Y el contexto histórico

El contexto internacional y nacional para formular y aplicar políticas públicas es muy diverso y cambiante. En esta breve nota, sólo pretendemos hacer un modesto apunte sobre algunas cuestiones a tener en cuenta en los principales rasgos histórico-económicos de la Argentina. Hay muy buenos textos de historia argentina, pero sólo haremos mención a uno reciente de la política económica: el libro que aparece en la imagen de la entrada, de Pablo Gerchunoff y Lucas Llach (El ciclo de la ilusión al desencanto) que plantea explicaciones e hipótesis de por qué fue como fue lo que se hizo.

El libro mencionado hace detalladas referencias a actores, situaciones, intereses e ideologías que jugaron a lo largo de la historia argentina. Es imposible sintetizar aquí todo lo allí desarrollado, pero sí podemos mencionar que hay dos ejes como el conflicto federal (Nación-Provincias) y un conflicto social (todas las aspiraciones sociales no pueden ser satisfechas por la estructura productiva actual). Solo glosaremos temas abordados en la Introducción donde se preguntan si «¿hay, detrás de estos ciclos de ilusión y desencanto, un hilo conductor de la historia económica argentina? ¿lo hay al menos -por tomar el período más inestable- en las últimas cuatro o cinco décadas?». Al respecto expresan que «en tiempos de la Primera Globalización, la Argentina caminaba en pelotón no muy detrás de las principales economías emergentes de aquella época (las Australias, las Canadás, las Nuevas Zelandas) que a su vez acompañaban a las naciones líderes (Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Alemania). Pero el país en un determinado momento perdió el camino, en medio de esa tormenta que fue la Gran Depresión. No fue la única economía en perderlo, pero si la única que no logró volver a alcanzar el pelotón, al que de a poco se sumaban nuevos integrantes (las Españas, los Japones y las Coreas del Sur). Retrasada y confundida en aquella bifurcación, la Argentina oye el murmullo, cada vez más lejano de los otros caminantes. Intenta atajos desesperados por acercarse. Busca volver a vivir como rica antes de dejar a ser pobre: busca democratizar la properidad antes de retenerla».

Luego sigue diciendo «estos atajos fueron en distintos momentos de la historia argentina el proteccionismo y el endeudamiento. La economía cerrada, entre la posguerra y el comienzo de la dictadura de 1976, fue en parte un intento de emulación de las «naciones industrializadas» vía el proteccionismo manufacturero y en parte a una respuesta a condiciones internacionales desfavorables a los productos argentinos, pero tuvo también una motivación democratizada de la prosperidad: en un país que exportaba alimentos, volcarlos hacia adentro; en un país que importaba manufacturas, dejar de importarlas para que su producción local generara empleo y salarios altos. En el corto plazo podía funcionar, y esa bonanza equitativamente distribuida fue el primer peronismo, con sus enormes consecuencias en la historia política; pero a la larga, esa economía que pretendía producir casi todo y exportar casi nada terminaba atrapada en su incapacidad para importar la maquinaria y los insumos que eran un requisito para el crecimiento. Difundir rápidamente la prosperidad terminaba complicando la capacidad para generarla. El empuje del Estado para forzar una mecánica a la que le faltaban piezas no impidió que la Argentina perdiera terreno frente al pelotón de líderes e incluso frente al entonces pujante Brasil, y contribuyó a desencadenar el sesgo inflacionario que la Argentina padeció en casi todas las décadas desde los años 40. La conciencia de que en todo ello había una dificultad profunda apareció en los años 60, cuando gobiernos de distintas raigambres políticas -pero nunca en democracia plena- confluyeron, con un éxito perceptible pero modesto, en un esfuerzo por recuperar las exportaciones tradicionales y por extender una partida de nacimiento a las exportaciones industriales.

La apertura zigzagueante desde mediados de los 70 también mezcló una convicción de que se requería un modelo diferente para volver a crecer, y circunstancias internacionales ahora favorables a la globalización, con la pulsión por repartir la cosecha no bien realizada la siembra. Sobre todo en los 70 y en los 90, el atajo que transitó el país y que prometía compatibilizar la reestructuración económica con una prosperidad alcanzada en plazos cortos fue el endeudamiento externo con apreciación cambiaria. Lo que los salarios reales podían perder con la gradual declinación de aquella industria de posguerra intensiva en mano de obra era compensado con los altos salarios en dólares que el endeudamiento habilitaba. El atajo conducía no ya al estancamiento minado, como lo atestiguaban las explosiones macroeconómicas de los años 80 y de los tempranos 2000″.

Más adelante plantea que «el kirchnerismo también fue una nostalgia, al mismo tiempo más humilde y más anacrónica: no se trataba de volver a un pasado remoto y distorsionado de la «Argentina con sueños de potencia» anterior a la Depresión, sino a uno menos lejano y más concreto: el de esa Argentina de posguerra que, mal que bien, tenía pleno empleo, salarios comparativamente altos y una distribución del ingreso más equitativa como nunca antes y que nunca después. Por un momento pareció un intento ajustado a los tiempos: manteniendo la conexión comercial con el resto del mundo y aprovechando una mejora en los precios externos de la Argentina, la novedad heredada de un tipo de cambio real alto proveía la competitividad para una recuperación industrial y contribuía a un mercado de trabajo cada vez más peronista. Se trataba de otro típico Olimpo, con rasgos económicos y sociales distintos al primero. Pero a ese peronismo de economía abierta al final le llegó la hora de enfrentar su oximoron. Cuando los salarios en moneda internacional empezaron a sobrepasar los niveles compatibles con la productividad argentina, se volvió en dosis parejas a las anestesias de una mayor protección comercial, una apreciación cambiaria real (ahora no financiada tanto con deuda como con reservas energéticas, ganaderas y monetarias) y el empuje auxiliar del gasto público. Lo que por un momento se vislumbraba como un camino había sido en realidad un nuevo atajo». El libro llega hasta el 2015 y no analiza el nuevo contexto nacional (gobierno de Cambiemos) ni tampoco el internacional con los movimientos de reversión de la globalización (en especial con Trump) y de uniones de países (como el caso del Brexit y los movimientos soberanistas en Europa), además de otras cuestiones preocupantes.

La lectura completa del libro de Gerchunoff y Llach es muy recomendable para tener en cuenta la importancia de los contextos en la implementación de políticas públicas, en este caso en el campo económico. Un resumen interesante de este libro y este enfoque se puede ver en la entrevista que le hace Laura Di Marco en el programa «La trama del poder» en el minuto 31 en adelante de este video. En la entrevista avanza con la  propuesta de un «Tratado de Paz» entre nosotros y plantea un camino gradual de «modernización inclusiva a través de un «pagaré» para quienes participan en la empresa (la propiedad del capital más difundida y la participación en las ganancias por parte de los trabajadores (va en línea con esta nota del blog). Del mismo modo plantea la importancia de generar una coalición sociopolítica exportadora para que la Argentina sea viable a mediano y largo plazo.

Hacer un análisis serio y desapasionado del contexto actual, sus tendencias y perspectivas será fundamental para que las políticas que se implementen en la actualidad y en un futuro puedan ser exitosas. Desde este humilde blog seguiremos tratando de acercar opiniones y aportes (como esta nota) y todo lo que nos pueda conducir a un cambio profundo y a un mundo mejor.

PD: En línea con lo expuesto es relevante este video con motivo del premio que le dieron a Pablo Gerchunoff en el Senado de Argentina.

 

La Desconexión entre Trabajo y Salario

En esta entrada intentaremos plantear sólo dos, de las múltiples, cuestiones vinculadas al «desenganche» entre trabajo y salario, en el marco general del trabajo y su retribución.

El primer «desenganche» es por la situación de pobreza estructural, falta de capacitación y tradición de trabajo, así como porque la economía (por distintas situaciones) no genera oportunidades de empleo y por lo tanto «no hay salario» o un ingreso. Una primera respuesta puede ser «tratemos de cambiar la economía, la educación y la capacitación para generar oportunidades de empleo». Por el momento vamos a suponer que esto tiene distintas complejidades, y de lograrse, lleva tiempo. Entre tanto otra respuesta es «generemos un salario universal»  o, algo más acotado como un ingreso complementario a cargo del Estado para lo que se ha denominado, en el caso argentino, como el IFE o el asignado a los trabajadores de la economía popular (en otros países puede estar relacionado con el seguro de desempleo o distintos subsidios o ayudas sociales).

El segundo «desenganche» es por los cambios científicos-tecnológicos que, en algunos casos generan nuevas oportunidades de trabajo, y en otros dejan fuera de manera -prácticamente- permanente a parte significativa de población. Hay una serie de países que están haciendo experiencias de un ingreso universal, de ciudadanía u otras denominaciones, que generan un «piso universal» de ingreso no asalariado. En estos ejemplos, hay algunos que «lo mezclan» con situaciones vinculadas a lo mencionado en el punto anterior.

Si bien estos desenganches tienen motivos diferentes, tienen algo en común: no hay trabajo y por lo tanto no hay salario o ingreso. A ello le podemos agregar los graves efectos de la pandemia del Covid-19.

Frente a la pregunta: ¿qué hacer?, sin duda, no hay una respuesta única y dependerá de distintos enfoques, situaciones de los países y de las ciudades (por ejemplo la ciudad de Utrecht en Holanda) y posiciones políticas en general, y de políticas de ingreso (dentro de la política económica, y su viabilidad fiscal y previsional) sobre lo que se debe y se puede hacer. En el caso de Argentina qusiéramos dejar algunas preguntas partiendo de lo «más urgente» que es la pobreza estructural, pero teniendo como perspectiva que ya se está presentando el impacto del cambio científico-tecnológico (bancos, taxis, etc.) en el empleo:

  • Se puede comenzar diciendo que habría que hacer desde el Estado, la sociedad y los emprendedores los máximos esfuerzos para generar una educación (en especial de las nuevas generaciones) y una capacitación, que articulada con políticas económicas a nivel nacional y políticas locales de oportunidades «micro», posibilitaran generar todo el trabajo posible.
  • Lo segundo es saber que, lamentablemente, habrá personas que no tendrán un ingreso de manera permanente o semi-permanente. Aquí se abre una bifurcación de situaciones: a) una mayoría que «no puede», y b) una minoría que «no quiere» (por distintas situaciones que hacen que el «no querer» sea derivado del «no poder» dado que: no tienen esperanza de encontrar nada, están con situaciones de adicción o de economía «criminal«, etc.). En este punto ¿no habrá que «repensar» los distintos instrumentos existentes como «el salario social» de la economía popular, el seguro de desempleo, la asignación universal por hijo (AUH), y otros instrumentos que tiene el Ministerio de Desarrollo Social y otros Ministerios (políticas de salud y prevención de adicciones, políticas educativas y culturales, régimen penal juvenil, etc.), para hacerlos más eficaces vinculando derechos con obligaciones y estímulos para salir de esta situación?

El desarrollo del «ocio creativo» es, algo complementario a valorar tanto en posibles trabajos futuros como con el mayor tiempo libre que se irá disponiendo. Del mismo modo habrá que seguir, la evolución futura de las impresoras 3D que nos posibiliten pasar a ser «prosumidores» y auto abastecernos de todo lo básico. Esto puede dar un giro «copernicano» a la autosubistencia y por lo tanto a reducir significativamente los aportes dinerarios (como el ingreso universal). Ello puede ir acompañado de la autogeneración de energía (como ejemplo la solar, tanto por tejas o paneles solares de bajo costo, o la biodegradable por digestores).

Debatir de manera plural, sincera y no partidaria, buscando los mejores caminos, sin duda es un desafío para converger hacia un mundo mejor.

Diferencia entre política popular y política populista

En otra entrada hemos señalado las limitaciones del populismo y también casos históricos recientes de cuando esto se lleva al extremo, más allá del nombre que se le quiera poner o de cómo se lo quiera justificar. También el Papa Francisco se ha referido a este tema.

Podemos preguntarnos si lo anterior invalida realizar una política “popular”, es decir hacia los sectores más frágiles en lo socio-económico? Las respuestas pueden ser diversas. Si las simplificamos en dos, podríamos plantearnos un enfoque pesimista en el sentido de que los sectores más favorecidos de la sociedad, en alianza -por ejemplo- con parte de los sectores medios, se desentendieran (o hicieran “como qué hacen..” pero sin resolver) la problemática de los sectores populares y congelaran o agravaran esta “grieta socioeconómica”. Ello implicaría implementar lo que se ha denominado comunmente una política “neoliberal”.  Si bien el término “neoliberalismo”, a nivel internacional nacional, ha tenido distintas acepciones (y debates) lo usaremos aquí porque tiene la connotación de una determinada postura que no tiene en cuenta a los pobres.

La otra respuesta, desde un enfoque optimista, es que el resto de la sociedad (o su gran mayoría) está dispuesta a ser solidaria con los sectores populares. Ello conlleva a articular los distintos actores sociales, y en especial el Estado, en sus diferentes formas, para encarar acciones que permitan elevar el nivel de vida –de manera sostenida- de “lo popular”. Cuales acciones? A continuación iremos mencionando algunas para el debate.

Es importante promover que los asentamientos poblacionales (ya sean urbanos o rurales) estén vinculados al desarrollo de actividades sustentables en el tiempo en esos territorios. La sustentabilidad está asociada a un “piso” de subsistencia y a la posible construcción de un trayecto de desarrollo -en un contexto nacional e internacional- que posibilite la creación de valor económico. Este valor puede ser aplicado a recursos naturales, paisajísticos, culturales o basados en la economía del conocimiento (por ejemplo relacionados a centros terciarios, universidades y del sistema científico-tecnológico). Sobre el “piso” de subsistencia es muy interesante la experiencia (con las adaptaciones del caso) del P. Pedro Opeka en Madagascar, donde “rescata” personas hacinadas en la ciudad para proponerles un piso “digno” de subsistencia en lo rural. Podríamos decir, más en general, que el desarrollo de las economías regionales de los distintos países puede posibilitar no sólo que la población local deje de emigrar sino que familias urbanas que hoy no tienen perspectivas reales de una mejoría en su inserción económica en el actual lugar puedan ir a radicarse hacia esas economías regionales con perspectivas ciertas.

El desarrollo de las economías regionales no debe caer en la superficialidad de slogans, consignas, manipulaciones políticas o marketing sin sustento real (típicos del populismo), sino que el acceso a esos lugares esté acompañado de proporcionar todos los componentes que hacen a la resolución de las necesidades básicas insatisfechas, de la capacitación, tecnología, financiamiento y gestión adecuada de lo que se vaya a encarar. Lo “fácil” del populismo (por ejemplo otorgar sólo propiedad de un bien o empleo público local que no brinde un servicio eficaz) debe ser reemplazado por la profesionalidad y la seriedad de encarar todos los aspectos que hacen al desarrollo socio-económico y humano en esos lugares. Estrategias para desacelerar o congelar el crecimiento de megalópolis, como el Área Metropolitana de Buenos Aires, están vinculadas a lo que se viene de mencionar.

Seguramente en el caso argentino esta temática es difícil de discernir, en particular en el caso del peronismo. Al respecto nos basaremos en un reportaje realizado en el programa Odisea a Alain Rouquié. Podemos compartir con este intelectual que el concepto “populismo” es pobre y confuso para caracterizar un régimen político y en particular al peronismo. De todos modos intentaremos ver si se puede hacer alguna reflexión en base al título de esta nota.

Por un lado se puede decir que el peronismo ha venido siendo un fenómeno popular basado en ideales de justicia social, de valorar lo nacional, la independencia económica y de creación de un estado social a partir de una “comunidad organizada” liderada por “un gran padre” o líder de masas. Si bien surge de la democracia representativa –y por lo tanto del voto popular- es contrario a la concepción demoliberal, y de alli se deriva entonces –en especial en los momentos de conflictividad- que el “otro” (que disiente o no comparte) es “la antipatria”.

También ha venido siendo popular, además del voto, en el sentido de plantear cuestiones de largo plazo vinculadas a fenómenos como el del medio ambiente (ver mensaje del año 1972). Pero en qué ha sido “populista”? Entiendo que lo ha sido cuando generó un desestímulo muy fuerte a la actividad productiva -como fue el caso del IAPI o de la Resolución 125- en aras de fomentar a una industria (sustitutiva y no con escala para competir globalmente) y al consumo popular de corto plazo. No supo y/o no pudo encontrar otras formas o herramientas de armonizar producción agraria e industrial sustentable (para una determinada variedad de capitalismo) con resguardar el ingreso y el acceso de bienes básicos para los sectores populares.

Finalmente podemos decir que hacer “populismo” es fácil (en el sentido de «cabalgar la ola» del momento) y relativamente rápido. Promover una política “popular” que exceda el corto plazo (o sea «el populismo») es más complejo y requiere de consensos sociales en una «fina» instrumentación y financiación, evaluando su desarrollo y realizando las adecuaciones necesarias para que sea exitosa a mediano y largo plazo. Esto último nos lleva a un mundo mejor no sólo para los sectores populares sino para todos.

PD: Sobre la temática del populismo es interesante esta nota donde Moira MacKinnon y Andrés Malamud, conversaron con Infobae Cultura