¿Lo mínimo, lo civilizado, Ubuntu o civilización del amor? ¿Qué mundo queremos y podemos construir?

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A través de la historia de la Humanidad hemos transitado distintos escenarios. Si planteamos los extremos coincidiremos que -en los extremos- hemos oscilado en matarnos los unos a los otros hasta tener relaciones de paz, armonía y empatía profunda o fraternidad.

Esto ha sido reflexionado por pensadores ilustres como Freud, filósofos, literatos, historiadores, políticos, distintas religiones….  sobre las distintas posibilidades que se nos presentan. En este texto plantearemos sólo tres: una de mínima con Karl Popper, uno sobre lo importante de desarrollar lo civilizado referido por Burucúa (1) y finalmente el más esperanzador -y difícil de lograr- como el Ubuntu o la civilización del amor.

En el caso de Popper en esta nota se señala que en su enfoque de una «sociedad abierta» las diferencias políticas se resuelven por el razonamiento y el debate, y no por la coerción. La profesora de Filosofía Política en la Universidad Pompeu Fabra y coeditora del libro Razones públicas, Jahel Queralt, recuerda que la posición de Popper es instrumental y, en apariencia, modesta: no se detiene en el análisis de grandes principios, sino que se pregunta cómo debemos organizar la sociedad y las instituciones políticas para que los gobernantes incompetentes no lo estropeen todo. El objetivo no es maximizar la felicidad de los ciudadanos, sino minimizar el daño y evitar las tiranías.

Las democracias no son invulnerables y su punto débil es precisamente su apertura, el hecho de que permiten el debate y la crítica. Popper menciona la paradoja de la tolerancia, comentada también en la actualidad tras el ascenso de los populismos y de la extrema derecha: los intolerantes pueden aprovechar la libertad para difundir sus mensajes antidemocráticos, lo que puede llevar a “la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”. A pesar de todo, Popper no cree que debamos impedir la expresión de ideas antidemocráticas “mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales”. Es decir, mientras los iliberales no recurran “al uso de sus puños y pistolas”, nosotros no debemos reclamar “en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”, una idea en la que han incidido pensadores posteriores como Martha C. Nussbaum y John Rawls.

Popper está en contra del pensamiento utópico, en especial de las ideas políticas de Platón, Hegel y Marx, en las que ve el germen de los totalitarismos del siglo XX. El problema de Popper con las utopías no es que le parezcan irrealizables (en su opinión, disfrutamos de muchas cosas que en su momento parecían inalcanzables), sino que los planes para llegar a un mundo ideal exigen reconstruir por completo la sociedad. Estos planes megalómanos traen consecuencias que no podemos prever y se imponen a la sociedad sin que se admita la crítica y el debate y sin que, como recuerda Rivero, se permita el aprendizaje de los errores. Todo queda supeditado a “la fe en una sociedad futura”, que “justifica las miserias del presente”.

Popper propone avanzar gracias a la “ingeniería gradual”. En lugar de crear una sociedad de cero, podemos introducir avances poco a poco, lo que nos permite comprobar el efecto de nuestras decisiones, corregir los errores y contar con la opinión de los ciudadanos. El austriaco recuerda que ya hacemos esto cada vez que, por ejemplo, se aprueba una leyo una reforma urbanística. Como apunta Queralt, “la libertad que nos garantiza un sistema democrático es la libertad de probar cosas, de ver si funcionan”. Y recuerda el caso del matrimonio homosexual en España, que se aprobó en 2005 con una oposición muy beligerante, en un ejemplo de ingeniería social gradual que permitó la conquista de nuevos derechos y libertades.

Siguiendo esta línea de pensamiento, La sociedad abierta y sus enemigos también defiende el entonces incipiente Estado del bienestar. Popper propone un programa político para “la protección de los económicamente débiles”, que incluye leyes para limitar la jornada de trabajo y ayudas en caso de incapacidad, desocupación y vejez, entre otras medidas encaminadas a hacer imposibles “aquellas formas de explotación basadas en la desvalida posición económica de un trabajador que debe aceptar cualquier cosa para no morirse de hambre”.

En el caso de Burucúa (ver los dos links mencionados) es muy interesante su libro «Civilización. Historia de un concepto». Escribió más de «setecientas páginas y cinco años le llevó rastrear, a través de un largo recorrido por la historia de la humanidad, qué nos convierte en sociedades civilizadas maduras, conectándolo directamente con la actual crisis civilizatoria, generada en parte por el desarrollo vertiginoso de las tecnologías, que amenaza con devolvernos a retrocesos del pasado más reciente. El rol de las juventudes en estos procesos y la importancia que cobra el desarrollo de la cooperación y la solidaridad, para enfrentar el máximo desafío del futuro: la crisis ecológica.»

El autor señala que, respecto a su enfoque sobre la civilización, se basó en una obra extraordinaria que es la de un sociólogo –hacía sociología histórica– alemán, Norbert Elías, quien ya estaba activo en la década del 30 y en 1939, publicó un libro, “El proceso de civilización”… Y para él, era fundamental que una sociedad pudiera solucionar el problema del poder de los guerreros, del poder militar, y que no quedara sometida a la voluntad de la fuerza. Entonces, el proceso comenzaba cuando alguna institución o autoridad externa al propio poder militar lograba controlar esa fuerza, y los propios militares la aceptaban. Entonces, lo que implica es la doma. Norbert Elías llamaba eso la “domesticación de los guerreros”. Y lo que implica es que se establece la paz interior en una sociedad compleja, entonces, es posible que el espíritu humano se dedique a otras cosas más interesantes y constructivas que las de pelear por la vida…»

Luego señala una segunda cuestión que es el cultivo de las flores, el surgimiento de la gastronomía compleja, así como una tercera que es el rol de las mujeres. Posteriormente señala que, con la pandemia aparece un cuarto factor civilizatorio: el regreso a lo colectivo. Y finalmente una quinta cuestión es la administración de la misericordia, el cuidado de los enfermos, paliar el dolor, el sufrimiento, el Estado de Bienestar que viene también ahora en retroceso o en crisis en todo el mundo.  En fin vale la pena leer completo su enfoque vinculado con la posibilidad de avanzar, a pesar de todas las dificultades, con el proceso civilizatorio.

Por último el enfoque más difícil pero más esperanzador. Es el referido a enfoques como el de Ubuntu originado en Sudáfrica. Sus acepciones en español, en general, son:

  • Humanidad hacia otras personas
  • Si todos ganan, tú ganas
  • Éramos porque nosotros somos
  • Una persona se hace humana a través de las otras personas
  • Una persona es persona en razón de las otras personas
  • Yo soy lo que soy en función de lo que todas las personas somos
  • La creencia es un enlace universal de compartir que conecta a toda la humanidad
  • Humildad
  • Empatía
  • Yo soy porque nosotros somos, y dado que somos, entonces yo soy
  • Nosotros somos, por tanto soy, y dado que soy, entonces somos
  • El bien común, es el bien propio.

También la Iglesia católica, a partir del papa Pablo VI planteó la posibilidad de construir, de abajo hacia arriba y no de manera coercitiva, una «civilización del amor«. Tal vez algunos descalifiquen esto con el argumento de que es propio de las «almas bellas» o del «whisfull thinking«, pero en notas como esta o en este blog hemos abordado que -si bien es difícil- no es imposible. Nos llevaría hacia un mundo, no perfecto, pero mucho mejor.

(1) También se puede ver este reportaje.

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