¿El diálogo democrático es compatible con las batallas culturales?

Sabemos que la democracia conlleva una cultura o un ethos del diálogo ciudadano, que implica la solución pacífica de los conflictos para llegar a acuerdos de gobernabilidad. El diálogo por más apasionado que sea y los conflictos a resolver, no puede realizarse -en un sistema democrático- con violencia, o sea como si fuera una guerra. La palabra batalla tiene una connotación bélica, donde predomina una lógica guerrera donde los vencedores aplastan o someten a los vencidos y no es compatible con la vida democrática.

En muchos lugares, y particularmente en Argentina, se ha hecho referencia al término «batalla cultural». La han venido utilizado sectores de izquierda y del denominado progresismo así como -en el otro extremo- el presidente Javier Milei, quien la ha extendido a escala global (por momentos a niveles delirantes). ¿De dónde surge este término? Según esta fuente (con todas las limitaciones que tiene) “la expresión «guerra cultural» es un calco del alemán Kulturkampf. La palabra alemana Kulturkampf (lucha cultural) se refiere al enfrentamiento entre grupos culturales y religiosos en la campaña de 1871 a 1878 del canciller Otto von Bismarck del Imperio alemán contra la influencia de la Iglesia católica. La traducción se imprimió en algunos diarios estadounidenses en aquel tiempo”. La izquierda toma, en general, como fundamento las ideas de Antonio Gramsci (1).

En el caso del presidente argentino hace uso y abuso de este término y enfoque,  no sólo a nivel nacional sino también a nivel internacional. ¿Por qué lo hace? (2). Tal vez, y siguiendo a Carlos PagniMilei se percibe más como profeta que como Rey o gobernanteEstaría vinculado con su enfoque mesiánico (se autopercibe como una especie de Moisés y con «las fuerzas del cielo que lo acompañan») y épico, donde la gobernabilidad sería de segundo orden (“si fracaso será por que los demás -en particular la casta- me obstruyeron y no tengo problemas en volverme a mi casa”). Esto es un grave problema que tenemos los argentinos con un liderazgo como este.

Lamentablemente este enfoque de la «batalla cultural» ha permeado en otros ámbitos no sólo de manifestaciones integristas de credos, filosofías e ideas, sino también para difundir doctrinas como las del cooperativismo. En los orígenes de este movimiento no fue así, se hablaba de superar los fracasos como los que tuvieron que lograr los Pioneros de Rochdale (varios de ellos productos de fallidas experiencias de David Owen). y bien analizadas por Charles Gide, así como -en el caso argentino- por Domingo Bórea. El genuino cooperativismo es una expresión de democracia económica, y por lo tanto le cabe todo lo expresado al comienzo de esta nota. Así mismo es un férreo defensor de la paz. Por lo tanto no es compatible con dar batallas o cualquier otra expresión bélica del lenguaje. Lamentablemente, en el caso argentino, en los últimos años se comenzó a utilizar este enfoque y narrativa en importantes dirigentes cooperativistas como este, este, este y otros. Ojalá se haga un buen discernimiento al respecto, y se lo deje de utilizar.

(1) También se han referido a este enfoque pensadores como Bauman.

(2) Cabe decir que «engancha» con una parte del electorado que está muy enojado, con ira, desencanto… por la larga insatisfacción que no se resuelven problemas serios, como es el caso de la inflación y la falta de crecimiento de la economía argentina.

 

Qué es el fanatismo y sus implicancias

La frase de la imagen de la entrada me la inspiró un amigo, hace un tiempo, y buscando encontré muchas otras como las que se mencionan en este link. Por su parte el tema surgió de una reunión de amigos/as, por parte de uno de ellos, que vive en el exterior y visitó recientemente a sus amistades en Buenos Aires. Notó que, en algunas de ellas, había un fuerte fanatismo y emergió la necesidad de hablar sobre este fenómeno.

Según esta referencia y esta se expresa que «el fanatismo (del francés fanatisme, y de la raíz de fanatique) .Fue, usado en esa lengua en 1532 por Rabelais con el sentido de ‘de inspiración divina’. La voz francesa se derivó del latín fanaticus, formada, a su vez, a partir de fanum ‘templo’, presente también en la etimología de profano, y que se usó al comienzo en latín para designar a las personas que frecuentaban el templo –generalmente, los de Belona, Cibeles y Diana– y, más tarde, a los exaltados por el fervor religioso. En nuestra lengua, fanático aparece documentada desde principios del siglo XVII: ‘Desterrar demonios y sanar fanáticos y endemoniados’ (Juan de Solórzano: Política indiana, Madrid, 1647). En el diccionario de Sobrino, de 1705, aparece como: ‘Nombre latino, Fanaticus, y quiere decir hombre que se crée llevado de un furor divino’. En nuestros días, fanático presenta como notas esenciales la irracionalidad y la intolerancia con relación a los miembros de otras religiones o de otros partidos políticos, o a los hinchas de otros clubes. En general se lo define como el apasionamiento o actividad que se manifiesta con pasión exagerada, desmedida, irracional y tenaz de una idea, teoría, cultura, estilo de vida, persona, celebridad o sistema, entre otros aspectos que podrían desencadenar un fanatismo. El fanático es una persona que defiende con tenacidad desmedida sus creencias y opiniones, también la que que se entusiasma o preocupa ciegamente por algo o alguien.

El psicólogo de la religión Tõnu Lehtisaari ha definido el término fanatismo como la búsqueda o defensa de algo de una manera extrema y apasionada que va más allá de la normalidad. El fanatismo religioso se define por la fe ciega, la persecución de los disidentes y la ausencia de la realidad. Hoy en día, se usa mayormente para designar a las personas profusas en su proselitismo hacia una causa religiosa o política, hacia un deporte, pasatiempo o hobby, o hacia una persona a quien idolatra. Psicológicamente, la persona fanática manifiesta una apasionada e incondicional adhesión a una causa, un entusiasmo desmedido y/o monomanía persistente hacia determinados temas, de modo obstinado, algunas veces hasta indiscriminado y violento.

Relativo a las ideologías, el fanatismo se refiere a las creencias de una persona o grupo. En casos extremos en los cuales el fanatismo supera la racionalidad, la ceguera que produce este apasionamiento puede llevar a que la persona fanática se comporte, en ocasiones, de manera irracional y/o extremos peligrosos, como matar a seres humanos o encarcelarlos, con el fin aparente o manifiesto de mantener esa creencia, considerada por el fanático o fanáticos como la única verdad».

En cuanto a su epistemología y características psicológicas luego manifiesta que «la conciencia de la individualidad se suprime mediante la atenuación de la conciencia del yo, por una parte, y mediante la acentuación del sentimiento de pertenencia a lo otro. Para lo primero, sirven, por ejemplo, el alcohol y otras drogas, etc. Para lo segundo, se procede a la adhesión incondicional a congregaciones y facciones políticas o religiosas, la entrega a un grupo, a las personas posesivas. La conciencia corporal se disminuye mediante la reducción de las vivencias corporales y la desvalorización del mundo en donde la vida se desarrolla.

Desde el punto de vista epistemológico, el fanático, curiosamente, se parece a su contrario el relativista, en la medida en que para ambos no cabe el debate o la búsqueda común de la verdad. El fanático se comporta como si poseyera la verdad de manera tajante. Afirma tener todas las respuestas, y en consecuencia, no necesita seguir buscando a través del cuestionamiento de las propias ideas que representa la crítica del otro.

El fanático, pues, se caracteriza por su espíritu maniqueo y por ser un gran enemigo de la libertad. Los lugares donde impera el fanatismo son terrenos donde es difícil que prospere el conocimiento y donde parece detenerse el curso fluyente de la vida. Un mundo, en definitiva, contrario a la mudable naturaleza humana que en ocasiones se diría anhela la muerte. De hecho, para Albert Camus en El hombre rebelde, es una suerte de nihilismo destructivo más. El precio a pagar por la cristalización del pensamiento engendrada por el fanatismo resulta caro. El alejamiento de la verdad es una de ellas, porque para profundizar en el conocimiento debemos estar abiertos al descubrimiento de la parte de verdad presente en los demás, desde una humildad intelectual de corte socrático, con una actitud dogmática resulta difícil llegar muy lejos intelectualmente».

Podemos agregar la cita de Cioran, en Genealogía del fanatismo, quien afirma que “el diablo palidece mucho al lado de quien dispone de una verdad, de su verdad. Somos injustos en lo que respecta a los Nerones, a los Tiberios: no fueron ellos los que inventaron el concepto de herético: sólo fueron soñadores degenerados que se divertían con las masacres. Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia en el plano religioso o político, los que distinguen entre el fiel y el cismático».

En esta nota se lo relaciona con la educación, en especial universitaria en EEUU luego de los años cincuenta. Una forma de abordar educativamente esta temática puede ser con el «juego de roles«, donde a alguien que sostiene a ultranza una posición u opinión se le hace ejercer en un debate la contraria y lo mismo a su ocasional oponente. En general es una experiencia «movilizante» que ayuda en poder colocarse existencialmente (al menos en una simulación) en el «lugar del otro», tarea para nada fácil, pero que puede contribuir a amortiguar actitudes y prácticas fanáticas.  Entre tanto será fundamental una ciudadanía activa de «no fanáticos» que esté muy atenta y movilizada, así como que participe con su voto y su pertenencia a fuerzas democráticas que impidan que los fanáticos lleguen al poder. Ello será fundamental para que no colapse la democracia.

Un excelente texto para abordar esta temática es el de Amos Oz, denominado «Contra el fanatismo» cuya reseña se puede visualizar en este link. También se puede ver esta obra «Queridos fanáticos«. Este enfoque nos permite ser más abiertos, humildes, pensar más sobre la complejidad de la verdad (así como de las múltiples facetas de la realidad) y poder dialogar (o sea «escucharnos con respeto y atención») aunque tengamos profundas diferencias. Ello nos puede posibilitar aprender unos de otros y poder construir un mundo mejor.

Religiones e Integrismo: el caso de algunas corrientes del Islam

El integrismo es una forma de fanatismo o fundamentalismo. Según la definición del Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas, editado por Torcuato S. Di Tella (Puntosur, Bs.As., 1989), «la palabra fue utilizada por primera vez por un partido político español, que surgió hacia 1890, inspirado en el Syllabus, Fue un catálogo publicado por el papa Pio IX, en 1864 donde se condenaban «los errores modernos» y a los católicos que buscaban componer con la sociedad de la época. Ellos mismos se identificaban como integristas en sus posturas sociales, políticas y religiosas, y el término pasó del castellano a los demás idiomas.»

Según esta fuente «si bien el ideario integrista fue dominante durante períodos de la Edad Media y la Antigüedad, su primera sistematización moderna se dio en 1885 con la encíclica Immortale Dei del Papa León XIII, en la que se expresaba en contra de la secularización y reafirmaba la importancia de un Estado que reconociera a la Iglesia como la autoridad suprema en su territorio4​. Las bases históricas de la doctrina integrista pueden verse en documentos papales como la encíclica Famuli vestrae pietatis del papa San Gelasio I, en la doctrina política del Antiguo Testamento y en la política de los reyes medievales como San Luis IX. A pesar de entenderse como renovador en lugar de conservador o reaccionario, el integrismo suele tener una valoración positiva del mundo medieval. Aunque existen movimientos integristas autodefinidos de izquierda​, el integrismo suele situarse dentro de la tercera posición por su rechazo tanto al capitalismo como al socialismo y su negación del régimen liberal

En cuanto a su expresión en el Islam (en particular en la actualidad), en esta entrevista (1) realizada por el diario francés Le Figaro a la islamóloga Razika Adnani, expresa -entre otros conceptos- que «los actos de violencia que han tenido lugar en Francia en los últimos días revelan el deseo de someter a los musulmanes del país a la sharia, en nombre de la norma de la ley islámica conocida como «ordenar lo decente y denunciar lo censurable». Se trata de una norma que se aplica más a los musulmanes que a los no musulmanes, aunque los clérigos la hayan extendido a los no musulmanes basándose en el concepto de yihad.

Quien pretende imponer la sharia pretende imponer el islam, y quien quiere imponer el islam impone la sharia. En nombre del islam se impone la sharia, que es la norma legislativa del islam. En el Corán hay versículos que tienen un alcance jurídico. Es la «sharia coránica » en la que se basaron los juristas para establecer, entre los siglos VIII y X, la «sharia de los libros de derecho».

Para los musulmanes, el islam no puede disociarse de la sharia, es decir, de su dimensión jurídica. Así, desde los primeros siglos del Islam, decidieron, tras largos debates sobre la naturaleza del Islam: ¿es sólo una religión o una religión y una organización social, como explico en mi libro Islam: quel problème? Los retos de la reforma. Imponer la sharia siempre ha sido el objetivo de los musulmanes practicantes y tradicionales. Incluso hoy, la inmensa mayoría de los países musulmanes aplican la sharia en diversos grados.»

Hacia el final de la entrevista se le pregunta: «¿Cómo se puede ser musulmán y partidario del laicismo en la Francia actual?. Y la respuesta es la siguiente: «En el islam, ser musulmán depende de hacer una profesión de fe. Usted declara que cree que Dios existe y que es único, que Mahoma es su mensajero y, por consiguiente, que el Corán es su palabra. Así pues, nada impide ser musulmán y partidario del laicismo, porque lo que sí lo impide es la sharia como sistema jurídico. Sin embargo, desde los primeros siglos, los musulmanes decidieron que ser musulmán era tener fe pero también someterse a las normas de la sharia.

En ese caso, para ser musulmán y partidario del laicismo hoy en día, hay que prescindir de la sharia en favor de la ley derivada de la razón. Es lo que ya hacen muchos musulmanes franceses y lo que empezaron a hacer algunos países musulmanes en la primera mitad del siglo XX, pero que se vio frenado por el fracaso de la nahda. También existen hoy partidarios musulmanes del laicismo en Azerbaiyán, por ejemplo, que, con cerca de un 92% de musulmanes, declaró en su constitución en 2002 que era laica.

Lo que plantea un problema para el laicismo, en Francia y en otros lugares, es el auge del islamismo y el fenómeno del retorno a la práctica conservadora del islam. Sin embargo, el abandono de la sharia no es una solución duradera si no va acompañado de un trabajo dentro del islam, es decir, de su reforma.

Algunos musulmanes que no rechazan el laicismo se presentan como musulmanes no practicantes. Esto implica que ser musulmán practicante significa respetar la sharia, lo que demuestra que siguen teniendo una concepción del islam inseparable de su dimensión jurídica. Por eso, al explicar el fracaso de la nahda , insisto en que la causa es que los modernistas fueron incapaces de reformar el islam.»

(1)  Agradezco la referencia de la fuente y la traducción a Enrique Bianchi.