Después de esta crisis ¿podemos ser prudentemente optimistas?

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En esta nota del diario La Nación, Andrés Oppenheimer, (que nos hemos permitido glosar, citando a la fuente) comenta que «Peter Coleman, un profesor de Psicología de la Universidad de Columbia que estudia conflictos políticos y desastres naturales en todo el mundo, dice que la crisis actual puede conducir a una disminución de la polarización política en los Estados Unidos y en el resto del mundo. Coleman, que está a punto de publicar un nuevo libro titulado La salida: como superar la polarización tóxica, dice que varios estudios han demostrado que «enemigos comunes» como la actual crisis de coronavirus han ayudado a sociedades profundamente divididas a unirse ante la adversidad.

Y eso puede pasar en todos los países donde la polarización política ha aumentado dramáticamente en los últimos años, dijo. Coleman me citó el caso del «Blitz», el bombardeo nazi de 56 días contra Gran Bretaña, que el gabinete del primer ministro británico Winston Churchill pensó que daría lugar a saqueos y peleas internas por escasos recursos. Y en cambio, resultó en un aumento en el altruismo, la compasión, la generosidad y las acciones para el bien común. Algo similar sucedió después del tsunami de 2004 en Indonesia. El gobierno y los grupos insurgentes hicieron a un lado sus diferencias para reconstruir las comunidades destruidas, agregó.

La segunda razón por la cual Coleman es cautelosamente optimista sobre una disminución de la polarización es que las catástrofes naturales a menudo actúan como «shocks» al sistema político». Al cabo de algunos años, muchas veces dan lugar a cambios políticos positivos. Un estudio de 850 conflictos interestatales que tuvieron lugar entre 1816 y 1992 encontró que más del 75% de ellos terminaron dentro de los 10 años después de un «shock» al sistema, me dijo Coleman. Otro estudio realizado por el politólogo de la Universidad de Princeton Nolan McCarty mostró que Estados Unidos era un país profundamente polarizado hasta que dio un gran giro hacia una mayor cooperación política en 1924. Eso fue una década después de la Primera Guerra Mundial, y después de la pandemia de gripe de 1918, que mató a 50 millones de personas en todo el mundo. «El punto es que este tipo de conmociones como la actual pandemia no son una garantía de ningún tipo de cambio, pero a menudo son una condición necesaria para cambiar patrones de conducta profundamente arraigados como la polarización política», me dijo Coleman.

Luego reseña las razones para ser pesimista, y finalmente señala que «hasta ahora, es difícil ver que esta crisis pueda tener impactos positivos. Pero la buena noticia es que, si Coleman tiene razón, a menudo hay un efecto retrasado de unos diez años entre las grandes catástrofes y los cambios políticos que disminuyen la polarización interna y externa. ¡Todavía hay esperanza de que esta crisis conduzca a un mundo mejor!»

En la misma dirección va esta nota de Juan G. Tokatlian, donde expresa que «cuando lanzamos una piedra a un lago, al rozar la superficie se generan ondas concéntricas sucesivas cuyos radios aumentan con el tiempo. La piedra origina una perturbación que produce un movimiento secuencial y ondulatorio. Me sirvo de esta imagen para pensar las ondas concéntricas que está generando el Coronavirus… Es que es un anhelo injustificado el pensar que de este desastre aflorará un mejor Estado y un sistema internacional promisorio. Pero si nos fijamos en las ondas más alejadas del centro donde chocó el virus, el horizonte puede resultar menos sombrío. Los radios de las ondas concéntricas sucesivas aumentan con el tiempo y eso permite vislumbrar un futuro menos catastrófico; los procesos de cambio tienden a ser graduales y responden a fuerzas y factores sociales, políticos e históricos dinámicos en los que la contingencia juega un papel relevante.

Es muy probable que en el corto plazo las tendencias negativas anteriores al estallido del Coronavirus se potencien y exacerben, pero, en el largo plazo, se pueden ir constituyendo opciones progresistas, renovadoras y sensibles que propicien un orden alternativo justo, equitativo y estable. Las mujeres y los jóvenes emergen en este escenario como potenciales protagonistas de un escenario más generoso. La calidad y la eficiencia de las gestiones de mujeres como la Canciller de Alemania, Angela Merkel; la Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern; la Primera Ministra de Finlandia, Sanna Marinentre o, a escala local, las de las alcaldesas de Bogotá, Claudia López, y de San Francisco, London Breed, muestran que, en la medida en que se incremente y se asegure el empoderamiento material y político de las mujeres, una gobernabilidad mundial más inclusiva puede ser alcanzable.

Finalmente termina diciendo «Los jóvenes que padecen una situación socio-económica crítica se comportan como adultos con mayor sensibilidad hacia la equidad. Es de esperar entonces que el impacto global del Coronavirus sobre la juventud se refleje, en un futuro no distante, en su disposición y compromiso contra la desigualdad. El brutal choque de esta piedra en este convulso lago que es nuestro presente nos ofrece un corto plazo turbador. Pero si advertimos las ondas más distantes, aquellas en las que se perfilan mujeres empoderadas, capaces de desplegar su empatía y eficiencia sobre el mundo; si nos detenemos en las ondas creadas por jóvenes adultos que, impactados por los efectos de esta catástrofe promueven una apuesta real por una sociedad más igualitaria y una cosmogonía menos antropocéntrica, es posible que podamos leer lo que viene de una manera menos pesimista. Y ese optimismo quizás nos movilice, pacientemente, a asegurar un cambio más radical y profundo». Ojalá !!!

 

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