La personalidad autoritaria y las condiciones socioeconómicas para que prospere

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La imagen de la entrada muestra un libro clásico sobre «la personalidad autoritaria» de Adorno y otros autores. Una síntesis del mismo se puede encontrar en este artículo, y se expresa -entre otros conceptos- que «el volumen alcanza un total de 990 páginas y cuenta con un prefacio de Max Horkheimer, en su calidad de director editorial de la publicación (la cual se enmarcó dentro de una serie denominada «estudios sobre el prejuicio»). Los autores realizaron un total de 2099 entrevistas entre una muestra heterogénea que incluía a estudiantes universitarios y de cursos de extensión, profesores, trabajadores sociales, militares, trabajadores y trabajadoras, mujeres y hombres de clase media, miembros de asociaciones de trabajo voluntario, presos y pacientes psiquiátricos.»

Las escalas e items utilizados fueron antisemitismo, etnocentrismo, conservadurismo político-económico y fascismo. «Los factores en torno a los cuales se agrupaban sus ítems, que eran los siguientes. • Convencionalismo o adherencia a valores establecidos. • Sumisión autoritaria o actitud acrítica ante unos puestos de autoridad idealizados. • Agresión autoritaria o tendencia a rechazar a quienes se comportan de forma no convencional. • Antisubjetividad (anti-intraception) u oposición a lo imaginativo. • Superstición y estereotipo. • Rudeza de conducta y culto al poder. • Destructividad y cinismo o desconfianza y desprecio del género humano. • Proyectividad o identificación con el catastrofismo y los impulsos emocionales del subconsciente. • Obsesión y actitud morbosa para con el sexo. Como hipótesis, el estudio maneja un punto de partida preciso que los autores describen así: «las convicciones políticas, económicas y sociales de un individuo componen a menudo una pauta amplia y coherente, como amalgamada por una “mentalidad” o “espíritu”, siendo esta pauta expresión de tendencias profundas de su personalidad…El autoritarismo como antónimo de la democracia no residiría sólo en las instituciones y las doctrinas, como tampoco la democracia sería una simple cuestión de procedimientos y mecanismos institucionales. El autoritarismo y la democracia formarían un continuum cultural puesto en escena por personalidades específicas» (1)

Sobre esta temática aplicada a D. Trump y H.Chávez se refiere, en esta entrevista (2), el psicoanalista Daniel Benveniste. Seguramente podríamos decir que estas personalidades pueden terminar siendo relevantes políticamente en un contexto cultural -y en especial socioeconómico- muy deteriorado. Sobre la «evidencia empírica» de lo anterior su relación con la violencia (sea tomar el Capitolio o el «caracaso»), hemos glosado en esta entrada lo siguiente: «Según esta nota, publicada en La Nación, en 2021, en base al proceso de paz iniciado en Colombia que permitió reintegrarse a la sociedad a quienes participaron durante seis décadas de la violencia, “y a lo largo de cuatro años, la Agencia Nacional de Reintegración de Colombia recopiló y chequeó las declaraciones de 26.000 excombatientes. Sin dudarlo, el neurocientífico argentino Agustín Ibañez, último autor del paper que se publicó en la tapa de la edición de febrero de la revista científica Patterns(https://doi.org/10.1016/j.patter.2020.100176), director del Centro de Neurociencias Cognitivas (CNC) de la Universidad de San Andrés, investigador de la Universidad Adolfo Ibáñez, y Senior Atlantic Fellow del Global Brain Health Institute (GBHI, California), y su colega colombiano Hernando Santamaría, primer autor, investigador de la Universidad Javeriana de Colombia y del Centro de Memoria y Cognición Intellectus, del Hospital Universitario San Ignacio, de Bogotá, vieron en esto un tesoro y una oportunidad única para estudiar las raíces de la conducta violenta en el cerebro humano.

Los investigadores tuvieron acceso al reporte que incluía actos de violencia de cuatro tipos predominantes:“consecuencialista” (“el fin justifica los medios”), “retaliativa” o de venganza (“maté porque mataron a un amigo, a mi familia…”), “por placer” e “impulsiva” (”no me pude controlar, se me fue de las manos”). Un pequeño subgrupo de alrededor de 2000 individuos había ejercido todas las formas combinadas.  Lo importante –destaca Ibañez– es que los ‘controles’ compartían los mismos grupos, nivel socioeconómico y espacio geográfico”.Lo particular de este estudio es que se hizo una pregunta inversa: sabiendo cuáles de los individuos habían desarrollado conductas violentas y cuáles, no, exploraron ese enorme volumen de datos utilizando aprendizaje automático (deep learning y machine learning) para determinar los factores asociados con cada uno…..

Los sociales-contextuales fueron, tal como esperaban, los más fuertes. La posibilidad de que una persona dada ejerza la violencia depende en gran parte del tamaño de su red social, de si su familia fue sometida a malos tratos o testigo de hechos de violencia, si tiene una fuerte identificación con un grupo que la practica. En cambio los factores individuales, como el trastorno de personalidad antisocial, la impulsividad o la desinhibición, entre otros, inciden en menor medida. “Todos ellos habían sido estudiados previamente en forma aislada; ningún estudio había combinado tal número de indicadores”, destaca Ibañez. Y subraya Santamaría: “Pesaban mucho lo que se llaman ‘adversidades sociales’: haber vivido violencias, haber sido discriminado, excluido de los recursos sociales, políticos…Los factores que más peso tuvieron, en cantidad y en potencia, fueron los sociales. Las raíces de la violencia se encuentran más en las circunstancias que en el individuo. Los puramente psicológicos, para manifestarse, tienen que darse en conjunción con un contexto determinado. Por lo menos, se necesita un conjunto de 20 indicadores relevantes para lograr una buena predicción.”

En esta dirección también va este artículo del diario El País, de España (3). Allí se expresa que «el autoritarismo, que tantas tragedias ha provocado en la historia de la humanidad, no piensa retirarse. Al contrario, está aumentando paulatinamente en el ámbito internacional en la última década. De entre todas las causas, una está siendo persistentemente ignorada: la psicológica. La llamada “tríada oscura de la personalidad”, definida por los psicólogos Paulhus y Williams en 2002 —denominada así por su contenido hostil y cruel hacia las personas—, conforma un tipo de liderazgos altamente perjudiciales para la sociedad. Existen, además, condiciones sociales que lo impulsan, y, ciertamente, no estamos en un buen momento: según el Instituto Internacional para la Democracia IDEA, el número de países que se dirigen hacia el autoritarismo se acrecentó por quinto año consecutivo en 2022, superando al número de aquellos que están en proceso de democratización»… Al finalizar indica que «en la población general la psicopatía se encuentra en torno al 1%, pero en la dirección de organizaciones alcanza hasta el 5%, y en los últimos años está creciendo, especialmente en contextos políticos, empresariales o directivos, tal como apuntan todos los estudios. El peligro de no identificar estos rasgos y condiciones sociales es enorme ya que no hacerlo pone en manos de este tipo de personas las riendas de nuestro destino».

Según lo expresado anteriormente, para que las personalidades autoritarias no puedan ser hegemónicas en las sociedades y en la política (derivando en autocracias), debemos trabajar eficazmente para que el contexto socioeconómico y cultural proporcione una base de bienestar e igualdad que las reduzcan a una ínfima minoría, y la enseñanza generalizada de la empatía. Ello nos evitará ir hacia un mundo peor.

(1) Está relacionado con la obediencia ciega a la autoridad (y por lo tanto al autoritarismo) el experimento de Milgram en la Universidad de Yale.

(2) Agradezco a Elio Londero la referencia.

(3) Agradezco a Armando Caro Figueroa la referencia.