¿Es un delirio construir una civilización del amor?

La primera respuesta a la pregunta de esta nota, podría ser afirmativa según la mayoría de las personas «sensatas». Por lo tanto quedarían descartados enfoques y prácticas como esta. Una segunda respuesta podría ser la de la imagen de la entrada, en el sentido de que sería «un milagro» poder generalizar el amor a toda una civilización.

Para ser escépticos no hace falta sólo ver nuestra historia evolutiva, con avances y fracasos, sino también textos sagrados como la Biblia. Ella comienza -luego del relato de la Creación- con una «desobediencia» a Dios de quienes simbolizaban la especie humana (Adan y Eva no aceptando la autoridad y el lugar de Dios, queriendo ocupar Su lugar), y continúa con un crimen entre dos hermanos (Caín y Abel) por envidia y odio. Por lo tanto «lo más sensato» sería tener, al menos, instituciones que nos impidan matarnos o hacernos daño unos a otros (un piso de «libertad negativa«) y deseablemente un ordenamiento socioeconómico que genere condiciones de desarrollo sustentable. Esto último sería «contar con un piso» de equidad y de reversión del daño a la naturaleza, expresada en el cambio climático.

Para transformar «el delirio» en «una posibilidad de gradual concreción del milagro» de una civilización del amor, habría que trabajarlo a nivel cultural y personal. En este sentido va esta reflexión del padre Luis Casalá, sobre el Evangelio de Marcos, 12, 28-34, que comienza con la relevancia de recibir «amor» (la percepción emocional y «la escucha» de gestos y palabras que así lo expresen), en especial desde nuestra temprana infancia», pero también la importancia de «la enseñanza» y de contar con maestros que lo hagan, con algunos ejes como:

  • Enseñar a compartir,
  • Desarrollar o enseñar la sensibilidad frente al dolor de la otra persona, la empatía,
  • Descubrir la alegría que hay en dar, en servir, y

como conclusión no sólo podemos aprender y enseñar a amar, sino que desde «la radicalidad» del cristianismo y de nuestro verdadero amor, expresarlo hasta el «extremo» de dar la vida por quienes amamos. No es fácil (en el caso de los creyentes necesitamos la ayuda de Dios) y no es un delirio, pero es un gran desafío al que estamos llamados si queremos ir hacia un mundo cada vez mejor.