Acerca de los Pueblos Originarios
En la Argentina se ha venido produciendo un debate acerca de los pueblos originarios u otras denominaciones (ancestrales, indígenas…) que, hacia agosto de 2017, había tomado ribetes violentos con la desaparición del joven Santiago Maldonado (1) y las reacciones que esto provocó.
Más allá de repudiar la desaparición, lamentar su muerte y la violencia en general, en este breve texto desearíamos abordar algunas temáticas que subyacen detrás de este conflicto. Una de ellas es la cuestión de la propiedad de la tierra que hemos analizado en otra nota. Otras son el «origen humano», «la singularidad» y la «diversidad de manifestaciones culturales» (con el desafío que ello conlleva en los vínculos). Respecto de uno de los aspectos de la singularidad están las religiones nativas y sus filosofías (al respecto es muy interesante el caso de los mapuches).
Respecto del origen, la antropología y la arqueología, en general, coinciden que nuestro origen común de millones de años proviene de Africa. Luego nos fuimos desplazando hacia otros lugares de la tierra, generando asentamientos (de nómades a sendentarios), pueblos y naciones que nos fuimos apropiando del territorio, dando lugar a distintas formas de dominio (propiedad, comenzando por la «común»). Si bien algunas comunidades conservaron rasgos «más exclusivos o puros» en lo cultural y en lo genético (luego del origen común africano), con las migraciones y la globalización nos fuimos mezclando. Hay un video interesante sobre esto. En cuanto al pueblo mapuche, en lo que hoy es la Argentina, es también interesante esta nota y esta, sus rasgos culturales y religiosos, así como esta de carácter más general.
De lo común y diverso, cada uno de nosotros es «singular». Hace unos años el intelectual y economista francés Jean-Paul Fitoussi, en una nota del diario francés Le Monde del 24/7/2007 y reproducida por el diario Clarín, decía entre otras cosas: «Un día que pasé a buscar al Premio Nobel Amartya Sen por su hotel, la recepcionista me preguntó si era su chofer. Después de cierta vacilación, asentí. Entre mis diversas identidades del día, la de chofer era para ella la más notoria. Como escribe Sen, no sin malicia, en su libro Identidad y violencia: «Una misma persona puede, por ejemplo, ser ciudadano británico, originario de Malasia, tener rasgos chinos, ser agente de cambio, comer carne, ser asmático, tener una formación lingüística, practicar físicoculturismo, ser poeta en sus ratos libres, estar contra el aborto, disfrutar observando los pájaros y las estrellas, y estar convencido de que Dios creó a Darwin para poner a prueba la fe de los hombres». ¿Quién soy, efectivamente, y cómo podría aceptar que se reduzca lo que para mí constituye la riqueza de mi identidad a una sola de sus dimensiones? Sin embargo, ésa es precisamente la filosofía que sirve de base al modelo inglés de integración: una de nuestras identidades se impone sobre todas las otras y sirve de criterio para una organización de la sociedad en grupos diferenciados. Existirían, entonces, dos métodos de integración, el «inglés» (en la versión de Le Monde dice: fundado sobre el comunitarismo) y el «francés» basado en la adhesión a los valores republicanos, al frente de los cuales se encuentra la igualdad».
En la exposición anterior encontramos que «el comunitarismo» busca «uniformar» en base a un modelo que puede «tolerar» la diversidad (depende del caso) y en otro el concepto de «sociedad» que valora la diversidad y la pluralidad pero con una base común (derivada de la Revolución Francesa) de la «igualdad» (esto tendrá derivaciones concretas, por ejemplo, en si las mujeres de origen musulmán pueden llevar velo o no en las calles). Vemos entonces que este debate se da en Europa con los inmigrantes de otras culturas y detrás está en juego los alcances de la libertad individual y grupal en la nación y el Estado que los alberga a todos.
Podremos vivir juntos? tomando el título de un libro de Alain Touraine. Además de «tolerarnos y no matarnos» ¿podremos valorar los aportes de las distintas culturas?. El intelectual francés Roger Garaudy, entre los libros que escribió, hay dos que se refieren a esta temática: «Por un diálogo de las civilizaciones» y «Llamado a los vivientes» (en este aborda, entre otras cuestiones, los aportes valiosos de las distintas religiones y filosofías de vida). En esta misma dirección encontramos hoy al Papa Francisco. En el caso de América, ¿nosotros podremos valorar, por ejemplo, los aportes de la cultura incaica en cuanto al tratamiento de la naturaleza (desde no construir ciudades cerca de los cursos de agua -por los riesgos que ello conlleva- hasta la experimentación de la diversidad del cultivo de la papa), y el tratamiento preferencial a las viudas y débiles?. ¿Lo común, de las distintas culturas aborígenes, frente al individualismo de la sociedad contemporánea, no es un aporte muy valioso? ¿Las culturas originarias o ancestrales no podrán valorar de la cultura contemporánea el pasaje de cazadores y recolectores a los avances de la ciencia y la tecnología, la importancia de la gestión (más allá de la propiedad), así como considerar que -entre las cosas a imitar- por ejemplo, está la igualdad de la mujer (y en general de género)?
Sabemos que esta convivencia y diálogo es difícil pero no imposible como lo demuestran diferentes experiencias (2). Ojalá podamos hacerlo y converger hacia un mundo mejor. A los veinte días de publicada esta nota el Primer Ministro de Canadá dio un notable discurso en las Naciones Unidas haciendo una fuerte autocrítica de cómo su país ha tratado a los pueblos indígenas, así como se publicaron artículos muy críticos sobre el caso argentino reciente.
(1) Luego se comprobó su muerte, ahogado en el rio de la zona, y a agosto de 2020 la cuestión judicial se ha renovado, así como la toma de tierras por parte de algunos grupos de esta comunidad (que tiene fragmentaciones y divisiones en su seno).
(2) En el proceso de independencia de Argentina, hubo propuestas -como las de San Martín y Belgrano- de integración sociopolítica entre los pueblos originarios y los inmigrantes posteriores, que -lamentablemente- no prosperaron.