¿La vida es juego?
Muchas personas dirán que la vida es algo muy serio. Otros que debieran predominar relaciones de empatía, de fraternidad, de justicia, de amor… y no meramente de intereses y menos aún relaciones de poder.
Hay quienes dicen, como Teresa de Calcuta (en la imagen de la entrada) que la vida es un juego. En este mismo sentido ha escrito Irene Vallejo una nota en el diario El País, que nos animamos a transcribir a continuación:
«Con el tiempo averiguaste que la palabra “escuela” procede del griego scholé que significa “ocio, tiempo libre”. Nuestros antepasados pensaban que las horas de estudio son un recreo para uno mismo, frente al trabajo que te pone al servicio de un amo o del dinero. En latín studium se traduce por “afición, mimo”. Y la voz ludus, de la misma familia que la ilusión, servía para nombrar a la vez el juego y la escuela. En la división entre descanso y tareas, aprender pertenecía el terreno de la libertad y la diversión.
La escuela antigua no siempre supo estar a la altura de ser risueño ideal pero ya Sócrates y los sofistas entendieron la enseñanza como disfrute y diálogo. Con su afilada ironía el filósofo ateniense se mofaba de la educación pomposa y sus diálogos interpelaban a la gente entre bromas por las calles o en el ágora. Su método excluía el miedo o la ansiedad. Siglos más tarde Epícteto se interesó por las por las elecciones del juego.
Que la vida iba en serio lo comprendió muy pronto. Nació esclavo de un amo cruel cuyas palizas le provocaron lesiones duraderas. Consiguió la libertad y se dedicó a ser maestro de pensamiento. Cuando en el año 93 el emperador Domiciano decidió expulsar de Roma a los filósofos y matemáticos se instaló en la ciudad de Nicòpolis, donde subsistió pobre y solo. Sin embargo sus Disertaciones aconsejan afrontar cada tarea con la perfección del más hábil jugador y, al mismo tiempo, esa distancia que sentimos hacia el balón. “A ninguno de los contendientes les importa la pelota como un bien o mal, sino que les importa tirarla y recibirla. En eso reside la armonía en eso reside el arte, la rapidez, la maestría”. Epicteto señaló una paradoja esencial: necesitas cierta ligereza para jugar con solidez. En los grandes campeonatos quienes se muestran agobiados por el acontecimiento, obsesionados por la victoria, pierden brillo, gozo y alborozo. Aceptar con alegría el riesgo del error permite explorar la mejor versión de cada persona.
Nuestra obsesiva cultura del éxito, detesta la derrota, cuando es la higiene básica de la partida. Este empecinamiento añade una presión innecesaria que destruye la libertad de experimentar y arriesgar. El pensador estoico hubiera aborrecido como una forma de esclavitud mental esta obstinación por los resultados académicos y los implacables expedientes impecables.
En esta época de grandes desafíos, ansiedad creciente y medios menguantes, quienes se dedican a la enseñanza deben afrontar cada día auténticos ejercicios de equilibrio y malabares. Para que su trabajo no se convierta en un campo de batalla sino de juego —como querían los antiguos— necesitan apoyo y recursos. Hemos colocado sobre sus hombros una enorme responsabilidad y nos corresponde ofrecerles deportivamente confianza compañerismo y cordialidad sin olvidar que “escuela” significa “recreo”.
El ensayo clásico de Johan Huizinga, Homo ludens, explica que jugar no es lo contrario de seriedad, como muestra la concentración de los ajedrecistas. De hecho implica un orden que lleva al mundo imperfecto y la vida confusa a una perfección provisional. La mínima desviación estropea todo el juego, le hace perder su sentido. Si se incumplen las reglas se deshace el mundo imaginario.
Aprendemos más cuando el puro placer nos hace olvidar que estamos aprendiendo. Con suerte conseguimos ser niños con los años: tal vez sólo deberíamos tomar en serio lo que nos haga sonreír».
PD: Se agradece a Mirta Vuotto la referencia. En este blog nos hemos referido a la importancia del juego para un mundo mejor en esta entrada.