¿Cuales son los límites de la «nueva izquierda»?

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Sabemos que el término «izquierda» nace con los Diputados que estaban sentados a la izquierda en la Asamblea Nacional Constituyente de la Revolución Francesa. Ellos propugnaban un cambio a la situación de ese momento (el Rey tenía el poder absoluto). El cambio se basaba en el valor de la igualdad social, mientras que los que estaban sentados a la derecha se oponían a este cambio de limitar el poder del Rey, según desarrollamos en esta nota.

Desde el siglo XIX se denominó izquierda a las expresiones políticas vinculadas en general con el socialismo, el comunismo y el anarquismo. Luego de la implosión de la URSS han aparecido distintos partidos y movimientos de la «nueva izquierda» que han tratado de actualizar los principios de la igualdad y la justicia social, con la libertad, la democracia participativa, el ecologismo y las cuestiones de género (en especial el feminismo, pero no sólo).

Respecto de la cuestión acerca de cuales serían los límites de esta nueva izquierda los centraremos básicamente en esta nota de «The Economist», donde, en una de sus partes, expresa que «la izquierda se ha centrado en la desigualdad, el medio ambiente y la forma de otorgar poder a los ciudadanos en lugar de a las élites. Sin embargo, aunque la izquierda renacida hace algunas cosas bien, su pesimismo sobre el mundo moderno va demasiado lejos. Sus políticas adolecen de ingenuidad en cuanto a presupuestos, burocracias y empresas» (1). Entonces abordaremos los temas de:

  • la ingenuidad: frente a un mundo posmoderno y de caída de «los grandes relatos» donde -a grandes trazos y con numerosas excepciones- priman relaciones de poder, el individualismo y el escepticismo, evidentemente plantearse tratar de reducir la desigualdad, mejorar el medio ambiente u otorgar poder a los ciudadanos puede parecer «una ingenuidad». De todos modos la crítica es válida en tanto no se confundan estos ideales, con «la idealización» de medios y objetivos demasiado ambiciosos.
  • los presupuestos: esto conlleva a tener en cuenta una estimación realista respecto de dónde provendrán los recursos necesarios y a dónde (con qué prioridades) y con qué modalidades serán asignados, en el marco de un presupuesto «equilibrado». Esto última conlleva en no caer en un «voluntarismo» y falta de realismo en lo referente a su origen y aplicación.
  • las burocracias. Es un problema muy estudiado y real. Mencionaremos dos posibles soluciones concretas: a) la aplicación de normas como las ISO 9001 (o similares como EFQM) que nacieron para el sector privado pero que se aplican también al sector público y han dado muy buenos resultados (algunas veces asociadas a recibir un pequeño estímulo económico a los trabajadores y funcionarios que adhieren al mismo). En la Argentina la empresa del estado INVAP tiene la certificación ISO 9000 e ISO 14000, entre otras, y también se puede citar los casos de organismos legislativos que las han aplicado mejorando su gestión interna; b) la articulación virtuosa (y no prebendaria) público-privada en general, y en particular en las empresas del estado. Esto viene siendo aplicado en empresas públicas chinas o en países como Argentina en YPF. Ello les ha impedido caer en los vicios del burocratismo y lograr altos niveles de eficiencia y eficacia.
  • las empresas o el emprendedorismo: muchas veces la izquierda -en sus distintas variantes- las ha asociado con una variedad de capitalismo depredador y explotador. Si bien esta variedad está muy extendida, han caído en una simplificación y no han incorporado una mirada más compleja, no teniendo conciencia de que hay una «economía plural» con una gran variedad de expresiones entre las que están el «emprender más allá del homo economicus«. Por supuesto ello conlleva a impulsar cambios culturales e institucionales en esa dirección.

Un último punto. El artículo de «The Economist» enfatiza en la utilización de mecanismos de mercado (como es el caso del impuesto al carbono) para resolver la cuestión del cambio climático. No hace ninguna mención al fracaso de esta solución en el caso de Francia, y tampoco hace mención a lo exitoso de la inversión estatal (con porcentaje minoritario privado) de China en esa dirección. Es un tema muy importante a tener en cuenta. Un debate serio y sincero sobre estas cuestiones nos puede ayudar a converger hacia un mundo mejor.

(1) Agradezco a Guillermo Rozenwurcel por la referencia a la nota de «The Economist» y a Graciela Fernández Meijide por el párrafo mencionado.

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