¿Impotentes, Escépticos o Constructores Esperanzados?

En una nota del diario La Vanguardia, Zygmunt Bauman, entre otras cuestiones expresa: «hoy hay una enorme cantidad de gente que quiere el cambio, que tiene ideas de cómo hacer el mundo mejor no sólo para ellos sino también para los demás, más hospitalario. Pero en la sociedad contemporánea, en la que somos más libres que nunca antes, a la vez somos también más impotentes que en ningún otro momento de la historia. Todos sentimos la desagradable experiencia de ser incapaces de cambiar nada. Somos un conjunto de individuos con buenas intenciones, pero que entre sus intenciones y diseños y la realidad hay mucha distancia. Todos sufrimos ahora más que en cualquier otro momento la falta absoluta de agentes, de instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente”.

A pesar de la frase de este pensador, su historia personal ha sido de un cambio «para mejor«. También hay cuestiones a nivel macro o mundial que han sido para mejor, como la disminución de la pobreza y la ampliación de derechos. Sin duda todo ello coexiste con un mundo preocupante, con el incremento de la desigualdad y los riesgos derivados de una carrera armamentista y un acelerado cambio tecnológico y climático.

Sin embargo, el mayor riesgo para un cambio profundo es que las personas que operamos como agentes no actuemos con la sabiduría como la que señala Lao Tse en la imagen de la entrada (o de las distintas religiones y corrientes sapienciales), y no seamos lo suficientemente hábiles para trasladarlo a «instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente».

Hay motivos para ser escépticos, y que la amenaza y el miedo como forma de convivencia predomine y nos lleve a un final apocalíptico, dado que no direccionamos nuestra energía para el mutuo cuidado y del medio ambiente, sino como dominio de unos sobre los otros. Está en cada uno decidir si el escepticismo se transformará en cinismo y parálisis, o si persistirá la búsqueda (con aciertos y errores) de una construcción esperanzada de un mundo mejor en nuestros vínculos más cercanos así como en la cultura, la economía, la sociedad y la política.

 

La Armada Brancaleone

En una nota de Claudio Mario Aliscioni comenta que: «en una Italia medieval, ante el avance de la peste negra y bajo la presión de sarracenos y bizantinos, uno de aquellos estrafalarios bandoleros del genial film de Mario Monicelli expresa su desesperado reclamo de atacar a mansalva y destruir todo. Su interlocutor, frotándose los ojos, lo mira asombrado y le pregunta: “¿Destruir todo? ¿Y después qué hacemos?”. Con tono de fastidio, la respuesta llega enseguida: “¡Y después veremos!”. Es tan potente ese capolavoro de 1966 que, desde entonces, la expresión “Armada Brancaleone” implica para el creativo imaginario italiano todo grupo de improvisados sin idea clara de los efectos que puede desatar aquello que se proponen».

Si bien la nota está referida a la situación de ese país en mayo de 2018, el periodista agrega que «lo que agrava aún más el cuadro es que todo ocurre mientras se esparce como aceite el espíritu ramplón del “arraso y después veremos” que signó el Brexit y se ve con Trump: aquello que importa es demoler». Esto lo podríamos extender a muchas situaciones personales, organizacionales (v.g. políticas) y de otros países que actúan a veces con radicalización, otras sólo con inmediatez, no se plantean seriamente a dónde quieren llegar teniendo en cuenta la realidad actual, una visión de mediano y largo plazo factible, con sus probables tendencias así como escenarios prospectivos. Sin estos componentes acentuaremos las características de un mundo preocupante y no iremos a uno mejor.

 

Confianza

Las dos primeras definiciones de confianza del Diccionario de la Real Academia Española se refieren a «esperanza firme que se tiene de alguien o algo» y «seguridad que alguien tiene en sí mismo». Forma parte de una de las cualidades centrales del ser humano de acuerdo a la frase de la imagen de la entrada.

De acuerdo a lo indicado por esta referencia, y según psicóloga Adriana Guraieb, la confianza «es uno de los cimientos sobre los cuales se edifican las relaciones humanas.  Creer en el otro otorga la posibilidad de confiar sin que ello signifique una garantía de veracidad. «Si los seres humanos fuéramos totalmente transparentes ni siquiera haría falta la confianza, pero como no siempre somos del todo sinceros, es necesario apelar a este sentimiento». Luego agrega que «es el termómetro de la implicación y la vinculación que tenemos con los demás y, si en algún momento hay una mentira y la confianza está consolidada, entonces la persona sabrá y podrá esperar, preguntar, entender y, si hiciera falta, perdonar. Es necesario atreverse a dar, darse y otorgarse una segunda oportunidad, antes que criticar herir o cortar una relación, desde luego todo con un límite de respeto y dignidad con el otro». Siguiendo con esta fuente será fundamental «la calidad de los vínculos amorosos de la primera infancia, es decir, que el tipo de relación que haya tenido con sus padres o aquellos adultos que los criaron, determinará su relación que tengan a futuro con sus pares».

De lo anterior se deduce que la confianza es clave para la vida social, y por lo tanto para la vida económica y política. Se destruye cuando uno no se respeta y valoriza a uno mismo y al otro, prevalece un amor enfermizo hacia uno mismo (narcisismo extremo), no se cumplen las normas (prevalece la anomia) y se enfocan las relaciones en función de que «el fin que justifica los medios» y «el sálvese quien pueda». ¿Qué pasa cuando sucede lo anterior? De mínima es muy difícil tener un proyecto en común de mediano y largo plazo (con todas las implicancias que ello tiene) y se busca «resolver» esto implementando un conjunto de controles públicos «ex-ante» burocráticos (con costo de tiempo y, por lo tanto, económico) (1) para evitar situaciones de fraude. De máxima, y en épocas de crisis, terminan prevaleciendo los regímenes autocráticos (2), se cercenan las libertades y prevalece el miedo.

En el caso argentino en una nota de Marita Carballo, en el diario La Nación del 16/11/2016, se afirma -entre otras cosas- lo siguiente: «Desafortunadamente, en la Argentina sólo dos de cada diez personas declaran que se puede confiar en la mayoría de la gente, en tanto que los ocho restantes consideran que hay que tener mucho cuidado cuando se trata con los demás. Casi todos los argentinos confían en sus familias, pero el porcentaje va descendiendo a medida que nos alejamos del círculo más íntimo, llegando apenas a tres de cada 10 quienes piensan que se puede creer en la gente con la que interactúan por primera vez porque es probable que intente perjudicarlos… 

En la Argentina, esta baja confianza interpersonal va de la mano con una escasa credibilidad en la mayoría de las instituciones, sobre todo las más ligadas al sistema político. Las dos instituciones en las cuales se confía mayoritariamente son la Iglesia (65%) y las ONG (63%). Las más críticas son los partidos políticos (15%), los funcionarios públicos y los sindicatos (17%), la Justicia (18%) y el Congreso (26%)».  Lamentablemente no hay evidencias de que hayan habido cambios sustanciales de esta situación -al mes de abril de 2018- no sólo a nivel de la población sino en declaraciones de Ministros y sus implicancias a nivel internacional.

Es de esperar que haya cambios culturales significativos, no sólo en Argentina sino también en los demás países que presentan situaciones similares, así  como entre países donde predominan relaciones de dominio generando un mundo preocupante y crecientemente desigual. Podemos tener la certeza que con desconfianza no construiremos un mundo mejor.

(1) en cambio de implementar normas de autocontrol de proceso y de resultado (posibles de ser auditadas), así como normas públicas de control ex post eficaces, ágiles y muy severas en sus condenas para quienes infringen las normas (como es el caso de países del norte de Europa).

(2) una versión satírica de esta situación se puede ver en la película cubana «La muerte de un burócrata«.

Plan A, Plan B… para un mundo mejor

Una lectura institucional sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible a alcanzar por la humanidad a través de la Organización de las Naciones Unidas, nos plantea una mirada esperanzadora para un mundo mejor. Sin embargo las noticias cotidianas de los periódicos y distintos indicadores nos señalan una brecha significativa entre estos objetivos y la realidad que se expresan -entre otros- en un capitalismo desigual y un mundo preocupante. Podríamos denominar a este escenario como «plan a» o «el plan en curso».

Un plan b podría ser el de encarar un salto evolutivo y realizar un cambio cultural significativo como el que plantea el Club de Budapest y numerosos referentes a nivel mundial. Para ello deberían reconocerse los profundos problemas y dificultades que tiene la humanidad, y realizar un diálogo sincero como se plantea al final de la Encíclica Laudato Si, del Papa Francisco o apelaciones como las realizadas por el Dalai Lama y otros referentes espirituales. Esto implicaría trascender al capitalismo, las relaciones de poder hoy vigentes y transformar la civilización, con un enfoque prospectivo adecuado. Sin duda es difícil, pero no imposible. A este escenario lo denominaremos «plan b» y más deseable que el anterior.

Entre los planes que pudiera haber, podríamos elaborar un «plan c» que consistiría -expresado en lenguaje llano- en un «sálvese quien pueda» pero planificado, ordenado y ejecutado de la mejor manera posible. Notas de periódicos como esta hace referencia a que «el 66% de los millennials estadounidenses -jóvenes entre 21 y 32- no tiene nada ahorrado para su retiro porque simplemente no cree «que el capitalismo exista para entonces.» Esta conclusión de la revista Salon surge del análisis de opiniones y testimonios ante la viralización de un informe de la CNN que reveló ese preocupante porcentaje. «Mi plan de retiro es la muerte» y tuits similares se multiplicaron en la red, fogoneados por quienes ven el 2050 como el borde de un abismo. Crisis climáticas, concentración de la riqueza y privatización de los programas de bienestar son algunos de los miedos que expresan estos jóvenes (pertenecientes a la generación más golpeada por la pobreza según una encuesta reciente), quienes se imaginan compartiendo «comunidades autosostenibles» como «su única forma de supervivencia en la vejez.»

En línea con lo que piensan -entre otros- el 66% de los millenials estadounidenses, habría que ir implementando, desde ya y a ritmo sostenido, ecovillas o eco aldeas en medios rurales actuales y a «colonizar», energía solar y eólica en las viviendas actuales, experimentación de cultivos de hidroponía en medios urbanos,  reutilización del agua, enseñanza en las instituciones educativas de aplicación de manuales de supervivencia, de convivencia y de artes y oficios básicos para mantenimiento autónomo, desarrollo y aprendizaje de impresoras 3D de fabricación de alimentos y otros elementos de la vida cotidiana, reserva de semillas (al estilo de Noruega) y liofilización de alimentos, entre otras cuestiones fundamentales. Este plan no es lo deseable, como el «b», pero es una base para la vida de generaciones futuras que sienten que es difícil cambiar este mundo y luchar contra la estupidez humana.

¿Las piezas encajan para ser felices?

En la imagen de la entrada se ha colocado la del juego Tetris, a la que se le ha adicionado una mano que reflejaría una intervención humana, más allá de lo aleatorio o el azar en la caída de las distintas piezas. Las piezas, en esta nota, podrían simbolizar singularidades, intereses, preferencias, distintas dimensiones o componentes…. Encajan en donde?: en nuestra interioridad así como en un sistema, contexto, sociedad o comunidad (según la perspectiva) donde puedan articularse armoniosamente el bien individual con el bien común que pueda llevarnos a la felicidad.

La Wikipedia menciona la opinión del Dr. Richard Haier, respecto a que «jugar al Tetris de forma prolongada puede llevar a una actividad cerebral más eficiente durante el juego. La primera vez que se juega al Tetris, aumentan la función y actividad cerebral, incrementándose también el consumo de energía y glucosa por parte de este. A medida que el jugador de Tetris se vuelve más hábil, el cerebro reduce su consumo de energía y glucosa, indicando una actividad cerebral más eficiente para el juego. Jugar al Tetris de forma moderada (media hora al día por un período de tres meses) incrementa las funciones cognoscitivas tales como «pensamiento crítico, razonamiento, procesamiento del lenguaje», elevándose también el espesor de la corteza cerebral». Seguramente coincidiremos que es una buena noticia. Ahora bien, además de lo que se viene de mencionar: ¿a nivel personal podemos combinar bien distintas piezas, elementos o dimensiones que nos permitan ser felices?

En esta nota sobre un libro de José Eduardo Abadi, que se titula «De la felicidad también se vive«, señala que este «reconocido médico psicoanalista, asume el desafío de repensar el concepto de felicidad despojándose por completo de fórmulas simplificadoras. Abadi propone el «ser feliz» como la combinación armónica entre lo que se siente, lo que se piensa y lo que se hace. Si nos planteamos metas alcanzables, renunciamos al goce del sufrimiento y relegamos las fantasías que nos llevan a callejones sin salida, la felicidad es posible. Y no se trata, por ello, de una felicidad mediocre, sino de un intento de coherencia interior entre nuestros anhelos y la realidad. Estamos pensando la felicidad humana, ligada a nuestra condición de sujetos mortales, incompletos y en conflicto. Si esto queda anulado, se juegan engañosamente objetivos inalcanzables. Por otro lado, no podemos pensar la felicidad como un concepto aislado. Es importante articular lo individual con la relación con el otro, con la sexualidad, la pareja, la imaginación, la amistad y la sorpresa».

Sin duda esto no es fácil ni a nivel personal (por ejemplo: nos puede faltar coherencia o idealizamos) o cuando lo trasladamos a lo social (como hemos reflexionado en esta nota), en un territorio, en lo nacional, en la construcción de la paz a nivel internacional y en un contexto de un mundo preocupante. Tendremos, con humildad y aprendiendo de nuestros errores, tratar de poner lo mejor de nosotros y apelar a la buena voluntad de los demás, para que esta construcción de la felicidad -que plantea Abadi- se pueda ir concretando no sólo a nivel individual sino también en la articulación con los demás.

 

Prevención de Catástrofes Humanitarias

Muchas crisis humanitarias cuando no se previenen, atienden o resuelven, desembocan en catástrofes humanitarias. Según la Wikipedia las causales pueden ser múltiples como «crisis políticas (guerra internacional o civil, persecución de una minoría), crisis ambientales, que a su vez pueden ser previsibles (malas cosechas por sequía, plagas o en todo caso mala planificación, que pueden producir hambrunas), poco previsibles (huracanes, monzones) o totalmente imprevisibles (terremotos, tsunamis). Cabe destacar que, las mayores causas de crisis humanitarias en el mundo son productos de crisis políticas donde no sólo destacan acciones que no generar el repunte de la economía sino cuyos gobiernos se encuentran plagados de burocracia y corrupción».

En la imagen de la entrada se ha intentado mostrar geográficamente algunas de ellas y su visualización cuantitativa de la población en sus lugares de origen y en los lugares de destino. Según ACNUR la cantidad desplazados en el mundo en 2016 alcanzó la cifra récord de 65,6 millones de personas (una vez y media la población de la Argentina). El desarraigo de ella y la sensación de invasión en los lugares de destino provoca -en estos últimos- múltiples reacciones desde las positivas (solidaridad) pero fundamentalmente negativas de xenofobia, racismo y crisis políticas con giros hacia políticas de derecha o extrema derecha.

¿Es posible prevenir este tipo de crisis y catástrofes? Hasta el momento parece que no, y puede parecer como utópico un enfoque de este tipo. Sin embargo dado el horror que significa que tantos millones de personas padezcan esto, y que ello no es una fatalidad, podemos plantearnos -al menos conceptualmente- que si quisiéramos prevenir las causas de estas crisis deberíamos tener en cuenta algunos de los siguientes aspectos:

  • las crisis políticas están relacionadas fundamentalmente a la cuestión del poder que muchas veces deriva en autocracia y en definitiva a que no sabemos canalizar nuestra energía y vínculos con sabiduría,
  • lo anterior también conlleva una mala gestión de la economía y a desencadenar hambrunas como en la Rusia de Stalin, en la China de Mao o en la Venezuela de Maduro, por citar algunas de ellas, derivadas -entre otros elementos y además de lo que se viene de mencionar- de un mal abordaje del tema del mercado,
  • también las crisis políticas derivan en guerras civiles o en guerras entre países, planteando el desafío impostergable para la humanidad de la construcción de la paz ante un mundo preocupante,
  • las causales de las crisis ambientales (y sus múltiples derivaciones, una de las cuales son las hambrunas), y la importancia de la lucha contra el cambio climático en su cuanto a su generación, así como las catástrofes naturales, que deben ser tenidas en cuenta,

entre las principales.

No es fácil -como expresáramos anteriormente- modificar este tipo de situaciones, pero es un desafío para la humanidad actuar con urgencia y persistencia dada la gravedad de estas situaciones y sus múltiples implicancias, transformando la civilización si queremos perdurar y desarrollarnos en este planeta. Cambios de culturas, consensos amplios y transversales e instituciones adecuadas y eficaces son un buen comienzo para converger hacia un mundo mejor.