El aporte de los que más tienen

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El título de esta nota se refiere al aporte de «los que más tienen» aplicado a la resolución de graves problemas socio-económicos que afecta a distintos tipos de sociedades y países. Ello dependerá de una serie de factores, como los que se mencionan a continuación. Considerar que su contribución es con las empresas que tienen -dando empleo y proporcionando bienes y servicios- y con lo que consumen, y ahí «se acaba». En caso que, por su sensibilidad y valores, consideren que lo anterior es insuficiente para reducir las injusticias y se requiere de «más», entonces podrán abordar distintos caminos:

  • ejercitar la filantropía, formas de responsabilidad social empresaria (habrá que diferenciar «las reales» de las sólo «marketineras») o lo que se ha denominado «la derecha compasiva«,
  • se podrán generar otras empresas (por lo tanto más trabajo y bienes y servicios): en los mismos sectores o donde haya mayor valor agregado: por ejemplo, salir de la «primarización»de la economía, alternativa no fácil frente a la industria de Asia…,
  • u otro tipo de empresas (ver, por ejemplo, experiencias de economía del bien común, la economía de comunión, …),
  • compartir ganancias en las empresas existentes,
  • otro tipo de intercambios,
  • no evadir impuestos y estar dispuestos a tributar más que posibiliten explorar otras alternativas,
  • ser no solamente solidarios entre todos (como expresa la imagen de la entrada), sino también equitativos entre los que más tienen y menos tienen, o que están en situación de desigualdad como se reflexiona en esta nota, etc.

Lo que venimos de describir se puede abordar por un cambio cultural que tenga distintas «motivaciones»:

  • toma de conciencia personal por haber vivido situaciones de carencia y exclusión, por capacidad «de ponerse en el lugar del otro» (en este caso del más débil), por cuestiones religiosas, solidarias o valorativas en general,
  • por «miedo» («no nos une el amor sino el espanto«) que, según distintos autores, fue la «contribución de la revolución rusa» a la implementación de experiencias socialdemócratas en países del norte de Europa, a comienzos del siglo XX,
  • por conciencia de que las situaciones de desigualdad no afectan sólo a los pobres sino también a los ricos que viven en esas sociedades (tal vez pueda «tipificarse» como un motivo «egoísta» o de «autodefensa»),
  • por entender que el aporte que hacen los que más tienen no se va en corrupción o en destinos «no prioritarios» y por lo tanto se refuerza el «contrato» entre el contribuyente y la asignación eficaz y eficiente de la inversión y el gasto,

entre otros motivos.

Todo lo anterior puede expresarse en actos individuales como ciudadanos, consumidores o emprendedores, o desde grupos, ongs, asociaciones o en expresiones políticas que se transformen en acciones del Estado. Las mismas pueden derivar en dar incentivos y/o en generar penalizaciones (por ejemplo tributos más progresivos en sectores de altos ingresos que tengan una aplicación transparente y efectiva) a través de regulaciones apropiadas que se verifiquen en resultados eficaces y sostenibles en el tiempo y consecuencias deseadas para la mayoría de la población.

Esta problemática en el caso argentino ha sido manifestada, entre otros, por la Conferencia Episcopal Argentina en un comunicado del 19/12/2017.  También se han marcado limitaciones o condicionamientos, por ejemplo, por parte declaraciones de un importante empresario argentino en el minuto 23 en adelante de este video. En el mismo se menciona -entre otras cuestiones- el caso de la curva de Laffer que expresa la relación entre los ingresos fiscales en relación con el tipo impositivo: si el tipo impositivo es cero, los ingresos fiscales serán también nulos. Si, por el contrario, los tipos impositivos son del 100%, los ingresos fiscales también se anularán, nadie ofrecería ni demandaría el bien en cuestión.

El problema, en la práctica, es cual es la presión fiscal «tolerable o aceptable» para las empresas que no hagan caer (o «matar» la actividad) o generar desinversión y, a la vez, permita recaudar más. Esta lógica puede usarse -como fue el caso en Estados Unidos durante el gobierno de Reagan- para bajarle el impuesto a los sectores más ricos de la sociedad sin que se verifique que esto genere una mayor actividad económica. Por lo tanto hay una «sintonía fina» que habrá que ir evaluando cuidadosamente en cada país y sociedad para aplicar estas medidas de manera justa y eficiente.

Por último, lo que pueden «aportar» los sectores excluidos -además de su expresión democrática, lucha por sus derechos y cambio de las situaciones de exclusión- está la posibilidad de generación de formas de auto-organización económica y social. Una de ellas es a través de la economía social y solidaria. Por supuesto hay otras líneas de acción que pasan por cambios educativos, fortalecimiento de la capacitación, asistencia técnica y financiamiento, y -en general- promoción de estos sectores, que incluyan acciones de emprendedorismo y seguramente un piso de subsidio socioeconómico para quienes no puedan salir de las situaciones de exclusión, a pesar de todos los esfuerzos y cambios anteriores.

Poder articular virtuosamente todas estas iniciativas y esfuerzos pueden ayudar a construir un mundo mejor.

 No hemos abordado aquí opciones más radicales de izquierda (por ejemplo desde el marxismo) o desde algunos de los enfoques (como los de Laval y Dardot) de «lo común».

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