Acerca de la importancia de las formas y su relación con el poder

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Las formas con las que hacemos las cosas sin duda tienen distintos orígenes como el contexto cultural y socio-institucional en el que actuamos, la copia o identificación con otros, con nuestra propia experiencia, con lo que «siempre se hizo» (la tradición), la rutinización de las acciones (sin pensar demasiado)… y otras. Pero coincidiremos que, al menos en algún momento (en especial en la adolescencia o con años de sabiduría), nos preguntamos sobre el sentido (vinculado a propósitos, valores y a su utilidad) de las mismas.

Respecto de la relación entre formas (en especial derivadas de las normas) y poder, coincidiremos que los primeros que se preguntaron esto fueron los griegos, destacándose el concepto y enfoque de la democracia (que no se refería solamente a las reglas o a un sistema de gobierno sino también a un ethos democrático) (1) y su no fácil articulación con un liderazgo de sabios o filósofos como proponía Platón en La República. Los romanos luego fundamentaron la importancia de la república (encarnada por el Senado) como contrapuesta al poder ilimitado, y -en muchos casos- presumiblemente «divino», del Emperador.

Pero fue con la modernidad donde se destacó la importancia de que no era conveniente ni bueno que el poder, en general, y en particular el político y el económico, estuviera concentrado. Uno de los que lo formuló fue Lord Acton, quien señaló que «el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente». En el caso del poder político, luego de la revolución francesa, uno de los que le dio una formulación precisa fue Montesquieu, y en su obra El Espíritu de las Leyes estableció la importancia de que existieran tres poderes (tal como se muestra en la imagen de la entrada). Sin embargo «la tentación» de que los tres poderes confluyan en uno común es muy grande para quienes tienen pretensiones y prácticas hegemónicas o totalitarias. Está bien expresado en el film Amistad (de Steven Spielberg), donde -en una escena- quien representa a John Quincy Adams, muestra un bonsai con un tronco común y tres ramas, resaltando la cuestión del «tronco común» del poder. En la práctica lo podemos visualizar en la actualidad en países como Rusia y Venezuela donde hay una «apariencia» democrática de tres poderes, pero -en la práctica- los tres están subordinados al poder ejecutivo y al liderazgo (visión mesiánica) (2) de una o más personas.

En la Argentina este debate se ha actualizado con distintas intervenciones públicas de Cristina Fernández de Kirchner que van -principalmente- desde su alocución en el Foro de Pensamiento Crítico realizado en Buenos Aires del 19 al 23 de noviembre de 2018 hasta su carta de diciembre de 2020. Es una visión ideológica y política que se remonta, posiblemente, a los años 70 (así como a determinadas características personales), y que fuera ejercida en la Provincia de Santa Cruz subordinando a los tres poderes al liderazgo de Nestor Kirchner (ver el caso del procurador Sosa, y el no acatamiento de reponerlo en su cargo ordenado por la Corte Suprema de Justicia). Buscar que la Justicia dependa de las elecciones, que no falle en contra del Poder Ejecutivo o esté subordinada al mismo, son variantes de un mismo enfoque. La experiencia indica que no podemos esperar nada bueno de su aplicación práctica en un sistema que busca ser democrático y republicano. Veremos cómo evoluciona en el caso argentino (3).

(1) Sobre la actualización del concepto de democracia, y su aplicación al mundo contemporáneo, en este blog se han escrito notas como esta o esta.

(2) Entre los ejemplos históricos que podemos mencionar fue la expectativa del pueblo judío en que Jesucristo fuera el Mesias que se transformara terrenalmente en su Rey y los liberara del yugo romano. En otra nota mencionamos el importante antecedente histórico de ese pueblo acerca de cómo se produce la transformación de jueces a reyes (a solicitud del pueblo). En el capitulo 8 del libro de Samuel, este le advierte a su pueblo qué significa tener un rey: «Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros.  Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras.  Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos.  Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día. Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No, sino que habrá rey sobre nosotros...«

(3) Entre los análisis críticos está una nota de Carlos Pagni.

 

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