Economía del Conocimiento

El conocimiento siempre fue fundamental en la historia de la humanidad. Harari en su libro «Sapiens. De animales a dioses«, en el primer capítulo, entre otras cosas, dice: «hace unos 70.000 años, organismos pertenecientes a la especie Homo sapiens empezaron a formar estructuras todavía más complejas llamadas culturas. El desarrollo subsiguiente de estas culturas humanas se llama historia. Tres revoluciones importantes conformaron el curso de la historia: la revolución cognitiva marcó el inicio de la historia hace unos 70.000 años. La revolución agrícola la aceleró hace unos 12.000 años. La revolución científica, que se puso en marcha hace unos 500 años, bien pudiera poner fin a la historia e iniciar algo completamente nuevo».

Podríamos agregar que en esta revolución cognitivaque comenzó hace 70.000 años, inicialmente el conocimiento estaba aplicado al hacer del trabajo manual, y progresivamente fueron apareciendo formas jerárquicas y diferenciadas (jefes, sacerdotes, escribas, etc.) donde quienes ejercían estos roles y funciones ya no hacían trabajo manual (lo ritual, la guerra, lo intelectual o ejercían el ocio). Esto conllevaba una relación de poder entre estos últimos y los primeros, dando origen a relaciones asimétricas que fueron tomando distintas formas como la esclavitud y luego el trabajo servil.

Con la emergencia del capitalismo las relaciones sociales de producción se manifiestan entre la burguesía y el proletariado, y a mediados del siglo XIX surgen las nociones de capital social y capital intelectual (un mayor detalle se puede ver en este documento). Más recientemente ha tomado distintas denominaciones como la de «capitalismo cognitivo» (la relación entre trabajo manual y trabajo intelectual se desarrolla en trabajos como este) o más comúnmente  economía del conocimiento (*).

Esta última denominación fue planteada por primera vez en un libro del año 1966, de Peter Drucker. El libro se denominó The Effective Executive(traducido al castellano como «El Ejecutivo Eficaz»). Según la Wikipedia «acuñó el término «trabajador del conocimiento» y más adelante en su carrera consideró que la productividad del trabajador del conocimiento sería la próxima frontera del management. Unos años después, en 1969 Drucker, en su libro más conocido La era de la discontinuidad, escribió una sección sobre “la sociedad del conocimiento”, basándose en los datos y proyecciones de Machlup. Drucker añadió que, a finales de los ’70, el sector del conocimiento generaría la mitad del P.I.B. En 1970, el tema del encuentro anual de la American Society for Information Science era “la Sociedad de la Información-Consciente”, y un artículo presentado trató sobre “el Advenimiento de la Sociedad de la Información”. En 1993, escribió su libro Post-Capitalist Society(La Sociedad Post Capitalista), en el que destacaba la necesidad de generar una teoría económica que colocara al conocimiento en el centro de la producción de riqueza».

Según esta fuente «la noción de «sociedad del conocimiento» surgió en 1969 cuando Peter Drucker escribió el libro «La era de la discontinuidad» en donde destaca la necesidad y su enfoque es bien claro a generar una teoría económica de colocar al conocimiento en el centro de la producción de la riqueza, y a su vez señalaba que lo más importante no era la cantidad del conocimiento, más bien su productividad. El libro es empleado particularmente en medios académicos como alternativa al concepto de «sociedad de la información». La UNESCO, en particular, ha adoptado la expresión «sociedad del conocimiento», o su variante «sociedades del saber«, dentro de sus políticas institucionales. Ha desarrollado una reflexión en torno al tema, que busca incorporar una concepción más integral, no en relación únicamente con la dimensión económica. La sociedad del conocimiento debe ser considerada como una nueva era, la cual promete cambios principalmente en instituciones educativas que deben encontrar la forma de incorporar tecnologías en los procesos de enseñanza aprendizaje, para lograr un nuevo conocimiento».

Por su parte el Banco Mundial (2002) señala que la economía del conocimiento tiene cuatro pilares:

  1. Incentivos económicos y buenas instituciones
  2. Educación general de alta calidad y aprendizaje toda la vida
  3. Sistemas de innovación
  4. Infraestructura de información.

La OECD, en 2003, define a las economías del conocimiento como aquellas basadas directamente en la producción, distribución, y uso del conocimiento y la información, y que están apoyadas por los rápidos avances de la ciencia y de las tecnologías de la comunicación y la información. Es precisamente la OECD quien distingue que la creación rápida de conocimiento y la mejora al acceso a las bases de conocimiento son factores que están incrementando la eficiencia, la innovación, la calidad de los bienes y servicios, así como la equidad.

En el año 2009, en la Conferencia de la Comisión Europea en Gotemburgo se plantea que esta economía debe basarse en tres pilares:

  1. I&D e Innovación,
  2. Educación (está implicito que tiene que ser de calidad)
  3. Tecnologías de la información y la comunicación.

De esta temática se derivan muchas otras, y entre ellas quisiéramos destacar dos. La primera es que, con el vertiginoso crecimiento científico-tecnológico, aparece el avance sostenido de la inteligencia artificial (IA). De allí el debate si será complementaria a la inteligencia humana o si será competitiva, y por lo tanto excluyente. En este último caso si los humanos deberíamos concentrarnos en actividades culturales, orientadas al cuidado y al ocio, así como a introducir la ética en la IA o si terminaremos siendo dominados por esta última.

La segunda temática es diferenciar el cambio científico-tecnológico de la innovación. Quien ha reflexionado teóricamente sobre este tema es Clayton M. Christensen, y su teoría de la innovación disruptiva (**). Vinculado con esta temática hace énfasis Andrés Oppenheimer en su libro «Crear o Morir» (Ed. Debate, 2014). En este video hace un resumen sobre su libro y la innovación. En esta última distingue entre lo que es diferenciar algo que se viene haciendo, respecto de algo radicalmente nuevo. Sobre lo primero da el ejemplo de Gastón Acurio, chef peruano (con más de 37 restaurantes en 11 países que ha innovado en algo tradicional como la cocina), de algo nuevo como purificar el agua a bajo costo por emprendedores como Alfredo Zolezzi, lo que conlleva la aplicación científico-tecnológica a un bien social (en especial para los sectores y países más pobres).

En esto último es muy importante vincular este tipo de emprendedorismo con los estímulos del Estado para que la innovación tenga como prioridad resolver cuestiones urgentes como el ya citado ejemplo de contaminación del agua o el cambio climático (ver el caso de China sobre esta articulación).

Trascender un enfoque meramente competitivo enfocado en sofisticar lo demandado hoy por el mercado(v.g. celulares o televisores cada vez más potentes y versátiles), así como nuevas formas de poder (***) en las cadenas de valor de la economía del conocimiento que acentúan un capitalismo desigual, será una demostración de sabiduría(que va más allá de conocer o manejar información). Si no damos un salto evolutivo hacia la sabiduría no iremos a un mundo mejor sino a uno peor.

PD: Para el caso de Argentina puede verse esta nota y este video, así como una reciente ley. En cuanto a su vinculación con la industria es muy interesante este aporte.

(*) está emparentada con las llamadas economía digital y nueva economía. Desde la sociología, uno de los intelectuales que ha trabajado más este tema, es Manuel Castells. Para una actualización de esta temática a noviembre de 2018 se puede ver este evento del INTAL. En cuanto a la relación entre economía del conocimiento e industria es interesante el caso de Israel.

(**) Sobre la actualización de este tema ha escrito Sebastián Campanario.

(***) gravar impositivamente a los propietarios de los productos y servicios en la nube para aplicarlos a las personas y sectores que son desplazados de manera definitiva (o a reubicar) del sistema económico, e impulsar formas de facilitar la solidaridad, la oferta y demanda de oficios y profesiones, y el comercio justo en las grandes plataformas, pueden coadyuvar a ir a un mundo mejor.

 

 

Trabajo e Industria

La evolución de la humanidad conllevó ir pasando de una economía agrícola de subsistencia y de procesamiento de minerales, a un desarrollo cada vez mayor de estos y a su manufactura. Con la primera revolución industrial se dio un gran salto, pasando a ocupar este sector gran cantidad de mano de obra (dependiendo del país y de los sectores que abarcaba). La industria fue sinónimo de dar valor a los bienes así ser la mayor generadora de empleo (el nacimiento y crecimiento del proletariado).

Más recientemente el panorama se “complejizó”: la agricultura se fue “tecnologizando” cada vez más, desde las semillas hasta el proceso de siembra y recolección, y la minería (tomemos como caso las sales de litio o el shale gas) también fueron incorporando cada vez mayor “valor agregado”.  A su vez la industria se fue «imbricando» con los servicios (al respecto ver los artículos de las páginas 240 en adelante de la publicación «100 políticas para la Argentina del 2030«). También se fue conformando más heterogénea, y -como se ha señalado en el caso argentino- una industria «a tres velocidades«.

Por otro lado el empleo industrial, luego de la segunda guerra mundial y en particular desde los años 50 en adelante, se fue desplazando hacia el “este”: primero a Europa (en especial Alemania, pero también Italia, Francia y España) y Japón, y luego a Corea del Sur, y otros países del Asia (el caso más relevante y significativo ha sido el de China). No habría que dejar afuera de este listado a países como la India, Vietnam, Malasia, Brasil y Méjico.

Sin embargo, se puede afirmar que –además de desplazarse al este- también fue perdiendo participación relativa frente al crecimiento de los servicios (en algunos casos mezclados con economía digital como la industria del software). En un trabajo realizado por Sebastián Galiani y Martín Caruso se muestra esta tendencia para países como Argentina, Estados Unidos, Europa y Corea del Sur.  En esta línea, y según Dani Rodrik «es muy tarde para la Argentina o Brasil para reindustrializarse. Deberán basarse cada vez más en los servicios, algunos de los cuales serán bienes transables y otros no. Esto sin duda requerirá un tipo de política industrial diferente a la del pasado, acaso una que se enfoque más en los servicios de la industria y la creación de empleos para la clase media». Sobre la relación con la ciencia y la tecnología es muy interesante este aporte, así como la relación entre economía del conocimiento e industria con el caso de Israel.

También reflexiona sobre esta temática José Anchorena que, al respecto, expresa: «el empleo industrial se achica acá y en todo el mundo. El empleo industrial como porcentaje del total de empleo viene disminuyendo, aunque no como número absoluto. Es una tendencia inexorable que pierda peso en el total de trabajadores. Si un país está creciendo es porque está ganando en productividad laboral. Se capitaliza mucho en el sector, y eso significa, resumiendo, que a un trabajador lo reemplaza una máquina. Pero al mismo tiempo, una industria eficiente crea eslabones del área servicios en las etapas pre y post producción. Uno tiene que pensar en la cadena completa de producción. En EE.UU. se quedaron con los dos extremos, diseño y post venta, por decirlo resumido, y le dejaron la producción a China. En Estados Unidos, los salarios son 10 veces más altos que en China. Resumiendo, lo importante es que se mantenga el “core” de la industria, y que los empleos que en teoría pierda son los que se crearán en el sector servicios.»

La denominada «nueva división internacional del trabajo«, conlleva implicancias en un nuevo esquema de organización industrial que se implementa en las cadenas globales de producción (o cadenas globales de valor, o GVC por sus siglas en inglés). Las GVC replican y refuerzan un esquema en donde el proceso básico manufacturero de ensamblaje (poco valor agregado) es asignado a países del sudeste asiático. Los insumos primarios (de bajo nivel de procesamiento y bajo valor agregado) de esas manufacturas son extraídos de países de América Latina o África. El proceso de I+D, marketing, diseño y (hasta comercialización) que históricamente han sido los de  mayor valor agregado en el proceso de producción, hoy en día lo son más y se encuentran aún más concentrados en los países avanzados. Entonces, en ese contexto, la posibilidad de innovar, diferenciarse o generar productos de nicho se torna más dificultosa por las elevadas barreras de entrada ya impuestas (1). Frente a este panorama habrá que seguir los cambios que se están produciendo (y cómo afectan las tendencias recién mencionadas) en las políticas de Estados Unidos de Norteamérica (vinculadas con la «desglobalización«, la promoción de la inversión en su territorio) y en cuanto a China la importancia que le dan a las manufacturas en su desarrollo, avanzando en innovación tecnológica, fuertes inversiones en Estados Unidos y Europa (además de otros países) e industrias chinas en base de robots que comienzan a localizarse en USA. Sobre este punto es interesante el trabajo del INTAL sobre «Industria 4.0«.

En el marco de lo señalado y las nuevas tendencias que está impulsando el gobierno de Trump, está el acuerdo con la UE, así como el nuevo acuerdo automotriz entre entre EE.UU. y México, y luego más en general con Canadá. en el marco del replanteo del NAFTA. A ello hay que sumar nuevas realidades como la de inmigrantes chinos en Italia explicados en esta nota, donde dice: «el relato que sobre los inmigrantes despliega Matteo Salvini, ministro del Interior italiano, es asimétrico. Mientras rechaza a la inmigración africana, cerca del Quirinale, un tradicional centro de fabricación y diseño de moda situado en la Toscana, Prato, no solo es un punto de importación de ropa desde China, sino, a la vez, un verdadero centro de producción chino. Inmigrantes clandestinos chinos llegan constantemente a Italia para trabajar en los miles de talleres de la ciudad –regenteados también por empresarios chinos–, que permiten producir primeras marcas Made in Italy con salarios asiáticos. Según la BBC, en Prato hay  alrededor de veinticinco mil personas de origen chino trabajando por salarios muy por debajo de sus homólogos italianos. A tres dólares la hora, o unos doscientos dólares por la producción de veinte vestidos, los estándares de calidad de los artículos, por supuesto, son mínimos y están lejos de los exigibles a un buen trabajo artesanal, aunque la etiqueta los identifique con una marca y una denominación de origen premium».

Los fenómenos señalados tienen múltiples impactos en la reformulación de la globalización y en la división del trabajo. En el sector agrícola (en particular granario) requiere de mucha menos mano de obra directa (aunque si indirecta como maquinaria agrícola y desarrollo de tecnología) pero mucho más calificada. A la minería hay dificultad para darle mayor agregado local, con algunas excepciones. La industria liviana (textil, calzado, etc.) sufre la competencia de menores salarios, mayores escalas y –a veces mayor tecnología- de países como los que mencionarámos más arriba. A ello debe agregarse el avance de la robotización que, en algunos casos, realizan prácticamente la totalidad de las tareas.

A pesar del pesimismo expresado más arriba por Dani Rodrik, entendemos que todo lo anterior conlleva un gran desafío para generar trabajo para las nuevas generaciones así como a la mano de obra desplazada, y a la población que cae en situaciones de pobreza estructural. Seguramente un primer esfuerzo es mejorar el «contexto de competitividad de la industria» argentina, dado que -según esta nota– «un estudio de OCDE sobre América Latina muestra que, en promedio, la productividad “puertas adentro” de la industria argentina es la más alta de América Latina, el doble que la de México, mejor que la de Brasil o la de Chile».

Un segundo esfuerzo a realizar es acompañar un proceso de «diferenciación» de los productos industriales tradicionales de países como Argentina frente a la actual globalización. A modo sólo de ejemplo podemos citar el caso de la industria del cuero que se puede visualizar en el minuto veinte de este video, correspondiente a una empresa o la industria textil asociada a la industria de la moda y el diseño de indumentaria. Hay también un debate, como el que propone Carlos Leyba (ver sus declaraciones en el Programa «A Dos Voces» del 31/1/2018), donde sostiene que la industrialización tiene que estar enmarcada en un Plan de Desarrollo y con incentivos («la zanahoria necesaria para que los capitalistas inviertan»). Sobre el tema de los subsidios hay que señalar que -en oportunidades- la situación fiscal no lo permite (2) y que pueden ser de muy distinto tipo: desde una amplia exoneración de impuestos como en Costa Rica  o países donde se regala o subsidia el terreno y la inversión inicial, parte de la logística y la capacitación de la mano de obra, pasando por subsidiar su financiamiento para que exporte, hasta rebajas impositivas para nuevas inversiones como el reciente caso de Brasil con la industria automotriz. En el caso argentino, en el marco de una competitividad sistémica y de una visión de mediano plazo de inserción internacional, entendemos que sería bueno establecer una «política de estado» (por ejemplo a través de una ley) de que los subsidios -de ahora en más- deban:

1. ser acotados en el tiempo y decrecientes,
2. estar asociados a recursos naturales existentes y con potencial de desarrollo en el mercado interno e internacional, desde los paisajísticos (como el turismo) hasta los naturales a los que se les agregue valor en origen (desde la minería y la energía hasta el campo), así como a los recursos del conocimiento en desarrollo como es el caso de la industria del software (y en contextos de cercanía como los del Instituto Balseiro, institutos del CONICET, el INTA, etc.)
3. estableciendo que deben tener un cupo de «transabilidad internacional» (como fue en su momento la industria en Brasil) y no sólo para el mercado interno,
4. estar asociados a un tipo de cambio razonablemente elevado (por ejemplo niveles promedio de septiembre de 2018) (3), dado que sino sería muy difícil desarrollar sectores en Argentina con la actual globalización (este nivel de tipo de cambio haría que el subsidio fuera menor, excepto que se atrasara temporariamente el tipo de cambio de estos niveles),
5. estar acotados a un cupo fiscal a estimar de acuerdo a las posibilidades fiscales futuras y a las prioridades sectoriales a establecer en el contexto de un plan de desarrollo.
También habrá que abordar una combinación de políticas públicas en lo educativo, en la capacitación, en lo científico-tecnológico, en el emprendedorismo, en el desarrollo de nuevas industrias (de producción limpia, economía circular y energías renovables), desarrollo de eslabonamientos en servicios pre y post venta y servicios en general (desde el turismo hasta las industrias culturales y ocupaciones vinculadas al cuidado) así como una adecuada protección temporal y acompañamiento en diferenciación de productos y servicios así como en dar un salto de productividad a los sectores menos competitivos (como se señaló más arriba) será fundamental. Lo dicho no descarta la progresiva implementación de instrumentos como el ingreso de ciudadanía o universal, como “piso”, y una adecuada política social.
La pandemia del COVID-19 ha introducido un shock tremendo, no sólo desde el punto de vista sanitario, sino también económico. Al mes de mayo de 2019  no sabemos aún cual será el impacto final en cuanto a la destrucción de empleo, y dependiendo de su duración cuales serán sus efectos en los posibles nuevos empleos (relacionados con la salud, el trabajo a distancia, etc.). Posiblemente tendrá también los siguientes efectos:
– habrá una aceleración del cambio tecnológico, en especial en un incremento de la robotización frente a la vulnerabilidad de los humanos a virus y enfermedades. Esto, tal vez, incluya una mayor versatilidad de las impresoras 3D y del impulso a ser prosumidores,
– habrá una cierta reversión del proceso de globalización, en especial en industrias y sectores como los relacionados con la salud (vacunas, medicamentos, respiradores, barbijos, testeadores de virus, indumentaria protectora para el personal de la salud…) y en sectores estratégicos vinculados a las comunicaciones (como el 5G) y a la defensa. Es relevante una reciente decisión de Japón.
– relacionado con lo anterior no creemos que ese proceso de reversión sea significativo en el caso de las materias primas y los alimentos. Respecto de estos últimos puede generarse una mayor autosuficiencia y seguridad alimentaria en los distintos países, pero entendemos no será significativo en el caso de los países que son grandes consumidores como la India, China y otros países del Asia, por lo menos a corto plazo,
entre los principales.
Habrá que ver si además de los daños y muertes de personas y empresas, podremos encontrar caminos para un mundo mejor.
(1) Agradezco el comentario de Haroldo Montagu sobre este punto.

(2) como es el caso de la situación fiscal de Argentina, agravada desde abril de 2018.

(3) Dada la problemática actual del balance de pagos en la Argentina, y su proyección en los próximos años para la generación de dólares para el pago de la deuda externa y creación de empleo, se supone que este tipo de cambio –en promedio y con oscilaciones– es el que debería existir en términos constantes (compatible con lo anterior). Si esto fuera así habría que hacer un análisis de la industria que puede tener sostenibilidad de ahora hacia el futuro, en especial en territorios como el conturbano bonaerense. El resto del trabajo que no se ocupe en la industria (incluida la del software y en general al conocimiento), tendría que ser canalizado en nuevos servicios (como el turismo, el entretenimiento, etc.), la economía popular o proponer a la población sin ocupación que se desplace a economías regionales con posibilidades de incorporación de empleo.