En una nota de Claudio Mario Aliscioni comenta que: «en una Italia medieval, ante el avance de la peste negra y bajo la presión de sarracenos y bizantinos, uno de aquellos estrafalarios bandoleros del genial film de Mario Monicelli expresa su desesperado reclamo de atacar a mansalva y destruir todo. Su interlocutor, frotándose los ojos, lo mira asombrado y le pregunta: “¿Destruir todo? ¿Y después qué hacemos?”. Con tono de fastidio, la respuesta llega enseguida: “¡Y después veremos!”. Es tan potente ese capolavoro de 1966 que, desde entonces, la expresión “Armada Brancaleone” implica para el creativo imaginario italiano todo grupo de improvisados sin idea clara de los efectos que puede desatar aquello que se proponen».
Si bien la nota está referida a la situación de ese país en mayo de 2018, el periodista agrega que «lo que agrava aún más el cuadro es que todo ocurre mientras se esparce como aceite el espíritu ramplón del “arraso y después veremos” que signó el Brexit y se ve con Trump: aquello que importa es demoler». Esto lo podríamos extender a muchas situaciones personales, organizacionales (v.g. políticas) y de otros países que actúan a veces con radicalización, otras sólo con inmediatez, no se plantean seriamente a dónde quieren llegar teniendo en cuenta la realidad actual, una visión de mediano y largo plazo factible, con sus probables tendencias así como escenarios prospectivos. Sin estos componentes acentuaremos las características de un mundo preocupante y no iremos a uno mejor.