Iconos y Mitos de Mayo del 68

La imagen de la entrada muestra a uno de los iconos -o una de las imágenes- del mayo francés de 1968 que representaba, según los medios de la época, a «Marianne». En realidad, según una nota de Marina Artusa, no se llamaba Marianne, sino Caroline de Bendern. «Tenía 28 años, había nacido en Windsor y su abuelo-mecenas era un adinerado bastardo de un noble austríaco. Ella trabajaba como modelo, era amiga de Andy Warhol y había tenido un amorío con Lou Reed. Vivía entre Nueva York, Roma y París. Acababa de llegar a la ciudad con su novio de turno. No participaba en manifestaciones a favor o en contra de ninguna causa.

La chica, bella a más no poder, no era estudiante ni parisina. No se llamaba Marianne. Mucho menos tenía en mente el lienzo de Delacroix -La libertad guiando al pueblo, de 1830- con el que la compararon cuando, dolorida por la caminata, le pidió upa a su amigo, el pintor Jean Jacques Lebel, quien la cargó sobre sus hombros. Entonces ella levantó lo más alto que pudo la bandera de Vietnam, uno de los emblemas de las protestas de mayo del ’68, que había ido a parar a sus manos casi por descuido».

La periodista la pregunta: «¿usted creía en los ideales del ‘68 ?«, y ella le responde «La sociedad se estaba esclerosando. Y las cosas debían sacudirse. En ese momento no era comunista ni nada. Creo que hoy soy más anarquista que otra cosa. No creo en el anarquismo como desorden pero sí me parece que deberíamos ser gobernados por un poder más impersonal, sin los egocentrismos de hoy«

En esta misma línea, y según el resumen que hace el suplemento D, del diario Perfil, sobre el libro «La Herencia del 68. Defensa del legado de un mes que cambió el siglo XX», escrito por el filósofo André Glucksmann y su hijo Raphaël (Ed. Taurus, marzo de 2018), el “espíritu del Mayo” estuvo relacionado con «negar el patriarcado, rechazar la mentalidad pueblerina, transgredir polvorientos tabúes morales y emanciparnos de dogmas marxistas-leninistas o conservadores son rupturas que nos hicieron infinitamente más libres».

Raphaël dice que siente «la necesidad, tanto hoy como hace diez años, de defender los derechos y las libertades que nos legó el 68, de repetir hasta qué punto es preferible vivir en una sociedad en la que los homosexuales pueden casarse en un mundo que los condenaba a esconderse, en un país en el que las mujeres ocupan el espacio público, y en una nación que las relegaba a las tareas domésticas, en ciudades en las que conviven colores y culturas que en espacios encerrados en sí mismos y en sus fantasías monocromas… Y sin embargo, aún más que hace diez años, siento la necesidad de cuestionar ese legado».

Hablando de su padre, expresa que «su generación tuvo razón, su labor histórica consistió en destruir los viejos mitos nacionalistas o comunistas que encerraban las conciencias y los pensamientos, en romper las antiguas reglas que obstaculizaban los cuerpos y los deseos. Pero cuando deconstruimos un mito, ¿no debemos después escribir un relato común? Cuando pulverizamos un yugo, ¿no debemos a continuación refundar estructuras colectivas en las que inscribir de nuevo nuestras individualidades emancipadas? No lo hicieron. Y nosotros, los hijos del 68, nacimos en una especie de vacío.

Sentimos una carencia, y esa carencia es lo que no dejo de analizar para que no nos engulla. Para que no nos lleve a rechazar nuestras libertades por miedo a la soledad. No se trata de quejarse ni de repartir culpas. Sería inútil e injusto. Se trata simplemente de entender que no partimos del mismo lugar, que no hablamos desde el mismo lugar. Nuestros padres nacieron en un mundo saturado de sentido, de dogmas, de memoria y de historia. Por lo tanto, para poder respirar tenían que trabajar sin descanso en la emancipación de los individuos, en afirmar los derechos del presente. Su papel fue romper cadenas.

Pero nosotros vivimos en un universo sin ideología, casi sin sentido y sin sustancia, sumido en la inmediatez. Privado de horizonte común en el que recolocar nuestras libertades actuales. Y por lo tanto, para que también nosotros respiremos, tenemos que trabajar para volver a inscribir a los individuos en perspectivas colectivas, el instante en el tiempo a largo plazo. Ya no solo romper cadenas, sino volver a enlazarlas.

Nuestros caminos divergen porque, aunque queremos lo mismo (una vida justa y libre en una sociedad en la que se pueda respirar), avanzamos desde dos puntos diferentes, incluso opuestos. Hacia dos destinos distintos. Aunque los mueva el mismo interés humanista. Hoy lo siento con más fuerza aún que hace diez años. La crisis política, social y filosófica en la que se empantanan las democracias liberales me ha hecho reflexionar, evolucionar y cambiar… Recibimos el legado de la libertad. Nos corresponde a nosotros hacer de ella algo más que la búsqueda frenética del bienestar personal.»

La catarsis cultural del mayo francés del 68 logró deconstruir distintos mitos, emanciparse de esas cadenas y plantearse en tratar de jugar la libertad positiva «en algo más que la búsqueda frenética del bienestar personal». Ahora bien, surgen distintas preguntas: ¿en qué consiste ese «algo más»? ¿es una búsqueda de trascendencia y plenitud? ¿es plantearse modalidades económicas, sociales y políticas de autogestión? ¿es reivindicar en el siglo XXI modalidades de anarquía? ¿es involucrar a otros en compartir de manera fraterna y solidaria todas las dimensiones de la vida? ¿cómo se hace para salir de la soledad y el individualismo, construyendo lo común, enlazarnos en redes, y no en cadenas o estructuras rígidas? ¿es construir nuevos mitos y una nueva mística? ¿podremos darle un sentido de cambio profundo para avanzar progresivamente a un mundo mejor?

El tiempo dirá si son sólo estas preguntas y cuales son las posibles respuestas de un camino que se hace al andar.

 

Microfísica del Poder

Usualmente cuando nos referimos al poder, lo hacemos vinculado a lo político, lo económico, lo militar, los medios y las redes sociales… Sin embargo, el título de esta nota está relacionado con el enfoque de un libro del filósofo francés Michel Foucault.  Según esta referencia su reflexión forma parte «de lo que llamó “genealogía del poder”. Estuvo marcada por el propósito de mostrar que en las sociedades democráticas modernas la libertad de los individuos, formalmente consagrada por las normas jurídicas del Estado, es un espejismo, o por lo menos es una realidad severamente limitada y distorsionada por la existencia de instituciones cerradas, como las cárceles, las escuelas, los hospitales o las fábricas, donde opera lo que él denomina la “microfísica del poder”.

En la imagen de la entrada se muestra una foto de la película La Librería (estrenada en Europa en noviembre de 2017 y en Buenos Aires en abril de 2018), basada en la novela homónima de Penelope Fitzgerald. Allí «lo cerrado» no es una institución -como menciona Foucault- sino un pequeño pueblo de Inglaterra en 1959. Las reseñas señalan que Florence Green (Emily Mortimer) es la viuda de un soldado que luchó durante la Segunda Guerra Mundial. La mujer decide instalarse en un pueblo costero de la campiña británica, pequeño y conservador. Allí decide cumplir su sueño: abrir la primera librería de la zona. Pero, una empresa tan aparentemente pacífica e inocente como esa desatará todo tipo de reacciones entre los habitantes de la localidad. Y es que, tanto los vecinos del pueblo como la decana de la ciudad, Mrs. Violet Gamart (Patricia Clarkson, *), van a ponérselo muy difícil a Florence.

La ficción que se viene de mencionar es sólo un pequeño ejemplo de cómo la energía transformada en fuerza, y que llamamos poder, está presente en nuestra naturaleza y vínculos. Dependerá de nosotros, y de cómo juguemos nuestra libertad positiva, si la encauzamos como dominio o como vínculo de amistad y amor. Esto último nos puede conducir a un mundo mejor.

(*) Matizando el título de la nota, este personaje hace contactos con sectores de la «macrofísica» del poder (un sobrino en el Parlamento, inspectores del Ministerio de Educación)

¿Economias Desequilibradas y Enfermas?

La idea de equilibrio viene desde la antigüedad, y es aquella condición de la materia (o de un cuerpo) que le permite ser estable con respecto a las fuerzas con las que interactúa en el espacio donde se encuentra. Toma características específicas en la economía clásica, luego es formalizado en la economía neoclásica como teoría del equilibrio general por León Walras. En cuanto al concepto de equilibrio, hoy sabemos que -según autores como Ilya Prigogine– es una situación muy particular, y lo que predomina dinámicamente es el desequilibrio y el caos (como «n» situaciones).

Coincidiremos que la desarmonía y el desequilibrio en la relación entre personas, sectores, regiones o países no es deseable y es fuente de conflictos, muchas veces violentos. Toma, en general la forma de desigualdad y por lo tanto de injusticia. Si el enfoque es reparar estas injusticias se requiere jugar la libertad positiva en acciones afirmativas o re-equilibradoras. En esta reflexión haremos referencia a un caso particular vinculado al título de la nota, con especial enfoque al caso argentino.

Relacionado con lo que venimos de mencionar, esta temática ha tenido múltiples aplicaciones en economía, como es el caso de las «estructuras productivas desequilibradas» (EPD) que desarrollara particularmente el ingeniero, empresario y economista argentino Marcelo Diamand. Ha escrito numerosas publicaciones y libros, y en un acto en su honor del 8/7/2011 se presentó el libro «Ensayos en Honor de Marcelo Diamand» por parte de sus compiladores (Pablo Ignacio Chena, Norberto Eduardo Crovetto y Demián Tupac Panigo) donde se sintetiza, comenta y actualiza su análisis de manera muy rigurosa y precisa en cuanto a sus principales aportes.

No nos es posible sintetizar 349 páginas del libro mencionado, pero glosando algunos capítulos, podemos afirmar que «la EPD es una forma específica de heterogeneidad estructural. De acuerdo con este punto de vista específico, Argentina muestra un desequilibrio estructural entre la productividad del sector primario exportador y la productividad industrial (Diamand, 1986). La opción por la industrialización implica precios industriales superiores a los precios internacionales. Sin embargo, el tipo de cambio se basó en los costos del sector primario, que por razones naturales (fertilidad, etc.) es el más productivo».  Más adelante en el Capítulo 4 se dice que «en tal contexto, con base en el tipo de cambio «pampeano» (hoy se trataría de un tipo de cambio «sojero-financiero», ver Curia, 2008), cuando se traducen en dólares, los precios industriales resultan superiores a los internacionales. Enseguida Diamand aclara un gran malentendido. Distintos analistas han tendido a explicar la carencia de exportaciones industriales y los más altos precios fabriles como resultante de una presunta «ineficiencia» del sector industrial. En verdad, la industria no es que no exporta por ser «ineficiente» sino porque no puede competir con la productividad «natural» del agro, del mismo modo que «los altos precios industriales en Venezuela se deben a la incapacidad de la industria local de competir con el petróleo venezolano y los altos precios industriales chilenos a su incapacidad de competir con el cobre chileno» (Diamand, 1972: 9). ¿Por qué el tipo de cambio se fija en base al sector primario? Este es el tipo de cambio «natural» al momento de lanzarse la industrialización. Las exportaciones argentinas son exportaciones agropecuarias (no hay otras). Por ende la paridad cambiaría refleja este hecho. Sin embargo, el problema persiste: ¿por qué una vez iniciada la industrialización, cuando ya existe un incipiente sector industrial, el tipo de cambio no se fija en niveles «pro-exportaciones industriales»?»

En el centro de las propuestas de Diamand para resolver la EPD estará la fijación de tipos de cambios múltiples a través de derechos de exportación favoreciendo las exportaciones industriales, junto a una política de sustitución de importaciones, y otros instrumentos de política. En el capítulo 10, página 159 del libro mencionado, Jorge Remes Lenicov explica que «los derechos de exportación no están prohibidos y respetan lo establecido por GATT/OMC en 1994. Esto explica porque son aplicados por algunos países desarrollados (Canadá, Noruega y Nueva Zelandia) y muchos países en desarrollo (Indonesia, China, Rusia, India), básicamente para los productos agrícolas y pesqueros».

Tener en cuenta lo anterior conlleva a «salir del péndulo de Diamand» de la historia económica argentina, entender -desde un punto de vista racional- la complejidad sistémica de una estructura productiva heterogénea como la Argentina (Capítulo 3, del libro mencionado) donde sus características hacen que el sector más productivo sea a la vez el proveedor de bienes salario en el mercado interno (a diferencia de Bolivia y otros países donde la minería es preponderante) por lo que el valor en dólares y el tipo de cambio sean cruciales para los precios internos (y por lo tanto en el nivel de inflación). El problema, según nuestro entender, fue que la instauración de derechos de exportación luego de la salida de la convertibilidad (como en otros momentos de la historia argentina) tenían «lógica» dado el gran salto devaluatorio que implicó su salida, pero luego se utilizó de manera discrecional y abusiva que tuvo un momento crítico con el conflicto de la llamada «Resolución 125» y su rechazo en el Congreso. Además de este tema puntual ha habido mucho debate sobre como afrontar esta problemática y hay análisis críticos de este enfoque como el que hizo Santiago Chelala.

El fenómeno de la EPD tiene similitudes, aunque no es lo mismo, con la denominada «enfermedad holandesa» (imagen de la entrada, a la que se le dio ese nombre por el impacto que tuvo la generación de riqueza y gran entrada de dólares por el descubrimiento en el año 1959 y explotación por parte de Holanda de yacimientos de petróleo en el Mar del Norte) o «maldición de los recursos naturales» que hemos comentado en otra entrada. Esto es mencionado en el libro de referencia (en la Introducción, por Aldo Ferrer y Jorge Remes Lenicov) planteando su carácter pasajero como «enfermedad» y la diferencia si afecta a países desarrollados o en vía de desarrollo. También es mencionado por Joseph Stiglitz, en un articulo de 2005 («Making natural resources into a blessing rather than a curse». En Schiffrin, A., y Svetlana Tsalik, A. (Eds). Covering Oil: A Reporter’s Guide to Energy and Development. New York: Open Society Institute) donde propone cambiar el enfoque de «maldición» por el de «bendición» en la medida que se instrumenten un conjunto de políticas económicas que él sugiere (por ejemplo crear fondos de estabilización como hicieron Noruega y otros países).

Como síntesis, y teniendo como trasfondo el caso argentino, nos animamos a decir:

  • la enfermedad holandesa, o los fenómenos descriptos por ese nombre, son reales y deben ser tenidos muy en cuenta, en especial si se desarrollan de manera significativa -por ejemplo- recursos asociados al yacimiento de Vaca Muerta o si el valor de los granos de soja se incrementan significativamente en el mercado internacional,
  • la estructura económica económica desequilibrada se da en muchos países, y entre ellos -de manera particular- en la Argentina. Ha sido muy analizada por Marcelo Diamand y colaboradores, tal como se especificó más arriba. Es fundamental tenerlo muy presente tanto a nivel de diagnóstico (en sus implicancias productivas y distributivas) como de propuestas de política económica.
  • En cuanto a las propuestas de política económica, los derechos de exportación tienen una larga tradición en Argentina hasta la actualidad. Lamentablemente la extracción de una renta excesiva al sector agropecuario durante el ex IAPI (que Perón revisó conceptualmente en 1973) hasta las políticas llevadas a cabo por Guillermo Moreno durante el gobierno de Nestor y Cristina Kirchner, tuvieron como resultado no sólo la «no inversión» (como el caso del sector energético) sino también la desinversión (como el caso de la liquidación de vientres del sector ganadero) por citar sólo dos ejemplos. Cuando fue (o se visualizó) como excesiva o expropiatoria tuvo efectos muy indeseables para la economía.
  • En el marco de lo anterior es difícil un debate desapasionado en la Argentina sobre la temática de las retenciones. Al respecto es interesante, desde el punto de vista técnico económico y político este artículo de Eugenio Diaz Bonilla. En el marco de que en el año 2018 el dólar pasó de $20 a $ 40, y que desde abril se generó una mayor inestabilidad cambiaria, a comienzos de septiembre se anunció una política de derechos de exportación generalizada a fin de recaudar fondos para ir un déficit fiscal cero (*).

Ojalá se pueda incluir en los consensos básicos de políticas de estado de desarrollo productivo esta realidad planteada en este nota, o una eventual enfermedad holandesa por un desarrollo exitoso del yacimiento de Vaca Muerta, sin mezquindades, dogmatismos, racionalidad y teniendo conciencia que es para bien de todos.

PD: Agradezco los comentarios de Jorge Remes Lenicov respecto del desafío que conlleva incluir a los servicios exportables y la economía digital (como fenómenos nuevos respecto del planteo original de Diamand) y que los reintegros para las economias regionales tienen un limite: solo pueden existir para cubrir los impuestos indirectos. Si fueran superiores se convierten en un subsidio y eso no está permitido por la OMC. También agradezco los comentarios de Juan Carlos Esteves sobre el Plan Krieger Vasena.

 

Ferocidad y Estupidez Humana

En otra entrada hemos comentado una parte del libro de Harari (Sapiens, De animales a dioses). En una parte (página 91) dice: «no crea el lector a los ecologistas que afirman que nuestros antepasados vivían en armonía con la naturaleza. Mucho antes de la revolución industrial, Homo sapiens ostentaba el récord entre todos los organismos por provocar la extinción del mayor número de especies de plantas y animales. Poseemos la dudosa distinción de ser la especie más mortífera en los anales de la biología».

Sin poner en duda lo anterior, podemos preguntarnos si la agresividad humana -como una determinada forma de energía– ¿tiene posibilidad de evolucionar? ¿sublimarse? ¿canalizarse en co-crear y cuidar? o ¿estamos condenados fatalmente a nuestra extinción por rivalizar entre nosotros y con el medio ambiente, depredando toda forma de vida?. En este blog se sostiene que el final «está abierto» y depende de cómo juguemos nuestra libertad positiva asociada con otros valores.

Hay algunos que son fundadamente pesimistas. Tanto el autor de la frase de la imagen de la entrada, como algo similar expresado por Albert Einstein («hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy seguro»), resaltan este aspecto muy limitado y alejado de la sabiduría, como es la estupidez. Asociado a esto hay intelectuales como Stephen Hawking que sostiene que «los días de la Tierra están contados». En esta misma línea, pero a más largo plazo, es el enfoque del reconocido científico y futurólogo estadounidense Michio Kaku, expresando que, en algún momento, la humanidad estará obligada a dejar el planeta si es que pretende seguir existiendo.

Lo anterior, por ahora, se expresa enviando misiones a Marte para una posible colonización humana futura. ¿Puede ser una opción «atractiva» la atmósfera de Marte frente a la atmósfera de la Tierra? O ¿es un acto de sabiduría o una demostración narcisista y estúpida enviar un auto al espacio? ¿En cambio de pensar en emigrar o huir de este planeta, no podríamos abocarnos con humildad a mejorarlo y tratar de construir un mundo mejor? Si triunfa la estupidez y la ferocidad seguro que no.

Agradezco a César González la referencia sobre la ferocidad en el libro de Harari. Este autor también ha opinado sobre la estupidez humana en este link o en este.

Un Mundo Preocupante

La vida tiene riesgos, como sabemos y la frase de la imagen de la entrada nos lo recuerda. De todo tipo, dada nuestra fragilidad humana, del contexto socioeconómico, político y ambiental y, de que lo que llamamos «vida», tiene un ciclo, más allá de los enfoques trascendentales sobre la vida eterna.

¿Cual es el sentido de esta vida? Una pregunta que no tiene una sola respuesta: ¿vegetar? ¿deambular, tratando de adaptarnos lo mejor posible a un contexto cambiante? ¿buscar un mero placer sensorial,… la gloria individual y el poder… el bienestar…la felicidad? Esta última ¿es posible sin estar en armonía con nosotros mismos y con los demás? ¿cómo juega la libertad, asociada con otros valores como la justicia, la solidaridad, la fraternidad, la amistad social, y el amor en todas sus dimensiones? Sin duda, no hay una sola repuesta y la misma es personal en un proceso de aprendizaje que puede ser nulo, algo o pleno, y que en cada generación se vuelve a hacer. Esto último -a veces- aprendiendo de la historia, de los aciertos y errores, y a veces no. Por lo tanto la historia puede terminar mal (¿apocalípticamente?), regular, bien o muy bien. Depende de nuestros móviles, acciones y resultados en conjunción con los demás (podríamos decir «sistémicamente»), en un contexto donde el ser humano tiene cada vez más poder y hay una asimetría entre poder crear (lleva un proceso) y poder destruir (puede ser instantáneo). En función de esto, y dada la velocidad del cambio, es fundamental encarar esta cuestión con premura.

Hablando de historia es interesante la visión de algunos historiadores. En una entrevista que le hace Carlos Pagni, el 5/3/18, al historiador Natalio Botana (ver este video del programa Odisea) donde se centra en la Argentina, pero en un marco mundial. Sobre esto último como señala este historiador (al principio y al final -del minuto 16 en adelante-), la dimensión internacional ha tenido situaciones terribles (como la primera y segunda guerra mundial) y en cuanto a la política han habido distintas etapas. Sobre esto define la actualidad como una tercera etapa de la representación política donde hay una crisis de la democracia de partidos y lo que hoy tenemos es la democracia de candidatos improvisados. Esto es el que da miedo y es grave. También plantea la cuestión de la corrupción y como esto puede llevar a la corrupción o degeneración de la democracia. Lo relaciona con esta tercera etapa de la representación política que se ha combinado con la revolución digital y robótica, así como con un ensanchamiento de la participación individual que no tiene rumbo. Esto es lo preocupante y para salir de esta situación destaca la importancia de rescatar la virtud en la dirigencia. Botana actualiza su visión de este mundo preocupante en esta nota donde hace especial referencia a los resultados de la elección de Brasil. En esta línea también está la visión de Angela Merkel sobre el mundo actual, y una actualización del contexto global se puede visualizar en esta. A comienzos de 2020 aún no sabemos los cambios que producirá el coronavirus

Siguiendo con «lo preocupante en el mundo», podemos ampliar diciendo que tiene múltiples dimensiones que relaciona crisis económicas (o muy poco crecimiento en algunos países), creciente desigualdad, situaciones donde priva la sola maximización de la rentabilidad financiera y la codicia, situaciones derivadas de grandes migraciones y sufrimientos productos de guerras (como las de medio oriente o tribales en Africa), hambrunas, indigencia y pobreza, así como luchas de poder. Frente a esto hay distintas reacciones muy dispares: ellas van desde refugiarse en la interioridad y en pequeños grupos de amistad y afecto, pasando por negar la situación y seguir por inercia, hasta la búsqueda de novedades sociopolíticas desde las bases (rechazando la corrupción y valorizando la democracia) o por otro lado -y en sentido inverso- fortalecimiento de muy diversas autocracias (China, Rusia, Corea del Norte, Venezuela….) con muy distintos resultados. A comienzos de 2021, en esta nota se sintetizan los principales conflictos.

Junto a la pandemia del Covid-19 (y sus variantes), el avance del cambio climático y los cambios científico-tecnológicos impactan como nunca antes en la humanidad Por lo tanto, podemos reafirmar que es un momento preocupante. Pero el miedo al futuro está muy presenta como señala esta nota de Pablo Stefanoni.

¿Puede terminar muy mal? Si, es una posibilidad que -con otras características- ya se ha dado en el pasado. ¿Puede terminar bien? Si, también es una posibilidad -como se menciona en esta nota– dependiendo de cuales sean nuestras actitudes y como juguemos en la práctica nuestra energía y la libertad positiva que de ella emana, en procedimientos o acciones en lo individual o micro que nos rodea, en lo mezzo y en lo macro, que no se pueden reducir a un mero relato (a veces acompañado de una falsa mística), enunciación de derechos o maquillaje de cambio. El rol de la cultura -y más específicamente de todos quienes intervienen en el proceso educativo-, poder transformar la inteligencia en sabiduría, y el papel de la política y de la reconstitución de los partidos políticos (con plataformas debatidas técnica y democráticamente), de nuevos enfoques y prácticas en la economía y en la sociedad, así como de la formación y virtud de sus líderes (como dice Botana) serán cruciales. La perspectiva y aplicación del cuidado y la prevención frente a los distintos riesgos también.

No estamos condenados ni al fracaso ni al éxito. Depende de una conjunción de factores donde nosotros somos parte de cualquiera de los posibles escenarios. Avanzar de buena fe en una agenda detallada de las acciones que se derivan de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, llevarlo a la plataforma de los distintos partidos políticos, junto a la formación de cuadros dirigenciales y profesionales que los implementen en las distintas esferas de acción, puede ser un «piso» de buen comienzo.

Armas, Desconfianza y Libertad Negativa

¿Por qué mucha gente «se arma»? Sin duda para defenderse de situaciones que puedan dañarlas, porque no tienen confianza en el rol del Estado vinculado a la seguridad, así como tampoco confían en poder controlar -sin ayuda institucional- la agresividad de otras personas… en particular en determinados contextos.

En la imagen de la entrada se muestra una foto del productor y director de cine norteamericano Michael Moore, cuando filmaba la película «Bowling for Colombine«. La misma comienza centrándose en un trágico tiroteo que tuvo lugar en 1999 en el establecimiento educativo Columbine High School y de allí realiza una reflexión acerca de la naturaleza de la violencia en los EE.UU.

En esa sociedad y en esa cultura el tema tiene características específicas: está asociado a «la libertad negativa«, a valorizar el individualismo (excepto cuando se refiere al patriotismo o al comunitarismo local o religioso), al escepticismo, sospecha e incluso -a veces- odio al gobierno federal, a la interpretación amplia de la Segunda Enmienda de su Constitución (que sanciona el derecho universal a portar armas), al nacionalismo y, podríamos decir también, vinculada a una cuestión de «superioridad», en el sentido de que «la moral de ese país está por encima de la de los demás pueblos». Esto último aparece en el texto del historiador norteamericano Nicolás Schumway, denominado «La Invención de la Argentina, Historia de una Idea» (Emecé, 1992), cuando compara «las ficciones orientadoras originarias» que surgieron al comienzo de nuestros dos países. Refiriéndose a su país, en la página 20 de este libro dice: «El sueño puritano resultó una ficción orientadora muy adaptable, y las generaciones subsiguientes de norteamericanos la transformaron en conceptos como los de destino manifiesto y la protección del mundo libre, así como la idea de que los Estados Unidos deberían aspirar a una norma moral más alta que otras naciones, norma que sigue siendo invocada por gente tan distante como predicadores evangélicos y militantes de los derechos civiles».

Todo parece indicar que

  • «armarse hasta los dientes»,
  • ser individualista,
  • no confiar en los demás y en el Estado,
  • así como sentirse superior (tal vez, relacionado -entre otros- al arquetipo del «cowboy» y su rol en el «western» representado por Hollywood),
  • junto a los poderosos intereses de la fabricación y ventas de armas -vinculados con el poder-,

no nos conducen a un mundo mejor.

Para superar lo anterior –agregando el miedo– y tomando el eje de «la confianza», hay indicadores que muestran (desde una perspectiva interpersonal) como en determinados países es más alta que en otros.  El país que encabeza es Noruega, donde se valoriza la construcción «sistémica de la confianza«, y por lo tanto en la generación de «otro contexto» con cambios en su interior. Hay también otros países, como el ejemplo que menciona Moore de Canadá, que se puede visualizar en la 1 h, 09 min de la película»Bowling for Colombine» .

Por lo tanto hay experiencias que indican que «es posible» vivir de otra manera. Sabemos que es difícil llevar esto a las diversas realidades y a un nivel global pero, seguramente, coincidiremos que es un desafío -que «vale la pena»- jugar nuestra libertad positiva en la construcción de la paz.

 

La ley obliga, pero una cultura de la empatía va más allá y se complementa

La ley es algo necesario para ordenarnos como sociedad (a través de instituciones) y como personas (en este caso, según en el psicoanálisis, alojada internamente en el super-yo). En distintos enfoques de la economía, el papel de las normas e instituciones tienen un rol central debido a la función que ellas tienen para resolver los problemas de coordinación. A partir de Douglass North, se definen a las instituciones como un juego de reglas, formales o informales, que los actores generalmente siguen para motivos normativos, cognitivos, materiales y organizacionales -como entidades duraderas- con miembros formalmente aprobados. Dentro de este contexto se han desarrollado normas privadas (ej. ISO, EFQM, etc.) que plantean un «deber ser» vinculado a lo que se define como «calidad» y otros tópicos. De allí su importancia en el funcionamiento socioeconómico.

Hay distintas corrientes estudiadas en la filosofía del derecho, y también hay autores que la consideran «ficciones» como en el libro de Harari,  «De Animales a Dioses» (Ed. Debate, Bs.As, 2017) que las relaciona con «las culturas» (en la página 5 del texto mencionado), y les da un enorme valor simbólico que tiene su correlato en prácticas y acciones concretas.

También sabemos que los seres humanos tenemos un desarrollo evolutivo, en un contexto socio-ambiental determinado, según autores como Piaget (El criterio moral en el niño, Ed. Fontanella, España,1974) y Kohlberg (Psicología del desarrollo moral, Ed. Desclee De Brouwer, 1992). Este último va a plantear tres niveles y seis etapas del desarrollo moral del individuo, siendo la última la vivencia de principios éticos universales (posteriormente sugirió una séptima etapa vinculada a una moral trascendental).  Esta «vivencia» es una etapa superior en el desarrollo moral superior a la de comportarme porque hay una ley externa que «me obliga» (también llamada «la amenaza del garrote») o por un «incentivo» (en el sistema actual por un interés -en general «material»- también llamado «la zanahoria»).

Si hemos tenido un contexto personal donde hemos sido amados y socio ambiental de cuidado, seguramente hemos «aprendido» a ser empáticos. Daniel Goleman (Inteligencia Social, Kairos, 2006) emplea la palabra empatía en tres sentidos diferentes:

  • «conocer los sentimientos de otra persona,
  • sentir lo que está sintiendo y
  • responder compasivamente ante los problemas que la aquejen,

tres variedades diferentes de la empatía que parecen formar parte de la misma secuencia 1-2-3, es decir, le reconozco, siento lo mismo que usted y actúo para ayudarle”.

Como hemos dicho más arriba la empatía se «aprende» al igual que se «aprende la ley». Además del aprendizaje en el núcleo familiar, también lo podemos aprender en instituciones educativas. Ellas pueden ir desde situaciones muy difíciles como las realizadas por Reuven Feurestein con los niños que habían sobrevivido del holocausto, hasta las escuelas confesionales (donde la práctica del amor es central), las escuelas estatales de Finlandia -como se muestra al final de la película «Demain«-  o «transformadoras» impulsadas por Ashoka.  Otra forma de expresar esto sería bajo la modalidad de «amistad social» o lo que plantea Jesucristo en el Evangelio de Mateo 5, 17 a 33 sobre la plenitud de la ley (que es el amor) como plantea esta reflexión.

Sabemos que la ley y las instituciones «son un piso necesario» que formalizan derechos y obligaciones para nuestra convivencia y superación pacífica de nuestros conflictos, en especial cuando la escala humana, la rivalidad y la complejidad se agigantan, así como para poder coordinar eficazmente nuestras acciones. A ello se agrega que han jugado (y juegan), en el desarrollo civilizatorio, un rol fundamental en cuanto a inducir a un «deber ser» (en cuanto a derechos y obligaciones) que una sociedad democrática desea fomentar (allí habrá que compatibilizarlo con su viabilidad). Por ello se los debe valorar, cuidar y fomentar. Pero lo que aquí se quiere destacar es que, partiendo de la base anterior y articulada y complementaria con ella contar con una cultura de la empatía y del cuidado (al respecto ver esta nota). Por lo tanto es importante también trascender el ser «esclavos de la ley» (tomando la expresión de Cicerón) y la «mera automaticidad» para ser eficientes y eficaces (con los peligros de «robotizar» y burocratizar nuestros comportamientos) en las que se puede caer. Por ello se considera fundamental evolucionar en «ser empáticos» y jugar nuestra libertad positiva en un sentido de una mayor densidad, profundidad y sostenibilidad armoniosa a nuestros vínculos y nos ayudará a construir «esperanza» de cambios culturales que nos permitan ser más felices y evolucionar en línea con un mundo mejor.

¿Sólo el corto plazo?

El «aquí y ahora» es una muestra racional de realismo. La frase, en la imagen de la entrada, así lo refleja. Sin embargo como seres humanos tenemos capacidad de «proyectarnos», anhelos de «trascender»…. ¿Usamos esa capacidad?

Una primera respuesta es que «es difícil«. En el mundo actual, y una de sus caracterizaciones «VICA» (volátil, incierto, complejo y ambiguo), fomenta el «aquí y ahora» porque más adelante «no sabemos». La postmodernidad y la caída de los grandes relatos también contribuyen. Otras explicaciones van por el lado de la biología: «tenemos una inclinación profunda y primitiva hacia la distracción. Queremos saber todo lo que ocurre a nuestro alrededor, un rasgo que probablemente ayudó a mantenernos vivos cuando vivíamos en la jungla». Otra explicación la da el neurocientífico Facundo Manes, que explica el concepto de «miopía del futuro» y señala la importancia de resolverla a través de la educación y de poder procesar cuestiones emocionales que la dificultan en lo social.

Las nuevas tecnologías (su lógica, el exceso de información y estímulos) -según un libro de Nicholas G. Carr- también generan serias dificultades para abordar una reflexión profunda que nos proyecte. Esto también se expresa en el comportamiento socio-político, según el sociólogo Eduardo Fidanza. En una nota afirma: «…al votante medio no le interesa la política. Su vida transcurre en la esfera privada, determinada por las alternativas laborales, los lazos familiares y amistosos, la panoplia tecnológica, el entretenimiento, las redes sociales e Internet, el consumo, la fugaz sexualidad. A ese ciudadano apolítico, con déficit de atención y sumido en el multitasking, le calzan las herramientas antes que los argumentos. Inadvertidamente, las apps se fueron convirtiendo en el paradigma de sus aspiraciones cotidianas: comprar pizza, detectar un síntoma físico, conseguir transporte, concertar una cita, jugar o hacer una broma, deben resolverse rápido para pasar a la siguiente escena donde aguardan Netflix, la consola de juegos, el deporte a toda hora, el dilatado universo de las redes y las compras. En ese mundo de estímulos múltiples y búsqueda de soluciones prácticas, la política exitosa emula la tecnología digital: es una aplicación a gran escala para facilitar la vida…».

Sin embargo hay otras manifestaciones sociales que van más allá de la curiosidad y la gratificación individual de corto plazo. El aprendizaje del sufrimiento, de nuestras múltiples limitaciones, de las expresiones de fe (en sus distintas manifestaciones de la necesidad de creer y de tener esperanza), el hecho de que nos sigamos educando, de quienes apuestan por el cuidado de la vida en todas sus expresiones … son fuerzas muy poderosas a tener en cuenta. Por otro lado quienes planifican, tanto a nivel local y nacional, como las empresas y organizaciones sin fines de lucro, entienden que es fundamental contar con una visión y una misión de mediano y largo plazo (transformadas en planes, proyectos y actividades), más allá de las lógicas incertidumbres (se aplica la frase: «no hay viento favorable para aquel que no sabe a dónde va»).

En la medida que, a esto último, le podamos dar espacios en lo personal, en lo socioeconómico y político, y un buen sentido en donde jugar nuestra libertad positiva asociada a la solidaridad, la justicia….seguramente nos ayudará a converger a un mundo mejor.

Trabajo en Exceso

Las razones por las que trabajamos «en exceso» pueden ser muy diversas: desde la «adicción» personal al trabajo (porque «nos sirve para tapar otras cuestiones», porque no valoramos otras dimensiones de la vida, porque la organización en la que trabajamos nos incentiva al «multitasking» o pretende llevar la productividad más allá de lo posible (1)  y otras como las señaladas en este link, hasta las vinculadas con lo socioeconómico.

Referidas a esto último también pueden ser diversas:

  • el ingreso, formal o informal, no alcanza para satisfacer un piso mínimo de necesidades personales y/o familiares
  • las condiciones de trabajo (de médicos, profesionales, u otras) hacen que tenga que cumplir muchas horas (presenciales o virtuales), inclusive sábados, domingos y feriados, y sino «no sirvo» o «soy descartado»,
  • el sistema socioeconómico que prioriza la maximización del excedente económico, por sobre todo otro valor, y el «recurso humano» (como si fuera una «máquina») debe ser productivo al máximo,

entre otras situaciones.

Los ejemplos sobre lo que venimos de mencionar son -lamentablemente- abundantes. El diario La Nación menciona «el caso de una periodista japonesa de 31 años que murió luego de trabajar 159 horas extras en un mes volvió a encender la luz de alerta en el país por este fenómeno conocido como karoshi, que deja miles de muertos por exceso de trabajo.» Algo similar, vinculado con gran estrés, sucede en China según esta nota con la cultura del «996» (trabajar 9 horas por día, 6 días a la semana). En esta línea están situaciones de suicidio o de «burnout«.  Otros enfoques, como el de José Miguel Amiune, relacionan los fenómenos de la depresión con el pasaje de la sociedad disciplinaria a la sociedad del rendimiento del siglo XXI. En esta nota se la relaciona con el enfoque de «recursos humanos». La competitividad (como rivalidad) se plantea por encima de «ser competentes» dando lo mejor de nosotros mismos sin forzar nuestro cuerpo y nuestra psiquis. También está en línea con la «sociedad del cansancio» (en especial con la autoexigencia en el estudio y en el rendimiento en el trabajo) en Corea del Sur, según el filósofo Byung Chul-Han.

Cambiar de enfoque y de prácticas, a nivel personal y sistémico, es fundamental para resolver esta cuestión. Sabemos que no es fácil. Que «lo sistémico» nos aparece como una «jaula de hierro» pero la humanidad ha ido evolucionando con retrocesos y avances hacia un mundo mejor. La posibilidad de un mundo peor no está para nada descartada (por momentos y, por ejemplo, muy cercana con las amenazas de guerras y con el cambio climático) pero si queremos darle a nuestra libertad positiva un sentido vinculado a la sabiduría y a la felicidad, debemos hacerlo.

(1) Ha sido mostrado en películas como «Tiempos Modernos«, y también -pero relacionado con el modelo chino aplicado a países como Estados Unidos- ha sido abordado en esta nota de Jorge Sigal, comentando el film «American Factory«. En cuanto a realidades en Argentina, se puede ejemplificar con el caso de choferes ómnibus de larga distancia en Argentina que no descansan lo suficiente y las consecuencias trágicas que ello genera.

 

De la Libertad Negativa a la Positiva

Entre los anhelos y deseos fundamentales del ser humano está la libertad. El intelectual Isaiah Berlin, que pusimos en la imagen de la entrada, distinguió a la libertad negativa de la positiva. La primera se caracteriza porque nada ni nadie restrinja la libertad del individuo, mientras que la segunda es la facultad de tomar decisiones que conduzcan a la acción. La acción puede ser la autorealización personal, co-crear con otros o realizar acciones solidarias, pero también -advierte Berlin- puede conducir al totalitarismo en tanto no respete la libertad de los demás.

En primera instancia vamos a intentar profundizar un poco más en el concepto de libertad negativa. Si bien es bueno que nada ni nadie restrinja mi libertad, también es cierto que puede esconder una concepción individualista y defensiva frente a terceros, si todo empieza y termina en una libertad «negativa». Tal vez esta fue la concepción de la cultura sueca a partir de los años 70 (vinculada con el manifiesto político en 1972: La familia del futuro: una política socialista para la familia), según este link.  En el mismo se menciona el film ««La teoría sueca del amor  donde se presenta aquel ambicioso manifiesto elaborado en el gobierno de Olof Palme y en el que se apostaba por despegarse de las estructuras familiares anticuadas y buscar la independencia, “el valor más sueco de todos”. “Había llegado el momento de liberar a la mujer del hombre, liberar a la gente mayor de sus hijos, liberar a los adolescentes de sus padres elaborando un manifiesto La familia del futuro”, dice el narrador de la película. La idea era que ningún adulto dependiera económicamente de ningún familiar. “El principio es muy simple: cada individuo debe sentirse como un ente autónomo y no como un apéndice de su cuidador. Y para lograrlo hace falta crear las condiciones económicas y sociales. Y a partir de ahora solo las relaciones auténticas nos mantendrían unidos”. La nota termina diciendo: «La nueva vida del doctor Erichssen, un cirujano sueco hoy en un hospital de campaña en Etiopía – “aquí he encontrado un sentido a la vida”-, y las palabras del célebre sociólogo polaco Zygmunt Bauman terminan, finalmente, por despejar la clave de la verdadera felicidad. “Los suecos han perdido las habilidades de la socialización. Al final de la independencia no está la felicidad, está el vacío de la vida, la insignificancia de la vida y un aburrimiento absolutamente inimaginable”.

Más allá de los aspectos culturales (en las distintas sociedades) y de los vínculos humanos más íntimos, están todos los enfoques filosóficos, políticos y socioeconómicos.  Allí estarán -por ejemplo Hobbes- que justificarán la creación de un estado que garantice esta libertad negativa («de hombres lobos del hombre») y ciertas posiciones de liberalismo extremo o de anarcocapitalismo, que plantean -entre otras cosas- que pagar impuestos es un «robo» (incluso sostienen que la defensa y la seguridad pueden ser proporcionadas por empresas privadas).

En el marco de los que tienen un concepto de libertad negativa están los anarquistas individualistas (y dentro de ellos, aunque no sólo, los anarcocapitalistas ya mencionados). En cambio los anarquistas societarios o socialistas consideran la libertad individual como conceptualmente relacionada con la igualdad y juegan la libertad positiva en la comunidad y la ayuda mutua. Según fuentes como la Wikipedia, valoran la libre asociación de personas y la convivencia y la cooperación en comunidades libres, e incluyen  (pero no está limitado) al expresiones como el anarcocolectivismo, el anarcocomunismo, el anarcosindicalismo, la ecología social (municipalizo libertario) y la economía participativa.

Algunos anarquistas -como Bakunin y Malatesta- justificaron en alguna oportunidad (como «defensiva»)  la violencia, mientras otros -como Tolstoi (que se lo ha visualizado como una forma de anarquismo cristiano) han sostenido la «no violencia». Si bien el anarquismo tiene raíces antiguas, tomó fuerza con la modernidad y continúa en grupos reducidos hasta nuestros días.

Más allá del liberalismo extremo y de las variantes del anarquismo como expresiones «radicales» de la libertad, desearíamos enfatizar a la libertad positiva vinculada con otros valores y como una posibilidad deseable de co-crear, co-construir, cuidar y generar vínculos de solidaridad y empatía compasiva, que nos permitan construir una amistad social (por lo tanto que no apele a la violencia o a la coerción) y poder así converger a un mundo mejor