La difícil y necesaria articulación entre lo individual y lo común

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Todos sabemos que tenemos «en común» ser de la especie humana, vivir en un mismo planeta (o «casa común»), tener los mismos derechos, ser originarios de una pareja, una familia, un grupo, un lugar y una nación. Claro, eso de «lo común» se puede vivir de distintas maneras, con distinta intensidad, con más o menos individualidad, conflictividad, armonía…. También puede expresarse en tener en común o no cosmovisiones, enfoques, diagnósticos o interpretación de los hechos, objetivos y metas, prácticas o tareas (como la educación, el trabajo…), según sea el contexto.

Ya Aristóteles reflexionó acerca de que «el ser humano es un ser social por naturaleza, y el insocial por naturaleza y no por azar o es mal humano o más que humano (…). La sociedad es por naturaleza anterior al individuo (…) el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada para su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un dios».  Claro, ya desde épocas antiguas también existía la visión de que el hombre podía ser lobo del hombre (1) y posteriormente han habido muchos enfoques sobre las distintas posibilidades de articulación humana (2) y cómo se canaliza nuestra energía.

También se han utilizado -como metáforas- distintos animales, como es el caso de los puercoespines, los lobos, los erizos y zorros, etc., para aludir a las distintas formas de vinculación que podemos tener los seres humanos.

A partir del siglo XIX, sin excluir aportes anteriores, algunos sociólogos -como Max Weber- trataron de construir «tipos ideales» para tratar de caracterizar o aprehender los rasgos esenciales de ciertos fenómenos sociales. Una aplicación de esto se ha dado con lo que serían las características principales de lo que pueden «representar» el vínculo entre lo individual agrupado «socialmente» y lo personal agrupado bajo forma o modalidad «comunitaria». De la literatura consultada uno de quienes distinguieron por primera vez “societas” y «communitas” fue Ferdinand Tönnies (3). Los rasgos principales de estos fenómenos serían los siguientes:

  • Comunidad: Es tener “en común” un pasado, un presente, un futuro, una identidad, intereses, valores, visiones, prácticas, proyectos compartidos… Según Tönnies está caracterizada por homogeneidad, igualdad, ausencias de status, y anonimidad (asociado a lo pre-moderno). Se puede afirmar además que el uso de “comunidad” también refiere a la posibilidad de que un “padre” o una “madre” (reales o simbólicos) sean quienes lideren la misma, o a que los hermanos/as (antiguamente fratrias) se roten en el liderazgo (muchas veces predominando una forma de “mayorazgo”),
  • Sociedad: Es un concepto que aparece en la “modernidad” (a diferencia del comunitarismo) y se expresa a través de la heterogeneidad, inequidad, diferenciación de status, y nominatividad. El liderazgo en lo “moderno” está asociado, aunque no siempre (por ejemplo Hitler), a formas “democráticas”.

Sobre esta temática han opinado varios pensadores como Max Weber, Talcott Parsons y particularmente Émile Durkheim. Según este autor la diferencia principal entre el enfoque de comunidad y el de sociedad es lo relativo al tipo de vínculo de solidaridad que hay en ellas. «En las sociedades primitivas, la solidaridad surge de la conciencia colectiva y la denomina solidaridad mecánica: la identificación con un grupo social se produce por las condiciones de igualdad, está en boga la idea de comunidad en tanto los individuos tienen «cosas en común», que producen un fuerte compromiso. En cuanto a la división del trabajo, no hay especialización, pero sí ascenso (Durkheim da dos ejemplos de sociedades primitivas en un contexto moderno: la Iglesia y el Ejército, ambas fuertemente verticalistas). En las sociedades modernas, esa conciencia colectiva es más débil y la solidaridad que existe en ellas es orgánica, puesto que surge de las diferencias producidas por la división social del trabajo, que es en general la respuesta que el siglo XIX da a la pregunta sobre el origen de todo hecho social. La solidaridad es, más particularmente, por necesidad en este tipo de sociedades, en las que las pasiones son reemplazadas por los intereses».

Por su parte Robert Nisbet, en La Formación del Pensamiento Sociológico (4) señala que «la comunidad se refiere a los lazos sociales caracterizados por cohesión  emocional, profundidad, continuidad y plenitud. La autoridad es la estructura u orden interno de una asociación. El status es la ubicación del individuo dentro de la jerarquía de la comunidad. Lo sagrado se refiere a lo no racional, como la religión. La alienación se refiere a la enajenación del individuo con respecto a su entorno. Estos cinco elementos tienen su antítesis en los conceptos de sociedad -vínculos impersonales-, poder -no surgido de la asociación social-, clases -jerarquías no surgidas de la asociación comunitaria-, secular -lo profano, lo no sagrado-, y progreso -la alienación es vista la inversión del progreso-, respectivamente. Y en sociología este contraste entre dichos conceptos, comunidad-sociedad, autoridad-poder, status-clase, lo sagrado-lo secular, alienación-progreso, constituye el resumen del conflicto que se ha dado en la espera sociológica entre el tradicionalismo y el modernismo.»

Esta temática sigue teniendo gran influencia en el debate ideológico, filosófico y político contemporáneo. Daremos dos ejemplos: 1. En el caso de la Argentina el impacto que ha tenido el enfoque de «La Comunidad Organizada» (5) de Juan D. Perón, en general en ese movimiento, y en personas como Jorge Mario Bergoglio. 2. En artículos de intelectuales como Loris Zanatta, que no sólo cuestiona el comunitarismo del peronismo, sino también el de la Iglesia Católica, por ser contrario -según su enfoque- a una sociedad, abierta y plural. De seguir este razonamiento, cualquier planteo que promueva lo comunitario debe ser fuertemente cuestionado.

Ahora bien, ¿hay posibilidades de que los conceptos de comunidad y sociedad no sean «binarios y contrapuestos» y de encontrar una «síntesis superadora»?. Tal vez, haya posibilidades de algunas complementariedades entre ambas visiones. A continuación sugerimos explorar estas alternativas, entre otras:

  • homogeneidad de derechos, como una base común de igualdad, pero heterogeneidad, diversidad y singularidad de las personas y los contextos respetando la dignidad de cada persona, promoviendo el ejercicio de la libertad positiva con un sentido de empatía y armonía entre los seres humanos y el ambiente;
  • igualdad – inequidad: como se expresó en el punto anterior, puede haber igualdad pero no uniformidad, y dependerá de cada sociedad, cultura y tipo de medidas de políticas públicas para que haya equidad o no. Por lo tanto vivir en «sociedad» no implica necesariamente inequidad;
  • ausencias de status (o estatus) – diferenciación de status: en una comunidad se valora mucho a las personas de mayor edad, valorando su experiencia (en especial la que ha sido procesada como sabiduría), o las que ejercen un rol religioso o ceremonial importante. Por lo tanto es una «especie de status» que se da en el comunitario. Es cierto que en las sociedades modernas se presentan diferenciación de status ya sea derivadas del poder económico-social, político, militar o vinculado al conocimiento. Sin embargo ello puede manifestarse de distintas maneras: desde relaciones de subordinación y dominación hasta vinculaciones armónicas y de servicio. Dependerá de cada cultura y de las personas que forman los grupos y las instituciones;
  • anonimidad – nominatividad: la anonimidad en las comunidades es muy relativa, en particular si las comunidades son de pequeña escala y -más en general- con el impacto de las distintas redes sociales. Seguramente se ha presentado en el caso de las mujeres y de las personas que han ejercido o ejercen funciones de servicio, pero no entre quienes la lideran. Por otro lado la nominatividad en un planeta con 8000 millones de personas, megaciudades y grandes organizaciones no es fácil a pesar del rol identificatorio que juegan la inteligencia artificial, las redes sociales (como ya se ha expresado) y el control por parte de los estados (en especial los regímenes totalitarios o autocráticos). Esto último está íntimamente al enfoque y práctica que tengamos del poder.

Lo anterior ha sido abordado también por distintos enfoques filosóficos y religiosos. En el caso del cristianismo existen distintas acepciones de «comunidad cristiana» como esta o esta, y su difícil relación con la sociedad.

Como síntesis podríamos concluir que en la articulación entre lo individual (mejor «personal») y lo social o comunitario es una base común de empatía (o formas de amistad y amor), de humildad, de compartir… que nos alejen de toda forma de mal y de opresión, de modo de ir convergiendo hacia un mundo mejor.

(1) Siguiendo a esta fuente, «esta locución fue creada por el comediógrafo latino Plauto (254-184 a. C.) en su obra Asinaria… y luego «fue popularizada por Thomas Hobbes, filósofo inglés del siglo XVII, quien la adaptó en su obra De Cive. Se puede interpretar que en su escrito, Hobbes da por básico el egoísmo en el comportamiento humano, aunque la sociedad intenta corregir tal comportamiento favoreciendo la convivencia». De allí la necesidad de un estado fuerte (para Hobbes será la monarquía absoluta).

(2) Entre ellas el enfoque de «teoría general de los sistemas» de K. Boulding donde plantea que las interacciones pueden darse «en términos de relaciones competitivas, complementarias o parasitarias» (Boulding, K.E. (1956): “General Systems Theory: The Skeleton of Science”, Managment Science, 2, 3, pp. 197-208. (Reproducido en Collected Papers Vol. IV, p. 201, citado en este artículo). Por supuesto la psicología, la neurociencia y la sociología han complejizado aún más las distintas posibilidades.

(3) Se puede profundizar, por ejemplo, en este texto o en este.

(4) Agradezco la referencia a Francis Korn.

(5) Discurso ante el Primer Congreso Nacional de Filosofía que se inauguró el 30 de marzo de 1949 en la ciudad de Mendoza.

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