La imagen de la entrada es el cuadro denominado «Alegoría del Buen Gobierno», obra del pintor Ambroggio Lorenzetti, que según esta nota, «nos recuerda el aspecto cualitativo central en la tarea de gobernar, caro a la política y disciplinas vinculadas. Arte en tiempos del “Gobierno de Nueve”, orden previo a la Gran Peste de 1348, denotaba el valor que tal “buen gobernar” mantenía en la época….Diría Paolo Colombo, “la figura central del gobernante está circundada por las virtudes cívicas e induce a las muchas almas a la unidad y estas acciones se convierten en Bien Común”. Surgía, en clave del medievo, la idea ya clara en Platón y Aristóteles: gobierno desviado, arbitrario y hasta cruel, de un lado, y gobierno recto, justo, tolerante y virtuoso, bajo la sabiduría y el bien común y orientado al ciudadano, del otro.
Curiosa parábola ésa, al unir visiones gubernamentales Antiguas y Medievales. Remarquemos que no sería la única, entre muchas. Casi cinco siglos después, otros reflexionarían sobre los atributos del gobierno y gobernantes. Y allí, a inicios del siglo XIX, Saint Simon nos asombrará postulando lo que denominó Gobierno “científico”. El célebre pensador invitaba a superar la práctica o ejercicio del gobierno como dominio o poder sobre los hombres por la idea de administración de las cosas. Idea rica y equivalente a sustituir la política como campo de imposición de autoridad sobre los conflictos, por la de atención a los problemas concretos del desarrollo societal o gestión efectiva de la res publica.
El mencionado gobierno científico, que vuelve a traer la cuestión del “gobierno de los mejores” o “de los sabios” o “más aptos”, se construía con varias Cámaras conteniendo los elementos que lo aseguraran: una para el impulso o diseño, otra para la revisión y la última para la ejecución. Implicancia de esa visión “científica”, es el rechazo a la improvisación y el respeto a procesos y técnicas para realizar tal gestión, sujeta a la obtención de resultados acorde a fines. Gobernar implica técnicas y estadísticas para ello, embebidas de eficacia y eficiencia, motores de la administración pública». Por eso es importante contar con personas honestas y capaces, así como la ayuda de las distintas ciencias y profesionales bien formados (1) en el diseño, implementación y evaluación de las políticas públicas (2).
En una entrevista que le hace el diario La Nación al físico Carlo Rovelli, entre otras cosas dice: «hay una creciente curiosidad sobre la ciencia. Fui el primero en sorprenderme por la cantidad de personas que leen o leyeron mis libros. Pero también existe un malentendido general sobre la ciencia en las sociedades modernas, a lo que se suma una desconfianza hacia los científicos que, creo, es peligrosa. La ciencia ciertamente no puede resolver todos nuestros problemas pero ignorar su aporte en las principales decisiones políticas y sociales, como lo están haciendo varias sociedades, es una receta para el desastre.» (3)
Sobre la relación entre ciencia y profesionalización en su relación con las políticas públicas es interesante el caso de Francia. En el libro «Napoleón Bonaparte, una biografia íntima», de Vincent Cronin, en el Capítulo 12: «El primer Cónsul», entre otras cosas expresa las características de las reuniones del Consejo de Estado. «Durante los primeros meses del Consulado todos los días, después varios días por semana, Napoleón ocupaba una silla de brazos, flanqueado por Cambacérés y Lebrun, sobre una plataforma elevada, y frente a los consejeros, que ocupaban una mesa en forma de herradura revestida de paño verde. La mayoría de los consejeros estaba integrada por civiles, y cada uno era un especialista en determinada área. De los veintinueve originales, sólo cuatro eran oficiales, y aunque la tarea de los Consejos era redactar leyes y decretos, sólo diez eran abogados. Habían sido elegidos por Napoleón en todos los rincones de Francia, y se los había juzgado únicamente por su capacidad.
La característica más importante del Consejo era que los miembros hablaban sentados. «Un miembro nuevo —dice el consejero Pelet—, que había conquistado prestigio en las Asambleas, trató de ponerse de pie y hablar como un orador; se rieron de él, y tuvo que adoptar un estilo usual de conversación. En el Consejo era imposible disimular la falta de idea con alardes de elocuencia». Cuando se presentaba un problema al Consejo, Napoleón permitía que los miembros hablasen libremente, y formulaba su propia opinión sólo cuando la discusión estaba muy avanzada. Si no sabía nada del tema, lo decía y pedía a un experto que definiese los términos técnicos Las dos preguntas que formulaba con más frecuencia eran: «¿Es justo?» y «¿Es útil?». También preguntaba «¿Está completo? ¿Tiene en cuenta todas las circunstancias? ¿Cómo fue antes? ¿En Roma, en Francia? ¿Cómo es en el exterior?». Si tenía opinión negativa de un proyecto, afirmaba que era «singular» o «extraordinario», con lo cual quería decir sin precedentes, pues como dijo al consejero Mollien, «no temo buscar ejemplos y normas en el pasado; me propongo mantener las innovaciones útiles de la Revolución, pero no abandonar las instituciones beneficiosas si su destrucción representó un error». «A partir del hecho de que el primer cónsul siempre presidía el Consejo de Estado —dice el conde de Plancy—, algunas personas han supuesto que era un cuerpo servil y que obedecía en todo a Napoleón. Por el contrario, puedo afirmar que los hombres más esclarecidos de Francia… deliberaban allí en un ambiente de total libertad, y que jamás, nada limitó sus discusiones. Bonaparte estaba mucho más interesado en aprovechar el saber de estos hombres que en escudriñar sus opiniones políticas».
El pasaje de «primer cónsul» a «Emperador», producto de una ambición de poder sin limite (por lo tanto «ir por todo» no sólo en su país) y no escuchar a consejeros lúcidoscomo Charles Maurice de Talleyrand, hizo que «terminara mal«. Sin embargo, un poco más de un siglo después, el enfoque meritocrático de Napoleón aplicado al estado, fue retomado por Charles De Gaulle fundando en 1945 la Escuela Nacional de Administración. En esta nota se explican sus características actuales y la posibilidad de que la cierren por no lograr la finalidad de una socialdemocratización de los funcionarios que puedan manejar mejor situaciones como la que generó el fenómeno de los «chalecos amarillos«
Siguiendo con Francia se desea finalizar esta nota comentando el capítulo 3 («el economista en la sociedad»), del libro «La Economía del Bien Común», de Jean Tirole, Premio Nobel de Economía del año 2014, cuyo enfoque general hemos comentado en otra nota. En las páginas 83 y 84 expresa «pero los científicos, como colectivo, tienen también la obligación de hacer que el mundo sea mejor; en consecuencia no deben desentenderse de la cosa pública por principio. Los economistas deben, por ejemplo, contribuir a mejorar la regulación sectorial, financiera, bancaria y medio ambiental, el derecho a la competencia; deben mejorar nuestras políticas monetarias y fiscales; deben reflexionar sobre la construcción de Europa, pensar en cómo vencer la pobreza en los países subdesarrollados, hacer que las políticas de sanidad y educación sean más eficaces y justas, prever la evolución de las desigualdades, etc. Y deben participar en las sesiones parlamentarias, interactuar con el poder ejecutivo, tomar parte en comisiones técnicas» (4). Luego en el resto del capítulo analiza las principales características, riesgos y posibilidades de esta interacción.
También estos profesionales deben poder articular el corto plazo («lo urgente») con el mediano y largo plazo. Un caso muy interesante es el de John M. Keynes quien, entre sus múltiples aportes, supo ver que el Tratado de Versalles iba a tener un resultado contraproducente con Alemania (luego de la Primera Guerra Mundial), y qué instituciones internacionales habría que crear luego de la Segunda Guerra Mundial (se le hizo caso parcial a sus consejos), pero a la vez planteó muy frontalmente lo que había que hacer en el muy corto plazo con el paro y gran caída del empleo derivada de la crisis de 1929/30. Es decir supo que no hay largo plazo («donde estamos todos muertos») sino superamos el corto plazo. A la vez la visión de mediano y largo plazo (y las estrategias y posibles medidas) son fundamentales para no quedar atrapados en la coyuntura y estar a la deriva en cuanto al rumbo que se considera hay que transitar. No es fácil, pero es muy importante esta articulación.
Un párrafo aparte es si la experiencia profesional en el sector privado es fundamental para actuar en el sector público. En una nota de Gustavo González en el diario Perfil dice: «Un país no es una empresa». Hace unos años, Paul Krugman tituló de esa forma un artículo no tan difundido en la Harvard Business Review. Lo explicaba de este modo: «Así como lo que los estudiantes aprenden en las clases de economía no les servirá para echar a andar un negocio, tampoco lo que los empresarios aprenden operando una empresa les ayudará en formular políticas económicas». Para Krugman, el trabajo de un trader de un fondo de inversión consiste en ganar dinero, no en crear empleo. Ni siquiera en desarrollar empresas duraderas, sino en obtener el máximo rendimiento posible para sus inversores. Su teoría es que las experiencias del mundo privado no tienen por qué servir en la esfera pública y, muchas veces, resultan contraproducentes. El funcionario necesita una formación especial«.
En cuanto a «la formación especial» tal vez la misma debería incorporar los siguientes elementos:
Podríamos concluir que no es garantía «absoluta» (en línea con la imagen de la entrada) que los científicos y profesionales bien formados para actuar en el estado tengan una relación armónica y exitosa con la política en general, y las políticas públicas en particular, dados los contextos cambiantes y las incertidumbres, pero coincidiremos que con ignorantes no nos irá mejor en su implementación (5).
(1) Podríamos agregar que además deben ser honestos, con capacidad crítica para evaluar lo que hacen, con apertura y diálogo con otros enfoques y opiniones (dado que, muchas veces, lo que dice el manual no se corresponde con el caso particular), sensibles y activos para resolver la cuestión de los excluidos del sistema, con una visión de largo plazo (en especial hacia un cambio profundo) y muy prácticos («con calle») o concretos en la aplicación de los conocimientos. Todo esto no es fácil de conseguir, como lo demuestra la historia argentina, entre otras.
(2) Sobre la evaluación de políticas públicas basadas en la evidencia es interesante este aporte institucional.
(3) En esa misma dirección va esta nota de Eduardo Fidanza, en el contexto de la pandemia del Covid-19.
(4) Una síntesis se plantea al final de este video. Esta propuesta es mucho más amplia y plural de la que existe en EE.UU. En el caso de la relación entre meritocracia y democracia en el modelo chino se puede ver este link.
(5) Entre las valiosas iniciativas de formación podemos destacar la del CIAS en lo relativo a «líderes positivos». También esta.