Muchísimas historias de vida, incluidas las de quienes compartimos este blog, han pasado o pasamos por distintos momentos de sensibilidad frente a situaciones que consideramos injustas o que atentan contra la libertad y la dignidad de personas, grupos o naciones. En general nos rebelamos frente a ellas y las reacciones pueden ser diversas: una indignación pasajera, tomar «partido» por un enfoque o ideología que creemos va a resolver esta situación, luchar tratando de cambiar la cultura y las relaciones socioeconómicas que la generan, etc.
En esta nota vamos a tomar un caso de un notable poeta norteamericano: Ezra Pound (1885-1972) de quien colocamos una imagen y frase en la entrada. Según esta fuente y comenzando por una afirmación de Ernest Hemingway «Pound dedica una quinta parte de su tiempo a su poesía y emplea el resto en tratar de mejorar la suerte de sus amigos. Los defiende cuando son atacados, hace que las revistas publiquen obras suyas y los saca de la cárcel. Les presta dinero. Vende sus cuadros. Les organiza conciertos. Escribe artículos sobre ellos. Les presenta a mujeres ricas. Hace que los editores acepten sus libros. Los acompaña toda la noche cuando aseguran que se están muriendo y firma como testigo sus testamentos. Les adelanta los gastos del hospital y los disuade de suicidarse. Y al final algunos de ellos se contienen para no acuchillarse a la primera oportunidad», escribió Hemingway en 1925 sobre el efecto contradictorio que causaba su amigo. Con un sexto sentido para distinguir el talento, Pound se volcó en ayudar a los amigos literatos que necesitaban un impulso económico. Entre sus gestas, el poeta respaldó a T. S. Eliot, D. H. Lawrence, Robert Frost, John Doss Passos y al propio Ernest Hemingway. En el caso de James Joyce, el americano fue crucial para que se publicara «El Ulises», y anteriormente había hecho lo mismo con «Retrato de artista adolescente» en la revista americana «The Egoist».
Precisamente a razón de su carácter generoso y abierto –que nunca obedeció a prejuicios económicos, raciales o religiosos para elegir a sus amistades– sorprende enormemente el giro que dio a su vida en 1924. Establecido en Rapallo (Italia), Pound abrazó el antisemitismo y se convirtió en un fervoroso seguidor de Mussolini. Manifestó públicamente su admiración por el dictador italiano, por Hitler y alabó el talento estratégico de Stalin, mientras que consideraba que Churchill y, sobre todo, Roosevelt, eran responsables de todos los males de la sociedad moderna. Bien es cierto que su afiliación al fascismo estaba vinculada a su oposición al sistema capitalista, y no estrictamente a temas raciales. Paradójicamente, poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, regresó a Estados Unidos y consideró quedarse para evitar el dilema que iba a acabar con su reputación.
Entre 1941 a 1943, se alzó como la voz radiofónica de la propaganda fascista. Además de prestar su talento a la prensa y radio, Pound participó intensamente en las actividades culturales que desarrolló el régimen. Con el final de la guerra y la caída de Mussolini, el poeta, de 60 años, fue encarcelado en un campo de prisioneros en Pisa, donde era fácil distinguirlo por su melena pelirroja y su inseparable libro de Confucio, acompañado de un diccionario chino. Trasladado a Washington, fue acusado de traicionar e injuriar a EE.UU». Cabe destacar que hay otras fuentes que dicen que, en realidad, no era un traidor sino un espía norteamericano.
En un video del Canal A Cultura (de Argentina), sobre la vida de este poeta, se menciona que solicitó una entrevista con el Presidente Roosevelt para convencerlo de su teoría del crédito social, pero que nunca se la concedió. Esto es coincidente con esta fuente que menciona lo siguiente (en negrita remarque nuestro): «En Rapallo, Pound se adhirió al movimiento fascista, porque creyó ver en él la realización de su teoría del Crédito Social (una nueva economía, libre de usura). Teoría de la que no había logrado antes convencer al Congreso de los Estados Unidos aunque había hecho un viaje especial a Washington para ello, ni tampoco a la República Española, a la que había tratado de convencer por intermedio de Salvador de Madariaga. Pero la adhesión de Pound al fascismo fue únicamente en el campo de la teoría económica, y no defendió sus prácticas políticas. Por el contrario hay numerosos testimonios en su Cantos en favor de la libertad:
Oh Inglaterra mía
que libertad de palabra sin libertad de radio la palabra es cero
(Canto LXXIV)
Para ser Señor de los cuatro mares de China
un hombre debe dejar a los hombres hacer versos
debe dejar al pueblo representar comedias
y a los historiadores escribir los hechos reales
debe dejar al pobre maldecir los impuestos.
(Canto LIII)
Es que el despotismo
o poder absoluto… soberanía ilimitada,
es igual en una mayoría de una asamblea popular,
un consejo aristocrático, una junta oligárquica,
y un solo emperador, igualmente arbitrario, sanguinario,
y en todos sus respectos diabólico. Dondequiera que ha residido
no ha dejado nunca de destruir todos los records, memorias,
todas las historias que no le agradan, y de corromper
las que fue suficientemente listo de preservar
(Canto XXXIII)
Él decía que defendía la Constitución Americana, a la que consideraba violada (“la gran traición cobarde al pueblo americano y al sistema americano por la cláusula marrullera, y el Acta Bancaria de Febrero 25, 1863”). A los que lo acusaban de defender la causa fascista respondía en 1934: “Escribo por la humanidad en un mundo carcomido por la usura”.
No murió fusilado en su país en el juicio por traición a la patria, porque un juez lo declaró loco, sino en Italia (Venecia) a los 87 años.
No sé si coincidiremos, pero podemos decir que la sensibilidad y la reacción frente a situaciones de injusticia (por ejemplo la usura, en el caso de Pound), debe estar acompañada de capacidad de discernimiento acerca de nuestros sueños y pasiones. Es un principio de coherencia a fin de que la libertad que decimos defender no termine contradiciéndose en la práctica socio-política al justificar doctrinas económicas que sólo pueden aplicarse «desde arriba» por regímenes autocráticos. Ello no nos conduce a un mundo mejor.