Algoritmos, Distopia y Política

En este blog hemos intentado presentar distintas dimensiones de la inteligencia artificial: en el futuro, en el trabajo (en lo positivo y en lo negativo) o con recientes escándalos como los de Facebook.

Hay otro aspecto más relacionado con cuestiones de corto plazo que tienen que ver con actualizar distopias como las planteadas en el libro «1984» de Georges Orwell, y su relación con el título de esta nota: algoritmos, distopia y política.

En una charla Ted que Zeynep Tufekci dió el 17/11/2017 y se puede visualizar en este video (que recomiendo veas) (1) te va a ilustrar de manera precisa sobre esta temática. Al final del video se plantea un desafío que seguramente nos puede conducir a un mundo mejor. De igual modo, al final de este reportaje, hay un mensaje esperanzador.

(1) Agradezco el link de este video al amigo Tito Quiles. Una actualización de la temática que estamos abordando es la excelente nota de John Carlin el 4/11/18 en el diario Clarín, el último libro de Amy Webb (es interesante esta entrevista en CNN) y el film de Netflix «nada es privado«.

Consensuar, Acordar ¿Qué?

Las personas y las sociedades, además de expresar nuestras singularidades y diferencias (conflictos), es deseable que tratemos de llegar a acuerdos. ¿Sobre qué?: sobre lo que nos pasa (diagnóstico), hacia donde queremos ir (visión de futuro, con objetivos y metas) y los mejores caminos (actores en juego y su misión, procesos, instrumentos) -en cada contexto- para pasar de la realidad actual a ese futuro que consideramos deseable y posible.

Las palabras que se utilizan para esto son múltiples y expresan distintas cosas. Se utiliza mucho la palabra «consenso» como, por ejemplo, en el caso argentino por un lado el gobierno plantea consensos básicos (entendidos como «acuerdos») y un asesor del mismo -en un programa de televisión dedicado a «la grieta»– expresó que está en contra de consensuar:  «el consenso es enemigo de la democracia y de la vida, hay que discrepar, hay que discutir, tiene que haber diversidad de pensamiento sino no funciona la sociedad…».

Las definiciones de «consenso» son diversas: según el DRAE es «adoptar una decisión de común acuerdo entre dos o más partes«. Desde el punto de vista etimológico proviene de la palabra latina consentire (que significa «consentir»), es consentido (por todos), y se la puede interpretar también como sentir lo mismo por todos. Esto abre distintas perspectivas y preguntas:

  • ¿es posible que todos sintamos lo mismo? No es fácil, pero en determinados aspectos podríamos decir que «sí». Tal vez, uno de los casos ha sido que -en determinado contexto histórico- sentir que no se podía seguir con el conflicto armado en Colombia, condujo a un acercamiento de las partes y a una larga negociación donde se alcanzaron los acuerdos. Pero, en «los detalles de implementación» (por lo que aparece a fines de 2017), se visualiza que aparecen los problemas. En el caso argentino, sentir «que a todos nos vaya bien», «que seamos un país integrado y justo socialmente», «que resolvamos los problemas» y otros deseos generales, puede ser muy importante. En lo económico-social hay quienes buscan que este consenso se exprese respecto de «compartir unánimemente un rumbo de a dónde queremos llegar». Sin duda, esto es muy deseable y sería posible si «el rumbo tiene características generales». Ahora, cuando vamos a cuestiones más específicas y a los instrumentos, empiezan las divergencias y por lo tanto se torna muy difícil que «sintamos» todos lo mismo.
  • si consenso se entiende «popularmente» como acordar o concertar, y entonces pasamos de algo «emocional» (como «sentir») a algo «racional» (de todos modos sabemos que lo anterior «subyace») y «prácticamente posible de alcanzar en una negociación o proceso de acuerdo». Esto hace referencia a encontrar puntos de coincidencia, y la política -en el sentido más específico y noble- es la encargada de posibilitar la resolución pacífica de las diferencias.

En base a la última definición, no se anula la diversidad de opiniones y el debate que hay en un sistema democrático, sino que se buscan puntos de coincidencia y acuerdos que son vitales para la resolución de los conflictos y los problemas. El gobierno argentino tomó la decisión de acotar los acuerdos a «la lucha contra la inflación y el equilibrio fiscal, los estímulos para favorecer la creación de empleo y la calidad institucional» relacionados con la necesidad de «crecer muchos años en forma sostenida para generar empleo, que es lo que nos va llevar a erradicar definitivamente la pobreza».

Seguramente en este proceso aparecerán diferencias de diagnóstico, de visión, de rumbo, de instrumentos concretos… pero que son fundamentales de debatir y buscar acordar democráticamente. ¿Pueden ser considerados como un «piso»? ¿debería haberse consensuado previamente una «visión compartida de futuro»? ¿el tipo de crecimiento permitirá ir hacia pobreza cero? ¿otras variables macroeconómicas como jugarán? ¿o qué tipo de desarrollo? ¿en el caso argentino prevalecerán intereses sectoriales legítimos pero difíciles de debatir y acercar posiciones en la realidad actual y mundial? Son algunas de las múltiples preguntas que el tiempo irá contestando. Ojalá sea un proceso «virtuoso» que nos permita a todos ser «abiertos» a todas las opiniones e ir encontrando los pasos que nos lleven hacia un mundo mejor.

Diferencia entre política popular y política populista

En otra entrada hemos señalado las limitaciones del populismo y también casos históricos recientes de cuando esto se lleva al extremo, más allá del nombre que se le quiera poner o de cómo se lo quiera justificar. También el Papa Francisco se ha referido a este tema.

Podemos preguntarnos si lo anterior invalida realizar una política “popular”, es decir hacia los sectores más frágiles en lo socio-económico? Las respuestas pueden ser diversas. Si las simplificamos en dos, podríamos plantearnos un enfoque pesimista en el sentido de que los sectores más favorecidos de la sociedad, en alianza -por ejemplo- con parte de los sectores medios, se desentendieran (o hicieran “como qué hacen..” pero sin resolver) la problemática de los sectores populares y congelaran o agravaran esta “grieta socioeconómica”. Ello implicaría implementar lo que se ha denominado comunmente una política “neoliberal”.  Si bien el término “neoliberalismo”, a nivel internacional nacional, ha tenido distintas acepciones (y debates) lo usaremos aquí porque tiene la connotación de una determinada postura que no tiene en cuenta a los pobres.

La otra respuesta, desde un enfoque optimista, es que el resto de la sociedad (o su gran mayoría) está dispuesta a ser solidaria con los sectores populares. Ello conlleva a articular los distintos actores sociales, y en especial el Estado, en sus diferentes formas, para encarar acciones que permitan elevar el nivel de vida –de manera sostenida- de “lo popular”. Cuales acciones? A continuación iremos mencionando algunas para el debate.

Es importante promover que los asentamientos poblacionales (ya sean urbanos o rurales) estén vinculados al desarrollo de actividades sustentables en el tiempo en esos territorios. La sustentabilidad está asociada a un “piso” de subsistencia y a la posible construcción de un trayecto de desarrollo -en un contexto nacional e internacional- que posibilite la creación de valor económico. Este valor puede ser aplicado a recursos naturales, paisajísticos, culturales o basados en la economía del conocimiento (por ejemplo relacionados a centros terciarios, universidades y del sistema científico-tecnológico). Sobre el “piso” de subsistencia es muy interesante la experiencia (con las adaptaciones del caso) del P. Pedro Opeka en Madagascar, donde “rescata” personas hacinadas en la ciudad para proponerles un piso “digno” de subsistencia en lo rural. Podríamos decir, más en general, que el desarrollo de las economías regionales de los distintos países puede posibilitar no sólo que la población local deje de emigrar sino que familias urbanas que hoy no tienen perspectivas reales de una mejoría en su inserción económica en el actual lugar puedan ir a radicarse hacia esas economías regionales con perspectivas ciertas.

El desarrollo de las economías regionales no debe caer en la superficialidad de slogans, consignas, manipulaciones políticas o marketing sin sustento real (típicos del populismo), sino que el acceso a esos lugares esté acompañado de proporcionar todos los componentes que hacen a la resolución de las necesidades básicas insatisfechas, de la capacitación, tecnología, financiamiento y gestión adecuada de lo que se vaya a encarar. Lo “fácil” del populismo (por ejemplo otorgar sólo propiedad de un bien o empleo público local que no brinde un servicio eficaz) debe ser reemplazado por la profesionalidad y la seriedad de encarar todos los aspectos que hacen al desarrollo socio-económico y humano en esos lugares. Estrategias para desacelerar o congelar el crecimiento de megalópolis, como el Área Metropolitana de Buenos Aires, están vinculadas a lo que se viene de mencionar.

Seguramente en el caso argentino esta temática es difícil de discernir, en particular en el caso del peronismo. Al respecto nos basaremos en un reportaje realizado en el programa Odisea a Alain Rouquié. Podemos compartir con este intelectual que el concepto “populismo” es pobre y confuso para caracterizar un régimen político y en particular al peronismo. De todos modos intentaremos ver si se puede hacer alguna reflexión en base al título de esta nota.

Por un lado se puede decir que el peronismo ha venido siendo un fenómeno popular basado en ideales de justicia social, de valorar lo nacional, la independencia económica y de creación de un estado social a partir de una “comunidad organizada” liderada por “un gran padre” o líder de masas. Si bien surge de la democracia representativa –y por lo tanto del voto popular- es contrario a la concepción demoliberal, y de alli se deriva entonces –en especial en los momentos de conflictividad- que el “otro” (que disiente o no comparte) es “la antipatria”.

También ha venido siendo popular, además del voto, en el sentido de plantear cuestiones de largo plazo vinculadas a fenómenos como el del medio ambiente (ver mensaje del año 1972). Pero en qué ha sido “populista”? Entiendo que lo ha sido cuando generó un desestímulo muy fuerte a la actividad productiva -como fue el caso del IAPI o de la Resolución 125- en aras de fomentar a una industria (sustitutiva y no con escala para competir globalmente) y al consumo popular de corto plazo. No supo y/o no pudo encontrar otras formas o herramientas de armonizar producción agraria e industrial sustentable (para una determinada variedad de capitalismo) con resguardar el ingreso y el acceso de bienes básicos para los sectores populares.

Finalmente podemos decir que hacer “populismo” es fácil (en el sentido de «cabalgar la ola» del momento) y relativamente rápido. Promover una política “popular” que exceda el corto plazo (o sea «el populismo») es más complejo y requiere de consensos sociales en una «fina» instrumentación y financiación, evaluando su desarrollo y realizando las adecuaciones necesarias para que sea exitosa a mediano y largo plazo. Esto último nos lleva a un mundo mejor no sólo para los sectores populares sino para todos.

PD: Sobre la temática del populismo es interesante esta nota donde Moira MacKinnon y Andrés Malamud, conversaron con Infobae Cultura

Mística, Política y Discernimiento

La etimología de la palabra mística, proviene del verbo griego myein, «encerrar», de donde mystikós, «cerrado, arcano o misterioso» y está asociado -en las distintas religiones- a la unión del alma humana con lo sagrado o con la perfección. Sin embargo este concepto también abarca una mística pagana, no religiosa o no filosófica, o asociada a «religiones civiles» o «políticas».

Relacionado con estas últimas se hace referencia, por ejemplo, a la mística que tiene una persona «militante» de una causa nacional (o de la Patria), revolucionaria o que se identifica con un arquetipo o líder como Bolivar, Chavez, Fidel, Perón o Néstor Kirchner (en el caso argentino), por citar sólo algunos casos. La mística da fuerzas, pero -en general- puede absolutizar el fin (justificando a todo medio válido para alcanzarlo) y transforma ideales en idealización. Esto último invalida poder razonar o discernir sobre los fenómenos reales dado que estos aparecen con un «sesgo cognitivo» o prejuicio que viene teñido por lo que representa el arquetipo o con algo -en la práctica- «sagrado» con quien se identifica el militante.

Todo esto generalmente viene asociado al «fanatismo» que se lo ha definido como una «pasión exagerada, desmedida, irracional y tenaz» y enemigo de la libertad (en particular de los demás). Carl Jung dice que «el fanatismo es la sobrecompensación de la duda» con el peligro -al decir de Diderot- que «del fanatismo a la barbarie solo media un paso». La capacidad de discernimiento es clave para evitar estas situaciones, así como la capacidad de diálogo.

Seguramente todos necesitamos «trascender» lo material, y la mística, lo espiritual, lo poético…  juegan un rol muy importante en  el sentido de nuestras vidas. Pero no es bueno trasladar lo sagrado a lo profano, mundano e imperfecto (por más valioso que sea), o confundir ideales con idealización, y menos aún transformarlo en algo fanático. No nos lleva a un mundo mejor.