Miedo, Péndulo y Volatilidad

El miedo es parte de nuestra frágil y débil naturaleza humana, y -a veces, lamentablemente- es lo que predomina. Lo ideal sería afrontarlo, como dice Nelson Mandela en la imagen de la entrada.

La expresión del miedo en la economía tiene múltiples facetas. Una es la que menciona Michael Porter, en su rombo o diamante, explicando las distintas fuerzas o elementos que juegan en la competitividad donde se expresan las distintas amenazasla rivalidad de las empresas (podríamos extenderlo a las personas, otras organizaciones y naciones). Es un «motor» o elemento que hace que tengamos miedo «del otro» porque nos pueda dejar fuera del mercado, o de nuestro lugar, y por lo tanto diseñemos e implementemos estrategias y acciones para defendernos y contraatacar (en precios, calidad, y -a veces- utilizando medios no lícitos o la violencia). Lo ideal es que seamos competentes y no competitivos, pero la lucha por la supervivencia -y no los ideales o valores- es lo que -lamentablemente- muchas veces predomina como instinto o pulsión primaria hasta esta etapa de la evolución humana. Otra de las facetas del miedo es si nuestra memoria registra crisis recurrentes en la economía, y ello provoca inmediatamente buscar refugios (como el dólar o sacar el dinero del país). Será un reflejo que predominará para protegernos de una eventual crisis futura. Un caso emblemático es el de la economía argentina, en particular desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad. A continuación nos plantearemos algunas hipótesis y preguntas sobre esta economía.

Entre las principales preguntas está: ¿cuales son las causales que provocan las crisis? Podríamos responder que son diversas, y entre ellas:

  • el modo de inserción de la economía argentina en la economía mundial: como proveedores de materias primas (derivadas de las llamadas «ventajas competitivas») ya sea con Inglaterra en el siglo XIX y hasta comienzos del siglo XX, y más recientemente hacia China, India y otros países. Si estos países entran en crisis (internamente o por una crisis internacional), cambian sus parámetros de calidad (por ejemplo no aceptaran cultivos en los que se usen determinados agroquímicos como el glifosato) o resuelven la dependencia de materias primas, la economía argentina entrará en crisis. Si no desarrollamos suficientemente las denominadas ventajas competitivas (vinculadas al conocimiento), la complementariedad con economías de la región y si los costos de producción (donde está el nivel de la carga tributaria en la cadena de valor, la tasa de ganancia y el  salario real en dólares, la logística e infraestructura, el costo del financiamiento, el nivel del tipo de cambio…) son muy superiores a países similares con industria (Brasil, Méjico, etc. y no digamos sudeste asiático). no podremos generar empleo con valor agregado manufacturero. Tendremos mayores importaciones y menores exportaciones, a excepción de bienes y servicios muy diferenciados. Ello generará mayor pobreza y desempleo.
  • la configuración de la estructura socioeconómica argentina: ha estado muy vinculada al punto anterior, y a una fractura o grieta que viene desde nuestros orígenes con la antinomia interior (la llamadas «economías regionales» extra pampeanas) y el puerto, Buenos Aires y los bienes y servicios generados en esta región. Ello ha tenido su expresión política en saavedristas y morenistas, unitarios y federales, peronismo y antiperonismo… y así hasta nuestros días. Esto fue muy bien planteado en lo socioeconómico por Guillermo O’Donnell (en especial en sus texto «Estado y Alianzas en Argentina, 1956-1976»), y comentado en distintas notas como esta, donde se evidencia el comportamiento pendular y su reflejo  -llamado en la jerga económica- «stop and go«. También una derivación de lo anterior es querer vivir más allá de nuestras posibilidades. Se supuso que, con los altos precios de la commodities (en particular la soja) y un alto tipo de cambio luego de la crisis del 2001 (con superávits fiscal y comercial) no íbamos a tener más crisis recurrentes y una economía desequilibrada. Pero los cambios de política económica desde 2005 y que comenzaran a reflejarse un tiempo después, eran el preanuncio de nuevas crisis (aunque, en general, no se tomó conciencia de ello). Esto se acentuó en los últimos años (ver explicación de Marina Del Poggetto del minuto 17 en adelante de este video). El nuevo gobierno que asumió el 10/12/2015 reconoció sólo una parte de los problemas, incurriendo en la ilusión -si no suponemos desconocimiento o marketing electoral premeditado- y en una exteriorización comunicacional de una salida rápida de los mismos. En función de ello implementó cerrar el litigio con los llamados «fondos buitres», salir del cepo (pero suponiendo que no iba a impactar en los precios) sacando todas las restricciones al movimiento de capitales (como el de un plazo mínimo de permanencia que agravan los movimientos especulativos de corto plazo) y la reducción gradual del déficit fiscal (con idas y venidas en la resolución de los subsidios a las tarifas), entre otros elementos (*). Supuso inicialmente también un escenario global favorable para Argentina en términos de financiamiento (que pudiera financiar el déficit fiscal hasta 2020) e inversiones (la denominada «lluvia») y del comercio, pero no anticipó las implicancias de la llegada de Trump al gobierno de Estados Unidos, y no ponderó adecuadamente el déficit en la balanza de pagos (y por lo tanto el nivel del tipo de cambio, en el marco de una flotación libre aunque administrada). Esto lo llevó a mayo de 2018 (en el marco de haber cambiado las metas de inflación en diciembre de 2017, de un cambio de expectativas de los financiadores, de incremento de la dolarización y fuga de capitales de la economía) a tener que recurrir a un crédito stand by del Fondo Monetario Internacional lo que supone incrementar el ajuste y una aceleración del gradualismo.

En síntesis, sobre el caso argentino, las crisis recurrentes (que se pueden reflejar en una especie de «montaña rusa» o con una volatilidad en los indicadores que parecen un electrocardiograma), las implicancias culturales de anticipación a resguardarse (vía dólar), a movimientos especulativos de capitales, a la grieta «estructural» que no permite -al menos- una sociedad integrada, de bienestar y sin pobreza, el no buscar formas de compartir (en general, de ganancias, de esfuerzos -más allá de avances en acuerdos con Provincias y sectores- y no sólo de pérdidas), a la falta de visión de largo plazo sobre nuestras posibilidades reales de inserción en el contexto global, de construcción conjunta de confianza y de ir convergiendo a un cambio profundo, entre otros elementos, nos impiden superar positivamente el miedo y sus consecuencias. Ello no nos conduce a un mundo mejor.

(*) por ejemplo no implementar la ley de góndolas que fomente la diversidad de oferta y una mayor competencia en el mercado de alimentos, y paralelamente que se bajaban impuestos a la producción y a la actividad económica se fueran incrementando los impuestos directos a las personas (tener en cuenta, por ejemplo, que un sector de la población de mayores ingresos gastó en turismo -en los dos últimos años- más de veinte mil millones de dólares y, por lo tanto, su contribución al bienestar general podría ser mayor).

 

Todo o Nada en el Mercado

En otras entradas hemos hecho referencia que en los orígenes de la humanidad, con los cazadores y recolectores, y luego con la agricultura de subsistencia (sin todavía generar excedente) no había mercado. Luego se fueron desarrollando distintas formas de intercambio en base a la necesidad, el deseo (1) y la posibilidad de pago o contraprestación (por ejemplo: trueque) para poder abastecerse de un bien o servicio por parte del demandante y la posibilidad del oferente de proveerlo en cantidad, calidad, precio y condiciones (tiempo y forma). Esto último está íntimamente vinculado al concepto de trabajo y a la capacidad de emprender -sea bajo formas organizativas privadas tradicionales o sociales, mixtas o estatales- de manera sustentable en el tiempo en lo económico, en lo social (la equidad) y en lo medioambiental. Según Karl Polanyi en algo más de los doscientos últimos años se produjo una «gran transformación» donde se desarrolló lo que hoy denominamos «mercado» (2). De todos modos en muchos países con situaciones de subdesarrollo quedan realidades de actividades de subsistencia donde el mercado prácticamente tiene una presencia mínima.

No sabemos si esta forma de intercambio existirá en el largo plazo. Posiblemente no, si se concreta una de las  predicciones de Alvin Toffler de que seremos «prosumidores«. Ello sería posible con impresoras 3D hogareñas muy sofisticadas que nos proporcionarían prácticamente todos los bienes materiales que necesitamos (además de prótesis y otros elementos vinculados con la salud).

De situaciones de «nada de mercado» (como las que mencionamos más arriba) pasamos a donde el mercado, y más en general la «sociedad de consumo», tiende a abarcarlo «todo». En este contexto, el mercado es una realidad presente y muy pujante no sólo en los países capitalistas, sino también en aquellos que se autodenominan «socialistas» como el caso de Cuba, China o Vietnam.

¿Qué hacer con el mercado? Hay distintas posiciones y algunas de las principales referidas al mercado interno son las siguientes:

  • nada: hay que dejar que fluya libremente, y la libre competencia hará que «se acomode» en términos de eficiencia (mínimo costo) y eficacia (en cuanto a accesibilidad y cobertura del conjunto de la población). El problema de esta alternativa es que -por distintas razones y según demuestra la práctica- en una gran cantidad de ocasiones conduce a la concentración y a incrementar la desigualdad.
  • intervenirlo: puede ir en dirección al «todo» (como ha sido gran parte de la experiencia de la ex-URSS) o -más usualmente- con fuertes intervenciones que están orientadas a reducir significativamente la tasa de ganancia de los oferentes, a abaratar y dar mayor accesibilidad a los demandantes. Si bien «la intención» puede ser caracterizada de «buena», su implementación tiende a exagerar (para las variedades de capitalismo más usuales) la disminución de la tasa de ganancia -desfavoreciendo la inversión para ampliar o mantener la capacidad productiva- y el consiguiente desabastecimiento de la población. En determinadas experiencias populistas esto genera mayores intervenciones bajo formas de estatización, con la consiguiente burocratización y empeoramiento del desabastecimiento. Termina armándose una madeja de distorsiones de las cuales es difícil salir, y la gran mayoría de la población se resiente y empobrece.
  • regulaciones e instrumentos inteligentes y cambios de cultura: a continuación plantearemos algunas líneas en esta dirección.

Las sociedades capitalistas más desarrolladas han generado regulaciones para evitar la concentración y la «cartelización» de los oferentes que afectan la competencia, como mecanismo de «democratización» de una oferta diversificada y de precios no monopólicos. Esta es una alternativa, no fácil de implementar por dos razones principales: el poder de los grandes grupos económicos que quieren disfrutar de una «renta extraordinaria» y por el hecho de que hay actividades que sólo son rentables en grandes escalas y por lo tanto con pocos o un productor (el caso del llamado «monopolio natural»). Esto último no es fácil de discernir, pero hay que generar un amplio debate (con participación de especialistas y haciendo análisis comparado) y tomar las decisiones que correspondan.

Otras regulaciones no van por la negativa (evitar la concentración) sino por la positiva en cuanto a generar más oferentes y por lo tanto «democratizar» la competencia. Ellas van desde promover el financiamiento y espacios físicos para los oferentes (en particular los más pequeños), o incrementar la inclusión financiera y el poder adquisitivo de los sectores populares, hasta cuestiones «micro» como la ley de góndolas.

Empoderar a los consumidores no sólo brindándoles mayor información, sino también a través de compras comunitarias (por ejemplo, y en el caso argentino, en el Mercado Central o en supermercados mayoristas) o por medio de cooperativas de consumo. En el caso argentino hubo una experiencia de muchos años, como el Hogar Obrero, que -lamentablemente- por razones diversas (en particular, querer expandirse más de lo viable en un contexto desfavorable) terminó en 1995 «quebrando de oficio» (actualmente funciona como cooperativa de vivienda). Sin embargo hay otra experiencia muy valiosa y exitosa como es el caso de la Cooperativa Obrera de Bahía Blanca (ver esta presentación) y de la Central de Compras de la Federación Argentina de Cooperativas de Consumo que son dignas de emular.

Achicar la brecha entre oferentes y demandantes. Una entidad empresaria argentina (CAME) confecciona un índice de un conjunto de productos donde se visualiza esta brecha. Solucionar esta brecha requiere de un conjunto de instrumentos como empoderar a los pequeños productores acompañándolos para que logren -a través de formas asociativas o de cooperativas- integrarse horizontal y verticalmente, facilitación de acceso a acopio y vehículos de carga para la entrega de sus productos a mercados mayorista y/o minoristas, posibilidad de hacer transacciones a través de plataformas virtuales que generen un vínculo directo entre demandantes y oferentes, entre otras. Entre las experiencias internacionales cabe destacar la de Francia con el Observatorio de Formación de Precios y Márgenes de Productos Alimentarios (FranceAgriMer, presentación del informe anual del Observatorio ante la Asamblea Nacional), el Mediador de Empresas, la Carta Compromiso (para una relación responsable entre proveedores–compradores), y el Etiquetado Relación Proveedores Responsables (que distingue a las empresas que pasaron la prueba de relaciones durables y equilibradas). Al principio mencionábamos lo de «prosumidores» para el futuro, pero hay experiencias de agricultura familiar o de empresas de gestión social como «El Arca«, en la Provincia de Mendoza (Argentina) que lo están concretando.

Cambios de cultura en las motivaciones o móviles de oferentes y demandantes: Generar otras manifestaciones culturales vinculadas, por ejemplo, al precio justo y consumo responsable, a ir más allá de la mercantilización y el consumismo (desintoxicarse del mismo) (3) a garantizar una trazabilidad vinculada con la calidad, al cuidado del medio ambiente y la nueva economía -en el caso de España– (como se profundiza en este documento)…  son algunas cuestiones de vital importancia hacia el futuro para un mundo mejor. Habrá que resolver el problema de los que no satisfacen sus necesidades básicas con los que no tienen conciencia del derroche y el despilfarro (y «sobre consumen»). Así mismo habrá que ser cuidadosos, en una etapa de transición respecto al dilema que el crecimiento necesita -además de la inversión- al consumo, y este tipo y nivel de consumo no es sustentable medio ambientalmente para la humanidad.

Ojalá podamos ir discerniendo en estas cuestiones en línea con un mundo mejor.

(1) Aquí entran todas las cuestiones vinculadas con lo imaginario, los deseos inconscientes (por ej. vinculados «al tener» como equivalente de  «completud» y búsqueda de seguridad vinculado a la acumulación de lo material)) pero también los conscientes (por ej. vinculados a lo práctico, a ideales o preferencias que vayan más allá de la necesidad y de lo individual), al rol de la publicidad, entre los principales. En estas dimensiones entran aspectos como el denominado por Marx «fetichismo de la mercancía» . También es interesante la semejanza que establece Keynes entre «el mercado y un concurso de belleza» tal como se menciona en esta nota.

(2) Polanyi, afirma que los «sistemas» (que él denomina «modos de integración»), además de los distintas formas o modalidades en los que se desarrolla el intercambio a lo largo de la historia, el mismo coexiste con diferentes modos de reciprocidad («movimientos entre puntos correlativos de agrupaciones simétricas», vinculada a la «economía del don» según Marcel Maussy de redistribución. Cabría preguntarnos si es posible cambiar la palabra «sistemas» o «modos de integración» por «economías», en el sentido que le da Polanyi de una «economía incrustada o encastrada» en distintos contextos institucionales, culturales y sociales, según las épocas y lugares. Si fuera así, habría una «variedad de economías» que pone en cuestión los fundamentos de la corriente principal de la economía, y en particular de que la única posibilidad sería «el sistema mercantil» y la predominancia de la maximización del lucro. Esto no es aceptado por los enfoques más ortodoxos, los de izquierda y los que -en general- sostienen que la globalización capitalista es hegemónica y no hay lugar para una economía plural

(3) Esta temática está relacionada, entre otras, con la cuestión del «minimalismo» (ver película de Netflix o en este video) hasta con el desapego, pasando por el ascetismo.