Prevención de Accidentes

El accidente, según la Wikipedia, se define (del latín accĭdens, -entis) como  un suceso no planeado y no deseado que provoca un daño, lesión u otra incidencia negativa sobre un objeto o sujeto. Para tomar esta definición, se debe entender que los daños se dividen en accidentales e intencionales (o dolosos y culposos) (Robertson, 2015). El accidente es la consecuencia de una negligencia al tomar en cuenta los factores de riesgo o las posibles consecuencias de una acción tomada.

Hay distintos tipos de accidentes, como los que se producen en el hogar, en el trabajo (ver frase de la imagen de la entrada), de tránsito y de otros tipos de transporte, en la naturaleza o en el campo, en la infancia, en la escuela, entre los principales ámbitos. Por lo tanto hay distintos tipos de prevenciones o cuidados a tener para que no se provoquen. De modo general podemos decir que tiene que haber una infraestructura (caminos, edificios, etc.) y equipamiento (vehículos, muebles, redes, etc.) adecuados, una organización con normas y procedimientos claros con personas preparadas para su uso, cuidado y mantenimiento, y un control por parte del Estado.

Se han realizado manuales de prevención de accidentes para niños, normas de prevención de accidentes laborales y marco internacional de la OIT, normativas y prácticas de escuelas seguras (por ejemplo Ciudad de Buenos Aires), prevención de accidentes de tránsito (incluidas acciones realizadas por ongs), prevención de accidentes en el medio rural, etc.  El rol de cada uno, de las familias, de la educación, la salud, de las empresas (si sólo cuenta el lucro no habrá cuidado), de los sindicatos, de las religiones, asociaciones y ongs, de la política y del Estado (en lo legislativo, judicial y de control ejecutivo) deberá articularse armoniosamente en una cultura del cuidado con esta finalidad.

También hay que tener en cuenta los componentes psicológicos que influyen en las causas de los accidentes como señala esta nota, vinculada con las «crisis del cambio». Para más elementos se puede visualizar este documento sobre la teoría psicoanalítica del accidente.

Lo anterior tiene como implícito la importancia de la conciencia y el amor a uno mismo, a los demás y a la naturaleza, llevándolo a la práctica de modo de evitar el sufrimiento, los daños o la muerte por no tener el necesario cuidado. Si somos consecuentes con esto, nos ayudará a ser más felices y construir un mundo mejor.

Codicia y Economía

Una de las definiciones de codicia que da el Diccionario de la Real Academia, es el «afán excesivo de riquezas». Este concepto, y en particular en definición de Aristóteles, en la economía premoderna, está asociado al de crematística (arte de ganar dinero). También la codicia está emparentada con la avaricia. Según el poeta Dante Alighieri «la avaricia es de naturaleza tan ruin y perversa que nunca consigue calmar su afán: después de comer tiene más hambre». Es una versión de la «desmesura» e «ir por todo», pero desde lo económico.

Otra forma de ver esta temática es considerar a la codicia como un vicio «beneficioso y fundamental para el progreso económico». En la época de Adam Smith hubo un famoso y provocativo pensador denominado Bernard de Mandeville, quien, en 1714, publicó “La fábula de las abejas: o, vicios privados, públicos beneficios”. Según Nicol (Nicol, E., Introducción a la Teoría de los Sentimientos Morales, El Colegio de México, FCE, 1941. pág. 17) para Mandeville las “pasiones e impulsos egoistas son justamente los motores de la industria y del comercio, es decir, de todo lo que parecía en el siglo XVIII, especialmente a los ingleses, y aún parece hoy a muchos rezagados, el más alto signo del progreso humano”. Esta argumentación fue rebatida por Smith en el cuarto capítulo de la Sección II de la parte VII de la Teoría de los Sentimientos Morales, cuando habla de «los sistemas licenciosos».

Si bien es un tema muy antiguo sobre uno de los aspectos posibles de la naturaleza humana, reaparece contemporáneamente en distintas notas de economistas relevantes. En un reportaje que le hace Jorge Fontevecchia a Jeffrey Sachs, el primero le pregunta: «En su libro “The shock doctrine”, Naomi Klein sostiene que el capitalismo explota las crisis nacionales para impulsar políticas de shock que, de otra manera, no sería aceptadas. ¿Está de acuerdo con esa idea?» y Sachs le responde:

«Creo que el principal aspecto del capitalismo es que hay diferentes estilos. Mencionaría las dos variantes tradicionales, y luego una tercera. Una ha sido la variedad anglosajona, más neoliberal. La segunda, el capitalismo de mercado social o socialdemócrata, que sería Escandinavia y Alemania. Soy un admirador de la segunda categoría. Ambos tipos de capitalismo se construyen sobre no poca codicia, pero el primer tipo de capitalismo tiende a promoverla, mientras que el segundo tipo de capitalismo trata de acotarla: “Aceptamos cierto nivel de codicia, y mantenemos la economía en marcha”. Mientras que el modelo anglosajón, especialmente el estadounidense, dice: “Nos encanta la codicia”. Naomi Klein escribe sobre la variante norteamericana extrema del capitalismo».

También en una nota reciente del Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, finaliza diciendo sobre los discursos de los CEOs en Davos de 2018: «de modo que olvídense de las perogrulladas sobre los valores que los CEO recitan en los párrafos de apertura de sus discursos. Pueden no tener la franqueza del personaje de Michael Douglas en la película Wall Street de 1987, pero el mensaje no ha cambiado: “la codicia es buena”. Lo que me deprime es que, aunque el mensaje es evidentemente falso, tantos en el poder crean que es verdad». (*)

Tal vez, si se pudiera resignificar el concepto de codicia por el de una aspiración, ambición o deseo prudente y razonable de progreso y mayor bienestar, donde hubiera conciencia de que lo individual se realiza con otros en un contexto o sistema donde los valores de justicia y solidaridad son fundamentales para que el mismo sea sostenible y sustentable, seguramente coincidiremos que esto sería lo mejor. Para ello habría que tener capacidad de discernir sobre la diferencia entre amarse a uno mismo y ser egoísta, y respecto del concepto profundo de felicidad.

Para lo que venimos de mencionar no hace falta ni ser ángel ni santo (en línea con la frase de la imagen de la entrada), sólo humanos conscientes de nuestras limitaciones que, con humildad y sinceridad, buscamos alejarnos de los distintos vicios e impulsos egoístas, tratando de compatibilizar el amor hacia nosotros mismos con el amor hacia las demás relaciones (el prójimo, la naturaleza, para los creyentes el amor a Dios…). Ello nos puede conducir a un mundo mejor.

(*) Además de las que provienen del ámbito académico, en lo que se refiere a la difusión de las situaciones mencionadas, estas afirmaciones están en sintonía con informaciones proporcionadas por recientes series televisivas como es el caso de «Dirty Money«.