La Economía del Bien Común

Hay coincidencia en señalar que la temática del bien común se ha originado en Grecia, principalmente con Platón y Aristóteles, y de allí pasó a la Escolástica con Tomás de Aquino. El la menciona en varios puntos de la Suma Teológica, en particular en la cuestión 98 donde la relaciona con la esencia de la ley y plantea que esta «no es más que una prescripción de la razón, en orden al bien común, promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad». Esta concepción permea en el pensamiento económico de la época premoderna y luego es retomada por la Doctrina Social de la Iglesia. así como por distintos pensadores. Desde otras perspectivas como el socialismo y el comunismo también se ha abordado «lo común».

Una buena síntesis de cómo ha evolucionado esta temática se puede encontrar, entre otras fuentes, en la versión en inglés de la Wikipedia.

En economía el concepto ha estado asociado al bienestar socio-económico (en especial con la economía del bienestar), a la propiedad común ya sea comunal, social o pública estatal. También se lo ha planteado desde los bienes comunes o bienes públicos, así como desde los recursos comunes. En estos últimos ha tenido gran relevancia el pensamiento de Elinor Ostrom (politóloga norteamericana y ganadora del premio Nobel de Economía en el año 2009) que señala que son aquellos -ya sea naturales o hechos por los humanos- en los cuales el uso por una persona substrae del (o disminuye el) uso por otros y al mismo tiempo es difícil excluir usuarios. Esta autora tiene un gran desarrollo de esta temática. También ha sido retomada recientemente -desde una perspectiva paradigmática- por pensadores franceses como Laval y Dardot así como por el Papa Francisco en «el cuidado de la casa común».

Este enfoque -en especial en su versión platónica y escolástica- ha sido criticada por pensadores como Karl Popper («La sociedad abierta y sus enemigos», varias ediciones) en función de que requiere de una «autoridad» o gobierno fuerte y centralizado no interesados en los derechos o beneficios de los individuos como tales sino en la comunidad como entidad. Por supuesto que habría otros enfoques donde el bien común surgiera «de abajo hacia arriba», superando el individualismo y concertando democráticamente cuales son las medidas concretas que nos conducen al bien común, y por ende a un mundo mejor.

Deseamos finalizar esta entrada comentando dos enfoques económicos recientes. El primero de ellos es el de Jean Tirole, Premio Nobel de Economía 2014, y su libro «La Economía del Bien Común» (Ed. Taurus, 2017). En el prólogo dice (en cursiva destacado nuestro), entre otras cosas: «Este libro parte, pues, del principio siguiente: ya seamos políticos, empresarios, asalariados, parados, trabajadores independientes, altos funcionarios, agricultores, investigadores, sea cual sea el lugar que ocupemos en la sociedad, todos reaccionamos a los incentivos a los que nos enfrentamos. Estos incentivos —materiales o sociales—, unidos a nuestras preferencias, definen nuestro comportamiento. Un comportamiento que puede ir en contra del interés colectivo. Esa es la razón por la que la búsqueda del bien común pasa en gran medida por la creación de instituciones cuyo objetivo sea conciliar en la medida de lo posible el interés individual y el interés general. En este sentido, la economía de mercado no es en absoluto una finalidad. Es, como mucho, un instrumento, y un instrumento muy imperfecto, si se tiene en cuenta la discrepancia que puede haber entre el interés privado de los individuos, los grupos sociales o las naciones y el interés general».

Plantea un entendimiento y consenso en base a que «la economía no está ni al servicio de la propiedad privada y los intereses individuales, ni al de los que querrían utilizar al Estado para imponer sus valores o hacer que sus intereses prevalezcan. Rechaza tanto la supremacía del mercado como la supremacía del Estado. La economía está al servicio del bien común; su objetivo es lograr un mundo mejor. Para ello, su tarea es identificar las instituciones y las políticas que van a favorecer el interés general. En su búsqueda del bienestar para la comunidad, la economía engloba la dimensión individual y la colectiva del sujeto. Analiza las situaciones en las que el interés individual es compatible con esa búsqueda del bienestar colectivo y aquellas en las que, por el contrario, constituye un obstáculo». La clave de este enfoque será el análisis y acuerdo de cuales son las instituciones (*), políticas y procedimientos que permitan alcanzar este bien común. Podemos agregar que requerirá de buena voluntad, conciliar intereses, condiciones culturales y sociales que lo posibiliten, y rigor técnico para evaluar los resultados de estas instituciones y políticas. No es una tarea fácil pero no imposible.

El segundo enfoque de la economía del bien común. es promovido por el economista austríaco Christian Felber y planteado en un libro del mismo nombre editado en 2012. Allí se indica que la misma se debe regir por una serie de principios básicos que representan valores humanos: confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad y generosidad, entre otros. Para medir si una empresa está orientada hacia el bien común se ha elaborado una matriz que posibilite su evaluación, así como en una ong  española que fomenta esta economía se plantea la evaluación peer dentro de una metodología de balance. También hay sitios de Facebook en Argentina y otros países. Así como el enfoque anterior está basado en instituciones y políticas, este enfoque se fundamenta en valores (y podríamos agregar en «actitudes» vinculados con los mismos). Podríamos afirmar que son enfoques complementarios.

El bien común también es buscado por otras corrientes económicas como la economía social y solidaria, la economía de comunión, etc. o economistas como Stefano Zamagni, que iremos desarrollando en otras entradas.

Respecto a experiencias históricas vinculadas a “lo común” y al “bien común” es un tema que excede estas breves líneas. Sin embargo nos animamos a decir que dado que los humanos vivimos en un “contexto o campo” que excede lo “individual y atomístico” donde lo común siempre ha estado, está y estará presente bajo distintas modalidades y extensión (la Tierra inserta en un cosmos). Desde el comienzo de las primeras comunidades humanas hasta hoy en día ello ha sido vivido y expresado de distintas maneras.

Se puede afirmar que las ideas, la razón, los deseos y valores de fraternidad, amistad social y amor han jugado un rol muy importante, pero todo parece indicar que la necesidad y el mutuo interés (“me suma” y “es bueno” juntarme) frente a situaciones desfavorables o como requisito indispensable para poder crecer y desarrollarse han sido –en la mayoría de los casos- un «piso determinante» para animarnos a vivenciar lo común (incluido en el capitalismo bajo modalidades de asociativismo, “coopetencia”, economía colaborativa, trabajo en equipo…). Claro está que todo esto no ha estado exento de conflictos, fracasos de convivencia (lo que se ha denominado “tragedia de los comunes”) y de quedar reducido a la apariencia de «un como si…» (que nos «mejore nuestra imagen») o un mero utilitarismo coyuntural (y «ventanjero» promotor de desigualdades), así como de proyectos comunes inviables. Sin embargo esta “fuerza” de la necesidad expresada de “abajo hacia arriba” ha sido un gran motor de éxito. Podemos agregar que –en general- no lo ha sido cuando ha venido impuesta de “arriba hacia abajo”, ha predominado la lucha de poder entre individualidades y grupos (anulando a la empatía y el vinculo de amor) o las condiciones socioeconómicas y culturales han promovido la individualidad y la soledad.

Reflexionar sobre las condiciones de éxitos y fracasos seguramente nos ayudarán a construir en común un mundo mejor.

(*) Una síntesis se puede ver en este video. Está en linea con enfoques como los de Daron Acemoglu y James A. Robinson

Sobre el cambio climático

En una nota de Luisa Corradini, en La Nación, expresa en julio de 2018 que «el hemisferio norte se muere de calor. Pero será mucho peor en el futuro para todo el planeta: 2015, 2016 y 2017 fueron los años más tórridos registrados en la Tierra, aunque se cree que esos récords podrían ser batidos en 2018, según un informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Pero ¿hasta dónde podría llegar ese fenómeno, aparentemente imparable? La respuesta no es agradable. Aún cuando lo hagamos mejor que los objetivos fijados por los Acuerdos de París [poner un tope de 2° más que en la era preindustrial, es decir, un grado más que ahora], cerca de la mitad de la población mundial estará expuesta a mortíferas olas de calor antes de 2100», alertaron los científicos en un estudio publicado esta semana en Nature Climate Change«.

Al final del artículo mencionado expresa «entonces, ¿qué nos espera? Para la mayoría de los expertos, no solo los programas de prevención, como la limitación del calentamiento decidida por el Acuerdo de París, son casi imposibles de respetar, «también han sufrido un atraso considerable los programas llamados ‘de adaptación’ a los cambios extremos que deberemos enfrentar», señala Robert Vautard, del Laboratorio de Ciencias del Clima y el Medio Ambiente, cerca de París. A juicio de Vautard, «el mundo no toma las medidas necesarias». Y advierte: «Solo nos quedan unos pocos años. Tal vez una década, para hacer los cambios mayores necesarios». A esto se suma una «última llamada de la ONU para evitar un cambio climático catastrófico». En esta línea va la advertencia sobre el calentamiento de los océanos, A ello se suman los llamados de Al Gore (y su film Una Verdad Incómodaasí como los informes del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Lo que se viene de expresar refleja la premura en tomar medidas (1).

En esta breve nota quisiéramos destacar dos ejemplos de políticas públicas que van en dirección correcta: la Unión Europea (con el Pacto Verde y la Ley de Restauración de la Naturaleza), Estados Unidos, China, la India… y el estado de California en Estados Unidos de América (2). También hay que reconocer que países como China y Alemania han incrementado su producción de carbón a fin de no resentir su crecimiento, lo cual va en dirección contraria a contribuir a revertir el cambio climático.

En lo que se refiere a California en este sitio detalla las doce políticas vinculadas a «California verde». Además tiene un portal donde muestran las iniciativas sobre el cambio climático. Su visión es como reducir las emisiones de gas en los hogares un 40% por debajo de 1990 hacia 2030, incrementar la producción de energía eléctrica renovable un 50%, reducir el petróleo usado por los autos un 50%, duplicar el ahorro eficiente de energía en los edificios, reducir las emisiones de efecto invernadero de la agricultura y la naturaleza, implementar una estrategia de reducción de contaminantes climáticos de corta vida (como dióxido de carbono), y la implementación de una política de protección y adaptación al cambio climático de California (para mayor detalle ver este plan). También ha avanzado mucho en el reciclado y purificación de agua, desalinización de agua salobre en el territorio y de agua de mar.

Las políticas públicas a esta temática conllevan consensos y prácticas culturales de cuidado y reciclaje (al respecto ver ejemplos como los planteados en esta nota o en portales como este), seguir recomendaciones de Naciones Unidas (ver en este sitio siete contribuciones sobre medio ambiente de un total de sesenta para un mundo mejor), promover una economía ecológica, estímulos al sector privado para producción limpia y uso de energía renovable, rol de empresas estatales en países como China, inversiones públicas en ciencia básica e investigación y desarrollo en esa dirección, así como prohibiciones (en general con un plazo de tiempo para readecuarse a la nueva situación) y gravámenes a quienes contaminan, entre las principales.

A estos dos ejemplos hay que agregarle medidas como las que propone el nuevo premio Nobel de Economía, William Nordhaus, donde en esta nota se explica que lo que hay que hacer es «establecer un precio mundial a las emisiones de carbono. Si se debe pagar por contaminar, con tal de eludir dicho pago, los que lo hacen buscarán reducir sus emisiones. Considera que el mecanismo de precios no ha funcionado porque el precio que se ha fijado para la tonelada de carbono es muy bajo, uno de sus artículos estima que el precio de la tonelada de CO2 debe ubicarse en alrededor de los 32 dólares, y esa cifra está lejos de alcanzarse en la mayoría de los países. Por ejemplo, en Argentina, la reciente reforma tributaria, que incorpora un impuesto al carbono para los combustibles líquidos, lo ubica cerca de los 10 dólares». En esta línea va la reflexión de Jean Tirole (Premio Nobel de Economía) que se puede visualizar en este link (no fácil de implementar si no se abarata el acceso alternativo de fuentes de energías renovables a menor precio). Para un tratamiento profundo y global de esta temática se puede ver el libro de Horacio Fazio “Cambio climático, economía y desigualdad. Los límites del crecimiento en el siglo XXI” (Eudeba, Buenos Aires, 2018).

A lo anterior habría que agregarle la importancia de la inversión en ciencia y tecnología por parte de agencias del estado así como de promover la inversión privada que abarate sustancialmente las energías limpias de modo que puedan hacer frente a energías altamente contaminantes como el carbón que siguen en ascenso en muchos países según esta nota. Del mismo modo en iniciativas parlamentarias como la que está en curso en España. Respecto de los costos económicos de detener y comenzar a revertir el cambio climático se pueden visualizar en esta nota.

Aquí sólo hemos dado dos ejemplos de políticas, una medida como la propuesta por Nordhaus y una reflexión como la de Tirole, así como el texto  de Fazio, que entendemos nos pueden llevar a un mundo mejor vinculado con el medio ambiente y el cambio climático (2).

(1) Véase este aporte de 11000 científicos recomendando seis áreas de intervención.

(2) En esta nota se cita el caso de Orlando y otras 300 ciudades norteamericanas que van en esa misma dirección. En el Estado de Nevada se ha librado un conflicto entre la energía convencional y la energía solar (ver esta nota) que a partir de 2017 se resolvió favorablemente para esta última. Respecto de «las pequeñas cosas» que podemos hacer a nivel micro para mitigar el cambio climático ver este link. En cuanto a sitios de internet es muy interesante este del World Resources Institute donde no sólo se sigue cómo evoluciona esta temática sino también las principales iniciativas, políticas y acciones que se adoptan en el mundo (agradezco a Ernesto Vaihinger la referencia).

(3) También se ha planteado, como «plan b» en caso de no poder revertir sus causas, accionar a través de la geoingeniería que se puede visualizar en este video, pero que tiene muchos riesgos en la manipulación del clima (en particular rociar la atmósfera o la estratosfera, por ejemplo, desde agua hasta metales o azufre).

PD: Agradezco a José Beckinschtein las referencias sobre China y a Germaine Puig Hunter las de California.

Y ciencia y profesionalización

La imagen de la entrada es el cuadro denominado «Alegoría del Buen Gobierno», obra del pintor Ambroggio Lorenzetti, que según esta nota, «nos recuerda el aspecto cualitativo central en la tarea de gobernar, caro a la política y disciplinas vinculadas. Arte en tiempos del “Gobierno de Nueve”, orden previo a la Gran Peste de 1348, denotaba el valor que tal “buen gobernar” mantenía en la época….Diría Paolo Colombo, “la figura central del gobernante está circundada por las virtudes cívicas e induce a las muchas almas a la unidad y estas acciones se convierten en Bien Común”. Surgía, en clave del medievo, la idea ya clara en Platón y Aristóteles: gobierno desviado, arbitrario y hasta cruel, de un lado, y gobierno recto, justo, tolerante y virtuoso, bajo la sabiduría y el bien común y orientado al ciudadano, del otro.

Curiosa parábola ésa, al unir visiones gubernamentales Antiguas y Medievales. Remarquemos que no sería la única, entre muchas. Casi cinco siglos después, otros reflexionarían sobre los atributos del gobierno y gobernantes. Y allí, a inicios del siglo XIX, Saint Simon nos asombrará postulando lo que denominó Gobierno “científico”. El célebre pensador invitaba a superar la práctica o ejercicio del gobierno como dominio o poder sobre los hombres por la idea de administración de las cosas. Idea rica y equivalente a sustituir la política como campo de imposición de autoridad sobre los conflictos, por la de atención a los problemas concretos del desarrollo societal o gestión efectiva de la res publica.

El mencionado gobierno científico, que vuelve a traer la cuestión del “gobierno de los mejores” o “de los sabios” o “más aptos”, se construía con varias Cámaras conteniendo los elementos que lo aseguraran: una para el impulso o diseño, otra para la revisión y la última para la ejecución. Implicancia de esa visión “científica”, es el rechazo a la improvisación y el respeto a procesos y técnicas para realizar tal gestión, sujeta a la obtención de resultados acorde a fines. Gobernar implica técnicas y estadísticas para ello, embebidas de eficacia y eficiencia, motores de la administración pública». Por eso es importante contar con personas honestas y capaces, así como la ayuda de las distintas ciencias y profesionales bien formados (1) en el diseño, implementación y evaluación de las políticas públicas (2).

En una entrevista que le hace el diario La Nación al físico Carlo Rovelli, entre otras cosas dice: «hay una creciente curiosidad sobre la ciencia. Fui el primero en sorprenderme por la cantidad de personas que leen o leyeron mis libros. Pero también existe un malentendido general sobre la ciencia en las sociedades modernas, a lo que se suma una desconfianza hacia los científicos que, creo, es peligrosa. La ciencia ciertamente no puede resolver todos nuestros problemas pero ignorar su aporte en las principales decisiones políticas y sociales, como lo están haciendo varias sociedades, es una receta para el desastre.» (3)

Sobre la relación entre ciencia y profesionalización en su relación con las políticas públicas es interesante el caso de Francia. En el libro «Napoleón Bonaparte, una biografia íntima», de Vincent Cronin, en el Capítulo 12: «El primer Cónsul», entre otras cosas expresa las características de las reuniones del Consejo de Estado. «Durante los primeros meses del Consulado todos los días, después varios días por semana, Napoleón ocupaba una silla de brazos, flanqueado por Cambacérés y Lebrun, sobre una plataforma elevada, y frente a los consejeros, que ocupaban una mesa en forma de herradura revestida de paño verde. La mayoría de los consejeros estaba integrada por civiles, y cada uno era un especialista en determinada área. De los veintinueve originales, sólo cuatro eran oficiales, y aunque la tarea de los Consejos era redactar leyes y decretos, sólo diez eran abogados. Habían sido elegidos por Napoleón en todos los rincones de Francia, y se los había juzgado únicamente por su capacidad.

La característica más importante del Consejo era que los miembros hablaban sentados. «Un miembro nuevo —dice el consejero Pelet—, que había conquistado prestigio en las Asambleas, trató de ponerse de pie y hablar como un orador; se rieron de él, y tuvo que adoptar un estilo usual de conversación. En el Consejo era imposible disimular la falta de idea con alardes de elocuencia». Cuando se presentaba un problema al Consejo, Napoleón permitía que los miembros hablasen libremente, y formulaba su propia opinión sólo cuando la discusión estaba muy avanzada. Si no sabía nada del tema, lo decía y pedía a un experto que definiese los términos técnicos Las dos preguntas que formulaba con más frecuencia eran: «¿Es justo?» y «¿Es útil?». También preguntaba «¿Está completo? ¿Tiene en cuenta todas las circunstancias? ¿Cómo fue antes? ¿En Roma, en Francia? ¿Cómo es en el exterior?». Si tenía opinión negativa de un proyecto, afirmaba que era «singular» o «extraordinario», con lo cual quería decir sin precedentes, pues como dijo al consejero Mollien, «no temo buscar ejemplos y normas en el pasado; me propongo mantener las innovaciones útiles de la Revolución, pero no abandonar las instituciones beneficiosas si su destrucción representó un error». «A partir del hecho de que el primer cónsul siempre presidía el Consejo de Estado —dice el conde de Plancy—, algunas personas han supuesto que era un cuerpo servil y que obedecía en todo a Napoleón. Por el contrario, puedo afirmar que los hombres más esclarecidos de Francia… deliberaban allí en un ambiente de total libertad, y que jamás, nada limitó sus discusiones. Bonaparte estaba mucho más interesado en aprovechar el saber de estos hombres que en escudriñar sus opiniones políticas».

El pasaje de «primer cónsul» a «Emperador», producto de una ambición de poder sin limite (por lo tanto «ir por todo» no sólo en su país) y no escuchar a consejeros lúcidoscomo Charles Maurice de Talleyrand, hizo que «terminara mal«. Sin embargo, un poco más de un siglo después, el enfoque meritocrático de Napoleón aplicado al estado, fue retomado por Charles De Gaulle fundando en 1945 la Escuela Nacional de Administración. En esta nota se explican sus características actuales y la posibilidad de que la cierren por no lograr la finalidad de una socialdemocratización de los funcionarios que puedan manejar mejor situaciones como la que generó el fenómeno de los «chalecos amarillos«

Siguiendo con Francia se desea finalizar esta nota comentando el capítulo 3 («el economista en la sociedad»), del libro «La Economía del Bien Común», de Jean Tirole, Premio Nobel de Economía del año 2014, cuyo enfoque general hemos comentado en otra nota. En las páginas 83 y 84 expresa «pero los científicos, como colectivo, tienen también la obligación de hacer que el mundo sea mejor; en consecuencia no deben desentenderse de la cosa pública por principio. Los economistas deben, por ejemplo, contribuir a mejorar la regulación sectorial, financiera, bancaria y medio ambiental, el derecho a la competencia; deben mejorar nuestras políticas monetarias y fiscales; deben reflexionar sobre la construcción de Europa, pensar en cómo vencer la pobreza en los países subdesarrollados, hacer que las políticas de sanidad y educación sean más eficaces y justas, prever la evolución de las desigualdades, etc. Y deben participar en las sesiones parlamentarias, interactuar con el poder ejecutivo, tomar parte en comisiones técnicas» (4). Luego en el resto del capítulo analiza las principales características, riesgos y posibilidades de esta interacción.

También estos profesionales deben poder articular el corto plazo («lo urgente») con el mediano y largo plazo. Un caso muy interesante es el de John M. Keynes quien, entre sus múltiples aportes, supo ver que el Tratado de Versalles iba a tener un resultado contraproducente con Alemania (luego de la Primera Guerra Mundial), y qué instituciones internacionales habría que crear luego de la Segunda Guerra Mundial (se le hizo caso parcial a sus consejos), pero a la vez planteó muy frontalmente lo que había que hacer en el muy corto plazo con el paro y gran caída del empleo derivada de la crisis de 1929/30. Es decir supo que no hay largo plazo («donde estamos todos muertos») sino superamos el corto plazo. A la vez la visión de mediano y largo plazo (y las estrategias y posibles medidas) son fundamentales para no quedar atrapados en la coyuntura y estar a la deriva en cuanto al rumbo que se considera hay que transitar. No es fácil, pero es muy importante esta articulación.

Un párrafo aparte es si la experiencia profesional en el sector privado es fundamental para actuar en el sector público. En una nota de Gustavo González en el diario Perfil dice: «Un país no es una empresa». Hace unos años, Paul Krugman tituló de esa forma un artículo no tan difundido en la Harvard Business Review. Lo explicaba de este modo: «Así como lo que los estudiantes aprenden en las clases de economía no les servirá para echar a andar un negocio, tampoco lo que los empresarios aprenden operando una empresa les ayudará en formular políticas económicas». Para Krugman, el trabajo de un trader de un fondo de inversión consiste en ganar dinero, no en crear empleo. Ni siquiera en desarrollar empresas duraderas, sino en obtener el máximo rendimiento posible para sus inversores. Su teoría es que las experiencias del mundo privado no tienen por qué servir en la esfera pública y, muchas veces, resultan contraproducentes. El funcionario necesita una formación especial«.

En cuanto a «la formación especial» tal vez la misma debería incorporar los siguientes elementos:

– promover una actitud de humildad para encarar los problemas y su resolución, y asumir su complejidad, para lo cual son importantes distintas miradas que se articulen en el proceso decisorio,
– capacidad de revisión crítica en el análisis de los resultados y poder revisar entonces los procesos,
– asumir que la política es la posibilidad de resolver «bien» (o sea teniendo en cuenta los distintos aspectos y con una mirada de mediano y largo plazo para que sean sostenibles en el tiempo) los conflictos que se presentan ante distintos problemas,
– poder reconocer problemas, donde aparentemente no los hay o «no los queremos ver»: desde las villas de emergencia hasta que -en algún lugar de este mundo globalizado- haya personas que trafican y comen animales sin la adecuada sanidad y cuidado. Por el «efecto mariposa» ello puede constituirse en un grave problema para el resto de la humanidad. Esto nos conduce a un abordaje diferente de la globalización.
– en la literatura norteamericana se menciona muy a menudo que, cuando se ganan las elecciones, se dice «asume una nueva administración». Esta administración es para gestionar con eficacia (logro de los objetivos), eficiencia (mínimo costo), equidad, transparencia….entre las principales cualidades. Sino los problemas no se resuelven bien.
Un buen ejemplo en Argentina de la formación profesional, está relacionado con el comentario que realiza más abajo Enrique I. Groisman. Para más detalles del mismo se puede ver este video.

Podríamos concluir que no es garantía «absoluta» (en línea con la imagen de la entrada) que los científicos y profesionales bien formados para actuar en el estado tengan una relación armónica y exitosa con la política en general, y las políticas públicas en particular, dados los contextos cambiantes y las incertidumbres, pero coincidiremos que con ignorantes no nos irá mejor en su implementación (5).

(1) Podríamos agregar que además deben ser honestos, con capacidad crítica para evaluar lo que hacen, con apertura y diálogo con otros enfoques y  opiniones (dado que, muchas veces, lo que dice el manual no se corresponde con el caso particular), sensibles y activos para resolver la cuestión de los excluidos del sistema, con una visión de largo plazo (en especial hacia un cambio profundo) y muy prácticos («con calle») o concretos en la aplicación de los conocimientos. Todo esto no es fácil de conseguir, como lo demuestra la historia argentina, entre otras. 

(2) Sobre la evaluación de políticas públicas basadas en la evidencia es interesante este aporte institucional.

(3) En esa misma dirección va esta nota de Eduardo Fidanza, en el contexto de la pandemia del Covid-19.

(4) Una síntesis se plantea al final de este video. Esta propuesta es mucho más amplia y plural de la que existe en EE.UU. En el caso de la relación entre meritocracia y democracia en el modelo chino se puede ver este link.

(5) Entre las valiosas iniciativas de formación podemos destacar la del CIAS en lo relativo a «líderes positivos». También esta.