El mundo en trincheras, lo binario y el abuso del enfoque comparativo

La lucha entre lo que consideramos “bien” y lo que consideramos “mal” puede tomar diferentes características.

Comenzaremos por las que eliminan “los matices”, los “grises”, la complejidad… Por lo tanto son “absolutos”, y generalmente van acompañados de un enfoque integrista y religioso, de lucha contra “los infieles” o personeros del mal. Entonces hay que colocarse en trincheras (no hay términos medios) entre una y otra parte del conflicto (como diría Laclau o Carl Schmitt) y en función de esto –por ejemplo- “si criticás al chavismo” es porque “estás con el imperialismo y el neoliberalismo” (y se nomina a los que se consideran sus representantes). Sólo hay “dos lados” y por lo tanto “¿de qué lado estás?”.

Lo binario o mundo sólo dual tiene que ver con enfoques antiguos como el “maniqueismo” (derivado del sabio persa Mani o Manes, c. 215-276), que gozan de buena salud en pleno siglo XXI.

Otro enfoque que se utiliza para “defender la trinchera” es “universalizar las comparaciones”. No se puede, por ejemplo, criticar en qué ha derivado la revolución bolivariana, sin hablar de México, Brasil, Argentina, Estados Unidos…. y por lo tanto equiparar situaciones (a veces muy disímiles y puntuales). La conclusión que se derivaría sería: “esto se da en todas partes, y a veces peor, por lo tanto no critiquemos o no exageremos”. De ahí que matar a más de cien civiles desarmados en un país sería equiparable a reprimir con gases lacrimógenos a movimientos sociales que bloquearon una avenida en otro país. Entendemos que esto esconde “un sesgo cognitivo” y una “desmentida o renegación” que no posibilita poder admitir que algo noble y bien intencionado haya derivado en una tragedia (y por lo tanto hay que «relativizar su análisis»).

Tampoco el «enfoque de trincheras» binario, religioso (con mistica revolucionaria) y transformando ideales en idealización, permite analizar los distintos aspectos que componen las políticas públicas en los distintos países, porque no se está razonando tratando de buscar una verdad compleja sino que se está en guerra (o conflicto muy acentuado) de ideas para que “triunfe el bien sobre el mal”

Si no podemos debatir con cierta racionalidad, asumiendo que podemos tener visiones diferentes, no convergeremos hacia un mundo mejor.

 

Mística, Política y Discernimiento

La etimología de la palabra mística, proviene del verbo griego myein, «encerrar», de donde mystikós, «cerrado, arcano o misterioso» y está asociado -en las distintas religiones- a la unión del alma humana con lo sagrado o con la perfección. Sin embargo este concepto también abarca una mística pagana, no religiosa o no filosófica, o asociada a «religiones civiles» o «políticas».

Relacionado con estas últimas se hace referencia, por ejemplo, a la mística que tiene una persona «militante» de una causa nacional (o de la Patria), revolucionaria o que se identifica con un arquetipo o líder como Bolivar, Chavez, Fidel, Perón o Néstor Kirchner (en el caso argentino), por citar sólo algunos casos. La mística da fuerzas, pero -en general- puede absolutizar el fin (justificando a todo medio válido para alcanzarlo) y transforma ideales en idealización. Esto último invalida poder razonar o discernir sobre los fenómenos reales dado que estos aparecen con un «sesgo cognitivo» o prejuicio que viene teñido por lo que representa el arquetipo o con algo -en la práctica- «sagrado» con quien se identifica el militante.

Todo esto generalmente viene asociado al «fanatismo» que se lo ha definido como una «pasión exagerada, desmedida, irracional y tenaz» y enemigo de la libertad (en particular de los demás). Carl Jung dice que «el fanatismo es la sobrecompensación de la duda» con el peligro -al decir de Diderot- que «del fanatismo a la barbarie solo media un paso». La capacidad de discernimiento es clave para evitar estas situaciones, así como la capacidad de diálogo.

Seguramente todos necesitamos «trascender» lo material, y la mística, lo espiritual, lo poético…  juegan un rol muy importante en  el sentido de nuestras vidas. Pero no es bueno trasladar lo sagrado a lo profano, mundano e imperfecto (por más valioso que sea), o confundir ideales con idealización, y menos aún transformarlo en algo fanático. No nos lleva a un mundo mejor.