¿Libre comercio y mundo mejor?
Más allá de lo que significan las palabras libertad y comercio, no fáciles de articular virtuosamente debido a la asimetría de poder que se juega en las relaciones que operan en el proceso de división del trabajo, quisiéramos abordar un tema de actualidad en la Argentina, aunque no sólo.
El 30 de junio de 2019 se confirmó el Acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, y en los primeros días de julio se comenzaron a conocer detalles de ese acuerdo (también ver esta nota) (1) para analizar su impacto en los distintos sectores de la economía argentina. Al momento de redactar esta nota no hay precisiones sobre un Fondo Compensador de la UE para las pymes de los países del Mercosur.
Una pregunta que nos hacemos es si ¿son buenos estos acuerdos? (2) La respuesta es: «depende» de muchos factores como los siguientes:
- ¿Tienen ordenada su macroeconomía? Por ejemplo, durante la vigencia del Ministro de Economía Martinez de Hoz (al comienzo de la dictadura argentina de 1976) se atrasó seriamente el tipo de cambio que -junto a una baja de aranceles- destruyó a gran parte de la industria argentina. Primera conclusión: si el proceso de integración de libre comercio lo hacemos con atraso del tipo de cambio los resultados serán muy malos o desastrosos.
- ¿La presión fiscal a las empresas las hace viables en el mercado? Cuando abordamos el tema de los impuestos señalamos que sería deseable que la carga fiscal a las empresas fuera relativamente baja y la carga fiscal a las personas gradualmente y de manera progresiva más alta en particular a los sectores de más altos ingresos. Como sabemos esto no sucede en la Argentina y si queremos que las empresas nacionales compitan no sólo con las europeas sino con las brasileñas, habrá que transformar esta realidad (¿estamos dispuestos a pagar más impuesto a las ganancias?). Del mismo modo, si hay provincias y municipios que tienen mayores impuestos y tasas que otros la inversión europea que pueda venir se localizará donde haya menos gravámenes. Todo esto está relacionado con el peso del Estado y la calidad de sus prestaciones (¿estamos dispuestos a eliminar ingresos brutos y altas tasas municipales, así como a reorientar empleo público hacia empleo privado?).
- ¿El costo del capital cómo juega en la competitividad? El costo del financiamiento en la Argentina, al momento de escribir esta nota, es excesivamente alto comparado con la tasa de inflación, aunque vienen en tendencia gradualmente declinante. ¿el Fondo de Compensación de la UE para las pymes -de concretarse- cambiará esta situación? ¿el cambio de gobierno -sea cual sea el resultado- y la renegociación del acuerdo con el FMI posibilitará encontrar caminos que reduzcan este costo? De no lograrse no hay buen pronóstico para los que no tengan autofinanciamiento o canales propios más eficaces (como es el caso del sector de la economía del conocimiento)
- ¿El costo laboral -no salarial- qué incidencia tiene? Sabemos que el costo salarial promedio de los sectores productivos argentinos es menor al europeo, y por lo tanto esto es una ventaja. Pero se afirma que los costos no salariales son muy altos, y en particular la entrada y salida del mercado laboral. Tal vez, si la reducción de estos costos se acompañara de medidas que tienen muchos países europeos como ser la participación en las ganancias por parte de los trabajadores, y políticas de cobertura frente al desempleo acompañadas de capacitación para la reinserción laboral, sería algo positivo a considerar.
- ¿el costo de logística es competitivo? Se afirma que el costo de enviar un camión cargado de mercadería de Argentina a Brasil es el doble que el que se envía de Brasil a Argentina, así como el costo de los puertos. Un debate serio y «patriótico» (dado lo que se juega a futuro) es imprescindible, así como una mayor inversión en infraestructura en las distintas economías regionales.
- ¿otros componentes? como señala Jorge Remes Lenicov en una nota, habrá que consensuar una visión de país colocando en el centro el perfil productivo y su relación -en particular- con el incremento de las exportaciones, asociado a reformas educativas, de coparticipación, previsionales, judiciales…, que se articulen de manera virtuosa.
- y algo no menor: entre ellos están que los europeos exigen que este acuerdo esté en el marco del Acuerdo de París sobre cambio climático. La Argentina debe ser consecuente con esto, y el mayor peligro es si el gobierno de Bolsonaro efectivamente cumple con el compromiso de no deforestar el Amazonas.
La experiencia internacional de los acuerdos de libre comercio es que, si lo que entra en ellos, es complementario entre quienes lo acuerdan tanto en lo que se refiere a ventajas comparativas como a ventajas competitivas, es positivo. Si ello no se da el balance es negativo o sólo parcialmente positivo para algunos sectores. Quienes han reflexionado sobre el acuerdo de México con EE.UU y Canadá (NAFTA) señalan que, por un lado, permitió a México generar -entre empleo directo e indirecto de la industrialización «maquila»- un incremento de 1,3 millones directos y 3,9 totales. La primera representa 2,4% del empleo toral y la segunda 7,2%, cifras significativas pero modestas. Por otro lado no resolvió los problemas de desigualdad y pobreza que siguen existiendo en México. Ello no obsta para afirmar que si México se retirara de este acuerdo la situación sería mucho peor.
En el caso argentino el diálogo sincero entre los distintos sectores y el debate parlamentario ayudará a discernir -en el marco de una visión de país compartida- sobre las oportunidades y amenazas que abre este acuerdo para la economía argentina, así como los cambios de política económica (como los señalados más arriba) y una readecuación empresaria en los sectores menos competitivos que habrá que implementar, para que el mismo termine siendo beneficioso. De todo este proceso, que llevará más de una década, se sabrá si conduce a un futuro mejor a la mayoría, o si será sólo para unos pocos.
Más en general, y por ahora utópico, sería que el comercio internacional evolucione hacia el comercio justo y que las ventajas comparativas y las ventajas competitivas se armonizaran con un orden y una autoridad global que compensen a los perdedores o en situación de fragilidad en el mundo (por ejemplo a través de la aplicación de la «Tasa Tobin» u otros mecanismos redistributivos como la eliminación de los paraísos fiscales y la reasignación tributaria de esos fondos a estas finalidades) pero la sabiduría humana no ha alcanzado aún a estos niveles.
PD: Luego de escrita esta nota Francia ha amenazado con bloquear el acuerdo y el Parlamento de Austria lo vetó, con lo que parece difícil su aprobación en un futuro.
(1) una nota muy crítica se puede visualizar en este link. Desde una perspectiva positiva es muy interesante este artículo de Luis Rappoport.
(2) se ha planteado hacerlo también con otros bloques y países individuales.