Infierno – Paraíso

En este blog venimos intentando presentar enfoques y prácticas -en especial socioeconómicas- que nos alejen de un mundo peor y nos acerquen a un mundo mejor. Todo ello en un marco donde -en general- se plantea una carrera por maximizar el excedente económico y el poder, pero también hay otras expresiones que nos dan esperanzas de cambio.

En esta breve nota utilizaremos otra expresión del lenguaje vinculado con un mundo peor – mundo mejor, como es «infierno – paraíso» (como lo ilustra el cuadro de la entrada).  Tal vez se pueda afirmar que estas palabras aluden a una cuestión metafísica. También se puede decir que forman parte de un debate teológico sobre el infierno donde -en general- en la tradición judeocristiana no se pone en duda la existencia de «un paraíso» original.

Sin embargo esta temática también la aborda el astrofísico Carl Sagan, en su capítulo IV de la Serie Cosmos, denominado «Cielo e Infierno» («cielo» como equivalente a «edén o paraíso»), donde fundamenta que si no modificamos la acción humana vinculada con el medio ambiente, terminaremos convirtiendo en un infierno a la Tierra.

En esta nota desearíamos reflexionarlo desde lo personal y social, a partir de una frase de Carl Jung: «Un hombre que no ha pasado a través del infierno de sus pasiones, no las ha superado nunca».  Esto a que se podría deber? Seguramente las explicaciones pueden ser múltiples y es más bien una tarea de la psicología y el psicoanálisis. Aquí solamente trataremos de esbozar sólo algunas vinculadas a un elemento donde juega la temática «infierno-paraíso» como el caso de las sustancias psicotrópicas o psicoactivas. Si bien se utilizan desde hace miles de años en «contextos religiosos, médicos y para usos aprobados culturalmente (por ejemplo: alcohol, cafeína, nicotina)», nos referiremos aquí a un aspecto particular como es el consumo de drogas que se caracteriza como «toxicomanía«.

Cuales son las principales manifestaciones que cita la literatura científica (en particular la psiquiatría) para caer en este fenómeno: la búsqueda de placer (felicidad, éxtasis o alguna forma de paraíso) o salir del displacer (alguna forma de infierno producto de vivencias afectivas traumáticas, la falta de un «sentido de la vida» o sociales como las privaciones de bienes y servicios básicos o el exceso de presión socioeconómica que nos impone el contexto o «sistema»), de «alienación» (en el sentido de «desposesión» individual y disociarnos de la realidad exterior que nos es traumática) y el acostumbramiento (bajo la forma de adicción) a un producto tóxico para la persona.

Si lo anterior es así, ¿se puede hacer algo -en lo micro y en lo macro- para actuar en estos componentes e ir disminuyendo el consumo de drogas? ¿No es este el principal problema a resolver para erradicar la producción y la distribución de drogas en el mundo? La respuesta tiene que ser necesariamente sistémica que articule virtuosamente aspectos micro y macro que nos permita salir de este grave problema para la humanidad.

Los aspectos micro van desde una buena vivencia afectiva en el seno familiar, educativo, social y laboral de la persona, hasta las condiciones macro: derechos humanos que, la sociedad a través del Estado (y en conjunto con él), se efectivicen en políticas, acciones y resultados concretos que permitan un piso de bienestar y sentido de felicidad que coadyuden a este logro. Todo ello sin caer en exacerbar la rivalidad (que estimula el sistema capitalista) y tratar de ser «como dioses» (vinculado con esto, «lo supra humano» y su relación con «lo nacional«, se puede visualizar en determinadas prácticas de dopaje en el deporte como lo muestra el film Icaro de Netflix).

El abordaje desde la salud (con las instituciones específicas y adecuadas para tratar las adicciones) es indispensable para salir de este flagelo, así como el acompañamiento posterior y la voluntad de la persona involucrada, y el abordaje desde una adecuada política criminal en el combate al narcotráfico. Una experiencia interesante y valiosa desde lo territorial es el caso de la Ciudad de Medellín y en cuanto a jóvenes la experiencia de Islandia (también se puede ver esta nota).

Además de lo expresado, sin duda las distintas religiones hacen un aporte muy valioso a través de la vivencia de la espiritualidad, meditación, oración y formas de trascendencia que eviten la utilización de «prótesis artificiales o atajos» para llegar a un falso «espejismo» de paraíso. En el caso del cristianismo la oración de Jesús, denominada «Padrenuestro«, pide que «…venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así como es en el cielo, en la tierra…» . Es decir el «reino» como equivalente a la vuelta, ya aquí en la tierra, al paraíso. Nuestra contribución es indispensable e insustituible «aquí en la tierra», sino construiremos distintas formas de infierno.

 

Evolucionar

La ciencia nos dice que nuestros genes siguen “evolucionando.  Por otro lado en un artículo de Regis Meyran («¿Se halla la cultura en los genes?«, Revista Temas, Investigación y Ciencia 1er trimestre 2017) «, expresa que «como señaló el epistemólogo Patrick Tort, el propio Darwin había propuesto un argumento que se opone al determinismo genético de los sociobiólogos: la cultura puede contrarrestar la selección natural, ayudando a los más pobres, por ejemplo, con la invención de las leyes sociales». De allí la importancia de la cultura, y del sentido que esta tenga, en la evolución.

Así mismo el universo (del que somos parte) también sigue evolucionando. Nosotros, como humanos, estamos haciendo nuestro aporte al cambio del planeta Tierra: más allá de aspectos vinculados con el cuidado, en general viene predominando lo contrario y ello se refleja con el cambio climático cada vez más virulento y tendencialmente adverso.

Por otro lado en lo que se refiere a nuestro conocimiento vinculado con la ciencia y la tecnología se ha ido incrementando, y en la actualidad viene creciendo exponencialmente.

En cuanto a nuestros vínculos sociales, económicos y políticos, el progreso vinculado con lo material y a una civilización con derechos cada vez más amplios ha sido indudable. Sin embargo la desigualdad ha aumentado, la pobreza tiene amplias características, las guerras emplean cada vez armas más poderosas y letales…

Lo anterior pone en duda si la denominación «sapiens» (sabio) en nosotros humanos es correcta. ¿Nuestra conciencia ha transformado nuestra inteligencia en sabiduría? Coincidiremos que la respuesta es, en general, negativa, más allá de personas, grupos o importantes sectores de la sociedad que si lo han logrado.

El astrofísico Carl Sagan, en un capítulo de su serie Cosmos, se preguntaba sobre la posible existencia de extraterrestres y por el hecho de que estuvieran navegando por el universo. En el libro del mismo nombre (Ed. Planeta, Barcelona, 1985) en la página 311, afirma que “es muy probable que el solo hecho de que hayan sobrevivido tanto tiempo demuestra que han aprendido a vivir con ellos mismos y con los demás”. ¿Nosotros hemos aprendido? ¿Tenemos mayor conciencia?

Seguramente coincidiremos en que no nos queda mucho tiempo para aprender y evolucionar en este sentido.