Sabemos que la noción de «cultura» tiene muy diversos significados (1). De todos ellos, y vinculados con el link que acabamos de mencionar sólo nos restringiremos en esta nota con «los conjuntos de saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo social, incluyendo los medios materiales que usan sus miembros para comunicarse entre sí y resolver necesidades de todo tipo».
Por su parte el término «institución» no lo restringiremos a la definición de «organismo público». Diremos que las instituciones, en base al link citado, «son sistemas de índole social y cooperativa creadas bajo imposiciones legales, que procuran ordenar y normalizar el comportamiento de un grupo de individuos (que puede ser de toda una sociedad). Las instituciones trascienden las voluntades individuales, al identificarse con la imposición de un propósito considerado como un bien social, es decir, que vendría siendo algo «normal» para ese grupo. Su mecanismo de funcionamiento varía ampliamente en cada caso, aunque se destaca la elaboración de numerosas reglas o normas que suelen ser poco flexibles y amoldables».
Vemos que hay una relación entre culturas e instituciones (como lo muestra la imagen de la entrada) (2), pero estas últimas van más allá de las voluntades individuales o de un grupo social, y se supone que estas son normadas por el estado -con sus distintos poderes comenzando por el legislativo- y buscan un «bien social». En determinados medios académicos y políticos se ha presentado un debate sobre «¿qué son más importantes: las culturas o las instituciones? En esta reflexión sostendremos que son «complementarias«, y coincidiremos en lo que dice el filósofo Javier Gomá Lanzón en este video, en la parte que menciona al jurista español de finales del siglo XIX y comienzos del XX, Joaquín Costa, quien expresaba algo así como que «no hay ley sino se convierte en una propuesta de costumbres…» (2).
Para ilustrarlo tomaremos un ejemplo muy penoso y de extrema gravedad: los femicidios. En esta nota del diario La Nación indica que las constantes psicológicas y culturales de los hombres que cometen estos crímenes, según los expertos, están -en general- relacionados con una crianza violenta, baja tolerancia a la frustración, una posesividad extrema y la tendencia a despersonalizar a la mujer hasta considerarla un objeto. La nota de Agustina López cita entre otros a «Miguel Espeche, psicólogo y coordinador del programa de Salud Mental del hospital Pirovano, afirma que una necesidad de dominio de este tipo obedece en verdad a la fragilidad mental de quien lo ejerce. «La violencia es proporcional a la verdadera impotencia. Se suele ver al femicida como un hombre de gran poder, pero psicológicamente es una persona de extrema fragilidad y de enorme dependencia. Por esa razón tiende a controlar de forma tan patológica al otro».
Siguiendo con este artículo también afirma que «en estos casos en donde ese control extremo llega al crimen, una vez cometido, la vida pierde sentido para esa persona y queda desnudo frente a su fragilidad -dice Espeche-. El suicidio es un desaparecer, salir de eso». ¿Hay manera de prevenir estas situaciones? Los profesionales consultados coincidieron en que, más allá de los recursos como tobilleras o botones antipánicos, un cambio de cultura y de enseñanza desde la niñez pueden ser las claves para empezar a revertir el actual estado de cosas. «Vivimos en una cultura patriarcal que privilegia lo masculino y favorece la violencia. El femicidio es la punta del iceberg. Abajo hay muchas prácticas que responden a la misma lógica, como el maltrato o la violación», apunta Lo Russo. Y propone: «Todo el mundo tiene que tener derecho a hacer un tratamiento, a rearmar su vida, pero siempre teniendo en cuenta que sabemos que, por ejemplo, los violadores suelen ser reincidentes. Lo más importante es trabajar en la sociedad para que esto directamente no se produzca. Trabajar en todas las otras capas del iceberg».
En base a lo comentado, este imprescindible cambio de cultura debe acompañarse con una política institucional educativa, así como de las instituciones de salud mental, donde participen activamente las familias y los medios de comunicación, para complementar y hacer eficaz la lucha contra este flagelo que nos conduce a un mundo peor.
PD: En el libro de Amartya Sen, «La Idea de la Justicia», Ed. Taurus, 2011, en la página 106, plantea la importancia del vínculo entre cultura e instituciones en función de dos importantes líderes de la India unos 300 a.C.: Ashoka (sobre la importancia del comportamiento social voluntario) y Kautilya (sobre la importancia de las instituciones).
(1) Eu el texto de A. Kroeber y C. Kluckhohn, «Culture. A critical review of concepts and definitions», en Papers of Peabody Museum of American Archeology and Etnology, vol 47, nº 1, Nueva York, Harvard University Press, 1952, se ordenan y clasifican más de 400 definiciones.
(2) Otra forma de abordar la relación entre cultura e instituciones, es el rol que juegan «las ficciones» en las culturas y cómo esta devienen en instituciones. En el libro de Nicolás Shumway, “La invención de la Argentina. Historia de una idea” (Buenos Aires, Emecé, 1993) utiliza el enfoque de «ficciones orientadoras» como una de las variables explicativas de las diferencias fundamentales entre quienes lideraron la independencia norteamericana (en especial los del Norte) y quienes lo hicieron en el Virreynato del río de la Plata, que luego marcó el futuro de ambas naciones. El enfoque de “las ficciones” también aparece, desde la página 37 en adelante, en el texto de Yuval N. Harari, “De animales a dioses. Breve Historia de la Humanidad”, editado en 2016. Este autor sostiene que “las ficciones no sólo nos han permitido imaginar cosas, sino hacerlo colectivamente. Podemos urdir mitos comunes tales como la historia bíblica de la creación, los mitos del tiempo del sueño de los aborígenes australianos, y los mitos nacionalistas de los estados modernos. Dichos mitos confirieron a los sapiens la capacidad sin precedentes de cooperar flexiblemente en gran número”.