paz…»

Capitalismo desigual y sus implicancias

En este blog intentamos reflexionar, fundamentalmente, sobre la cuestión sistémica que nos pueda conducir a un mundo mejor. En función de ello hemos abordado, en distintas partes, la temática del sistema capitalista vigente hoy en el mundo. Del mismo hemos dicho diferentes cosas. Su fortaleza principal es que ha creado riqueza como ningún otro sistema. Sus principales debilidades: crisis recurrentes (con sus secuelas), no sustentabilidad ambiental expresado en sus efectos sobre los daños a la naturaleza y el cambio climático (Acuerdo de París, intelectuales y referentes religiosos que se han referido al mismo) y no sustentabilidad social. Esta última se expresa, en particular, en la distribución del ingreso (véanse datos en la imagen de la entrada) tanto en la relación capital-trabajo como en el rol del retorno del capital respecto de la provisión de bienes y servicios a los consumidores (con especial gravedad en la salud), y su reflejo en la cuestión fiscal (impuestos y asignación de gastos).

Antes de seguir avanzando con este tema debemos decir que la desigualdad se ha manifestado desde antes del surgimiento del capitalismo, y que la misma deriva fundamentalmente de relaciones de poder, en especial asimétricas. Por lo tanto el capitalismo es una forma particular de como se expresan las relaciones de poder en este sistema y en esta dimensión socioeconómica.

Si bien hemos destacado la importancia de converger hacia un postcapitalismo, cuando hemos hecho la síntesis describimos las principales reacciones que han habido respecto del capitalismo (a las que habría que agregar las relacionadas con los populismos, en particular de izquierda). En estos últimos tiempos ha surgido un peculiar rescate de una variante de capitalismo, que es aquel que ha permitido el ascenso y la movilidad social y el progreso material de amplias capas de la población (incluyendo las de más abajo), en especial en casos de países que han recibido gran inmigración como la Argentina o Estados Unidos de América (*). Sobre este último país, el rescate del «sueño americano» ha tomado la variante comunicacional de «salvar al capitalismo«, por parte de Robert Reich, respecto del surgimiento de variantes anti-sistema. Además de un libro y conferencias, hay un film en Netflix sobre esta temática. Allí se pone de manifiesto, entre otros elementos, el poder de lobby («cabildeo») de los grandes grupos económicos sobre el Congreso (en especial desde los años 70 hasta el presente) para que las reglas o normas los favorezcan. Por lo tanto las instituciones, en cambio de estar a favor de la mayoría de los ciudadanos (y en especial de los más débiles), están a favor de los intereses de las grandes corporaciones. En esa línea es muy interesante este video.

Lo que venimos de mencionar también aparece en la nota realizada sobre «dirty money«, en particular vinculada a algunos laboratorios o industria farmacéutica, y al sistema financiero. Esto pone en cuestión la misma noción de democracia, desnaturalizando su esencia.

Para finalizar quisiéramos relacionar el papel de la política (que Robert Reich busca valorizar en su país), con una nota de Carlos Fara, sobre el futuro de la política, en un evento del T20 realizado en Buenos Aires el 1 y 2 de febrero de 2018, de un grupo de trabajo sobre “gobernanza global, cohesión social y el futuro de la política”. Allí, entre otros elementos, se destaca que si bien hay un apoyo general al sistema democrático «existen 2 luces amarillas:

  • Los sectores de menores recursos manifiestan menor apoyo a la democracia, y
  • A mayor nostalgia sobre el pasado de un país (hace 50 años estábamos mejor), menor apoyo a la democracia.

Esto significa que persisten dos fuentes de amenazas: los que tiene menos acceso a bienes materiales, y quienes sienten que el mundo vivió una época mejor.

En esa misma línea, Sergio Bitar del Diálogo Interamericano puso el foco sobre lo que está sucediendo de largo plazo en la región latinoamericana: somos la parte del planeta más desigual, más violenta y menos innovadora. Una confluencia explosiva. En función de eso, este ex ministro de Allende, Lagos y Bachellet, aboga por un sustancial incremento de las capacidades de los aparatos estatales de modo de poder satisfacer adecuadamente cuestiones claves como la protección social, la competitividad, la seguridad y la gobernabilidad. Pero Bitar fue muy taxativo respecto a que no necesitamos Estados más grandes (porque ya serían imposibles de financiar), sino más eficientes….»

Al final se pudo «subrayar que:

  1. la problemática de la cohesión social y la gobernanza es global y estructural;
  2. nos enfrentamos a sociedades más complejas que nunca antes;
  3. la construcción de una mayor capacidad de respuesta por parte de los Estados –sobre todo en la región- es central;
  4. los Estados no pueden resolver todo lo que las sociedades le plantean;
  5. no se trata de agrandar los Estados más de lo que ya están; y
  6. parte de la tarea tiene que ver con reequilibrar las expectativas que las sociedades tienen e implicarlas en la solución de los problemas en función de que asuman ciertas obligaciones.»

Si bien creemos que si no se remueve el individualismo y la codicia de la cultura reinante, se buscan alternativas de economías con otros valores y se promuevan otros tipos de intercambio y de fiscalidad (en línea con planteos como los de Thomas Piketty), no habrán soluciones de fondo a esta temática. De todos modos lo planteado por Reich, así como lo de Bitar y el T20 en Buenos Aires, es fundamental y lo más realista a corto plazo como base de encarar el fortalecimiento de instituciones eficaces que -al menos- acoten la desigualdad en el capitalismo. Si hay una amplia participación ciudadana en esta dirección y una dirigencia virtuosa, esto seguramente contribuirá a ir construyendo un mundo mejor.

(*) además del fenómeno de las migraciones entre países por motivos socioeconómicos, y todo el debate sobre la división internacional del trabajo y la globalización.

PD: sobre esta temática también puede verse este Informe.

Plan A, Plan B… para un mundo mejor

Una lectura institucional sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible a alcanzar por la humanidad a través de la Organización de las Naciones Unidas, nos plantea una mirada esperanzadora para un mundo mejor. Sin embargo las noticias cotidianas de los periódicos y distintos indicadores nos señalan una brecha significativa entre estos objetivos y la realidad que se expresan -entre otros- en un capitalismo desigual y un mundo preocupante. Podríamos denominar a este escenario como «plan a» o «el plan en curso».

Un plan b podría ser el de encarar un salto evolutivo y realizar un cambio cultural significativo como el que plantea el Club de Budapest y numerosos referentes a nivel mundial. Para ello deberían reconocerse los profundos problemas y dificultades que tiene la humanidad, y realizar un diálogo sincero como se plantea al final de la Encíclica Laudato Si, del Papa Francisco o apelaciones como las realizadas por el Dalai Lama y otros referentes espirituales. Esto implicaría trascender al capitalismo, las relaciones de poder hoy vigentes y transformar la civilización, con un enfoque prospectivo adecuado. Sin duda es difícil, pero no imposible. A este escenario lo denominaremos «plan b» y más deseable que el anterior.

Entre los planes que pudiera haber, podríamos elaborar un «plan c» que consistiría -expresado en lenguaje llano- en un «sálvese quien pueda» pero planificado, ordenado y ejecutado de la mejor manera posible. Notas de periódicos como esta hace referencia a que «el 66% de los millennials estadounidenses -jóvenes entre 21 y 32- no tiene nada ahorrado para su retiro porque simplemente no cree «que el capitalismo exista para entonces.» Esta conclusión de la revista Salon surge del análisis de opiniones y testimonios ante la viralización de un informe de la CNN que reveló ese preocupante porcentaje. «Mi plan de retiro es la muerte» y tuits similares se multiplicaron en la red, fogoneados por quienes ven el 2050 como el borde de un abismo. Crisis climáticas, concentración de la riqueza y privatización de los programas de bienestar son algunos de los miedos que expresan estos jóvenes (pertenecientes a la generación más golpeada por la pobreza según una encuesta reciente), quienes se imaginan compartiendo «comunidades autosostenibles» como «su única forma de supervivencia en la vejez.»

En línea con lo que piensan -entre otros- el 66% de los millenials estadounidenses, habría que ir implementando, desde ya y a ritmo sostenido, ecovillas o eco aldeas en medios rurales actuales y a «colonizar», energía solar y eólica en las viviendas actuales, experimentación de cultivos de hidroponía en medios urbanos,  reutilización del agua, enseñanza en las instituciones educativas de aplicación de manuales de supervivencia, de convivencia y de artes y oficios básicos para mantenimiento autónomo, desarrollo y aprendizaje de impresoras 3D de fabricación de alimentos y otros elementos de la vida cotidiana, reserva de semillas (al estilo de Noruega) y liofilización de alimentos, entre otras cuestiones fundamentales. Este plan no es lo deseable, como el «b», pero es una base para la vida de generaciones futuras que sienten que es difícil cambiar este mundo y luchar contra la estupidez humana.

La Desigualdad

Los seres humanos somos iguales por naturaleza y dignidad. También, cada uno, es singular y diferente: en género, en edad, en historia personal, en el contexto donde se desarrolló esa historia, en talentos o capacidades… entre otras características diferenciales.

En esta nota nos preguntaremos acerca de cuándo la diferencia se convierte en desigualdad y falta de equidad, y de allí la frase en la imagen de la entrada (1). Aquí van algunas de las posibles explicaciones con comentarios sobre medidas a adoptar:

  • según Jean-Jacques Rousseau, en su Discurso sobre el Origen y los Fundamentos de la Desigualdad de los Hombres, hace mención a la desigualdad de fuerzas y a la desigualdad surgida de la moral (hoy podríamos agregar de determinadas «pulsiones» y una razón práctica localizada a lo «útil de corto plazo»)Respecto de la moral, ve a la sociedad civil como una trampa perpetuada por los poderosos sobre los débiles, de modo que puedan conservar su poder y riqueza. Por lo tanto el origen de la desigualdad está en el poder. Relaciona esto con el lugar que cada uno ocupa en la división social del trabajo y tomar ventaja o aprovecharse (¿la codicia?, ¿la maximización de lo individual?, ¿la dificultad en compartir?) de ese lugar que cada uno ocupa en «la división del trabajo» (hoy podríamos decir dependiendo de las variedades de capitalismo y del tipo de globalización): «Mientras los hombres se limitaron a practicar diversas artes que no requerían la labor conjunta de varias manos, vivieron una vida libre, saludable, honesta y feliz. Todo esto cambió desde el momento en que un hombre empezó a necesitar la ayuda de otro y desde el momento en que a cada hombre empezó a parecerle ventajoso tener provisiones suficientes para dos”. De lo anterior se deduce que si la «raíz de la desigualdad está en las relaciones de poder» la «solución» de fondo va a pasar por canalizar nuestra energía de otro modo.
  • Quien no explica los orígenes de la desigualdad, pero sí muy bien la relación entre el progreso y la «inevitable» desigualdad (al menos hasta la actualidad), con la que va asociada, es Angus Deaton en su libro El gran escape: salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad (Fondo de Cultura Económica 2015). Cabe destacar que la «inevitable» desigualdad, debería ser «acotada» cómo se propone hacia el final de esta nota.
  • Si simplificáramos mucho el enfoque marxista, podríamos afirmar que -en la evolución de la conciencia humana- si sacamos la herramienta o «institución» de poder del explotador, que es la propiedad, socializamos las relaciones de producción (es decir el capital) y se retribuye el trabajo igualitariamente, se resuelve la desigualdad. Sabemos que la socialización se transformó -en la práctica- en estatización (con la consiguiente burocratización), y no se resolvió bien el balance entre estímulos materiales y morales (debatido al origen de la revolución cubana), emergiendo nuevamente variedades de capitalismo.
  • para el liberalismo económico la desigualdad es una cuestión natural y no sólo no es un problema, sino que genera un fenómeno de emulación hacia el arquetipo del «rico o exitoso en términos de acumulación económica» y por lo tanto es un motor poderoso de impulso y crecimiento del sistema capitalista (la evidencia empírica parece demostrarlo incluso en países como China recientemente),
  • la posición anterior tiene variantes como la de Branko Milanovic que dice que «la desigualdad es como el colesterol: hay una buena, que estimula la innovación, la competencia, etcétera, y una mala». El propone «revertir la concentración de capital, porque la participación del capital en el ingreso neto total está aumentando. Si el capital continúa estando concentrado, nuestra sociedad se vuelve automáticamente más desigual. En segundo lugar, debemos ofrecer a todas las personas las mismas oportunidades educativas de excelencia. Esto vale especialmente para Estados Unidos, pero también para otros países. Por lo tanto, el énfasis no debe estar en una mejor distribución del ingreso ya logrado, sino en garantizar a todos un punto de partida comparable. Me parece que este es el campo político futuro de la izquierda, junto con un impuesto a la herencia, aunque no sea muy popular. Tal impuesto no significa que se vayan a gravar todas las herencias, sino solo las grandes herencias de, digamos, más de un millón de euros. Esta podría ser una política sensata de izquierda: enfocarse más en el estadio anterior a la redistribución. Esta es una igualdad más sustancial que simplemente redistribuir el dinero que ya se ha ganado».
  • hay corrientes que plantean un sistema de bandas, entre un piso y un techo para la desigualdad. Volviendo a Rosseau, en “El contrato social” señala que “…el estado social será ventajoso para los hombres sólo cuando todos posean algo y ninguno tenga demasiado”, lo cual no implica igualdad absoluta entre los individuos, sino que establece como principio que “…ningún ciudadano sea lo suficientemente rico como para comprar a otro y ninguno tan pobre como para verse forzado a venderse». Esta ha sido en general la posición de la  socialdemocracia (podríamos incluir también al socialcristianismo) y experimentado, en particular, en los países nórdicos.
  • un autor reciente que ha fundamentado este tema en el sistema capitalista contemporáneo es Thomas Piketty (además de otros, como el citado Milanovic). Sintetizando su enfoque: «cuando la tasa de crecimiento de la rentabilidad del capital supera la tasa de crecimiento del producto y el ingreso, como sucedió en el siglo XIX, y parece muy probable que suceda de nuevo en el siglo XXI, el capitalismo genera desigualdades arbitrarias e insostenibles que socavan radicalmente los valores meritocráticos en los que se basan las sociedades democráticas«. Señala que «la política ideal es un impuesto progresivo sobre el capital, aplicado simultáneamente en todo el mundo, lo cual es indudablemente una utopía (pero una utopía útil)». En este sentido van las propuestas de gravar a las empresas tecnológicas que tienen sus activos «en la nube» y operan a escala global. Están quienes proponen gravar los flujos, como los financieros (tal es el caso de la tasa Tobin). También están las quince recomendaciones del Dr. Anthony Atkinson,
  • el 26/08/18 el diario La Nación publicó dos excelentes notas: una sobre las recetas exitosas que revirtieron el fenómeno de la concentración (que mencionamos en esta reflexión) y otra sobre felicidad y prosperidad.
  • la que nos hemos referido en esta entrada,

entre otras (véase, por ejemplo, el impacto de la desigualdad no sólo en los pobres sino también en los ricos).

Entonces para quienes vemos los problemas que conlleva la desigualdad, las propuestas sobre los procesos para disminuirlas o tender a resolverlas son muy variadas, además de la más arriba mencionada del diario La Nación:

  • generar un piso de oportunidades de condiciones de vida digna, y en particular con una educación de calidad, con políticas públicas adecuadas, e instrumentos como el ingreso universal, así como promoviendo nuevos tipos de trabajo y emprendimientos,
  • evitar la concentración del capital con restricciones como la defensa de la competencia y/o gravando más cuando esto se produzca,
  • gravar progresivamente el capital (stocks en general, e impuestos progresivos a la herencia y bienes personales) y flujos (ingresos personales y movimientos especulativos de capitales) que nos permitan financiar lo indicado en primer término, y posibilitando desgravar lo que vaya a inversiones que generen valor agregado (articulando generación de riqueza con distribución) hacia sectores con oportunidades de desarrollo sostenido en el tiempo y sustentable en lo medioambiental y social. Del mismo modo orientar el cambio tecnológico con políticas adecuadas («el cambio tecnológico tiene un paradigma redistributivo, ya que este resulta en fuentes de ingresos de capital. Como Atkinson mismo lo menciona, aludiendo a James Meade, esto es crucial porque “sí importa de quién son los robots”),
  • generar otro tipo de organizaciones (con otras culturas diferentes a la sola maximización del lucro) que agreguen valor tanto de empresas capitalistas que compartan el excedente así como las «no capitalistas» (de economía social, de comunión, y otras experiencias), articuladas con empresas públicas o mixtas eficientes,
  • acordar, en el marco del G20 y Naciones Unidas, otro tipo de globalización (más allá del nuevo esquema de re-equilbiro de poder que busca EEUU) no sólo para el comercio o la tecnología (en cuanto a su sentido, distribución y frutos), sino especialmente para que las medidas impositivas no sean eludidas o evadidas a paraísos fiscales o países con legislación permisiva. Si esto último ocurriera no se podría asignar la redistribución de lo recaudado a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en particular a erradicar la pobreza en el mundo, evitar las migraciones por esta causal y revertir el cambio climático. Hasta tanto se avance a escala global habrá que discernir cuales son las posibilidades y límites a escala nacional y de bloques regionales, para avanzar en esa dirección,
  • generar otro tipo de intercambios,

entre las principales. Sabemos que es un camino muy difícil (en particular a escala global), pero estos procesos serán posibles si tomamos conciencia -al menos- de cuales son las consecuencias de no hacerlo y tenemos la sensibilidad y voluntad para que se movilicen todas las fuerzas culturales, sociales y políticas que permitan implementar instituciones adecuadas -tanto a nivel nacional como internacional- dándole un rol efectivo y adecuado a los Estados en los procesos mencionados. Al mismo tiempo será fundamental dejar de lado una cultura individualista y de relaciones de poder y pasar a vínculos articulados con móviles más empáticos, altruistas y solidarios, sin los cuales las instituciones no se sostienen (o se transforman en una «cáscara vacía» o en «un como sí»). Seguramente ello contribuirá a que las diferencias y singularidades no se transformen en desigualdades y sufrimiento, y podamos converger a «un compartir» de un mundo mejor y sustentable.

(1) En esta misma dirección va una frase de Freud en su obra publicada en 1927, denominada «El Porvenir de una Ilusión». Allí, entre otros conceptos expresa: “No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus partícipes y les incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco lo merece”. En la edición de este libro por parte de Rueda está en la pagina 16, tomo XIV, y en la de Editorial Amorrortu en la página 12, tomo XXI (agradezco a César Merea la referencia).

 

El trabajo desplazado por la IA

En otra entrada hemos planteado la posibilidad de la complementariedad del trabajo humano con la inteligencia artificial (IA). En esta entrada plantearemos la posibilidad de que el trabajo humano sea desplazado definitivamente por la IA (ver la temática de robotlución) y, más en general, que el ser humano sea desplazado y «las máquinas tomen el control» (por ahora sólo en la ciencia ficción). Un sitio que se puede consultar sobre este tema es este.

Hay una línea argumental de que en la historia de la humanidad se ha ido avanzando en lo científico-tecnológico y que, si bien han habido resistencias como con la aparición del maquinismo (ver el caso del ludismo), al final la destrucción de trabajo humano en determinados sectores ha generado nuevos trabajos en otros sectores que posibilitaron la inserción laboral y el progreso. Hoy este enfoque está en crisis (no tanto para un plazo cercano y a nivel «agregado», sino para el mediano y largo plazo), dado que -por lo que estamos viendo- este cambio es mucho más profundo y radical (al estilo de un «nuevo Neolítico» y que excede una nueva revolución industrial «más»). Y viene a pasos acelerados.

Científicos como Stephen Hawking y otros están alertando sobre la posibilidad que la autonomización de los robots los convierta en asesinos (la cuestión de «la ética» en el software de los robots, ya planteada en las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov), empresarios exitosos en la aplicación comercial de la IA -como Elon Musk– hacen un fuerte señalamiento sobre la necesaria supervisión humana sobre este fenómeno, Facebook tuvo que desconectar a los robots Bob y Alice porque habían desarrollado autónomamente  y aplicado un lenguaje entre ellos que los humanos no podemos entender, la aplicación de drones autónomos para matar, Harari en su libro «Homo Deus» nos plantea un futuro inquietante con el «dataísmo», al igual que el último libro de Amy Webb (y también esta entrevista en CNN), esta entrevista con Santiago Bilinkis, y así podríamos seguir (la imagen de la entrada va en esa dirección). Algunas notas y autores comienzan a hablar de «robocalipsis«. Otra de las dimensiones es la señalada por Eric Sadin, en esta nota del diario La Nación donde plantea los peligros del «tecnoliberalismo».

Podemos hacer algo? Una primera respuesta, a corto y mediano plazo, puede ir en línea con iniciativas que se están haciendo en universidades de Estados Unidos que han comenzado a enseñar ética y regulación de la inteligencia artificial, a priorizar las actividades humanas relacionadas con la habilidades blandas (como la empatía), las actividades vinculadas al cuidado (más en general la economía del cuidado), a la cultura, al ocio….como señalan intelectuales como Eduardo Levy Yeyati, a generar un nuevo contrato social vinculado con lo digital como sostiene Gustavo Beliz y esta nota, entre otras.

Una segunda respuesta, y más a mediano plazo, podría ser: depende. De qué depende?: de que los seres humanos, además de la inteligencia limitada que tenemos, seamos «sabios». Qué sería ser «sabios»: canalizar nuestra energía positiva (agressiveness) en tratar de construir un mundo mejor, y no nuestra energía negativa (agressivity) en el dominio de unos sobre otros y en lucha de poderes y vanidades. La IA es resultado de la IH (inteligencia humana), es nuestra «hija» y si le transmitimos lo peor de nosotros mismos terminaremos devorados por ella. En esta línea reflexiona Gerd Leonhard y lo expresa en una nota de Lorena Oliva, del suplemento Ideas del diario La Nación del 1/7/18, donde dice que «harán falta sabiduría y previsión para manejar en forma adecuada el poder que le darán al hombre los próximos avances tecnológicos».

Un tema que viene emergiendo con fuerza es el de la inteligencia artificial generativa, y qué habrá que ir abordando en sus riesgos y aspectos negativos, así como en su potencialidad con un buen uso de la misma.

Si tomáramos conciencia de esta temática podríamos canalizar a la IA en complementarnos hacia un mundo mejor.

Postcapitalismo

El nacimiento del capitalismo (1), más allá de su vigoroso desarrollo, fue acompañado de reacciones y críticas tanto desde enfoques vinculados a la pre-modernidad como también desde la modernidad. Dentro de esta última se puede mencionar desde dimensiones de la cultura (como es el caso de obras de Charles Dickens, en especial Oliver Twist), pasando por lo social como es el caso del sindicalismo, lo socio económico con expresiones como el “owenismo” y el nacimiento del cooperativismo y otras formas de economía social, hasta lo político como es el caso de la izquierda con el anarquismo y el socialismo (desde el denominado utópico al científico con el marxismo-leninismo), por citar los principales (a las que habría que agregar otras como desde el catolicismo con expresiones como la Encíclica Rerum Novarum).
También cabe destacar las fuerzas de la cultura que promovieron su desarrollo. Según el enfoque de Max Weber, en su obra «La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo» tuvieron gran influencia, en un contexto donde la idea de progreso se articuló con el conocimiento de artesanos (en especial en Inglaterra y norte de Europa), el desarrollo del comercio que venía del mercantilismo y los cambios tecnológicos que se comenzaron a dar en forma significativa.
Haciendo un salto en el tiempo tenemos a Joseph Schumpeter que con su obra Capitalismo, socialismo y democracia (1942), planteó el problema de qué el capitalismo estaba amenazado por su éxito y no por sus limitaciones. Hoy la relación entre capitalismo y democracia tiene nuevos aportes.
Por su parte, Peter Drucker, considerado uno de los padres de la Administración, expresó su visión acerca de la sociedad que denominó postcapitalista (1993) luego de reseñar la particularidad de las distintas etapas de la humanidad. Al aludir a la creación de la «sociedad postcapitalista» mencionó en el proceso un giro hacia una «sociedad del saber«. Además de plantear las implicancias organizacionales y políticas, descartó hacer «una historia del futuro». En la obra de referencia desarrolló la perspectiva del saber “como el recurso» de la sociedad postcapitalista, la desaparición de la mano de obra como factor de producción y la redefinición y el papel del capital tradicional.
Sobre este enfoque consideramos que “el conocimiento como recurso” puede también considerarse una forma de capital, que los seres humanos adquirimos y desarrollamos como un haber vinculado en distinto grado y según modalidades diversas con el entorno familiar y social, la educación y el sistema científico-tecnológico.
También, desde esta perspectiva, Alvin Toffler en una obra escrita en 1990, señaló al conocimiento como un recurso de poder del futuro. Dicho recurso -de la más alta calidad-, puede ser ejercido de distintas maneras, algunas plenamente “compatibles” con el actual capitalismo y otras que se expresan como vehículo de una agresividad que adopta distintas formas como rivalidad, dominación o guerra.

Sobre esto último se mencionarán algunos ejemplos de una expresión de rivalidad en esta “sociedad del conocimiento”. En el primero de ellos nos basamos en la nota de Ernesto Martelli en el diario La Nación del 19/3/2017 donde dice, entre otras cosas: El diario británico The Guardian contabilizó esta semana 18 elementos copiados a Snapchat directamente por Facebook o a través de sus distintas empresas (el Status de WhatsApp o el Messenger Day entre las más recientes). De todos modos, la controversia excede la visión de negocios: mientras muchos señalan una crisis del departamento de investigación y desarrollo, otros precisan un empeño personal de Zuckerberg en imitar hasta destruir a su colega Spiegel, de 26 años. Aunque para eso sacrifique su perfil innovador. Recuerdan sus analistas la frase favorita de Zuckerberg para sus adversarios, tomada del Imperio Romano: Cartago debe ser destruida”. Se pueden dar otros ejemplos como la rivalidad entre Steve Jobs y Bill Gates, o los suicidios e intentos de suicidios entre 2009 y 2012 en plantas fabriles de Foxconn por la “presión laboral”.

Volviendo a la cuestión de “superar o trascender” al capitalismo encontramos enfoques vinculados al cambio climático (por ej. el libro de Naomi Klein, «Esto lo cambia todo. El Capitalismo contra el clima», Paidós Ibérica, 2015) y de este con su imbricación en las demás relaciones sociales y el impacto en la pobreza («Encíclica Laudato Si, Sobre el cuidado de la Casa Común», del Papa Francisco).

Sin embargo la mayor parte de la literatura reciente sobre esta temática va por el lado del impacto de los cambios científicos-tecnológicos, como lo menciona un artículo del 8/3/2016 de Justo Barranco en el periódico La Vanguardia. En esta nota menciona a cinco autores:

  • Paul Mason y su libro «Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro» (Ed. Paidós, Barcelona, 2016). Lo que sintetiza Barranco es que: «la crisis actual no sólo anuncia el fin del neoliberalismo sino que las nuevas tecnologías de la información no son compatibles ya con el capitalismo actual porque en condiciones de competitividad y mercado libre, el precio de algo que no cuesta nada de reproducir debería estar próximo a cero. Ya no es una utopía pensar en sustituir el capitalismo, dice, y ve formas básicas de una economía poscapitalista en el sistema actual, como el gran auge de la producción colaborativa»
  • Jeremy Rifkin y su libro «La Sociedad de Coste Marginal Cero: El Internet de las cosas, el Procomún Colaborativo y el eclipse del capitalismo» (Paidós, España, 2014). En la nota de La Vanguardia, sobre este texto se expresa entre otros conceptos que: «el capitalismo comenzará su ocaso en las próximas décadas y será en buena parte sustituido por otro paradigma: el procomún colaborativo. Una economía donde el capital social será mucho más importante que el financiero, compartir más importante que competir, los mercados perderán terreno ante las redes a las que se conectan miles de millones de personas y cosas y los consumidores se convertirán en fabricantes de su energía y bienes, en prosumidores….  El capitalismo será un complemento en las áreas en las que los costes marginales sigan siendo notables. La sociedad será menos materialista y la idea de que el valor de un ser humano se mida por su nivel de producción de bienes se verá primitiva».
  • Zygmunt Bauman, en su presentación en el documental «En el mismo barco«: En la síntesis periodística se expresa que «Hace 30 o 40 años en los países llamados desarrollados se prometía el empleo total. La palabra ‘desempleado’ subrayaba que eso estaba fuera de la norma. Hoy en los países anglosajones se utiliza la palabra redundant, redundante. Es un veredicto en el mercado laboral. Es gente inútil, un problema de ley y orden más que social”. No sólo se deslocalizan trabajos al Tercer Mundo. A eso se añade la computerización de todo. “Si no se ha extendido más es porque hay países pobres donde el trabajo es aún más barato. Cuando sea más caro, será completada. También la del trabajo intelectual. Así que estamos a punto de un mundo nuevo y la única posibilidad que nos queda en él es cortar la conexión entre empleo y medios de subsistencia. Que el ingreso de la sociedad se divida para que todos sean mantenidos con vida. La robotización del trabajo duro es una bendición. Pero hay que hacer algo con los actuales mecanismos de la sociedad para hacerla vivible”.
  • Erik Brynjolfsson y Andrew Mcafee, investigadores del MIT, y sus libros «La carrera contra la máquina»  (Antoni Bosch editor, 2013) y «La segunda era de las máquinas» (Hardcover, 2014) . En este último texto afirman que «está en la naturaleza de la economía digital, afirman, que los bienes y servicios se provean a la vez a un infinito número de compradores a un precio cercano a cero. Son optimistas porque creen que estamos al borde de una explosión de creación de riqueza por la revolución digital, pero saben que las ganancias van a ser para los consumidores y para los que crean y financian las máquinas. A los trabajadores se les deberán impartir las habilidades para trabajar no contra sino junto a las nuevas máquinas inteligentes».
  • Por último se cita a Tyler Cowen y su obra «Se acabó la clase media» (Antoni Bosch editor, 2014) donde señala el impacto del cambio tecnológico sobre esta clase y las brechas sociales cada vez mayores. También menciona que «los equipos hombre-máquina revolucionarán la economía, la medicina y la ciencia. Las empresas podrán evaluar el rendimiento económico de cada trabajador con precisión agobiante: habrá hipermeritocracia. Y un gran crecimiento del empleo en los servicios personales: criados, chóferes, jardineros. Y gente que ofrezca experiencias a los ricos, que serán entre el 10% y el 15% de la ciudadanía. Gran parte del resto tendrá salarios estancados o menguantes, aunque con más oportunidades de diversión y educación baratas».

Sin duda hay muchos otros enfoques como los planteados en los artículos de la publicación “Alternatives Economiques”, de Ludovic Desmedt et Odile Lakomski-Laguerre: “Du bitcoin au faircoin et au-delà”, otras similares o de Christian Arnsperger, “Revenu de base, économie soutenable et alternatives monétaires«. Este último autor ha escrito también el libro Étique de l´existence post-capitaliste. Pour un militantisme existentiel, CERF, Paris, 2009), donde –entre otras cosas- plantea sobre la importancia de orientarse en base a nuevos principios de vida, repensar profundamente la social-democracia e inaugurar una visión «comunalista» (tal vez podría traducirse como «comunitaria» ubicada localmente)  de la economía, crear nuevas «comunidades existenciales críticas», promoviendo una ética de la simplicidad voluntaria, de la redistribución radicalmente igualitaria y de la democratización profunda.

Entre los enfoques debemos incorporar el denominado «aceleracionismo» que según esta fuente «la teoría aceleracionista surgió en la década de 1990 y se ha dividido en variantes de izquierda y de derecha mutuamente contradictorias, existiendo aceleracionismos procapitalistas, poscapitalistas y anticapitalistas». En lo que se refiere a los postcapitalistas, la fuente mencionada expresa que «en el Manifiesto por una política aceleracionista, Alex Williams y Nick Srnicek consideran necesario revivir el argumento a favor de una sociedad poscapitalista: «No solo el capitalismo es un sistema injusto y pervertido, sino que también es un sistema que frena el progreso». En este sentido, ambos argumentan que «el aceleracionismo es la creencia básica de que estas capacidades pueden y deben ser liberadas al ir más allá de las limitaciones impuestas por la sociedad capitalista» Autores como Mark Fisher, aclaran que no se trata de acelerar cualquier proceso capitalista, sino que aquellos procesos y deseos producidos por el capitalismo, pero cuyos efectos no pueden ser contenidos por áquel y que podrían conducir a un mundo poscapitalista».

Vemos que hay coincidencias sobre el enorme impacto en el trabajo y en el vínculo entre humanos y tecnología, pero hay diferencias de opinión acerca de si el capitalismo cambiará de forma en un postcapitalismo que mantendrá su esencia (en la búsqueda del lucro y la propiedad) pero con una gran robotización (con algunos planteos negativos sobre los alcances de la inteligencia artificial), y otros en cambio plantean que predominará la economía colaborativa y una sociedad menos materialista, con lo que este postcapitalismo no tendrá la misma «substancia o esencia» que el capitalismo.

Nuestra perspectiva adhiere a esta última posición, a un cambio de cultura donde prevalezca la «cultura del cuidado» frente a lo que es una cultura de «relaciones de poder«. Esta cultura del cuidado está relacionada a buenas experiencias de vínculos familiares (aunque hay miradas pesimistas o que ponen en cuestión esto), del rol de lo femenino, del cuidado materno y también paterno, y de otras personas o expresiones culturales (experiencias religiosas, etc.) que nos «marcaron positivamente» en la vida. Ello debería ser trasladado de lo micro (esfera personal) a lo macro (esfera socio-económica-política) superando la dicotomía original planteada en los orígenes de la economía clásica (la no benevolencia de La Riqueza de la Naciones, de la simpatía, en la Teoría de los Sentimientos Morales, en Adam Smith). Sabemos que este traslado es difícil a medida que aumentamos las escalas humanas, donde aparece una mayor complejidad, la ley y los estímulos materiales y no materiales para orientar la acción humana. Pero es una «base» cultural existente y sólida donde deberíamos apoyarnos en esta nueva etapa de la humanidad, si queremos tener futuro. El riesgo de «no tener futuro» es claramente expresado por Steven Hawking, donde en una nota del diario El País dice -entre otras cosas- que: «creo que la supervivencia de la raza humana dependerá de su capacidad para encontrar nuevos hogares en otros lugares del universo, pues el riesgo de que un desastre destruya la Tierra es cada vez mayor».

Volviendo a una propuesta de vida esperanzadora en un mundo mejor podríamos concluir que la construcción de la cultura del cuidado conlleva la «cultura del compartir» y por lo tanto de compartir trabajo y el excedente que se genera. Todo ello través de nuevas formas de intercambio, de redistribución y donde la reciprocidad se vuelque en  experiencias de economía colaborativa, solidaria, de empresas sociales y demás experiencias similares (que incluyan el cambio tecnológico en esa dirección).

(1) Acerca de que se entiende por «capitalismo» es interesante el primer capítulo del libro «Historia del capitalismo», de Jürgen Kockca.

Una versión de esta nota también se ha reproducido en Facebook.