En esta época de enorme predominio de las pantallas digitales, hay varias notas que resaltan la gran relevancia de los clubes de lectura. Entre ellas encontramos este artículo, donde «la actriz Reese Witherspoon, transformó su amor por la lectura en un modelo de negocio multimillonario que opera como una plataforma de detección de éxitos editoriales, incubadora de escritoras emergentes y máquina de contenidos audiovisuales protagonizados por mujeres.Según The New York Times, los libros elegidos por su club de lectura se mantienen durante semanas, a veces meses, en las listas de los más vendidos, y algunos de ellos vendieron millones de copias. En 2023, las ventas de libros físicos seleccionados por el Reese’s Book Club alcanzaron los 2,3 millones de ejemplares, superando a clubes rivales como los de Oprah Winfrey o Jenna Bush Hager.»
Desde otra perspectiva, en esta nota la psicoanalista Lola López Mondéjar, sostiene que “los clubes de lectura son espacios revolucionarios” y agrega que “necesitamos tiempo y energía para conversar y reflexionar. La ensayista nos propone defender espacios de resistencia al móvil, a las redes sociales y al individualismo”. A continuación transcribimos la nota completa, incluida una entrevista.
“Cada vez nos cuesta más narrarnos a nosotros mismos, explica la psicoanalista Lola López Mondéjar (Molina de Segura, Murcia, 1958). Los móviles, las redes sociales, la precariedad laboral y, en general, el capitalismo digital nos impiden elaborar un relato que nos ayude a entendernos y a saber quiénes somos, y qué queremos y podemos hacer. Esto nos hace presas fáciles de las propuestas simplistas de los populismos, que van en busca de chivos expiatorios, como los inmigrantes, a los que culpar de nuestros males.
Lo cuenta en su libro Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, Premio Anagrama de Ensayo 2024. Y nos lo cuenta a nosotros en la Casa Velázquez de Madrid. Antes había escrito Invulnerables e invertebrados, en el que habla de nuestra salud mental, amenazada por la ansiedad y la depresión. López Mondéjar también es autora de novelas y relatos, por lo que no es de extrañar que defienda que la ficción es una de las herramientas que más ayuda a la empatía y al diálogo.
Pregunta. ¿En qué consiste este relato personal que está en riesgo?
Respuesta. Leí una frase de Flaubert, desgraciadamente después de terminar el libro, que me parece una excelente metáfora de lo que quiero decir. En una carta a Louise Colet, escribe: “Hablas de perlas, pero las perlas no forman el collar, es el hilo”. Eso sería el relato. Lo que hoy en día contamos son fragmentos, impresiones, hechos. Pero falta ese hilo conductor, que sería el sujeto del relato y que desde el interior relata los acontecimientos de su vida. Tiene la capacidad de identificar lo que es más importante para generar recuerdos con los que elaborar una narración y una memoria que formarán parte de su identidad y subjetividad.
Pregunta: ¿Este relato incluye nuestros prejuicios?.
Respuesta: No puede ser perfecto, no es su objetivo. En este relato hay un yo que interpreta la realidad de acuerdo a un mundo interno en constante generación. Lo que encontramos hoy en día es que está atrofiado, es muy difícil de encontrar. Muchas personas tienen un relato fragmentario, con muy poca cohesión.
Pregunta: ¿Y por qué pasa esto ahora?
Respuesta: No tengo la explicación última porque a mí misma me sorprende. Pero influye el predominio de la imagen, que ha atrofiado mucho la capacidad simbólica de representar el mundo mediante el lenguaje. Siempre pongo el ejemplo de un gran viaje al que hemos dedicado tiempo y esfuerzo. Lo que ocurre muchas veces es que no subjetivamos esa experiencia significativa. No hacemos de ella una narración, solo mostramos las fotos.
Pregunta: ¿Pero es un problema tecnológico?
Respuesta: No, la universalización de las redes y de las pantallas ha impulsado un proceso que venía de lejos. Tiene que ver con la aceleración de la vida, que no nos permite detenernos en los hechos, marcarlos y hacer de ellos un acontecimiento. Tampoco hay una cultura que fomente la introspección. No tenemos tiempo para detenernos y enfrentarnos a la complejidad del mundo. Y como nos sentimos incómodos con la incertidumbre, nos agarramos a pensamientos simples, y ahí es donde los populismos tienen un campo enorme para crecer.
Pregunta: Escribe que Donald Trump es el paradigma de la estultofilia. ¿Qué significa esto?
Respuesta: Del ideal ilustrado, del “atrévete a pensar” de Kant, hemos pasado a la estultofilia, que es el elogio de la ignorancia. Lo vemos en los terraplanistas o los negacionistas del cambio climático, que no creen en algo evidente, que no hace falta ni discutir. Esto nos habla de un descrédito de la autoridad y de los expertos.
Pregunta: Pero los seguidores de Trump le ven como alguien que se enfrenta al sistema.
Respuesta: Sí, es un narcisismo tremendo. Christian Salmon escribió un ensayo titulado La tiranía de los bufonesen el que describe a estas personas que prometen respuestas muy fáciles. Simplifican la complejidad y demonizan a colectivos, como cuando Trump dijo que los inmigrantes se comían a los perros. Crean enemigos y creen que los problemas se resuelven fácilmente.
Pregunta: ¿Nos resulta fácil identificarnos con un bando o con un líder?
Respuesta: Si algo ha definido el siglo XXI es la enorme incertidumbre y la caída de los grandes referentes. Y con la incertidumbre, crece la angustia y, para salir de esa angustia, tenemos una pulsión identitaria. Esto se ve muchísimo, por ejemplo, en las masculinidades en crisis. Las redes dan una identidad a los jóvenes, una guía. También pasa con muchos chicos trans, que acceden a una identidad a través de la inquietud por su género y la clausuran desde fuera, con un diagnóstico externo. Eso calma, es un paliativo, pero también cierra la interrogación sobre quiénes somos. Siempre ha habido crisis en la adolescencia, pero los jóvenes tenían tiempo para ir resolviéndola hasta que encontraban el adulto que querían o que podían ser. Ahora esa angustia es mayor, hay más prisa por acceder a una identidad que al final cierra y no abre la pregunta sobre quiénes somos.
Pregunta: ¿Cómo pueden ayudar los padres?
Respuesta: En las presentaciones del libro, muchos padres me cuentan que están muy preocupados por el abuso de las pantallas. Y ellos mismos reconocen que están enganchados. El otro día una madre me dijo: “Mira, yo misma estoy hablando con mi hijo y lo que quiero es mirar WhatsApp”. Hay que prestar a los jóvenes la atención que merecen porque tienen una enorme necesidad de reconocimiento. Eso lo saben las grandes tecnológicas, que explotan debilidades humanas y proporcionan un reconocimiento ficticio. Los padres han de dejar las pantallas y ofrecer alternativas de entretenimiento y de cultura: montar en bicicleta, ir a un partido de fútbol, ir a pescar… Lo que sea. Y hablar. Cenar juntos, sin móviles y charlando, previene muchos malestares psicológicos.
Pregunta: La precariedad laboral también dificulta este relato.
Respuesta: Necesitamos tiempo libre y energía para pensar, para reflexionar, y eso es imposible si estamos pendientes de cómo sobrevivir con empleos precarios. Ha habido una progresiva virtualización de la vida, pero no somos cuerpos virtuales, tenemos necesidades materiales: una casa, un espacio donde habitar, vínculos comunitarios. Esto es muy político, porque se trata de volver al contacto, a la vecindad, a socializar la queja. El neoliberalismo, y esto en salud mental lo vemos mucho, ha individualizado la queja: si no tienes trabajo, crees que eres un fracasado, que es tu problema. Pero socializar la queja ayuda a ver que lo que te pasa a ti no te pasa solo a ti, sino que le pasa, por ejemplo, a todos los jóvenes que no pueden pagar una vivienda.
Pregunta: ¿La ficción ayuda?
Respuesta: Totalmente. La literatura, como dice Martha Nussbaum, es un ejercicio de empatía,porque nos pone en situaciones distintas a la nuestra y nos permite una identificación con los personajes. Y en ese diálogo con el mundo interior del personaje, dialogamos sobre nuestro propio mundo interior y lo creamos. Los talleres de escritura y los clubes de lectura son espacios revolucionarios: crean pensamiento crítico, crean análisis. No solo porque leemos, sino también porque hablamos de lo que hemos leído y ponemos palabras a impresiones. ¿Cuántas veces salimos del cine y solo decimos “está bien” o “no me ha gustado”. ¿Y no sigue la conversación? ¿Por qué no seguimos hablando?”.
Cabe destacar que también hay posibilidades de crear clubes de lectura digitales, como ejemplifica este link.