En esta excelente nota de Elisa Goyenechea, se trata de discernir sobre distintos aspectos vinculados con los conceptos de pueblo, piedad, compasión, justicia, solidaridad… y, un aspecto que nos interesa destacar, es cómo canalizar la impaciencia del corazón.
El tema ha sido abordado, entre otros, en un libro del mismo nombre por el escritor Stefan Zweig. Goyenechea expresa que «caló como nadie en la trampa de la compasión. Las hay de dos clases. La peligrosa es “la débil y sentimental”, es “impaciencia del corazón por liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena”; “una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno”. La otra, discierne y es proactiva. No es una pasión irresistible, sino una virtud “creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá”. Desplazada a la arena pública, el remolino de compasión irreflexiva solo sabe sufrir con el que sufre, le presta su voz y elude todos los largos y tediosos procedimientos de la Justicia y los caminos institucionales. Con celeridad y eficacia, reacciona con un acto violento: usurpa, conculca, destruye o vandaliza.»
Luego finaliza su nota diciendo que «el aspecto perverso (su lado B) es que el compasivo necesita del miserable para autoafirmarse como tal, como el poderoso necesita del débil. Contra la pirotecnia jacobina, Hannah Arendt no se interesó por la piedad, sino por el alcance público de la solidaridad, que mira con los mismos ojos a “ricos y pobres”, a “poderosos y débiles”. Su ecuanimidad la protege del vórtice de la pasión, pero “no implica dureza de corazón”. Si volvemos a la filosofía en busca de inspiración, la verdadera virtud no es la empatía irrefrenable que con total ingenuidad prefiere sufrir con el que sufre, sino la máxima socrática que a conciencia elige “sufrir la injusticia antes que cometerla”.
Seguramente podamos coincidir en identificarnos con la compasión que discierne y es proactiva, en línea con relatos tanto de agnósticos y escepticos esperanzados, como de tradiciones religiosas expresadas -por ejemplo- en la parábola del buen samaritano. Ojalá ello se pudiera enseñar en las familias, en el sistema educativo y en la cultura en general. Nos llevaría a un mundo mejor.