En la cultura anglosajona contemporánea -especialmente en Silicon Valley, aunque no sólo- ante cualquier avance o cambio tecnológico se utiliza la expresión «que ha cambiado -o qué he cambiado (para el autor o empresa)- el mundo«.
Sabemos que en la historia de la evolución humana hemos avanzado en el autoconocimiento, en el conocimiento del contexto que nos rodea (lo micro, lo macro, lo planetario y el universo), y, a través de prueba y error, hemos venido progresando en lo científico-tecnológico () con sus derivaciones en los distintos campos de la actividad humana. En la actualidad, este último tipo de conocimiento, se ha transformado en un elemento clave de la competitividad de las naciones (como podemos ver en el caso de la rivalidad entre EEUU y China) y por lo tanto en un instrumento de poder en línea con lo que escribió hace un tiempo Alvin Toffler en su libro «El cambio del poder».
Si hiciéramos un balance de cómo la humanidad ha utilizado el conocimiento, podríamos afirmar que lo ha hecho en poder transformar la naturaleza para poder alimentarnos y cuidarnos mejor (ser más saludables y tener mayor bienestar), protegernos de las distintas amenazas (desde las naturales hasta las de otras personas o naciones, y que ha derivado -lamentablemente- en una carrera armamentística de los países más poderosos)… pero también para usar estos conocimientos en dominar a otros y en dañar la naturaleza. Coincidiremos que esto último «no es para mejor«. Por lo tanto no hay una respuesta única a este tipo de cambio, sino que depende de nuestras actitudes o móviles, enfoques, procedimientos y prácticas (2) en determinados contextos, que darán resultados en una u otra dirección.
Hay mucha bibliografía que ha tratado de describir el proceso evolutivo. Entre las más recientes está el texto de Yuval Harari «Sapiens, de animales a dioses. También este autor se ha animado a plantear posibles escenarios futuros en su libro «Homo deus«. La ciencia ficción, y series como Star trek (entre muchas otras), han tratado de imaginar cual puede ser la vida en el universo, donde todo parece indicar que no estamos solos (3), sino que hay otras civilizaciones (muchas de ellas más avanzadas tecnológicamente que la nuestra).
Hay personas, como el astrofísico ruso Nicolái Kardashov, que -en 1964- construyó una escala (ver imagen de la entrada) que consiste en «un método para medir el grado de evolución tecnológica de una civilización. Tiene tres categorías Tipo I, II, y III, basadas en la cantidad de energía que una civilización es capaz de utilizar de su entorno. Estos tipos, que se incrementan de manera exponencial, también denotan el grado de colonización del espacio. En términos generales, una civilización de Tipo I ha logrado el dominio de los recursos de su planeta de origen, Típo II de su sistema planetario, y Tipo III de su galaxia. La civilización humana tendría actualmente un valor de 0,73 en dicha escala, con cálculos que sugieren que podríamos alcanzar el estado Tipo I en unos 100-200 años, el Tipo II en unos cuantos miles de años, y el Tipo III entre 100 000 a un millón de años» (4). Claro para llegar al estado de Tipo I tendríamos primero que evolucionar del «dominio irracional» o destructivo de los recursos del planeta a un sistema socioeconómico sustentable ambientalmente. Sino es posible que nuestro proceso evolutivo se «aborte» en un final apocalíptico.
Para que no se aborte nuestro proceso evolutivo, seguramente tendríamos que coincidir con el astrofísico Carl Sagan (5), que en un capítulo de su serie «Cosmos», se preguntaba sobre la posible existencia de extraterrestres y por el hecho de que estuvieran navegando por el universo. En el libro del mismo nombre (Ed. Planeta, Barcelona, 1985) en la página 311, afirma que “es muy probable que el solo hecho de que hayan sobrevivido tanto tiempo demuestra que han aprendido a vivir con ellos mismos y con los demás”. Sobre este tema también es interesante este video de Michio Kaku.
Si tuviéramos que preguntarnos cual es el sentido de una «carrera científico-tecnológica» podríamos dar algunas posibles respuestas como las siguientes:
- Tener la «primacía» es una fuente de poder muy relevante (dependiendo de «en qué» y si la sabemos utilizar bien), en particular como ventajas económicas y/o militares.
- Ser reconocidos como «poderosos» (la «gloria», la «vanidad»….). Esta temática la desarrollamos, en general, en esta nota.
- Somos seres curiosos y, en definitiva, nómades en territorios físicos (corrientes migratorias, turismo, trabajos ocasionales…) y virtuales (más allá de grandes procesos de sedentarización) (6). Por lo tanto el «espíritu explorador» de otros mundos nos atrae, y por eso vamos hacia «la conquista del espacio».
- En realidad, lo anterior lo hacemos para ver si podemos evitar caídas futuras de meteoritos, extraer minerales de ellos (o de la Luna, de Marte….) o si -como expresan un grupo importante de científicos- prima el pesimismo sobre nuestro accionar en el planeta Tierra (cambio climático, lucha armamentística donde los robots sea puedan autonomizar y se conviertan en asesinos, etc.) y entonces hay que organizar pequeños contingentes humanos que puedan escapar de este futuro terrible buscando otro destino en el espacio interestelar,
entre otras.
Si «cambiar el mundo» significa sólo cambio científico-tecnológico sin un horizonte ético, sin sabiduría (7) y sin incorporar aportes como este, no tendremos un futuro perdurable ni en este planeta ni en ningún otro lugar del Universo con condiciones de desarrollar vida humana.
(1) Sobre la diversidad tecnológica o cosmotécnica véase este reportaje de Jorge Fontevecchia al ingeniero y filósofo chino Yuk Hui.
(2) Algo hemos dicho en esta nota.
(3) Si bien la mayoría de los gobiernos han negado o tergiversado información vinculadas a los ovnis, hay algunos como Inglaterra o Argentina que han desclasificado información que comprueba su existencia. Hay otros que se animan a decir que -en base al análisis de platos voladores caídos en la Tierra- se habría avanzado en descubrir la presencia en ellos de elementos físicos nuevos (como es el caso del moscovio). Esto habría posibilitado hacer ingeniería inversa para copiar estas tecnologías y otras fuentes de energía que nos permitirían hacer viajes intergalácticos (según fuentes controvertidas como las que menciona esta publicación). Con el paso del tiempo sabremos qué hay de verdad o mentira en esta cuestión. Lo que sí sabemos es que, hasta el momento, con la física y la tecnología de la que disponemos es imposible utilizarlo como combustible.
(4) La fuente mencionada expresa que «ha sido argumentado que debido a que no podemos entender a las civilizaciones avanzadas, no podemos predecir su comportamiento. Por lo tanto, la escala de Kardashov no es relevante o útil para clasificar civilizaciones extraterrestres. Este argumento puede encontrarse en el libro «Evolving the Alien: The Science of Extraterrestrial Life», del biólogo Jack Cohen y el matemático Ian Stewart».
(5) Lo comentamos en esta nota.
(6) Al respecto es interesante el libro de Michel Maffesoli, «El Nomadismo. Vagabundeos iniciáticos«, FCE, México 2008.
(7) O al menos «sin sublimar nuestra energía» que nos impida la violencia de unos contra otros. Es la pregunta que le hace Einstein a Freud (¿Por qué la guerra?), cuya respuesta se puede leer en el siguiente link, Sobre la relación entre cambio científico-tecnológico y la evolución moral es muy interesante esta nota que hipotetiza acerca de que los hermanos Christopher y Jonathan Nolan se inspiraron en el pensamiento de Joseph Ratzinger sobre la esperanza al escribir el guion de la película Interstellar. En la misma se muestran seis coincidencias conceptuales entre la película de 2014 y la carta encíclica Spe Salvi publicada en 2007 y se proveen citas textuales para ello. Las seis convergencias encontradas versan sobre los siguientes temas: el progreso científico y el progreso moral, la naturaleza social de la esperanza, la confianza, el amor como salvación, el reencuentro con los seres queridos más allá del tiempo, la victoria del bien y la eternidad.