Y la educación de nivel medio

La educación en la Argentina se ha venido deteriorando, tal como lo demuestran distintas evaluaciones (desde las que hace el Estado hasta las pruebas PISA), y en la escuela pública de nivel medio sólo egresa el 30%.

Frente a esto hay experiencias concretas que van revirtiendo esta situación. En una nota del diario Clarín se comenta la experiencia de la Escuela ISPI 9073 José M. Estrada, de Santa Teresa, una localidad de 3.000 habitantes ubicada a 55 kilómetros de Rosario, en la provincia de Santa Fe. Allí se expresa como «en esa secundaria no hay más clases magistrales: el aprendizaje está centrado en los alumnos. Es que desde 2016, se implementó un nuevo sistema de educación donde los adolescentes trabajan en proyectos colaborativos, asisten a talleres y son evaluados de manera integral, sin exámenes convencionales, tomando en consideración competencias que van desde cuestiones teóricas de contenidos hasta, por ejemplo, habilidades interpersonales. Los resultados están a la vista: la escuela mejoró todos sus indicadores y las evaluaciones nacionales Aprender del año 2017 la ubican por encima de la media nacional».

El motor de esta iniciativa fue su rector, Ariel Alberto Rotondo (51), quien «comenzó a investigar en profundad la situación y pensar alternativas. “Fueron cinco años de documentar estadísticas, concientizar sobre la necesidad de un cambio a toda la comunidad educativa, avanzar a prueba y error. Hasta que hace más de dos años, con el apoyo de los docentes, decidimos dar el gran paso”, señala el directivo. Modelos educativos de Finlandia (ver imagen de la entrada) o el de Horitzo 2020, un proyecto de la Fundación Jesuitas de Educación (FJE) de Cataluña, fueron referencia obligada, pero “sólo como inspiración, porque no creo que se pueda trasladar o replicar modelos”, aclara el rector.

El sistema implementado en la Estrada se basa en tres pilares: aprendizaje centrado en el estudiante, transparencia administrativa y pedagógica, y liderazgo distribuido. En una primera instancia, la idea para aplicarlo fue elaborar un proyecto por curso. Estaban vinculados con la salud, la violencia o la comunicación, entre otros tópicos. En 2017, segundo año bajo el nuevo sistema, llegaron a tener 50 proyectos. Mientras que este año concentraron todo en seis troncales: Nuestro Cuerpo, Nuestra identidad, Nuestro lugar, Nos comunicamos, Matemática al 100%, Administramos nuestro hogar, nuestro negocio y nuestra empresa

“Antes del cambio de sistema, más del 80% de los alumnos no sabía qué hacer al egresar del secundario. Según los resultados de las evaluaciones Aprender 2017, ahora el 88% sabe lo que quiere seguir, y más del 80% considera interesantes los contenidos que recibe”, informa Rotondo.»

En otra nota del mismo periódico se informa que la Argentina ha adoptado un enfoque y práctica de política pública educativa desde 2019 y hacia 2025, como el que se acaba de mencionar. Al respecto se indica que «el próximo 1° de noviembre de 2018, cada una de las provincias deberá presentar ante el Consejo Federal de Educación su plan de implementación de la nueva secundaria, que deberá arrancar en 2019, con la gradualidad que cada una elija. Pero todas están obligadas a completar el total de sus escuelas hacia el año 2025. Algunos distritos ya empezaron. Por ejemplo, Río Negro lo hizo en forma completa desde 2017. O la Ciudad de Buenos Aires, que arrancó este año con los primeros años de 19 escuelas y proyecta incorporar 25 colegios más el año que viene». Esto irá acompañado de una nueva forma de enseñar matemáticas basada en el modelo de Singapur.

Las experiencias como las de los Jesuitas de Educación (en Catalunya, España) o las políticas públicas implementadas en países como Finlandia (ver acuerdo de Argentina con este país) han sido inspiradoras de esta política pública sobre la escuela secundaria en Argentina. Seguramente, si se implementa bien, nos ir acercando al arquetipo de estado de bienestar de los países nórdicos y a un mundo mejor en el campo educativo que luego se podrá extender a otras dimensiones socioeconómicas.

PD: En el marco de lo señalado, y desde una perspectiva más general, es interesante esta nota de María Eugenia Estenssoro, así como este link.

Iconos y Mitos de Mayo del 68

La imagen de la entrada muestra a uno de los iconos -o una de las imágenes- del mayo francés de 1968 que representaba, según los medios de la época, a «Marianne». En realidad, según una nota de Marina Artusa, no se llamaba Marianne, sino Caroline de Bendern. «Tenía 28 años, había nacido en Windsor y su abuelo-mecenas era un adinerado bastardo de un noble austríaco. Ella trabajaba como modelo, era amiga de Andy Warhol y había tenido un amorío con Lou Reed. Vivía entre Nueva York, Roma y París. Acababa de llegar a la ciudad con su novio de turno. No participaba en manifestaciones a favor o en contra de ninguna causa.

La chica, bella a más no poder, no era estudiante ni parisina. No se llamaba Marianne. Mucho menos tenía en mente el lienzo de Delacroix -La libertad guiando al pueblo, de 1830- con el que la compararon cuando, dolorida por la caminata, le pidió upa a su amigo, el pintor Jean Jacques Lebel, quien la cargó sobre sus hombros. Entonces ella levantó lo más alto que pudo la bandera de Vietnam, uno de los emblemas de las protestas de mayo del ’68, que había ido a parar a sus manos casi por descuido».

La periodista la pregunta: «¿usted creía en los ideales del ‘68 ?«, y ella le responde «La sociedad se estaba esclerosando. Y las cosas debían sacudirse. En ese momento no era comunista ni nada. Creo que hoy soy más anarquista que otra cosa. No creo en el anarquismo como desorden pero sí me parece que deberíamos ser gobernados por un poder más impersonal, sin los egocentrismos de hoy«

En esta misma línea, y según el resumen que hace el suplemento D, del diario Perfil, sobre el libro «La Herencia del 68. Defensa del legado de un mes que cambió el siglo XX», escrito por el filósofo André Glucksmann y su hijo Raphaël (Ed. Taurus, marzo de 2018), el “espíritu del Mayo” estuvo relacionado con «negar el patriarcado, rechazar la mentalidad pueblerina, transgredir polvorientos tabúes morales y emanciparnos de dogmas marxistas-leninistas o conservadores son rupturas que nos hicieron infinitamente más libres».

Raphaël dice que siente «la necesidad, tanto hoy como hace diez años, de defender los derechos y las libertades que nos legó el 68, de repetir hasta qué punto es preferible vivir en una sociedad en la que los homosexuales pueden casarse en un mundo que los condenaba a esconderse, en un país en el que las mujeres ocupan el espacio público, y en una nación que las relegaba a las tareas domésticas, en ciudades en las que conviven colores y culturas que en espacios encerrados en sí mismos y en sus fantasías monocromas… Y sin embargo, aún más que hace diez años, siento la necesidad de cuestionar ese legado».

Hablando de su padre, expresa que «su generación tuvo razón, su labor histórica consistió en destruir los viejos mitos nacionalistas o comunistas que encerraban las conciencias y los pensamientos, en romper las antiguas reglas que obstaculizaban los cuerpos y los deseos. Pero cuando deconstruimos un mito, ¿no debemos después escribir un relato común? Cuando pulverizamos un yugo, ¿no debemos a continuación refundar estructuras colectivas en las que inscribir de nuevo nuestras individualidades emancipadas? No lo hicieron. Y nosotros, los hijos del 68, nacimos en una especie de vacío.

Sentimos una carencia, y esa carencia es lo que no dejo de analizar para que no nos engulla. Para que no nos lleve a rechazar nuestras libertades por miedo a la soledad. No se trata de quejarse ni de repartir culpas. Sería inútil e injusto. Se trata simplemente de entender que no partimos del mismo lugar, que no hablamos desde el mismo lugar. Nuestros padres nacieron en un mundo saturado de sentido, de dogmas, de memoria y de historia. Por lo tanto, para poder respirar tenían que trabajar sin descanso en la emancipación de los individuos, en afirmar los derechos del presente. Su papel fue romper cadenas.

Pero nosotros vivimos en un universo sin ideología, casi sin sentido y sin sustancia, sumido en la inmediatez. Privado de horizonte común en el que recolocar nuestras libertades actuales. Y por lo tanto, para que también nosotros respiremos, tenemos que trabajar para volver a inscribir a los individuos en perspectivas colectivas, el instante en el tiempo a largo plazo. Ya no solo romper cadenas, sino volver a enlazarlas.

Nuestros caminos divergen porque, aunque queremos lo mismo (una vida justa y libre en una sociedad en la que se pueda respirar), avanzamos desde dos puntos diferentes, incluso opuestos. Hacia dos destinos distintos. Aunque los mueva el mismo interés humanista. Hoy lo siento con más fuerza aún que hace diez años. La crisis política, social y filosófica en la que se empantanan las democracias liberales me ha hecho reflexionar, evolucionar y cambiar… Recibimos el legado de la libertad. Nos corresponde a nosotros hacer de ella algo más que la búsqueda frenética del bienestar personal.»

La catarsis cultural del mayo francés del 68 logró deconstruir distintos mitos, emanciparse de esas cadenas y plantearse en tratar de jugar la libertad positiva «en algo más que la búsqueda frenética del bienestar personal». Ahora bien, surgen distintas preguntas: ¿en qué consiste ese «algo más»? ¿es una búsqueda de trascendencia y plenitud? ¿es plantearse modalidades económicas, sociales y políticas de autogestión? ¿es reivindicar en el siglo XXI modalidades de anarquía? ¿es involucrar a otros en compartir de manera fraterna y solidaria todas las dimensiones de la vida? ¿cómo se hace para salir de la soledad y el individualismo, construyendo lo común, enlazarnos en redes, y no en cadenas o estructuras rígidas? ¿es construir nuevos mitos y una nueva mística? ¿podremos darle un sentido de cambio profundo para avanzar progresivamente a un mundo mejor?

El tiempo dirá si son sólo estas preguntas y cuales son las posibles respuestas de un camino que se hace al andar.