Pablo Freire tiene una serie de frases vinculadas con el diálogo. Hemos puesto una en la imagen de la entrada, pero también hay otras muy valiosas como aquella que dice «no hay, por otro lado, diálogo sino hay humildad. La pronunciación del mundo, con el cual los hombres lo recrean permanentemente, no puede ser un acto arrogante. El diálogo, como encuentro de los hombres para la tarea común de saber y actuar, se rompe si sus polos (o uno de ellos) pierde la humildad«.
De lo anterior se puede deducir que el diálogo no es fácil. Si no nos ponemos en el lugar del otro, si somos fanáticos y accionamos como «cruzados de nuestra verdad», si defendemos a ultranza intereses y situaciones de poder… no hay posibilidad de diálogo. También afecta la posibilidad de diálogo cuando operan sesgos cognitivos o situaciones traumáticas (por ejemplo producto de guerras), o cuestiones de principios que colisionan. Un ejemplo de lo que se viene de mencionar es esta nota sobre el debate de la despenalización del aborto en la Cámara de Diputados de Argentina.
En otra entrada hacíamos referencia a una frase de Max Planck: «la verdad nunca triunfa, simplemente sus oponentes se van muriendo». Un caso concreto en la historia de la ciencia fue el debate entre los ptolomeicos y Galileo Galilei acerca del lugar de la Tierra en el universo. Fue saldada a medida que iban muriendo los primeros que nunca aceptaron las verdades del segundo. Esto también se relaciona en general con nuestras teorías, marcos teóricos y cómo transitamos entre la duda y la seguridad de nuestras convicciones.
En las convicciones podemos incorporar aquellas creencias vinculadas con la construcción de nuestra identidad personal, social y nacional, ideologías, religiones, proyectos políticos y lideres… Al respecto es interesante el enfoque de Julia Kristeva en su libro «Esa increíble necesidad de creer» y lo fuerte que es esta necesidad. Si el diálogo pone en cuestión las bases de estas creencias es muy difícil que se produzca, dado que nos lleva a «vivir a la intemperie» (aquí algo relacionado con la fe cristiana). En general, a nadie le gusta vivir a la intemperie o sin «seguridades» de todo tipo.
Lo anterior nos demuestra lo dificultoso de salir de nuestras certezas. Tal vez haya que apelar -además de la humildad y lo señalado más arriba- a conceptos como el de «distancia óptima», acuñado por Enrique Pichón-Riviere, que lo aplica al tratamiento con un paciente. Básicamente consiste en que debe mantenerse una distancia prudencial con respecto a lo que le sucede al paciente porque de no ser así, pueden ocurrir dos cosas: o la cercanía es tan invasiva que el terapeuta queda atrapado por el problema del paciente o la lejanía es tan grande que el terapeuta no logra tener la empatía necesaria para escuchar, acompañar, interpretar. Este concepto, que también es válido para la existencia de la vida en un planeta (ni demasiado cerca de la estrella ni demasiado lejos de la misma), tal vez algo así sea necesario para que haya «vida» en una comunicación fructífera en el abordaje de determinados diálogos.
A modo «provocativo» podríamos preguntarnos si, a veces, no caemos en alguna forma de conducta autista (en cuanto a dificultades en la comunicación con los demás –en el lenguaje, hablado o no– y en la interacción social) aunque no estemos diagnosticados de manera precisa y formal en este trastorno por un profesional de la salud. Tal vez esta conducta esté influida por cuestiones de orgullo, a que nos quedemos sin base de sustentación o seguridades de nuestros razonamientos, por temor a sentirnos menoscabados o humillados, a «no querer dar el brazo a torcer» (transformado en una lucha o conflicto de «ganadores» y «perdedores»), entre otras posibles motivaciones.
De todo lo anterior podemos inferir que un diálogo profundo y sincero no es fácil. Pero sino establecemos condiciones de confianza mutua, respeto, humildad y conciencia de que la verdad es compleja y todos podemos tener una parte de ella, ese diálogo no será posible. Ello no nos conduce a un mundo mejor.