Moral y economía: ¿cuál es el comportamiento «promedio» de los seres humanos?

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Mucho se ha debatido acerca de si el ser humano es esencialmente bueno o es malo, y bajo qué circunstancias (1), pero -seguramente- en el proceso evolutivo y comparando con otras especies, Darwin dirá que en estas últimas se oscila entre la competencia (rivalidad) y la cooperación. La primera será, fundamentalmente, para cuidar su territorio (por alimento y para reproducción) asociada al concepto de escasez y de temor a ser excluido de la manada o del grupo, o de no sobrevivir. La segunda se corresponde con el comportamiento de reciprocidad y solidaridad de los animales  en general o de algunos casos como este. Por lo tanto la respuesta no es unívoca ni simple.

En el caso de los seres humanos también estará enmarcado en el contexto evolutivo que se viene de mencionar, y dependerá de cada persona y grupo social, de los valores que tenga, de que pueda o no satisfacer sus necesidades, de sus pulsiones y deseos (2), y del tipo y grado de racionalidad (su relación con la utilidad, factibilidad y el arbitraje que haga el «yo», con el «ello» y el «super yo») que posean en cada contexto y tipo de expectativas que tengan sobre su futuro. Allí se juega «la libertad«.

La imagen de la entrada refleja un enfoque vinculado al comportamiento promedio de las personas respecto del pago de los impuestos. Supone una curva «normal» (tomando un tipo de distribución de eventos especificada por Laplace-Gauss). De acuerdo a lo que mencionamos en el párrafo anterior, la forma de la curva, dependerá de distintos elementos. En lo que se refiere a impuestos, será si se los considera «pagables» en función de su actividad, si se los considera «justos» o equitativos, si evalúa positivamente o no la «devolución» en cantidad y calidad de bienes públicos que debe hacer el Estado  por el pago de los mismos, o si hay desvíos de los fondos por corrupción (y por lo tanto es un desincentivo para pagarlos), si tiene un enfoque de que «el estado es un ladrón» y por lo tanto no es justo pagar «nada» (liberalismo extremo), entre otras cuestiones.

Si en cambio en el eje de las «x» del gráfico colocáramos una tipología de actitudes humanas relacionadas con su comportamiento socioeconómico, y en las «y» su predominancia, seguramente no sea una «curva normal». Las  mismas podrían ir desde un egoísmo radical (tipo «El avaro» de Molière» o «El Mercader de Venecia«, de William Shakespeare) hasta en el otro extremo las de un San Francisco de Asís, que se despoja de todo y donde predomina la gratuidad. ¿Qué habrá en el medio? Entendemos que dependerá de lo mencionado en los primeros dos párrafos de esa nota y de cómo son las instituciones.

Sobre esto último en este artículo, y tomando como ejemplo la corrupción, Daniel Innerarity, expresa que «para esos dos grupos es casi irrelevante el tipo de legislación que haya porque actúan así con independencia del aplauso o el castigo. El resto de la humanidad, pongamos que un noventa por ciento, somos personas sensibles a los incentivos de diverso tipo para hacer lo que no haríamos si no hubiera incentivos.

Cuando hablo de diseño institucional, estoy refiriéndome precisamente al gobierno de ese 90% que obrará mejor o peor dependiendo de que esté vigilado, de la información disponible, la amenaza del castigo o las facilitaciones que se le proporcionen».

En lo que se refiere a evidencia empírica respecto a actitudes bondadosas o solidarias, hace unos años y según esta nota, en Argentina «de acuerdo con distintas mediciones realizadas por TNS Gallup en los últimos años, el 19% de los argentinos realiza tareas voluntarias (en 2002, en lo más negro de la crisis, el porcentaje trepó a 32%), el 73% se considera muy solidario, seis de cada 10 sostienen que las empresas deberían ir más allá de lo exigido por la ley y ayudar a construir una sociedad mejor para todos y apenas uno de cada diez dona sangre regularmente». Podemos decir que los datos son esperanzadores.

De todos modos, para el conjunto de la ciudadanía tenemos que tener buenas políticas públicas con adecuadas regulaciones (sin caer en «el efecto cobra«) y deseablemente en el marco de un plan desarrollo con equidad y sostenibilidad (3), Esta regulaciones no serán necesarias para las personas con inclinación natural o adquirida hacia el bien, pero sí para el resto de los seres humanos y, en particular, para quienes -en su individualismo exacerbado- no  reconocen ningún limite razonable.

Ojalá seamos personas maduras y realistas, en perspectiva de ir hacia un mundo mejor.

(1) Rosseau dirá que es esencialmente bueno, pero el problema surge a partir de la vida en sociedad, y otros dirán que es esencialmente egoísta y malo (al respecto hay muchos autores como Hobbes, Maquiavelo… que lo sostienen) y de allí la necesidad de instituciones o de un estado «fuerte». En este último caso suponiendo que las personas que forman parte del estado son probas, bien capacitadas, adecuadamente remuneradas y -consiguientemente- poco propensas a la corrupción en sus funciones de regular y controlar; o -según algunos de una manera extrema- si dichas funciones se ejercen bajo un régimen de miedo exacerbado o de terror de la población como es el caso de los talibanes y otras experiencias históricas.

(2) Respecto del «deseo de lucro» como finalidad principal ver esta reflexión. Cabe destacar que es importante no caer en el «angelismo moral».

(3) Sería deseable en una economía del bienestar actualizada o de modelos como el europeo.

 

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