Acerca de la esperanza

Se ha reflexionado mucho sobre el tema de la esperanza. En ese marco nos permitimos reproducir esta nota, de Francesc Miralles del diario El País (de España),  donde sintetiza el último libro de Byung-Chui Han (célebre pensador surcoreano), denominado «El espíritu de la esperanza».  Aquí va:

«Ha sido una sorpresa, hasta cierto punto, que el célebre pensador surcoreano Byung-Chul Han eligiera la esperanza como tema del libro que se publica en España en septiembre. Afincado en Berlín, este filósofo que escribe sus breves obras en alemán se había caracterizado por la crítica al capitalismo y al neoliberalismo, con libros como La sociedad del cansancio o No-cosasElegir la esperanza, un sentimiento o visión que parece ir a contracorriente, pero que necesitamos para sentirnos vivos, es mirar a la luz al final del túnel. Sin embargo, El espíritu de la esperanza —libro de menos de 150 páginas publicado por Herder— no refleja la visión del ingenuo que cree que, al final, todo se arreglará sin más. Se refiere a una esperanza que nace de la proactividad, ya que ilumina caminos nuevos que nadie recorrerá por nosotros. Tal como lo plantea el pensador, la esperanza nace justamente de la desesperación, de la negatividad, pero es una brújula que nos lleva a situaciones y territorios nuevos, a aquello que aún no existe.

Winston Churchill, un hombre que era muy proclive a las depresiones, dijo: “Si estás pasando por un infierno, sigue adelante”. Esa recomendación encierra que todo, lo bueno y lo malo, es provisional, como la vida misma.

Lo que mata la esperanza, según Byung-Chul Han, no es la desesperanza; bien al contrario, esta última es su punto de partida, el inicio del viaje. Tal como lo expone en el preludio del ensayo, lo contrario a la esperanza es el miedo. En sus propias palabras: “Pasamos de una crisis a la siguiente, de una catástrofe a la siguiente, de un problema al siguiente. De tantos problemas por resolver y de tantas crisis por gestionar, la vida se ha reducido a una supervivencia”. Para el coreano, vivir en esa mera supervivencia nos ancla a la depresión y al miedo. Este último nos cierra puertas y nos roba la libertad, ya que imposibilita que nos pongamos en marcha. Alguien con miedo al futuro será incapaz de organizar y crear su propio futuro. Entra en una especie de profecía de autocumplimiento.

Como señala Byung-Chul Han, en alemán la palabra miedo —Angst— procede, al igual que en latín, del término angostura. Es decir, cuanto mayor es nuestro temor, más angosta será nuestra área de acción. Por eso quien se angustia se siente, de un modo u otro, acorralado.

El antídoto es la esperanza ya que, en sus propias palabras, “va dejando indicadores y señalizadores de caminos. La esperanza es la única que nos hace poner en marcha. Nos brinda sentido y orientación (…) Y las acciones necesitan un horizonte de sentido”. Así como el miedo imposibilita, la esperanza, como la definía el filósofo danés Søren Kierkegaard, es la pasión por lo posible.

Resumiendo, en clave práctica, estas reflexiones, podemos concluir tres cosas:

1. Tener esperanza es ver nuevas posibilidades. Es decir, adelantarnos a otros escenarios que nos esperan, aunque estén lejos de nuestra situación actual. Byung-Chul Han cita, en este sentido, una Epístola a los Romanos del Nuevo Testamento: “Si lo que se espera ya está a la vista, entonces no es esperanza, porque ¿para qué esperar lo que ya se está viendo?”. Por lo tanto, hay algo de visionario en ello.

2. Hay esperanza pasiva y esperanza proactiva. La primera nos pone a merced de los acontecimientos. La segunda supone trabajar para que se materialice la nueva posibilidad. De hecho, el dramaturgo francés Gabriel Marcel decía que la esperanza está trenzada: “En el tejido de una experiencia en curso (…) está metida en una aventura que aún no ha terminado”. Es decir, supone estar en el proceso de dirigirnos hacia algo mejor.

3. La esperanza es asumir que todo es temporal. Por consiguiente, es solo cuestión de tiempo que salgamos de este trance. El problema de los desesperados es que creen haber ingresado en una condición permanente. La persona deprimida se convence de que no saldrá del pozo, mientras que quien siente que el mundo se ha vuelto en su contra cree estar condenado de por vida. Para escapar de esa angostura hay que evitar tomar la parte por el todo. Todo mal momento es solo un capítulo de la historia. El próximo puede ser distinto. Con las acciones adecuadas, los acontecimientos y las circunstancias cambiarán.

La poeta Emily Dickinson definía el asunto de este artículo con esta bella imagen: “La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma, y entona melodías sin palabras, y no se detiene para nada, y suena más dulce en el vendaval”.

Esperanza versus optimismo

En su último ensayo, Byung-Chul Han establece una diferenciación clara entre esperanza y optimismo, que este filósofo ve como algo pasivo y limitado. Tal como lo explica en El espíritu de la esperanza: «El optimismo carece de toda negatividad. Desconoce la duda y la desesperación (…) El optimista está convencido de que las cosas acabarán saliendo bien», aunque al mismo tiempo, señala el coreano, «desconoce el futuro como campo abierto a las posibilidades».

En su crítica al optimismo a ultranza entraría la ley de la atracción mal entendida: el hecho de considerar que basta con pensar en un resultado positivo para provocarlo, sin «picar piedra» para conseguirlo. Y ese esfuerzo empieza por alimentar la misma esperanza, que según Byung-Chul Han «muchas veces hay que suscitarla y concitarla expresamente».

 

En un mundo tan complejo y diverso: ¿cómo nos posicionamos?

En esta nota, Carlos Fara utiliza la expresión de la imagen de la entrada y dice que «este es el párrafo inicial de la obra de Dickens Historia de dos ciudades. Se desarrolla hacia fines del siglo XVIII, en la época de la Revolución francesa. Una es Londres, donde reina la paz y el orden, mientras que la otra es París, signada por el caos y la agitación. Pues si Dickens viviera hoy en la Argentina, escribiría Historia de dos países, porque eso es lo que está sucediendo». Luego hace un paralelo con la realidad argentina actual.

Más en general, entendemos que podemos extrapolar a las muy diversas situaciones micro y macro que vivimos los diferentes seres humanos. Sin duda debemos anhelar y luchar por un contexto personal y global donde los conflictos se resuelvan de manera virtuosa, predomine la armonía entre nosotros y con el ambiente, la paz, la libertad positiva se juegue por la equidad, la empatía y la solidaridad, aspirando a distintos momentos de felicidad.

Sabemos que la felicidad, en general, se presenta en determinados momentos y muchas veces no es duradera. Son como «chispazos» o momentos paradisíacos.

En esta nota Gabriel Rolón donde resalta la importancia de construir «momentos eternos» y desarrolla más -entre otros temas- al final de este video. Algo similar plantea Carlos Bayala -desde otra perspectiva y dimensión- la creación de riqueza con «propósito» construyendo «burbujas de humanidad«. En lo médico y en el rol de la palabra Mario Alonso Puig también se refiere a la temática de la felicidad, que viene desde pensadores como Aristóteles. En relación con lo nacional, lo económico-social y lo político -entre otros- ha escrito Andrés Oppenheimer.

Desde una perspectiva cristiana, entre quienes se han referido a los momentos eternos como «chispazos» está el Papa Francisco en el encuentro con el Comité de Coordinación del del CELAM, en el Centro Estudios de Sumaré, Río de Janeiro, el domingo 28 de julio de 2013. Allí dice que «el discipulado-misionero -que Aparecida propuso a las Iglesias de América Latina y El Caribe- es el camino que Dios quiere para este “hoy”. Toda proyección utópica (hacia el futuro) o restauracionista (hacia el pasado) no es del buen espíritu. Dios es real y se manifiesta en el ”hoy”. Hacia el pasado su presencia se nos da como “memoria” de la gesta de salvación sea en su pueblo sea en cada uno de nosotros; hacia el futuro se nos da como “promesa” y esperanza. En el pasado Dios estuvo y dejó su huella: la memoria nos ayuda a encontrarlo; en el futuro sólo es promesa… y no está en los mil y un “futuribles”. El “hoy” es lo más parecido a la eternidad; más aún: el ”hoy” es chispa de eternidad. En el “hoy” se juega la vida eterna.»

Ojalá nos podamos posicionar en generar esos momentos o chispazos de felicidad y eternidad, dándole un sentido o propósito a nuestras vidas hacia el bien, el amor y el bien común. Ello nos puede conducir hacia un mundo mejor.

 

La importancia y la virtud de convertir debilidades en fortalezas

No es fácil y es muy duro convertir debilidades en fortalezas, pero es muy importante para darle un sentido positivo a nuestra vida y -sin duda- es una virtud.

En esta nota de Sebastián Campanario, titulada Hacer de las propias debilidades una fortaleza: el caso de Beethoven y otros ejemplos de «el arte de cambiar de liana», retoma conceptos de su libro 50 Ideas para tus Próximos 50 Años.

Entre otras cuestiones, menciona que se basa en «el último libro, From Strength to Strength: Finding Success, Happiness, and Deep Purpose in the Second Half of Life (“De fortaleza en fortaleza: cómo encontrar el éxito, la felicidad y un sentido profundo de propósito en la segunda mitad de la vida”, aún no traducido al castellano), el profesor de Harvard y divulgador de la agenda senior y de bienestar emocional Arthur Brooks se explaya sobre los distintos tipos de inteligencias que cultivamos a lo largo de la vida.

Hay una “fluida”, que hace su pico a los 20-30 (resolución rápida de problemas, memoria, reflejos, etc. ) y hay otra “cristalizada” (que no tiene nada que ver con el “cristal” de droga que vendía Walter White), que refiere a la experiencia, a la sabiduría, y es la que hace que, por ejemplo, las personas de 60-70 o más años sean muy buenas enseñando.  La clave está en saber “pasar de liana” de un tipo de inteligencia a la otra (en las actividades que uno hace) para que la transición de un proceso de reinvención sea exitosa.

Brooks dedica un capítulo entero: “Hacer de las propias debilidades una fortaleza”. Su caso de cabecera es el del músico y compositor Beethoven, que produjo sus mejores obras cuando estaba completamente sordo. Brooks sugiere que la Novena Sinfonía fue posible justamente porque el músico fue capaz de formularla completamente dentro de su cabeza sin distracciones externas.»

Mas adelante dice que hay casos contrarios al de Beethoven como fue Darwin, quien «consideró, en sus últimos años, que su carrera fue una desilusión. Luego de publicar El origen de las especies, en 1859, su trabajo creativo se estancó, empezó a perder ímpetu para seguir investigando y vivía con depresión y miedo, algo que se refleja en las cartas que enviaba a amigos y familiares.

Brooks tomó el caso de Darwin como un ejemplo de un patrón que él nota que se repite por millones en la actualidad: el caso de gente sumamente exitosa que se amarga en la segunda mitad de su vida porque el éxito y la adrenalina que sentían en la primera mitad ya no los acompañan.

La figura que Brooks elige para contraponer a la de Darwin es la del compositor alemán Johann Sebastian Bach, un genio que a lo largo de su carrera musical escribió más de mil partituras, con una gran mayoría de sus piezas consideradas clásicos. Pero Bach, que nació en 1685, tuvo en la segunda mitad de su vida una fama elusiva porque su estilo se consideraba “fuera de moda”. De hecho, fue su hijo Carl Philip Emanuel Bach quien lo opacó en reconocimiento público.

Sin embargo, Bach padre no se amilanó por este hecho. Siguió enseñando música y disfrutando de la carrera de sus hijos (tuvo veinte en total, diez de los cuales llegaron a la adultez).

Para Brooks, Bach dominó el arte de “cambiar de liana” entre la primera y la segunda mitad de la vida: entender que lo que nos hizo buenos en la primera etapa no es lo mismo que nos traerá éxito y felicidad en la segunda El autor, un gran divulgador que escribe habitualmente en The New York Times y The Atlantic, es un caso particular de este cambio de vida: pasó de ser un músico profesional a sus veintipico y a doctorarse como economista en la década siguiente.

En su libro menciona estudios que muestran cómo las distintas profesiones alcanzan sus “picos” en distintas edades, y cómo, si rondamos los cincuenta, sesenta o más, lo más probable es que ya lo hayamos pasado. Hay excepciones: los historiadores lo tocan a los 70, y esto no es casual: se trata de una de las profesiones en las que tienen mucho valor habilidades que se ganan con la experiencia: poseer un background de conocimiento amplio para unir puntos y saber contar historias

Cuando tuitié este dato, la historiadora Camila Perochena me dijo, medio en broma, medio en serio, que respiraba aliviada: en su juventud se había decidido a dejar la carrera de bailarina profesional porque leyó que se alcanzaba el pico a los 35. “Menos mal que opté por Historia”, concluyó. Cambió de liana a tiempo.»

 

 

¿Dar fruto o tener éxito?

El significado de «éxito» es subjetivo. En general se define al éxito como «el resultado feliz y satisfactorio de un asunto, negocio o actuación». Asimismo, también hace referencia a la buena acogida de algo o alguien. La palabra, como tal, proviene del latín exĭtus, que significa ‘salida’. El éxito, por lo general, se asocia al triunfo o al logro de la victoria en algo que nos hayamos propuesto, así como a la obtención de un reconocimiento debido a nuestros méritos. De allí que el éxito también se relacione con el reconocimiento público, la fama o la riqueza».

De todas estos significados solamente pondremos en cuestión el que se relaciona con el que está centrado exclusivamente en la fama o la riqueza individual (1), y es el que alude la imagen de la entrada.

Entre los distintos enfoques (2) con los que se puede abordar esta temática tomaremos una interpretación que surge del cristianismo. En este documento de los jesuitas (3) plantea una propuesta analítica de Pablo Mella, s.j. hablando de la tensión creativa entre dar fruto y tener éxito:

DAR FRUTOTENER ÉXITO
Acción y pasión fundamentales: don, gratuidadAcción y pasión fundamentales: posesión, mérito
Algo “natural” que sigue el ritmo de la vida y deja serAlgo “artificial” que no respeta los ritmos vitales, violenta y atiborra
Palabra clave: madurezPalabra clave: triunfo
Valores principales: confianza y pacienciaValores principales: seguridad y eficiencia
Integra las imperfecciones y los defectosNo acepta las imperfecciones ni los defectos
Evoca el silencio nutriente de la tierra y la sabiaEvoca el brillo y la bulla de la apariencia espectacular
Acoge y digiere el alimento (relación tierra, semilla, agua lluvia y sol), es comunión con la CreaciónPuro trabajo que cuenta con resultados inmediatos, es soledad en el esfuerzo
Integra las situaciones límite, reconociendo la presencia de “lo dañino” Descalifica y niega la importancia de las situaciones límites, porque las considera como fracasos
No se mide con instrumentos de precisión estandarizados Todo se mide con los mismos instrumentos de precisión
No es acumulativo: siempre tiene algo de nuevo y de abundancia (no responde a las expectativas) Se acumula como una colección de diplomas
o como dinero en el banco

 

De lo anterior se puede deducir que, en realidad, el éxito profundo consiste en dar frutos, y esto nos puede conducir a un mundo mejor. Desde una perspectiva cristiana también es muy bueno este aporte.

(1) No estamos cuestionando el éxito «personal» que es fundamental para nuestra valorización personal. Lo que intentamos cuestionar es reducirlo a la vanidad de la fama o la riqueza como fines en «sí mismos». También está vinculado a la temática de «tener o ser» y a cómo entendemos «el progreso«.

(2) Nos hemos referido en este blog a expresiones de Eduardo Galeano sobre «la sustancia y la forma«, Martin Luther King vinculado al «progreso«, a la cuestión del «sentido«, acerca de la diferencia entre «ser competentes y competitivos«, de «la grandeza«, entre otras.

(3) Agradezco la referencia al P. Andrés Aguerre S.J.

La cuestión del sentido

La cuestión del sentido o del significado de la vida ha venido teniendo un amplio espectro de respuestas, como lo explicita esta fuente. Ellas van desde ninguno (todo es aleatorio, es un absurdo…), pasando por su inserción en un proceso evolutivo (por ejemplo: de cada vez mayor complejidad conciencia) hasta diferentes cosmovisiones, corrientes filosóficas y religiosas que también tienen distintas respuestas: el sentido prometeico de «ser como dioses», sólo adaptarnos a cada contexto (en algunos casos apenas para sobrevivir), acumular o tener más, ser felices en nuestra existencia (vivencia de diferentes formas de amor), ejercer la libertad de vínculos y nuestra singularidad en función de nuestros talentos y posibilidades, ser constructores de culturas y civilizaciones con determinados valores … o -en caso de creer en Dios- en relación a distintos grados de Su intervención (desde la ayuda de Su aliento a través del Espíritu hasta formas de predeterminación en el marco de un plan o un destino, según el enfoque), entre otras. De todas ellas, abordaremos sólo tres y un último comentario.

La primera es en la tradición judeocristiana donde se establece como sentido «elegir el bien y la vida» (como se plantea en el libro del Deuteronomio en 30, 15-20), y el amor en todas sus dimensiones (a Dios, al prójimo como a nosotros mismos). De esta visión surge una misión de anticipar el reino de Dios aquí en la Tierra y ser co-creadores expresado a través de la vivencia plena de la singularidad de nuestros talentos (1).

El segundo enfoque es el de Viktor Frankl. Una reseña sobre este autor se puede encontrar en este link y en este sitio. Nosotros intentaremos hacer una síntesis de sus libros «El hombre en busca de sentido» (Ed. Herder, Barcelona, 2017) y «El hombre en busca del sentido último. El análisis existencial y la conciencia espiritual del ser humano» (Paidós, Buenos Aires, 2017), muy marcados por sus debates académicos en Viena, por su paso en un campo de concentración nazi y varias desgracias familiares. En el primero de los libros mencionados, en las páginas 23 a 25, se expresa que «por sentido, en el habla común, tendemos a considerar la filosofía o las creencias personales, la visión global sobre la existencia, los proyectos vitales… En definitiva algo abstracto y omniabarcante. A ese sentido trascendente o general lo denomina metasentidoo con expresiones similares. Frankl no niega, ni reniega, del sentido trascendente de la existencia, del metasentido; por el contrario, lo presenta como una prueba de la primacía de la dimensión espiritual en la estructura ontológica del hombre, y la espiritualidad (2) constituye la noción axial de la antropología de Frankl».

Luego continúa diciendo «pero las funciones del metasentido y las del sentido de la vida son distintas. El concepto frankliano de sentido de la vida no se sitúa tanto en el análisis intelectual de la existencia como en el plano del comportamiento; es algo cercano, concreto: es más una cuestión de hecho que de fe«. En el texto se da el ejemplo de cuando a Frankl lo estaban por «trasladar» de campo de concentración (un eufemismo que significaba ir a la cámara de gas). Si bien ello finalmente no se concretó «Frankl le ruega a un camarada el favor de custodiar su última voluntad y le dice: Escucha Otto, si no regreso a casa con mi mujer y tu la vuelves a ver, dile, en primer lugar, que hablábamos de ella todos los días, a todas horas. Recuérdalo. En segundo lugar, dile que la he amado más que a nadie en el mundo. Y en tercer lugar, que en el breve tiempo de felicidad de nuestro matrimonio me ha compensado de todo, incluso del sufrimiento que aquí hemos tenido que soportar» ¡Eso es el sentido…! Esa última voluntad perdería el valor de autenticidad si se interpretara en clave emocional o sentimental; recordemos que son palabras pronunciadas por una persona ante la certeza de una muerte cercana… El sentido de la vida, en su acepción frankliana, es así de natural: amores, amistades, proyectos, obligaciones, ilusiones, nostalgias…, todo aquello capaz de servir de palanca para la acción concreta y cotidiana».

En un pié de página se plantea «para que los quehaceres habituales se conviertan en sentido han de cumplir con la nota de trascender o autotrascender, y autotrascender implica dirigirse hacia algo o alguien distinto de uno mismo, bien sea para realizar un valor, bien para alcanzar un sentido o para encontrar a otro ser humano».

En cuanto al tercer enfoque que hemos escogido es el de Ken Robinson. Ha reflexionado en varios textos sobre «encuentra tu elemento» y una síntesis de ello se puede encontrar en este video. Encontrar el o los talentos «naturales» de cada persona es fundamental, y se da a través de un viaje «interior» y también hacia el «exterior» (donde se dan o no las oportunidades). Pero la clave es disfrutar y amar, o tener pasión al poner en acción ese o esos talentos. Entre las razones están 1) porque es «importante» para la realización de cada persona y 2) una razón social estar conectado, de sentirse bien con uno mismo y los demás, que le da sentido a su vida y por lo tanto le posibilita ser feliz. Para ello hay que tener actitud y encontrar la oportunidad.

Robinson plantea el enfoque de que hay «dos mundos» muy diferentes: el mundo que existió antes y después que nosotros, y el mundo que comenzó a existir desde que nosotros existimos y que terminará cuando nosotros dejemos de existir. Este último es un mundo propio de la conciencia de cada persona. Cita una frase de Anaias Nin que dijo: «no veo el mundo como es, lo veo como soy yo«. Por eso vivimos en mundos muy diferentes. Se plantea el viaje hacia el exterior como una «misión» cuyo resultado es «incierto». Dice además que esto es parte de una vida que es «única», la vida es «creativa» (cada uno crea, y puede «re-crear» su propia vida) y es «orgánica» («no es lineal»), y otras consideraciones que aparecen en el video más arriba mencionado.

Más allá de estos tres enfoques, como señalamos al principio, hay muchas otras interpretaciones sobre esta temática. Una, que tiene mucha significación, es la búsqueda de sentido de justicia en general y de justicia social en particular. El «cómo se alcanza esta justicia», va desde enfoques culturales (motivaciones, valores, prácticas…) e institucionalistas hasta los revolucionarios (o ejerciendo una violencia extrema). De estos últimos es muy notorio, por ejemplo, el discurso de Ernesto «Che» Guevara que se muestra en este video donde plantea la esperanza de un mundo mejor a través de la lucha revolucionaria, en particular contra el imperialismo y su violencia. En un discurso del 11/12/1964 en la ONU, cuando ejerce una réplica a delegados (en especial de Venezuela), en este video admite que en Cuba «fusilamos y fusilaremos«, explicitando su enfoque radical de cómo se da esta lucha «a muerte», y en particular lo que entiende por revolución. Hoy en día seguramente muchos coincidiremos que el enfoque de un igualitarismo radical que supone la preeminencia de incentivos morales en las personas (pero –en la práctica- se ejerce por la coerción desde «arriba» por parte del estado) y responder a la violencia con la violencia, no nos lleva a un mundo mejor como él pretendía.

(1) La aceptación masiva de este enfoque ha tenido dificultades que van más allá del agnoticismo, el secularismo y la prevalencia de otras creencias. Entre ellas podemos destacar: a) la coexistencia con el misterio del mal,  b) el lado oscuro o «de prostituta» (al decir de San Ambrosio, San Agustín y otros) de la Iglesia católica expresado en su asociación con el poder temporal, el ejercicio de la violencia a través de la Inquisición o las Cruzadas, los casos de abusos de menores… y c) un adecuado mensaje y liderazgo en función de los signos de los tiempos.

(2) El término «espiritualidad» se utiliza en sentido técnico. No debe confundirse con la espiritualidad o religiosidad explícita de la persona. Para evitar ese posible malentendido, Frankl usó un neologismo: «noológico«. Con frecuencia, en vez de referirse a la dimensión espiritual del hombre, utiliza la expresión «dimensión noológica».

Con la simpatía no alcanza para un mundo mejor

A lo largo de la historia nos hemos preguntado “quienes somos?” y en particular la filosofía ha reflexionado sobre la cuestión de la naturaleza humana (hoy también abordada por la ciencia moderna).

Las respuestas han sido muy diversas. Sólo quisiéramos mencionar una respuesta en particular: la de Adam Smith, uno de los padres fundadores de la economía como “ciencia”, pero que comenzó siendo filósofo en el contexto de su época (1723-1790) y en particular de la escuela historicista escocesa.

Este autor, en 1759, publica “La Teoría de los Sentimientos Morales” donde hay un concepto central en lo que se refiere a lo relacional como es el de la simpatía entre el individuo y la sociedad. En 1776 publica “La Riqueza de las Naciones”, donde en lo relativo a “lo relacional” en lo económico surge la conocida afirmación “«No de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de quien esperamos nuestra cena (…) sino de su interés particular…». Un siglo después pensadores alemanes señalan la contradicción entre estos dos conceptos (por un lado tener simpatía y por otro lado no ser benevolente).

En esta nota en el blog “Alquimias Económicas” se ha abordado esta cuestión con más profundidad, en caso de que sea de interés.

Allí se señala que esta “simpatía” debe alcanzar las tres fases de la empatía, en los términos de Daniel Goleman (Inteligencia Social, Kairos, 2006), que en su tercera fase se convierte en “empatía compasiva”: es decir le reconozco, siento lo mismo que usted y actúo para ayudarle”. Si no pasamos a actuar concretamente para ayudarle, no sólo a nivel individual, sino también en lo socio-económico y por lo tanto con otras formas intercambio y con una mediación efectiva e inteligente del Estado hacia quienes están en una situación de fragilidad o debilidad, no podremos alcanzar un mundo mejor. Ello conlleva jugar nuestra libertad hacia acciones afirmativas y políticas que vayan produciendo un re-equilibrio de la desigualdad, lo cual será el resultado de la expresión de una solidaridad y fraternidad que nos posibiten la construcción de una verdadera amistad social. Con la simpatía sola no alcanza.

Ciencia y Valores

TRES REFERENCIAS Y UN COMENTARIO

PRIMERA:La ciencia no se confunde, cierto, con la política o la moral; sin embargo las propias ciencias humanas tienen finalidades ligadas con los valores y estos pueden ser aceptables o inaceptables para nosotros”. Mencionado por Tzvetan Todorov, en la Conferencia magistral dictada en la Cátedra Latinomericana Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara (extraído de este sitio).

SEGUNDA: El sociobiólogo E.O. Wilson escribió no hace mucho en Conscience; No hay problema más urgente que aproximar la cultura científica y la cultura humanística. Será el siglo veintiuno el siglo de esta reconciliación?…” Texto extractado de la página 171 del libro de Arnaud Spire, “El pensamiento de Prigogine”, Ed. Andrés Bello, Chile, 2000

TERCERA: “Nicholás Rescher en su libro Razón y valores en la Era científico-tecnológica, después de analizar ampliamente toda la problemática del valor, y de mostrar que el valor no es sólo una cuestión subjetiva, sino también objetiva, explica que los valores en la ciencia tienen que ver fundamentalmente con:

Los objetivos de la ciencia: los cometidos de la investigación científica siempre tienen que ver con valoraciones, por ejemplo, el tema de una investigación es elegido por sujetos individuales o por grupos, pero dicha elección se hace siempre dando preferencia a unos temas sobre otros y teniendo en cuenta la inversión en tiempo, esfuerzos y recursos. La conducta misma del investigador está vinculada con valores tales como la veracidad, la precisión, la objetividad. De igual manera sucede con la descripción efectiva, la predicción, el control y dominio de la naturaleza que se traduce en tecnología.

Valores de la ciencia en cuanto a teoría. Ciertos factores de valor constituyen los desiderata de las teorías científicas, en los cuales se incluyen los factores de coherencia, consistencia, generalidad, comprensibilidad, simplicidad, exactitud, precisión y otros. Aquí se encuentran también los valores incluidos en la gestión del riesgo cognitivo, en especial los standars de prueba y rigor en las consideraciones que sirven para determinar, cuántas pruebas empíricas se requieren para justificare la aceptabilidad de ciertas afirmaciones científicas.

Valores de la ciencia en cuanto proceso de producción: valores inherentes a los trabajadores científicos, es decir a los actores mismos, tales como perseverancia y persistencia, veracidad, honradez intelectual, cuidado del detalle, pasión por la búsqueda de la verdad, modestia intelectual. Aquí entran también los estímulos al investigador y la búsqueda por el investigador mismo de incentivos y premios.

Valores de la ciencia en cuanto a aplicación: Algunos factores de valor representan el beneficio de los productos de la ciencia, relacionados principalmente con la aplicación de ésta a las ventajas de los desideratas humanos, tales como el bienestar, la salud, la longevidad, la comodidad, etc., especialmente hablando de ciencias como la medicina, la agricultura y la ingeniería genética(27). En estas ciencias sobre todo encontramos los modos a través de los cuales los valores impregnan la labor científico-tecnológica, por ejemplo al evaluar el carácter deseable o no de las diversas implementaciones tecnológicas, al preguntar ¿es deseable (ética o moralmente) realizar manipulaciones psicológicas, organizar grupos de presión para orientar la opinión, desarrollar armas de destrucción masiva, etc?. En diversas áreas de la medicina surgen preguntas sobre la clonación y el aborto, sólo para dar dos ejemplos; o sobre la puesta en práctica de la investigación médica: el ensañamiento terapéutico, la eutanasia, la prolongación artificial de la vida, y muchas otras preguntas que hoy plantea el desarrollo de las últimas tecnologías en medicina.

El conocimiento científico es un bien humano, un bien valiosísimo, pero al fin y al cabo un bien entre otros, puesto que el hombre además de bienes específicamente cognitivos, estima también otros bienes relacionados con la calidad de vida personal y comunitaria: bienestar físico, compañerismo, atractivo del medio ambiente, armonía social, desarrollo cultural, etc. El progreso científico-tecnológico si es cierto, como pensaba Francisco Bacon, que puede hacer más fácil la vida humana, pero no la simplifica ni elimina su complejidad, y con frecuencia, mal empleada, aumenta por el contrario los problemas, o plantea nuevos problemas. Problemas que obligan hoy a preguntarnos seriamente sobre los límites del progreso científico, límites no tanto teóricos sino prácticos. No se trata de ponerle límites a la mente humana, sino sólo de ponerle límites a la aplicación irresponsable de aquello que el hombre es capaz de inventar o descubrir”.

Texto extractado de: Blanca Inés Prada Marquez en este sitio (donde hay una síntesis de los principales enfoques). Hay otras referencias valiosas como las del filósofo español Javier Echeverría planteando que la ciencia “es una actividad transformadora del mundo, que por tanto no se limita a la indagación de cómo es el mundo, sino que trata de modificarlo en función de valores y fines […].” (p. 68).

La ciencia, sin duda, se relaciona con la aplicación de la razón. Es fundamental y muy importante pero como lo ilustra el gráfico de Goya (en la imagen de la entrada), también puede producir monstruos cuando está disociada de los valores (como hace referencia esta nota).

Finalmente podemos comentar que hay un nexo claro entre la ética y los humanos creadores de ciencia. Nos hemos referido al respecto en esta nota, y -a nivel de difusión- se pueden ver links publicados en Argentina. en España, en general y los que emergen de buscadores en Internet.