Los seres humanos establecemos distintos tipos de vínculos, entre los que se pueden mencionar en lo socioeconómico: los de reciprocidad, intercambio y redistribución. También vamos allá y damos sin esperar recibir («a cambio de nada»), cuando hay afecto y solidaridad. A esto último lo llamamos gratuidad. En lo económico la Wikipedia lo define como «la dispensación de un bien o un servicio sin contraprestación o contrapartida aparente por parte del beneficiario, especialmente cuando no hay precio o éste no se sustancia en un pago o cargo pecuniario que éste haya de afrontar». Es una relación asimétrica entre quien da y quien recibe. Hay grupos que lo denominan freeconomy, pero -en realidad y en este último caso- comparten (y por lo tanto podemos decir que se puede encuadrar en la «reciprocidad» sin dinero).
Claro, es gratis para quien recibe pero -salvo que sea una sonrisa o un bien simbólico- no es gratis o tiene un costo, para quien lo da. Aquí se abren dos posibilidades:
a) es realmente solventado por quien lo da sin esperar nada a cambio, con la aclaración de: si quien da es el Estado por mandato de la sociedad, ello está sujeto a un derecho (por ejemplo educación o salud pública) y está solventado por impuestos; o
b) hay un «retorno» o un «intercambio camuflado» que está dado porque el que recibe (o algunos de sus atributos como la información que provee) y se transforma en un «producto vendido a un tercero». Esto último es el caso de redes sociales (como la imagen que se colocó a la entrada). Entonces detrás de la gratuidad hay un negocio.
Entre las cualidades de los vínculos, si son de buena fe, está la confianza. Una de las definiciones que da el Diccionario de la Real Academia Española es la «esperanza firme que se tiene de alguien o algo». Es fundamental en todas las dimensiones de la vida, y una de ellas es en los negocios o vínculos comerciales. Si bien a veces toma el carácter «de palabra oral», en general se transforma en palabra escrita que se acepta en los términos y condiciones que establece el proveedor del bien o servicio. Esto último se denomina comúnmente «letra chica» que puede inducir a engaño por sus términos muy extensos y -a veces- poco claros para el público en general.
Lo que venimos de expresar tomó carácter público internacional (luego de la segunda quincena de marzo de 2018) cuando la red social Facebook -y en particular su fundador Mark Zuckerberg- tuvo que enfrentar al escándalo generado por el uso indebido de datos personales por la compañía Cambridge Analytica.
Esto último tiene múltiples dimensiones desde la concentración en pocas empresas de información personal, pasando por la cuestión de la privacidad, hasta la venta sin consentimiento a terceros de esta información personal, no sólo para conocimiento de mercado o para conocer preferencias socio-culturales, políticas, religiosas…. sino también para que se les haga llegar noticias falsas que induzcan su voto por algún candidato o -en el caso de gobiernos autocráticos- para controlar a la población. Esto último no nos lleva a un mundo mejor.
El necesario cuidado personal al dar información que se hará pública, así como la autorregulación sincera y clara por parte de las empresas, y la regulación democrática eficaz por parte de los estados serán fundamentales para que esto no suceda.