¿Es posible cambiar de política sin traicionar los principios?
La respuesta al interrogante planteado en el título de esta nota no es única y depende -entre otras cosas- de cuales son los principios y cuales son los cambios de política. Por ejemplo Ernesto «Che» Guevara consideraba que la política de alentar inversiones extranjeras era contraria al socialismo en Cuba, pero esto no fue compartido por el gobierno de ese país. La razón principal es que el ahorro nacional era (y es) insuficiente para que esa economía se pudiera sostener y mínimamente crecer. Por lo tanto vienen tratando de que las inversiones extranjeras se hagan asociadas con el Estado y en sectores claves en cuanto a generación de divisas, de logística o de abastecimiento de bienes esenciales. Este conflicto, en el fondo, pone en cuestión la viabilidad de esta variedad de socialismo (1) en el mundo contemporáneo, y por lo tanto los principios que están asociados con el mismo.
De todos modos la imagen de la entrada alude al caso del último período del segundo gobierno de Perón en Argentina, documentado y reflexionado en el libro de Pablo Gerchunoff que allí se muestra. Respecto de la cuestión de «los principios», a los cuales aspiraba el peronismo, tal vez los podamos resumir en «la felicidad del pueblo (2) y la grandeza de la nación», o en «la justicia social, la independencia económica y la soberanía política» (como lo expresa este link).
En las políticas públicas, durante el primer gobierno peronista, tuvo un rol fundamental el Estado. Ello se expresó tanto en la captación de excedente (en particular del sector agrícola) y su redistribución hacia la industria y el sector asalariado, así como en la legislación social y de este como empresario (en determinados sectores considerados estratégicos) prestador de distintos servicios. Sin embargo este modelo de políticas públicas fue dando señales de agotamiento, señaladas por Alfredo Gomez Morales desde el año 1949, que Perón comienza a modificar luego de su reelección en noviembre de 1951, con un plan de emergencia económica en 1952. De acuerdo con la fuente mencionada en el último link «a comienzos de la década de 1950, la Argentina inició una nueva etapa en su historia económica. El ritmo de crecimiento se desaceleró, la industrialización enfrentó nuevos obstáculos y el sector agrario pampeano, otrora el motor de la economía argentina, culminó una etapa de casi veinte años de estancamiento en medio de la más aguda de las crisis de su historia. A estos factores se sumaba la aceleración del ritmo de la inflación que amenazaba el nuevo patrón distributivo implantado por el peronismo. El deterioro de la situación externa a partir de 1949 y su repercusión sobre la actividad productiva condujo al gobierno peronista a introducir modificaciones en su estrategia económica mediante la aplicación del “Plan de Emergencia Económica de 1952”. La historiografía ha señalado a esa coyuntura como el inicio de un “cambio de rumbo” mediante el cual Juan Perón habría reorientado sus políticas de acuerdo a los principios de la “economía clásica”, favoreciendo la recuperación del agro pampeano. La crisis ha sido vista también como un momento clave en los vínculos entre el estado, los capitalistas y los trabajadores, con el agotamiento de la política de redistribución del ingreso desde el sector primario a favor de los asalariados y del sector manufacturero».
Sin duda Perón era realista, y quería adecuar su doctrina y principios a esta nueva realidad, revisando errores pasados y encarar nuevos caminos. Para ello el libro de Gerchunoff menciona las consignas de «equilibrio económico del pueblo» y la convocatoria -en octubre de 1954- del Congreso de la Productividad, así como las grandes dificultades para implementar este nuevo enfoque. Ellas provenían de distintos orígenes como los grandes sindicatos (v.g. los metalúrgicos), el rol de la oposición, las inversiones extranjeras -en especial norteamericanas- que no llegaban (en especial por los límites a las remesas al exterior de las ganancias), entre las principales. Todo ello a pesar de que la inflación bajaba, las cuentas fiscales mejoraban, el rotundo triunfo eleccionario de 1954 para cubrir el cargo de Vicepresidente, entre otros.
El giro de Perón se mantuvo posteriormente a nivel discursivo, en especial en el año 1974, con «el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional» o en la política hacia el campo, planteando una actualización doctrinaria entendiendo que no se presentaba una traición a los principios de su doctrina. (3) Claro, las inversiones extranjeras -dependiendo como se realizaran- generaba un desafío a las cuestiones de nacionalismo (la independencia económica en un mundo con hegemonía norteamericana, y luego con una globalización muy turbulenta y controvertida) asociada con una soberanía decimonónica, y el nuevo «equilibrio económico del pueblo» que implicaba sacrificios que afectaban la justicia social -en especial- de los asalariados de mayores ingresos.
Es interesante mencionar que a Perón no se le ocurrió (o, tal vez, pensó que no era conveniente políticamente) plantear el derecho de los trabajadores a participar en las ganancias de las empresas (4), como mecanismo de redistribución del ingreso y mayor justicia social, que -posiblemente- hubiera atenuado la reacción de los gremios más importantes. Ello fue consagrado posteriormente en la reforma constitucional de 1957, donde estaba proscripto el peronismo y sin que participara en su discusión la Unión Cívica Radical Intransigente.
La temática de esta nota no es sencilla de abordar, y muy sensible -en especial- para quienes militaron o militan en un determinado enfoque o doctrina, y luego las circunstancias pongan en crisis la aplicación de sus principios a una realidad cambiante. Esto último está particularmente muy en juego, por ejemplo, con los derechos laborales consagrados y el cambio tecnológico que lleva a otras formas de organización socioeconómica.
También se lo puede abordar desde la cuestión del ajuste involucrado en los planes de estabilización frente a situaciones de desequilibrio, y si el esfuerzo es equitativo o no. Esto es recurrente en el caso argentino y sigue vigente en la actualidad. El Presidente Macri ha retomado la expresión de Perón sobre la productividad y ha implementado mesas sectoriales (tomando como ejemplo el caso de Vaca Muerta), avanzando caso por caso y sin un abordaje global (el rechazo de los gremios más poderosos sigue vigente). Sin embargo no se ha planteado, hasta el momento, otras medidas como es la participación en las ganancias que van en línea con una mayor equidad social y redistribución del ingreso. Tampoco se ha consensuado entre las principales fuerzas políticas y sociales un modelo de desarrollo e inserción internacional viable, como ha sido el caso de Australia desde los años 80, en función de nuestros recursos humanos y naturales, sin déficits gemelos y con un tipo de cambio relativamente alto (en promedio).
Ir hacia un mundo mejor conlleva conjugar principios de equidad y justicia con las nuevas realidades cambiantes, donde el nacionalismo ha vuelto a resurgir pero agravando los problemas globales (5). Se requiere estar abiertos a un diálogo profundo para encontrar nuevos caminos como el que se menciona en esta nota.
(1) Algo similar ha ocurrido con los casos de China o Vietnam, por citar los principales.
(2) el concepto de felicidad aparece también en otros países como «búsqueda» en la Constitución de Estados Unidos, así como objetivo en la de 1812 de España, en Francia, Japón, Corea del Sur, Bután, entre otros. El concepto de «grandeza» reaparece de manera significativa en el gobierno de Donald Trump.
(3) nos podemos arriesgar a decir que, en la actualidad, una de las principales razones de la crisis del peronismo o justicialismo es su actualización doctrinaria y programática al siglo XXI, así como un liderazgo indiscutido asociado a dicha actualización.
(4) lo hemos abordado en esta nota. Esto no agota las modalidades de compartir como lo hemos intentado ilustrar en esta reflexión, así como sería deseable que nuestra racionalidad para emprender vaya más allá del «homo economicus».
(5) tal vez haya que reformular la cuestión nacional desde un punto de vista conceptual, histórico y de cara al futuro.