En un aporte a este blog de Andrés Gananci (sobre «¿cómo aprender a amar a tu trabajo?») se plantea la cuestión del vínculo entre el amor (podríamos decir «la felicidad») y el trabajo.
En una nota del filósofo Santiago Kovadloff , en el periódico La Nación, se reflexiona sobre dos temas que parecen antagónicos: la rutina (en particular en lo laboral) y la pasión (desafío que se plantea en la imagen de la entrada). Allí expresa -entre otras cuestiones- como «la desmesura romántica nos induce a creer que donde impera la rutina está ausente la pasión. Homologada a la monotonía, reducidas sus posibilidades a la mera repetición, la rutina pierde todo lo que en ella hay de productivo; su esencial fecundidad se convierte en miseria. Hay sin embargo pasión en la diaria perseverancia del astrónomo que explora la noche de los cielos sin dar, quizá durante años, con una nueva estrella que lo deslumbre. La hay en el poeta que persevera en el empeño por transformar sus líneas vacilantes en versos que perduren. O en la tenacidad de quien, tras fracasar en el orden que fuere, no se rinde y retoma el camino del esfuerzo».
Más adelante señala «la distinción no siempre nítida entre semana laboral y fin de semana aspira a diferenciar y contraponer las imposiciones de lo obligatorio a las libertades de lo placentero, propias del sábado y del clásico domingo. En estos últimos dos, se presume, no reina la rutina, desconociendo que, a veces y por eso, se vuelven más inquietantes que los cinco días usuales de trabajo. Ello se debe a que la libertad de que se dispone en buena parte de esas cuarenta y ocho horas deja aflorar, cuando menos se lo espera, la evidencia de que no se sabe qué hacer con el tiempo incondicionado. Resalta, entonces, la evidencia de un vacío afectivo, la ausencia de un proyecto personal o, sencillamente, de un entretenimiento capaz de absorbernos por un buen rato y atenuar la extrañeza de ser nosotros mismos que nos acosa en horas como esas. En momentos así, nos apremia el secreto anhelo de volver al lunes y que sus exigencias nos pongan a resguardo de ese desconocido súbito que somos y que nos asalta al creer que disponemos de nuestro tiempo»,
Reconoce «por lo demás, que muchas vidas consumen sus horas en convivencias forzadas e ingratas y en silencios sin fecundidad; en soledades no buscadas sino padecidas y de las que intentan liberarse como sea. Vidas desdichadas en las que puede no faltar el pan y hasta abundar pero que están privadas de alegría, de encuentros luminosos o de la emoción agradecida de vivir. Basta viajar en un vagón de subte, en Londres o Buenos Aires, para reconocerlas. Llevan estampada en los ojos la íntima desorientación de los tristes; la desolación sembrada por una rutina sin intensidades que sepulta el sentido de los días. Allí lo diario es condena, resignación que convierte en piedra el corazón de sus víctimas». Finalmente hace un nexo con la historia argentina.
Sin duda para que se dé lo expresado en la imagen de la entrada, debe articularse la pasión y la rutina en una actividad personal y social que dé frutos con un contexto de bienestar, armoniosamente vinculado a la inteligencia artificial, con las demás personas y con el medio ambiente. Ello nos puede ayudar a converger hacia un mundo mejor.