El concepto de sustancia (o substancia), según este glosario de filosofía, «procede del latino «substantia» que es, a su vez la traducción del griego «ousía». Su significado más general es el de «fundamento» de la realidad (significado que adquiere ya de forma clara con Aristóteles) «lo que está debajo», lo que «permanece» (podríamos agregar «la esencia») bajo los fenómenos, lo «subsistente». Pues, en cuanto tal, la sustancia es ante todo sujeto, lo que tiene su ser en sí, y no en otro, sirviendo por lo tanto de sustrato en el que «inhiren» o se instalan los accidentes, las formas de ser que no son sujeto, sino que se dan en un sujeto (en la sustancia)».
Según la fuente que venimos de mencionar, tanto para Platón como para Aristóteles, la forma es también la esencia del objeto. Pero «los filósofos escolásticos distinguirán varias clases de «formas» (artificiales, naturales, sustanciales, accidentales), llegando incluso a admitir la existencia de formas separadas o «puras». Con el descrédito del aristotelismo, y a partir de la revolución científica del Renacimiento, el término caerá en desuso».
En esta nota tomaremos el enfoque de los escolásticos sobre lo que es la forma, y lo relacionaremos con lo que Galeano -en la imagen de la entrada- denomina «el envase». Esto significa que nos guiamos por las apariencias, por lo que vemos superficialmente y no podemos (a veces, no queremos) discernir sobre la importancia de la esencia o sustancia. Esto último requiere, además de conocimiento, sabiduría en cuanto a la esencia del «¿qué? y poder respondernos el «¿para qué? o el sentido de nuestros conocimientos y acciones.
Lo anterior hay que ponerlo en un contexto de época que Bauman ha denominado modernidad líquida, Gilles Lipovetsky la caracteriza como hiperindividualista, Sartori la enfatizó en el homo videns a través de la televisión que hoy se ha reconfigurado a los distintos dispositivos que fluyen en internet, particularmente en las redes. Sobre esto último se ha referido Nicholas Carr y su impacto en nuestro cerebro (potenciando «la superficialidad»). Todo esto convive contemporáneamente con cuestiones ancestrales como los mitos. Según esta fuente, «toda cultura alberga una tradición mítica. Según Georges Dumézil: “un país sin leyendas se moriría de frío. Un pueblo sin mitos está muerto”.
Si acordamos que todo lo que venimos de mencionar tiene relevancia, vamos a tomar algunos ejemplos de su utilización en el caso argentino. Por un lado a veces la apariencia o el envase tiene una connotación trascendente (casi mítica), vinculada con una mística patriótica, como es la reivindicación de la soberanía de Malvinas, que -en la última dictadura militar- fue utilizada en esencia para que la misma pudiera mantenerse en el poder indefinidamente. Esto viene sucediendo no sólo en las dictaduras sino también en corrientes de fuerzas populares que sólo se focalizan en conquistar y mantenerse en el poder del Estado.
En el otro extremo se desvaloriza lo mítico y lo místico en cuanto a enfoque y discurso, y se explota la superficialidad, el individualismo y aspectos banales y sensibles del electorado para manipularlos políticamente. Según algunas notas periodísticas este enfoque se estaría aplicando en la formación de líderes políticos de un partido. En el caso de otros ni siquiera se hace ningún tipo de formación o debate sustantivo (son meras cáscaras electorales).
Se considera que es importante tomar conciencia de esta problemática. En línea con lo que planteaban Platón y Aristóteles, en cuanto a que la sustancia o esencia tenga las formas -en este caso entendidas como actos o procedimientos- adecuados que sean coherentes con las primeras sin ninguna disociación, pero remarcando que es necesario y deseable que este alineamiento entre unas y otras nos lleve a un mundo mejor.