En esta nota hemos reflexionado sobre una parte del Padrenuestro, enseñado como oración por Jesús, referido a que se cumpla la voluntad de Dios «aquí en la Tierra como en el cielo».
Como toda palabra puede ser decodificada de distintas maneras. Una de las formas que puede ser decodificada es políticamente, y de manera radical, a través de un proceso revolucionario que nos libere o emancipe «totalmente» de toda forma de opresión y que reine la justicia. Sería una forma de entender el concepto de paraíso o de cielo. Una pregunta sería: ¿en la historia de la humanidad, hasta el momento, ello ha sido posible?
El filósofo de la ciencia y del racionalismo crítico, Karl Popper, al respecto ha expresado que «aquellos que nos prometen el paraíso en la tierra nunca produjo nada, sino un infierno».
Si tratáramos de responderla en «clave evangélica» podríamos comenzar por tratar de entender «¿qué es el cielo?». Una forma de responderlo, es que es un lugar de plena armonía entre las almas y con Dios. Aquí en la Tierra somos «alma y cuerpo», donde -como sabemos- este último tiene un «ciclo de vida terrenal», cosa que en el cielo no ocurriría. Ahora bien «la armonía», «la fraternidad», «la amistad profunda» y en definitiva las distintas «formas de amor» se pueden tratar de vivir aquí en la Tierra, no sólo a nivel individual?
Entendemos que la respuesta es afirmativa, aunque de manera imperfecta, y que es muy difícil en lo macro y cuando se aumenta la escala de los vínculos humanos. En lo que posiblemente coincidamos es que esto no se puede hacer de manera coercitiva, como lo proponen las revoluciones y los gobiernos autocráticos, sino que debería ser el resultado de un largo proceso evolutivo donde vayan predominando distintas formas de cooperación.
Somos seres imperfectos, y dependiendo de lo que hagamos en esta vida, tenemos la posibilidad -según el mensaje evangélico- de poderlo vivir plenamente en el paraíso. Mientras tanto, aquí en la Tierra, deberíamos tratar no sólo de entender la libertad como «libertad negativa» sino de encararla como un proceso evolutivo de mayores grados de «libertad positiva» para que el mundo sea cada vez un «mundo mejor».