¿Podremos resolver el nudo gordiano argentino?

En este blog hemos destacado la importancia de encontrar consensos en notas como esta o esta, así como hemos glosado reflexiones de Eugenio Diaz Bonilla y Pablo Gerchunoff, que van en esa dirección, entre otras.

Hoy quisiéramos glosar esta nota de Pablo Gerchunoff sobre «el nudo argentino» (que invitamos a leer completa). Comienza diciendo que «fuera de la utopía de la libertad, sea en su versión moderna, sea en la versión pastoril y nostálgica de Martín Fierro, hay dos utopías argentinas que son utopías populares, aunque alguna vez hayan sido construcciones de las élites. La utopía de la movilidad social y la utopía de la justicia social. No son abstracciones. Cada una de ellas se encarna en algún momento de nuestra historia. O en varios momentos de nuestra historia. Parecen lo mismo pero no son lo mismo. La utopía de la movilidad social permea hacia abajo más de lo que se supone pero es, predominantemente, una utopía de clase media, relativamente autónoma del Estado, vinculada al progreso individual y a la modernización colectiva, y su sujeto clásico, aquel con el que emocionalmente nos vinculamos, son los inmigrantes del Centenario; la utopía de la justicia social es una utopía de las clases trabajadoras y, últimamente, de los sectores informales, más dependiente de la intervención pública. En este caso su sujeto clásico, aquel que nos evoca una bisagra de la historia, son los obreros industriales de los años 40. La “edad de oro” de la movilidad social fue la gran expansión exportadora, desde Roca hasta Yrigoyen, los años de aquella sociedad de frontera en la que muy pocos se quedaban estancados en el mismo lugar. En la etapa industrial renació como una breve promesa durante los años sesenta desarrollistas, inaugurados por Frondizi. En la etapa pos-industrial, conoció otra breve pero frustrada promesa durante los años 90, “el hecho maldito del país peronista” que terminó sin movilidad social, sin justicia social y con alto desempleo. La “edad de oro” de la justicia social la recordamos fácilmente: fue el peronismo de Perón, y su vital y persistente reedición fue el kirchnerismo.

Alejando la lente, movilidad social y justicia social parecen intersectarse, y de hecho resulta incomprensible que no se hayan intersectado salvo para breves períodos, que no se hayan combinado más persistentemente, como se combinaron en otras latitudes. Sin embargo, la ausencia de intersección en Argentina se explica, y esa explicación tiene resonancias conceptuales: movilidad social significa crecimiento, competencia, innovación, flexibilidad de la economía y sus instituciones, trabajadores cuyos hijos se convierten en profesionales o empresarios, empresarios que se expanden; justicia social significa salarios altos, protección económica, protección social, dignificación de los desposeídos, empresarios que progresan en sociedad implícita o explícita con el Estado en una comunidad más orgánica. La movilidad social contiene una ética de la paciencia y del esfuerzo; la justicia social contiene una ética de la reparación inmediata de las heridas sociales. Son dos mundos, cada uno con su propia legitimidad y su base electoral y política. El hecho significativo es que, a diferencia de otros países, Argentina no ha sabido encontrar la fórmula para firmar un tratado de paz entre ambos. ¿Habrá en el futuro un liderazgo político que la encuentre?».

Luego plantea que no hay «atajos» y en cuanto a «la salida» señala que «no tenemos crecimiento, no tenemos movilidad social, no tenemos justicia social. Si algún sentido tiene una propuesta de gobierno de unidad nacional –que en otros aspectos no tiene ningún sentido– es el de ponernos de acuerdo sobre que el problema existe y que entonces hay que resolverlo, blindados por una mayoría política y social amplia… la Argentina desnortada puede tener un norte. El escepticismo sistemático es la haraganería de los intelectuales, además de su jactancia. Dibujar los primeros trazos de un patrón de crecimiento en un papel no es difícil. Argentina necesita dólares para comprar bienes de capital, insumos y bienes de consumo, y para eso necesita exportar. No necesita exportar para ser un tigre asiático, porque definitivamente no lo será. Necesita exportar para satisfacer sin chocar contra la pared las demandas asociadas históricamente a su nivel de vida. Las exportaciones son el aceite que lubrica el motor del consumo y la inversión, la garantía que sostiene al mercado interno. De modo que lo que Argentina demanda, en términos políticos, es una coalición social y política pro exportadora para defender su prosperidad interna. La economía argentina necesita productores de dólares en sus campos, en sus industrias, en sus yacimientos mineros y petroleros, en las oficinas de quienes abastecen al mundo de servicios modernos. La condición es que los dólares que produzcan no se gasten excesivamente, si se trata de empresas extranjeras, en remisión de utilidades y dividendos o de regalías. En otras palabras, la condición es que el balance de divisas de las inversiones sea beneficioso para la nación».

Finaliza reconociendo el panorama sombrío actual y las múltiples dificultades, y expresa que «confinados en nuestra pequeña comarca, recuperemos en medio del estruendo esa verdad que quisimos transmitir. Argentina está sin rumbo; Argentina está condenada a exportar como resultado de un consenso si quiere emerger de su larga crisis sin presentir en el horizonte una nueva crisis de deuda.  De modo que, mientras cuidamos nuestras vidas, pensemos el futuro».