Marginales al sistema, pospolítica y cooperación: el caso de Nomadland

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La película Nomadland, que ganó recientemente tres Oscar, parte de la historia situada en un poblado de Empire, en Nevada, Estados Unidos, en 2011, donde Fern pierde su empleo después del cierre de una fábrica de materiales de construcción, donde trabajó durante años, junto con su esposo, quien recientemente falleció. Fern decide vender la mayoría de sus pertenencias y comprar una furgoneta para vivir y viajar por el país en busca de trabajo, como nómada de hoy en día.

En esta nota del diario La Nación, menciona a Jessica Bruder, autora del libro sobre el que se basa la película, donde cuenta cómo un viaje de 20 mil kilómetros le permitió conocer el lado más «rutero» (y podríamos agregar, en cierto sentido, más oscuro) del sueño americano. Expresa que “el último lugar libre de Norteamérica es un estacionamiento”, escribe la periodista en el prefacio de su libro de investigación Nomadland. Publicado originalmente en 2017 con el subtítulo Surviving América in the Twenty First Century (“Sobreviviendo a Norteamérica en el siglo XXI”), en él retrata las vidas de los nuevos nómadas, un mundo muy real, pero aún oculto para muchos estadounidenses».

La nota sigue diciendo más adelante que «conocidos en inglés como vandwellers (“habitantes de camionetas”), los protagonistas de Nomadland son personas que en muchos casos eligieron la ruta como estilo de vida a una altura ya avanzada de su adultez. Sin domicilio fijo, estos nómadas se mueven por todo Estados Unidos en sus casas rodantes, trailers o camionetas (más o menos espaciosas), tomando trabajos estacionales acá y allá, fijando residencia ocasional en espacios públicos –cuando no son corridos por la policía– o en campings privados: esa idea del estacionamiento como último espacio libre de Norteamérica. La noción de elección, sin embargo, debe ponerse en perspectiva: si bien para casi todos los itinerantes estas vidas que adoptaron y que a menudo los lleva por paisajes abiertos absolutamente impresionantes, significan una movida libertaria, también es cierto para buena parte de ellos que el primer impulso se los dio la más absoluta y dura necesidad. O bien se quedaron sin trabajo, o incluso si lo conservaron, la creciente desproporción entre sus salarios y los cada vez más altos costos del mercado inmobiliario volvió sencillamente imposible seguir pagando el alquiler o la hipoteca para muchos, quienes se vieron entonces expulsados y obligados a tomar estos nuevos rumbos.

Antes de Fern, la protagonista de la película (McDormand), fue Linda May, que es de todos los nómadas con quienes interactuó Jessica Bruder a largo de su investigación, quien se apodera del libro, convirtiéndose en su centro testimonial y emocional. A través de Linda, que aparece en la película haciendo un personaje secundario, Nomadland asoma al lector tanto a las convicciones y la voluntad de resistencia de sus personajes como a las enormes dificultades que implican vivir en el camino. Durante cerca de tres años, Bruder recorrió más de 20 mil kilómetros a bordo de una van de segunda mano a la que bautizó Van Halen, siguiendo las historias de vida de muchos de estos trabajadores migrantes, que un mes están cuidando campamentistas y limpiando inodoros, y al siguiente escaneando productos en la caja de un gran almacén, o cosechando remolachas, o vendiendo arbolitos navideños al costado del camino. Lo que sea necesario para ganar el dinero suficiente que les permita seguir adelante un tramo más….

En Estados Unidos siempre estuvimos obsesionados con la idea de la ruta abierta, con esa noción de que, si tenés un auto y un tanque de gasolina, hay una oportunidad por delante. Creo que hay algo propio del mito americano que incluye el acto de lanzarnos a los caminos. Ocurrió con la Gran Depresión que un montón de gente salió a la ruta a buscar trabajo. Así que en cierto modo sí, pienso que el fenómeno de los vandwellers es quintaesencialmente americano. Cuando estaba allá afuera, en la ruta, me pareció muy interesante la interacción entre la idea de autosuficiencia, de independencia, y la idea de comunidad. Escuchás a mucha gente decir: “quiero irme de ahí, quiero salir de debajo de mi hipoteca, liberarme de las deudas de la tarjeta de crédito, quiero ser libre”. Y a la vez me encontré con que parte de esa libertad consiste en formar parte de una nueva comunidad; no tanto en convertirte en un lobo solitario, alejado de la sociedad, sino en encontrar gente con la que sentirte en casa y que pueda enriquecerte. Así que para mí es un fenómeno interesante también porque refleja algo de la psicología del país. Creo que la gente se siente atrapada por este sistema que creamos en Estados Unidos. Incluso antes de la pandemia la proporción entre lo que gana un directivo respecto de lo que gana un trabajador (sin jerarquía) era de 316 a uno, mientras que en los años 60 era de 21 a uno. Los salarios se estancaron mientras que los precios inmobiliarios siguieron subiendo; los salarios tampoco se han mantenido a la par de la productividad y las ganancias por la productividad están en menos y menos manos. Creo que nos está diciendo algo el hecho de que tanta gente se sienta tan aplastada por el sistema, al punto de que para ellos la libertad signifique abandonarlo por completo, porque ya no pueden darse el lujo de vivir de manera feliz y confortable bajo las reglas que éste le imponeBruder no cree que este movimiento crezca de un modo organizado como para defender gremialmente sus derechos. “De algún modo son pospolíticos, perdieron la fe en el sistema; creen ya no vendrá la caballería a su rescate y que no tiene ninguna posibilidad de producir un cambio en el gobierno. Para algunos directamente ya no importa quién esté en la Casa Blanca y dicen: ‘mismo títere, diferente mano’”. Tampoco les queda mucho resto tras lidiar con sus urgencias cotidianas: “Los he visto pasar la gorra para arreglar su vehículo, cuidar de enfermos o lastimados de la comunidad, enseñarse unos a otros habilidades de supervivencia: es difícil que tras hacer todo eso les queden los recursos necesarios para organizar un cambio social amplio”.

Más adelante se señala que «Bruder no cree que este movimiento crezca de un modo organizado como para defender gremialmente sus derechos. “De algún modo son pospolíticos, perdieron la fe en el sistema; creen ya no vendrá la caballería a su rescate y que no tiene ninguna posibilidad de producir un cambio en el gobierno. Para algunos directamente ya no importa quién esté en la Casa Blanca y dicen: ‘mismo títere, diferente mano’”. Tampoco les queda mucho resto tras lidiar con sus urgencias cotidianas: “Los he visto pasar la gorra para arreglar su vehículo, cuidar de enfermos o lastimados de la comunidad, enseñarse unos a otros habilidades de supervivencia: es difícil que tras hacer todo eso les queden los recursos necesarios para organizar un cambio social amplio”… Entre las historias «la más inolvidable entre ellos, Linda May –una madre y abuela de 64 años que vive en un jeep y sueña con construir una “nave” sustentable–, quien, así como se había convertido en protagonista del libro, termina dominando cada escena del film en la que aparece. “La historia de Linda es la de la economía de las últimas décadas”, cuenta Bruder». Vale la pena leer la nota original completa. Dice mucho de los nómadas que no se consideran homeless (“sin hogar”), sino houseless (“sin casa”), que no es lo mismo en absoluto. Es un tipo particular de periféricos del sistema capitalista, en este caso de EEUU.

Tal vez las medidas del nuevo gobierno de ese país, tratando de reinstaurar un modelo socialdemócrata de bienestar, pueda ir revirtiendo estas situaciones.

 

 

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