¿Por qué cooperamos?

Somos conscientes que, en lo que denominamos «vida», están mezclados el bien y el mal, en distintas proporciones y modalidades según el contexto y grado del proceso evolutivo. Eso está presente en el relato bíblico del pasaje del paraíso al pecado original y también en los enfoques de pensadores acerca de si los seres humanos somos naturalmente buenos (Rousseau) o malos (Hobbes) -como explica esta nota– y la necesidad de las instituciones y el Estado.

Esta temática también es abordada -desde el comienzo- en el libro de la imagen de la entrada (¿Por qué cooperamos?) de Michael Tomasello. Si bien su enfoque general está sintetizado en esta nota, intentaremos aportar alguna información complementaria sobre este excelente libro que invitamos a leer.

Comienza el libro planteando que nacimos y, en general, fuimos criados para colaborar, señalando que hay todo un conjunto de habilidades cooperativas y motivaciones para colaborar que son exclusivas de nuestra especie. Señala que hay “una intencionalidad compartida” a los procesos psicológicos subyacentes que hacen posibles estas únicas formas de cooperación.

Indica que los seres humanos se enseñan mutuamente distintas cosas y no reservan sus enseñanzas para los parientes. Enseñar es una forma de altruismo, mediante la cual ciertos individuos donan información a otros para que la utilicen. También plantea que, a veces, invocan ante otros miembros del grupo normas sociales de conformidad o aquiescencia acordadas de manera cooperativa, y respaldan su apelación esgrimiendo frente a quienes no las acatan la posibilidad de castigos y sanciones. Por lo que sabemos hasta ahora ninguno de los otros primates crea colectivamente y pone en vigencia normas grupales tendientes a la conformidad.

Tanto la enseñanza como estas normas hacen su aporte a la cultura acumulativa conservando en el grupo las innovaciones hasta que surge una innovación posterior…. A medida que crecen, se desarrolla en los niños un tipo especial de inteligencia cultural que abarca especialidades exclusivas de nuestra especie para colaborar, comunicarnos y aprender socialmente, además de tomar parte en otras formas de intencionalidad compartida, habilidades que van constituyendo su capacidad de participar en ese pensar grupal cooperativo. La investigación empírica de Tomasello acerca de la cooperación en los niños y en los chimpancés se focalizó en dos temas fundamentales: a) el altruismo, y b) la colaboración.

En el capítulo 1 se desarrolla que «hemos nacido (y criados) para colaborar”, y al final se plantea el conflicto de enfoques entre Rousseau (el ser humano es social por naturaleza, pero luego la sociedad lo corrompe) y Hobbes (somos esencialmente egoístas, pero luego la sociedad nos encauza por mejores caminos a través de leyes y del estado). Indica que, en la práctica, la respuesta tiene algo de las dos posiciones. El presenta pruebas empíricas de que los infantes y los niños pequeños advienen a la cultura dispuestos a ayudar, a brindar información y ser generosos en ciertas situaciones (y egoístas, por cierto, en otras). Sin embargo, a medida que adquieren independencia, los niños aprenden a ser más selectivos y orientar sus actos altruistas hacia personas que no se aprovecharán de ellos, y que, incluso, pueden devolverles el favor.

En el capítulo 2 destaca que en sus investigaciones los chimpancés se comportan como “yo”, en cambio los niños se plantean una meta conjunta con su compañero y funcionan como “nosotros” luego de cumplir un año. Luego continúa con el papel de las normas y las instituciones, así como se articulan biología y cultura. El libro (que vale la pena leer) finaliza con un foro de debate sobre este enfoque.

Claro, un tema no menor es el sentido que le damos a la cooperación (nos remite al inicio de esta nota) si lo hacemos en dirección hacia el bien y la vida, o si es para dominar a otros. Si prevalece lo primero iremos de manera cooperativa y colaborativa hacia un mundo mejor.

PD: Se agradece a José M. Diaz Bonilla la referencia original a este texto.