¿Sociabilidad amigable u hostil?

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En el pensamiento occidental fue Aristóteles quien primero definió al ser humano como sociable por naturaleza. Ahora bien las relaciones sociales pueden ser amigables u hostiles, en distintos grados y por diferentes razones (como ser la rivalidad y el poder entendido como dominio). Las primeras son muy beneficiosas para nuestra salud mental y corporal y para las demás personas,  mientras que las segundas nos pueden llevar al aislamiento (para preservarnos) o a la hostilidad (a veces creciente hasta el daño o el exterminio del otro) y, por lo tanto, nos llevan a un mundo peor.

El aislamiento parcial o acotado, es a lo que nos ha llevado la pandemia del Covid, que -según algunos expertos- se convertirá en una situación endémica y, por ello deberíamos mantener algunas prácticas de cuidado y semi aislamiento. El aislamiento más permanente (tipo ermitaños) puede estar relacionado -especialmente- a situaciones extremas muy puntuales (como picos de manifestación de pestes), y entre las que se encuentran las de privación de la libertad por delitos cometidos o por enfermedades graves (físicas o mentales).

Un caso muy particular de lo anterior es lo que en Japón se conoce con el nombre de hikikomori y que describe en esta nota Julián Varsavsky. Allí expresa, entre otros conceptos que “en el siglo XXI, según el psiquiatra Tamaki Saito, existirían en Japón dos millones de hikikomoris, jóvenes que han cerrado la llave del lado de adentro en su cuarto para que no entren sus padres: allí quedan aislados tres años en promedio (salen al baño de noche). Su nexo al exterior es por vía digital. No estudian ni trabajan y se ocultan de un mundo demandante al extremo, bajo la estrategia del caracol.

En una sociedad confuciana el individuo debe disolverse en el grupo: una singularidad muy notable despierta la crueldad del bullying que empuja hacia la muralla hogareña. El hikikomori no es vago ni rebelde, sino un derrotado que suele pensar en el suicidio: tira la toalla optando por no competir, la actitud más vergonzante allí donde el guerrero corporativo de traje es modelo de masculinidad, casi un heredero de la ética samurái.”

Agrega que “un inesperado giro de la historia convirtió a gran parte de la población mundial -de hecho- en hikikomori. Millones temen salir a la ciudad -se les permita o no- y se mantienen muy activos en casa, hiperconectados al no-espacio de la dimensión digital…. El windowing será nuestra forma de estar en el mundo -a los saltos de ventana en ventana- y habremos evolucionado a homo-digitalis. En algún punto, seremos todos hikikomoris optando por la seguridad del encierro. En dicho caso, con las calles, oficinas y aulas semidesiertas -sin nadie que los señale- esos ermitaños posmodernos del Japón acaso salgan en masa a lo Joker, celebrando en éxtasis su autoliberación”.

Este nuevo contexto y sus implicancias, nos debe animar a enfrentar el desafío de encontrar nuevas formas de relaciones sociales amigables, tanto presenciales como virtuales, que nos puedan llevar a un mundo menos hostil y más armónico entre los seres humanos y con la naturaleza.

PD: Al momento de escribir esta reflexión apareció una nota con una extraordinaria historia de «sociabilidad solidaria».

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