Las distintas razones para ser escépticos, pesimistas y esperanzados

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El título de esta nota es paradojal, y supone que -simultáneamente- podemos tener razones para ser escépticos, pesimistas y esperanzados, en lo que se refiere a la posibilidad de un cambio para un mundo mejor.

Sabemos que el escepticismo es una corriente filosófica basada en la duda, representada originalmente por el filósofo griego Pirrón, quien decía que «no afirmaba nada, solo opinaba». Se basa en exigir evidencia objetiva a las afirmaciones. En la larga historia de la evolución humana en la Tierra, seguramente compartiremos que hemos avanzado en nuestro conocimiento del mundo (donde coexisten creencias y evidencias), en la prolongación de la esperanza de vida promedio, en la transformación de la naturaleza, en ir generando mejores condiciones de vida, mayor prosperidad material y bienestar para amplios sectores de la población, entre otras cuestiones que alientan nuestra esperanza. También sabemos de los conflictos y guerras atroces, de luchas encarnizadas por el poder, del incremento de la desigualdad, de que amplios sectores de la población aún viven en la pobreza, del grave deterioro al ambiente, de que no hemos priorizado nuestra agenda de luchar contra diversas calamidades (como el caso de las pandemias, evitando su posible aparición y desarrollando vacunas para disminuir la peligrosidad de los virus más asechantes), entre muchos otros elementos. Esto habla de que no somos, aún, suficientemente «sapiens» o sabios, y nos lleva a sentirnos pesimistas ante un eventual trágico final dado que no somos suficientemente conscientes de las consecuencias de nuestros actos. En especial en comportamientos en lo que se refiere a generar una mayor equidad, a invertir más y mejor en salud y educación, a revertir el cambio climático (1), a no desarrollar la carrera armamentista, o a no encauzar adecuadamente un poder cada vez mayor de un cambio científico-tecnológico (2), entre otros.

Todo ello nos conduce a la cuestión de «la posibilidad del cambio» (en este Indice del blog, las notas figuran en el punto 15). La imagen de la entrada hace referencia a una simulación de cambio: a lo que se denomina «gatopardismo», adjetivo «lampedusiano» que ha pasado a definir el cinismo con el que los partidarios del Antiguo Régimen en Italia se amoldaron al triunfo inevitable de la revolución, usándolo en su propio beneficio; posición acuñada en la frase lapidaria: Que todo cambie para que todo siga igual. Está expresada por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor del libro El Gatopardo (3), donde alude a que no hay cambio en la sustancia sino meramente en las formas (en esta nota nos hemos referido a esta cuestión).

Cambiar en «la sustancia» alude a un profundo cambio en la conciencia y en la calidad de los vínculos humanos, entre nosotros y con la naturaleza a escala global. Ello requiere de un salto evolutivo que no sabemos si se va a dar. Por lo tanto las tres razones del título de esta nota aún coexisten en la realidad contemporánea, tienen un final abierto y la respuesta respecto a cual de ellas predominará -sin duda- depende de nosotros en general, y en particular de los dirigentes que elegimos y de los mecanismos de participación ciudadana.

(1) La equidad y el cambio climático aluden a revisar el funcionamiento del sistema económico.

(2) Algo de esto lo aborda Harari en este texto.

(3) Ha dado lugar a esta hermosa película, con escenas como las que se muestran en este video (agradezco a Elio Londero la referencia).

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