La Economía del Bien Común

Hay coincidencia en señalar que la temática del bien común se ha originado en Grecia, principalmente con Platón y Aristóteles, y de allí pasó a la Escolástica con Tomás de Aquino. El la menciona en varios puntos de la Suma Teológica, en particular en la cuestión 98 donde la relaciona con la esencia de la ley y plantea que esta «no es más que una prescripción de la razón, en orden al bien común, promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad». Esta concepción permea en el pensamiento económico de la época premoderna y luego es retomada por la Doctrina Social de la Iglesia. así como por distintos pensadores. Desde otras perspectivas como el socialismo y el comunismo también se ha abordado «lo común».

Una buena síntesis de cómo ha evolucionado esta temática se puede encontrar, entre otras fuentes, en la versión en inglés de la Wikipedia.

En economía el concepto ha estado asociado al bienestar socio-económico (en especial con la economía del bienestar), a la propiedad común ya sea comunal, social o pública estatal. También se lo ha planteado desde los bienes comunes o bienes públicos, así como desde los recursos comunes. En estos últimos ha tenido gran relevancia el pensamiento de Elinor Ostrom (politóloga norteamericana y ganadora del premio Nobel de Economía en el año 2009) que señala que son aquellos -ya sea naturales o hechos por los humanos- en los cuales el uso por una persona substrae del (o disminuye el) uso por otros y al mismo tiempo es difícil excluir usuarios. Esta autora tiene un gran desarrollo de esta temática. También ha sido retomada recientemente -desde una perspectiva paradigmática- por pensadores franceses como Laval y Dardot así como por el Papa Francisco en «el cuidado de la casa común».

Este enfoque -en especial en su versión platónica y escolástica- ha sido criticada por pensadores como Karl Popper («La sociedad abierta y sus enemigos», varias ediciones) en función de que requiere de una «autoridad» o gobierno fuerte y centralizado no interesados en los derechos o beneficios de los individuos como tales sino en la comunidad como entidad. Por supuesto que habría otros enfoques donde el bien común surgiera «de abajo hacia arriba», superando el individualismo y concertando democráticamente cuales son las medidas concretas que nos conducen al bien común, y por ende a un mundo mejor.

Deseamos finalizar esta entrada comentando dos enfoques económicos recientes. El primero de ellos es el de Jean Tirole, Premio Nobel de Economía 2014, y su libro «La Economía del Bien Común» (Ed. Taurus, 2017). En el prólogo dice (en cursiva destacado nuestro), entre otras cosas: «Este libro parte, pues, del principio siguiente: ya seamos políticos, empresarios, asalariados, parados, trabajadores independientes, altos funcionarios, agricultores, investigadores, sea cual sea el lugar que ocupemos en la sociedad, todos reaccionamos a los incentivos a los que nos enfrentamos. Estos incentivos —materiales o sociales—, unidos a nuestras preferencias, definen nuestro comportamiento. Un comportamiento que puede ir en contra del interés colectivo. Esa es la razón por la que la búsqueda del bien común pasa en gran medida por la creación de instituciones cuyo objetivo sea conciliar en la medida de lo posible el interés individual y el interés general. En este sentido, la economía de mercado no es en absoluto una finalidad. Es, como mucho, un instrumento, y un instrumento muy imperfecto, si se tiene en cuenta la discrepancia que puede haber entre el interés privado de los individuos, los grupos sociales o las naciones y el interés general».

Plantea un entendimiento y consenso en base a que «la economía no está ni al servicio de la propiedad privada y los intereses individuales, ni al de los que querrían utilizar al Estado para imponer sus valores o hacer que sus intereses prevalezcan. Rechaza tanto la supremacía del mercado como la supremacía del Estado. La economía está al servicio del bien común; su objetivo es lograr un mundo mejor. Para ello, su tarea es identificar las instituciones y las políticas que van a favorecer el interés general. En su búsqueda del bienestar para la comunidad, la economía engloba la dimensión individual y la colectiva del sujeto. Analiza las situaciones en las que el interés individual es compatible con esa búsqueda del bienestar colectivo y aquellas en las que, por el contrario, constituye un obstáculo». La clave de este enfoque será el análisis y acuerdo de cuales son las instituciones (*), políticas y procedimientos que permitan alcanzar este bien común. Podemos agregar que requerirá de buena voluntad, conciliar intereses, condiciones culturales y sociales que lo posibiliten, y rigor técnico para evaluar los resultados de estas instituciones y políticas. No es una tarea fácil pero no imposible.

El segundo enfoque de la economía del bien común. es promovido por el economista austríaco Christian Felber y planteado en un libro del mismo nombre editado en 2012. Allí se indica que la misma se debe regir por una serie de principios básicos que representan valores humanos: confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad y generosidad, entre otros. Para medir si una empresa está orientada hacia el bien común se ha elaborado una matriz que posibilite su evaluación, así como en una ong  española que fomenta esta economía se plantea la evaluación peer dentro de una metodología de balance. También hay sitios de Facebook en Argentina y otros países. Así como el enfoque anterior está basado en instituciones y políticas, este enfoque se fundamenta en valores (y podríamos agregar en «actitudes» vinculados con los mismos). Podríamos afirmar que son enfoques complementarios.

El bien común también es buscado por otras corrientes económicas como la economía social y solidaria, la economía de comunión, etc. o economistas como Stefano Zamagni, que iremos desarrollando en otras entradas.

Respecto a experiencias históricas vinculadas a “lo común” y al “bien común” es un tema que excede estas breves líneas. Sin embargo nos animamos a decir que dado que los humanos vivimos en un “contexto o campo” que excede lo “individual y atomístico” donde lo común siempre ha estado, está y estará presente bajo distintas modalidades y extensión (la Tierra inserta en un cosmos). Desde el comienzo de las primeras comunidades humanas hasta hoy en día ello ha sido vivido y expresado de distintas maneras.

Se puede afirmar que las ideas, la razón, los deseos y valores de fraternidad, amistad social y amor han jugado un rol muy importante, pero todo parece indicar que la necesidad y el mutuo interés (“me suma” y “es bueno” juntarme) frente a situaciones desfavorables o como requisito indispensable para poder crecer y desarrollarse han sido –en la mayoría de los casos- un «piso determinante» para animarnos a vivenciar lo común (incluido en el capitalismo bajo modalidades de asociativismo, “coopetencia”, economía colaborativa, trabajo en equipo…). Claro está que todo esto no ha estado exento de conflictos, fracasos de convivencia (lo que se ha denominado “tragedia de los comunes”) y de quedar reducido a la apariencia de «un como si…» (que nos «mejore nuestra imagen») o un mero utilitarismo coyuntural (y «ventanjero» promotor de desigualdades), así como de proyectos comunes inviables. Sin embargo esta “fuerza” de la necesidad expresada de “abajo hacia arriba” ha sido un gran motor de éxito. Podemos agregar que –en general- no lo ha sido cuando ha venido impuesta de “arriba hacia abajo”, ha predominado la lucha de poder entre individualidades y grupos (anulando a la empatía y el vinculo de amor) o las condiciones socioeconómicas y culturales han promovido la individualidad y la soledad.

Reflexionar sobre las condiciones de éxitos y fracasos seguramente nos ayudarán a construir en común un mundo mejor.

(*) Una síntesis se puede ver en este video. Está en linea con enfoques como los de Daron Acemoglu y James A. Robinson

Economía de Comunión

La Economía de Comunión (EdC) es una corriente o enfoque nacida en 1991 y planteada por Chiara Lubich, fundadora -en 1949 y junto a Pasquale Foresi- del Movimiento de los Focolares (dentro de la Iglesia Católica) y de la que hoy forman parte centenares de experiencias en distintos continentes. Su fundadora expresó el 7/5/1998, en Mariápolis Araceli, lo siguiente: «es necesario que la Economía de Comunión no se limite a que las empresas inspiradas en ella sirvan de ejemplo con algún comentario de alguien más o menos experto. Es necesario que se convierta en una ciencia con la participación de economistas preparados que sepan plantear su teoría y práctica, confrontándola con otras corrientes científicas económicas, suscitando no sólo tesis doctorales, sino escuelas de las que muchos puedan nutrirse. Una ciencia verdadera que dé dignidad a quien debe mostrarla con los hechos y signifique una verdadera «vocación» para quien se compromete en ella de cualquier manera».

En línea con lo que se viene de expresar el economista Stefano Zamagni, en una entrevista que le realizan en el libro citado al pie de esta nota, dice entre otras cosas:

  • «…si la política se convierte en un instrumento de solución del problema económico, ¿qué sucede con el bien común?… Aquí vemos se plantea la cuestión del «bien común» que hemos desarrollado en otra entrada.
  • «…el amor interviene en el momento en el cual se advierte que la razón no alcanza para dar lo debido a todos aquellos de los cuales se ha obtenido. El fundamento de la cultura del dar no puede estar solamente en un acto de la razón, por más que sea necesario. Hace falta que la cultura del dar su plena realización en el corazón. Es por eso que considero que una escuela para la EdC tiene que llevar a sintetizar lo que el pensamiento moderno, en cambio, ha separado, esa trágica separación entre la mente y el corazón, entre el lugar de los sentimientos y el lugar de la razón…»  Seguramente esto se vincula a una nota del blog así como un capítulo del libro (mencionado al pie) de Luigino Bruni, denominado «La Economía y el Amor».
  • En cuanto a los desafíos que tiene la EdC, señala dos caminos posibles: «la primera alternativa es la de crearse una especie de nicho dentro del mercado y consolidarse lo más posible en esta situación….» La segunda alternativa, por la que él opta, es que «la EdC llegue a superar, en el curso de pocos años, posiblemente en el próximo decenio, ese punto de inflexión representado por la masa crítica, es decir, llegue a trasponer el umbral dimensional a partir del cual esta experiencia empiece a ser contagiosa. No tenemos que olvidar que contagiosas no son sólo las enfermedades, sino también las acciones buenas , es decir las virtudes, como nos ha enseñado Aristóteles». Luego plantea la importancia de realizar estrategias o alianzas con corrientes similares.

Las más de 800 empresas de EdC en todo el mundo distribuyen sus excedentes, beneficios o utilidades en tres partes: «para el desarrollo de la empresa, para la formación cultural y para la ayuda a los necesitados. Las empresas que se incorporan a la EdC atribuyen la misma importancia a cada una de estas partes y cada año distribuyen sus ganancias siguiendo este criterio. A partir del año 2008, cada año se elabora una “Memoria” en la que se detalla cómo se realiza la distribución de los beneficios de las empresas. Las distintas Memorias se encuentran disponibles aquí» También tienen lineamientos que deben respetar las empresas de estas características (que presenta similitudes con la matriz de la economía del bien común).

En la página oficial de Economía de Comunión hay mucha más información sobre este muy valioso enfoque y práctica que nos orienta hacia un mundo mejor en el plano económico, y ojalá converja con otras corrientes que tienen principios y experiencias similares.

Nota al pie: Para el desarrollo de esta nota nos hemos basado, especialmente, en el libro de Vittorio Pelligra y Antonella Ferrucci (comp.), «Economía de Comunión. Una nueva cultura», Ed. Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2006; en la página web oficial de esta corriente (en español), a notas de su Boletín como esta, así como a sus nexos con enfoques como el de la Doctrina Social de la Iglesia (en especial desde el Movimiento de los Focolares y su fundadora Chiara Lubich), economía civil (y su relación con el pensamiento de Antonio Genovesi), bienes relacionales (o también economía relacional), nueva economía, economía evolutiva, empresas sociales y otros (como los vinculados a las temática del cambio cultural, la gratuidad, la reciprocidad, la confianza, la felicidad, la utilidad o inutilidad de la acción humana, el sentido de la economía o lo público, entre las principales).

Del equilibrio de fuerzas al de armonía, equidad y amor

La noción de equilibrio se la define, en general, como el «estado de inmovilidad de un cuerpo sometido a dos o más fuerzas de la misma intensidad que actúan en sentido opuesto, por lo que se contrarrestan o anulan». En el caso de la noción de armonía se la expresa como el «equilibrio, proporción y correspondencia adecuada entre las diferentes cosas de un conjunto». El ejemplo clásico de esto se da en la música. Trataremos de hacer una reflexión sobre estas cuestiones planteando que necesitamos ir hacia un equilibrio armónico entre el cuidado del adentro y del afuera (como muestra la imagen de la entrada) y que el mismo sea con «más música y menos fuerza (como dominio)» que nos permita converger hacia un mundo mejor.
Entendemos que una de las cuestiones que subyace debajo de un equilibrio armónico es que haya un «piso» de justiciaEste término tiene distintas acepciones ya sea, por ejemplo, en la tradición judeocristiana como en la aristotélica (que luego fuera tomada por Santo Tomás de Aquino). Respecto de esta última, según esta fuente «la justicia universal representa la suma de las virtudes en las relaciones sociales… e implican que las mismas están sometidas a la autoridad y regularidad de las leyes… Sin embargo, aunque la legalidad es una condición necesaria de la justicia, no es una condición suficiente, pues las leyes positivas pueden ser injustas». En cuanto a la justicia particular «es una virtud (ética) entre otras (una parte del todo) que tiene como función básica contener la codicia (pleonexia) que se manifiesta en el comportamiento de los individuos. Mientras la justicia universal tiene como fin primordial el bien determinar el bien en términos colectivos, la justicia particular se centra en la determinación del bien en las relaciones entre individuos particulares». De acuerdo con la misma fuente se desagrega en los siguientes elementos:
  • «la justicia distributiva se sustenta en una proporcionalidad geométrica, la cual presupone definir un criterio de distribución, así como el mérito de cada individuo en relación con ese criterio (tratar igual a los que son iguales y de manera desigual a los desiguales). Aunque no es posible definir en abstracto un solo criterio de distribución, lo que se puede establecer es que, en la medida que la justicia distributiva es parte de la justicia universal, los criterios distributivos en las sociedades deben sustentarse en un consenso de todos los participantes.
  • la justicia conmutativa implica tanto el intercambio voluntario, faceta para la cual podemos reservar el término de justicia conmutativa en sentido estricto, como la situación en la que existe un daño que requiere ser reparado, faceta a la que podemos llamar justicia correctiva. Una manera de aproximarse a esta diferenciación es tomando en cuenta la actual distribución entre derecho civil y derecho penal…En sentido estricto se sustenta en una proporcionalidad aritmética. Si la división social del trabajo conduce a la necesidad del intercambio de bienes, se requiere que este intercambio se realice de manera voluntaria y que en este proceso el valor de los bienes intercambiados sea igual, para que cada uno conserve el valor de los bienes que le corresponden. La justicia conmutativa en su faceta de justicia correctiva tiene como objetivo restaurar la igualdad cuando esta se ha roto debido a acto violento, ya sea abierto u oculto. Aunque Aristóteles afirma que la justicia correctiva debe sustentarse también en una proporción aritmética, en su polémica en torno al término de reciprocidad asume la necesidad de una proporcionalidad geométrica para establecer la pena al infractor. Ello parece indicar una concepción jerárquica del orden social, inaceptable desde el punto de vista de las sociedades modernas».
Este enfoque -como se ha dicho- luego fue desarrollado por Santo Tomás y aplicado a conceptos como el «justo precio», abandonado en la modernidad (más recientemente ha tenido una actualización bajo el concepto de «comercio justo«). Desde los inicios de la ciencia económica, la misma ha estado muy influenciada por otras disciplinas como la física newtoniana y su noción de equilibrio (de fuerzas). Trasladado esto a la economía, su noción de equilibrio va a estar despojada de cualquier connotación valorativa y se va a referir al equilibrio (ya sea estático en un momento determinado, o dinámico) de las distintas fuerzas que operan en el mercado (1). El marco legal sólo tiene que garantizar el libre juego de fuerzas. Lo anterior luego va ir siendo formalizado por distintos pensadores como Vilfredo Pareto donde, según esta fuente «dada una asignación inicial de bienes entre un conjunto de individuos, un cambio hacia una nueva asignación que al menos mejora la situación de un individuo sin hacer que empeore la situación de los demás se denomina mejora de Pareto. Una asignación se define como «pareto-eficiente» o «pareto-óptima» cuando no pueden lograrse nuevas mejoras de Pareto. La eficiencia de Pareto es una noción mínima de la eficiencia y no necesariamente da por resultado una distribución socialmente deseable de los recursos. No se pronuncia sobre la igualdad, o sobre el bienestar del conjunto de la sociedad». Como bien señala Amartya Sen «puede haber muchas situaciones que son eficientes en término de Pareto sin que todas sean igualmente deseables o aceptables desde el punto de vista de la sociedad (o sus miembros)».

Respecto de la cuestión de la igualdad (que no aborda Pareto) y su relación con la libertad en una sociedad democrática, va a ser desarrollado desde la filosofía política liberal por pensadores como John Rawls (2) y, en particular, en su libro «Teoría de la Justicia«. En el mismo intenta resolver el problema de la justicia distributiva empleando una variante del recurso familiar del contrato social. La teoría resultante se conoce como «Justicia como equidad«, de la cual Rawls deriva sus dos célebres principios de justicia: El principio de la libertad y El principio de la diferencia. Para este pensador el primer principio de justicia es que cada persona debe tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas iguales compatible con un esquema similar de libertades para otros. El segundo principio de justicia consiste en que las desigualdades sociales y económicas deben de resolverse de modo tal que:

  1. resulten en el mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad (el principio de la diferencia).
  2. los cargos y puestos deben de estar abiertos para todos bajo condiciones de igualdad de oportunidades (justa igualdad de oportunidades)

Más allá de la gran significación que ha tenido, así como sus aspectos controversiales y múltiples comentarios que recibió, es un gran «avance» desde el enfoque liberal el abordar la cuestión de la justicia como equidad y sus derivaciones en el derecho, la economía, la sociedad (la ciudadanía) y la política.

El pensamiento socialcristiano y socialdemócrata van a retomar en la modernidad también la cuestión de la justicia social. Según esta fuente en el primer caso se remonta a Luigi Taparelli, «considerado uno de los fundadores de la doctrina Social de la Iglesia, basó sus ideas en una renovación del pensamiento tomista y consideró que la justicia social era una noción diferente tanto de las nociones de justicia conmutativa como de la justicia distributiva, que caracterizan al pensamiento aristotélico-tomista (3).

Varias décadas después, a finales del siglo XIX, el término «justicia social» (social justice) vuelve a usarse en Inglaterra, por parte de los socialistas fabianos. La expresión ya aparece en los famosos Fabian Essays in Socialism (Ensayos fabianos sobre el socialismo), publicados en 1889. En el socialismo fabiano, la justicia social desempeña el papel de finalidad ética por excelencia, para guiar la evolución social mediante cambios no revolucionarios hacia un sistema de socialdemocracia. A partir de los fabianos, el concepto de justicia social fue adoptado por la socialdemocracia, principalmente en InglaterraFrancia y Argentina. En Inglaterra, el concepto pasó al Partido Laborista inglés, al que la Sociedad Fabiana se integró, y fue aceptado y retomado por el gobierno liberal a través de su emergente el Ministro de Comercio David Lloyd George, cuyo objetivo manifiesto era «lograr la justicia social». En la misma época, en Francia, el Partido Socialista a través de Jean Jaurés, adopta el concepto de justicia social como parte de su socialismo ético y pacifista. En Argentina, el Partido Socialista incorpora el concepto a través de Alfredo Palacios, elegido diputado en 1904, vinculando las ideas de «nuevo derecho» y justicia social.

Luego de la Primera Guerra Mundial, en 1919, se crea la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que incorpora la noción de justicia social a su Constitución, en la primera frase, como fundamento indispensable de la paz universal… A partir de este punto, la discusión de la justicia social entró al discurso jurídico y académico. En 1931, la noción de justicia social se incorpora plenamente a la Doctrina social de la Iglesia Católica, al utilizarla el papa Pío XI en la Encíclica Quadragesimo anno. Para Pío XI, la justicia social es un límite al que debe sujetarse la distribución de la riqueza en una sociedad, de modo tal que se reduzca la diferencia entre los ricos y los necesitados:

58. A cada cual, por consiguiente, debe dársele lo suyo en la distribución de los bienes, siendo necesario que la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuán gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados.

De nuevo, en la encíclica Divini Redepmtoris de 1937, la Iglesia prescribió que la realización de la justicia social dependía en la promoción de la dignidad de la persona humana. El mismo año, a causa de la documentada influencia de Divini Redemptoris en sus redactores, la Constitución de Irlanda fue la primera constitución en consagrar el término como un principio de la economía en el Estado, y después otros países alrededor del mundo hicieron lo mismo a lo largo del siglo XX, incluso en regímenes socialistas como la Constitución de Cuba de 1976.

A finales del siglo XX, un número de pensadores, especialmente Friedrich von Hayek, rechazó el concepto diciendo que no significaba nada, o significaba muchas cosas.​ Sin embargo, el concepto mantuvo su influencia, particularmente con su promoción por filósofos como John Rawls (que se mencionó más arriba). Aunque el significado de justicia social hoy varía, al menos tres elementos comunes pueden ser identificados en las teorías contemporáneas al respecto: un deber del Estado de distribuir ciertos medios mínimos vitales (como derechos económicos, sociales y culturales, por ejemplo), la protección de la dignidad humana y las acciones afirmativas para promover la igualdad de oportunidades

Al liberalismo económico no le gustan los enfoques que venimos de mencionar (salvo el de Hayek y similares) porque distorsionan las fuerzas del mercado. También desde un pensamiento progresista, exponentes como Tzvetan Todorov, nos alertan sobre quienes buscan lo que consideran “el bien” de cualquier manera y a cualquier costo imponiendo su poder con una actitud mesiánica. Ambas posiciones tienen elementos válidos a ser tenidos en cuenta en el sentido de que:

  • hay que ser realistas de que «las fuerzas de los intereses» particulares tiene distintas formas de expresarse en la economía (en lo que llamamos mercado), en la sociedad y en la política, y deben ser tenidos en cuenta. No se trata de distorsionar estas fuerzas sino de luchar por darles otro sentido. Ser conscientes de que ello es el fruto de un largo proceso evolutivo que nos ha llevado a un capitalismo que disminuyó la pobreza pero es cada vez más desigual y degradante del medio ambiente, pero que no es sustentable. Ello no puede resolverse de «cualquier manera» (hay ejemplos que así lo testimonian) porque pueden conducirnos a un mundo peor, en linea con lo que se menciona a continuación:
  • buscar el bien no es suficiente sino que es deseable y necesario que ello se haga articulando igualdad con libertad en el marco de un sistema democrático, como plantea Rawls y tantos otros. Ejemplos concretos de esto son países como Suecia, o en general los países escandinavos. Estas experiencias, con sus debidas adaptaciones a cada realidad (4), deberían ser un nuevo piso civilizatorio.

De la lucha por ese nuevo piso civilizatorio donde haya equidad, deberíamos seguir evolucionando tomando expresiones sublimes de la cultura humana como es la música que -como dijimos al principio- expresan un equilibrio armónico. Es una metáfora que, tal vez, nos pueda estimular a pasar de situaciones dolorosas y dramáticas de desarmonía (interior y exterior) por conflictos entre fuerzas de dominio, a ser partícipes de una energía transformada en música como lo expresa la sinfonía Oda a la Alegría de Beethoven. Tal vez sea utópico pero se podría intentar, no?

(1) cabe decir que hay distintas situaciones de equilibrio y de desequilibrio, así como diversos enfoques como es el caso del equilibrio de Nash, que no se desarrollarán en esta breve nota. Desde el punto de vista de la teoría económica se puede consultar el texto de Joseph A. Schumpeter, Historia del Análisis Económico, Ed. Ariel, Barcelona, 1954, páginas 1037 a 1143.

(2) En el libro «Rawls, la justicia es la virtud más importante de una sociedad democrática», Colección Aprender a pensar, RBA, España, 2015, en la pagina 60 dice: «según Rawls, la cultura política occidental entiende la sociedad como un sistema equitativo de cooperación a lo largo del tiempo, de una generación a otra. De entrada, esto significa que rigen la convivencia y la cooperación entre las personas tienen que aparecer adecuadas a todas ellas, si se quiere la aceptación general. No existe la cooperación forzada. Pero también significa que los bienes sociales son tales porque se han producido colectivamente, gracias a la cooperación entre todos los ciudadanos. Por consiguiente sostuvo Rawls que <<todos los que están comprometidos con la cooperación y cumplan con ella tal y como lo exijan las reglas y los procedimientos (aceptados por todos) han de resultar beneficiados de la manera convenientemente fijada por un punto de referencia adecuado>>. Este punto de referencia serán los principios de justicia distributiva.» En la página 61 se explican las diferencias que tiene Rawls con el comunitarismo y con el neoliberalismo.  Por otra parte la cuestión de la cooperación subyace en la teoría del equilibrio general de Léon Walras (quien fuera un gran promotor del cooperativismo). En la cita 105, de la página 1088, del libro de Schumpeter mencionado en (1), comenta que Walras criticó a los economistas ingleses por confundir la función empresarial con la del capitalista, y que lo que hizo fue aislar la función «combinadora con mayor claridad, y la emparenta al cuarto agente productivo de Marshall: la organización». También menciona que este autor admitiera en su enfoque «colectividades entre lo empresarios«.

(3) Cabe destacar que en la parábola de los jornaleros en el Evangelio (Mateo 20) Dios «va más allá de la justicia» (puede abordarse desde el enfoque del «don generoso»). Está relacionado con el enfoque y práctica del altruismo.

(4) para la adaptación al caso argentino es interesante la opinión de Beatriz Sarlo en este video.

¿Una economía con otros valores?

En esta entrada nos planteamos la pregunta, si la economía (entendida como la corriente principal de la misma), puede tener «otros valores» que no sean la maximización del excedente económico que denominamos «lucro».

La primera respuesta sería «no», si consideramos a la economía -en el contexto del sistema capitalista- como una forma de «carrera» o competencia para el progreso individual, para generar riqueza y -a veces- sólo para sobrevivir en el mercado en el contexto institucional que se de, y en oportunidades, bajo modalidades informales sin importarnos los medios que utilizamos para ello. En esto coincidirían tanto economistas de esta corriente como de la economía marxista, en el sentido de que las «las leyes» o lógicas de acumulación del capitalismo llevan a esta situación por más que el «capitalista a nivel individual» quiera hacer otra cosa. La realidad está compuesta de múltiples evidencias de daños ambientales y sociales (v.g. trabajo «no decente» y desigualdad) que así lo demuestran. Una visualización de esta afirmación para las grandes compañías se presenta en la película «La Corporación» o en la reciente serie «Dirty Money«. Ello no quita que algunos dueños de estas empresas o corporaciones, «disocien su negocio» de «su ganancia personal», y con esta última sean filántropos donando parte o gran parte (como es el caso de Bill Gates) de su fortuna a fines solidarios. También está la posibilidad -en el marco de la legislación que los habilite- de que sus empresas deduzcan ganancias de sus impuestos para aplicarlos a fines solidarios o de mecenazgo, sin que esto cambie el núcleo central de la «forma de hacer negocios» y con el beneficio de «mejorar la imagen» de la empresa ante la sociedad. Aunque la respuesta inicial sigue siendo «no, en lo sustantivo» (más allá de acciones de marketing que no van al fondo de la cuestión), no hay que subvalorar o menospreciar estos gestos y acciones -en especial cuando son «significativos»- de «otros valores» de manera paralela al accionar de la empresa.

Una segunda respuesta podría ser que «si», en el marco de que «estamos condicionados» pero «no determinados« en el sistema económico, donde emprendedores consideran que es imprescindible contar con un excedente para subsistir, innovar y eventualmente crecer, pero no buscan su maximización y menos «de cualquier manera». Para que esto suceda ¿de qué depende? De varios elementos, entre ellos, los móviles del empresario, los enfoques y prácticas del mismo, y el contexto socioeconómico e institucional (la cultura y la sociedad donde está inserta, la economía y el rol e instrumentos del Estado).

En lo que se refiere a los móviles en un trabajo de Hugo Kantis, Masahiko Ishida y Masahiko Komori (ver esta publicación, en particular el Gráfico 2-7 «Principales motivaciones para ser empresario»), donde se muestran los resultados de una encuesta a fundadores de empresas de los países seleccionados en el estudio). De estos resultados empíricos se puede observar que sólo un mínimo porcentaje tiene como motivación «ser rico» o que se plantean la maximización del lucro. En un resumen de esta investigación se presenta el siguiente gráfico:

Del mismo autor (Hugo Kantis) se puede ver esta conferencia sobre los distintos tipos de emprendedores y su dinamismo. Por lo tanto, si las condiciones en las que operan no son de gran rivalidad (o, de lo que podríamos denominar, gran «darwinismo» socioeconómico), está la posibilidad concreta de que haya una economía con «otros valores». Va en línea con experiencias prácticas, como la de Inés Berton quien, en esta nota, expresa que la gente quiere trabajar en «empresas épicas» así como la mencionada en esta nota.

En cuanto a los enfoques y prácticas, lo anteriormente explicado -más otros elementos de contexto que coadyuvaron a llevarlo a cabo- fue el origen del enfoque y práctica de la Responsabilidad Social Empresaria (RSE, que se muestra en la imagen de la entrada), o también denominado «responsabilidad social corporativa», y una de cuyas derivaciones recientes -que buscan superarlas- ha sido las empresas de triple impacto o «empresas b» (es interesante este testimonio, esta nota o experiencias similares). Ya hay más de 1200 empresas de este tipo que se certifican en 40 países en el mundo y que -desde su misión y propósito- buscan beneficios económicos, sociales y ambientales de manera integrada (*) La Wikipedia expresa, entre otros elementos, que «aunque la expresión RSE surge entre los 50-60 en EE.UU., no llega a desarrollarse en Europa hasta los 90, cuando la Comisión Europea utilizó el concepto, para implicar a los empresarios en una estrategia de empleo que generase mayor cohesión social, puesto que en la sociedad europea había cada vez más problemas en torno al desempleo de larga duración y la exclusión social que eso suponía. Más tarde, en 1999, el secretario general de la ONU durante el Foro Económico Mundial de Davos, pidió al mercado mundial que se adoptasen valores con rostro humano».

La fuente que acabamos de mencionar expresa también que, en lo relativo a cuestiones institucionales, mediciones y evaluaciones, «como documento decisivo en Europa, destaca el llamado ​sobre RSC. El artículo 116,de la ley francesa sobre nueva reglamentación económica del 2001, incluso impone la obligación jurídica a las empresas, de informar acerca de sus acciones de índole social. En Brasil, la coalición presidida por el izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, en la que participan numerosos empresarios, ha promovido la RSC y existe un proyecto de Ley de Responsabilidad Social de octubre del 2003. Existen normas oficiales acerca de la RSC como la norma SA 8000 (Social Accountability Standard 8000) impulsada por el Council on Economic Priorities y aplicada por SAI,​ así como la norma SGE 21 de Foréticanorma que certifica globalmente la RSC en todos sus ámbitos. En noviembre de 2010 fue publicada la norma-guía ISO 26000, desarrollada con la participación de 450 expertos participantes y 210 observadores de 99 países miembros de ISO y 42 organizaciones vinculadas. La ISO 26000 no tiene por finalidad ser certificable ni un sistema de gestión, sino orientar las organizaciones en la introducción de prácticas socialmente responsables. Según la ONG Accountability en un ranking​ de los 108 países cuyas empresas tienen un mayor grado de desarrollo de la Responsabilidad Social Empresarial, los líderes son Suecia, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Reino Unido, Noruega y Nueva Zelanda

En la línea de una economía con rostro humano o con otros valores, encontramos el enfoque de la Doctrina Social de la Iglesia que emerge, en el contexto de una tradición católica, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Sobre este tema, además de otros, se expresa el economista Jeffrey Sachs en un reportaje que le hace Jorge Fontevecchia, donde este le pregunta: «Las encíclicas del Papa Francisco critican el capitalismo desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia. ¿La doctrina social de la Iglesia fue una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo? ¿Qué opina sobre el Papa?», y Sachs le responde:

«Sí, en realidad, desde 1891 las doctrinas sociales de la Iglesia han estado a favor de una economía de mercado, pero en contra de la codicia. Por lo que volvemos a nuestra discusión de que teníamos que aceptar el acuerdo faustiano (**) tal como es. Cuando León XIII introdujo el Rerum Novarum en 1891, se refería a la industrialización. Había un orden industrial nuevo, y dijo: “La Iglesia no está en contra del mercado, no está en contra de la propiedad privada, pero la propiedad privada tiene que vivir dentro de un marco moral”. Eso dice Francisco en el Laudato si’. Lo mismo. Creo que es una idea maravillosa. Una economía de mercado en un marco moral. Es lo que necesitamos, y el Papa lo pide: “No les hablo solamente a los seguidores de la Iglesia, hago un llamado al mundo todo”. Debatir sobre ese marco moral con los chinos, con los indios, con los africanos, con los latinoamericanos, con mi país. Creo que puede haber un marco moral común, de lo que es decente, de lo que es correcto. Es la idea básica más importante y lo que necesitamos en el mundo actual: el diálogo moral. No tenemos mucho de eso. Sigo de cerca los discursos del presidente Xi. Habló en el XIX Congreso del partido el mes pasado, en China, y mencionó muchos conceptos morales. ¡Fantástico! Esa es mi idea de hacia dónde el papa Francisco se dirige con esa importante contribución. Tiene razón. Las enseñanzas sociales de la Iglesia tienen mucho que decirnos».

Este enfoque del «marco moral» en una economía de mercado estará relacionado, sin duda, con el plano individual y social, expresado este último en normas que así lo estimulen o promuevan, con el peligro de que lo hagan mal (como hemos señalado en otra entrada) o no adecuadamente.

En fin, hemos intentado dar elementos sobre un debate que «no está cerrado», y donde hay elementos esperanzadores como los que hemos señalado en la posibilidad del «si«, y fundamentalmente en enfoques y experiencias como los de la economía social y solidaria, de Sekem, la economía del bien común o la economía de comunión, entre las principales. Sin duda, todo ello nos puede conducir a un mundo mejor.

(*) También presentan vinculación con enfoques como el de los negocios inclusivos, el de los cuatro retornos, entre los principales. Cabe destacar que en el enfoque de los cuatro retornos se coloca «al final» el retorno financiero o al capital. Este es un enfoque similar al mencionado por Jack Ma (fundador de Alibaba) respecto de «primero los clientes, luego los trabajadores y por último el capital» (accionistas o inversores), que se puede visualizar en este video en particular del minuto 9 en adelante.

( **) Se refiere a otra pregunta donde dice: «el capitalismo, históricamente, es una especie de acuerdo faustiano en este sentido. En la Edad Media, la economía era una economía agraria y en Europa se guiaba por principios eclesiásticos. No se utilizaban precios justos. La idea era que había un marco moral y una sociedad rural estable. El capitalismo surgió con el descubrimiento de América, las primeras empresas capitalistas fueron las de las Indias Orientales y las del Sur. Estas sociedades de capital conjunto salieron a explotar las nuevas rutas comerciales, a producir algodón, azúcar, tabaco, oro, plata. El capitalismo era un acuerdo faustiano en el sentido del doctor Fausto: significaba aprovechar la codicia para el desarrollo. La codicia es una fuerza poderosa. La gente codiciosa moverá montañas, destruirá bosques tropicales, creará guerras, esclavizará gente, todo para generar riqueza. La riqueza es una adicción increíblemente poderosa. El capitalismo se sirvió del instinto más poderoso que tenemos para la economía, y creó este dinamismo que no se había visto nunca antes. No existe un sistema económico que pueda compararse con el dinamismo capitalista. Puso la codicia en el centro del sistema y todos miraban hacia otro lado mientras la gente era esclavizada, o se cometían genocidios para quitarles sus tierras a los indígenas. En el siglo XIX, el capitalismo se enfrenta a sus dos grandes contrincantes. Uno, el socialismo, que dice: “Esta codicia es cruel, mejor tengamos una sociedad dirigida por el Estado”. El segundo fue la socialdemocracia, que dice: “Podemos domar esa codicia”. El socialismo del siglo XX que conocimos creó sus propias atrocidades. Eliminó el dinamismo y creó tanto poder estatal que desató fuerzas imposibles de controlar. La idea socialdemócrata, que llegó a Escandinavia en la década de 1930, y a Alemania después del nazismo, resultó ser el mejor modelo. Se acepta cierto nivel de codicia como un mal que hay que tolerar, no elogiar.»