Grandeza

Muchos líderes de países y grupos han planteado el ideal de grandeza. En general, el mismo dista bastante del concepto planteado por Rabindranath Tagore (ver imagen de la entrada). Más bien tiene relación con ser poderoso, temido y admirado (por las cualidades anteriores) tanto el líder como el país de qué se trata. Esto último alimenta sentimientos nacionalistas en vastos sectores de la población, y en particular si estos sectores se consideran o están en un posición injusta como lo fue Alemania luego de la segunda guerra mundial con el Tratado de Versalles.

Pero este sentimiento no sólo tiene que ver con lo que se considera una injusticia (muchas veces acompañada de resentimiento) sino también con recuperar un pasado que se consideró glorioso (también en términos de poder). Ello se puede visualizar en la actualidad en liderazgos como los de Rusia y Estados Unidos de América. De este último país, en una nota de Madelein Albright, ex Secretaria de Estado, dice -entre otros conceptos-: «deberíamos también reflexionar acerca de la definición de grandeza. ¿Puede merecer esa calificación un país alineándose con dictadores y autócratas, ignorando derechos humanos, declarando temporada de caza respecto del medioambiente y desdeñando el empleo de la diplomacia en momentos en que todo problema serio requiere cooperación internacional? En mi opinión, la grandeza va un poquito más allá de cuánto mármol ponemos en los lobbies de nuestro hotel y de si hacemos desfiles militares de estilo soviético. Estados Unidos, en su mejor expresión, es un lugar donde personas de una multitud de orígenes trabajan en conjunto para salvaguardar los derechos y enriquecer la vida de todos.»

Salir de lo anterior conlleva tener autoridad. Según esta referencia sobre Aristóteles «siempre que alguien que sea superior en virtud y en capacidad para realizar las mejores acciones, a ése es noble seguirle y justo obedecerle». También la misma referencia menciona a Hans–Georg Gadamer (2000. Verdad y Método, cuarta edición, Tr. Manuel Olasagasti, Salamanca: Sígueme) quien afirma que «autoridad no es la superioridad de un poder que reclama obediencia ciega y prohíbe pensar. La verdadera esencia de la autoridad reside en no poder ser irracional, en ser un imperativo de la razón, en presuponer en el otro un conocimiento superior que rebasa el juicio propio. Obedecer a la autoridad significa entender que el otro —también la voz que resuena desde la tradición y la autoridad— puede percibir algo mejor que uno mismo».

Sin duda lo anterior no es fácil. Nadie está exento de caer en autoritarismos y en un poder como dominio. En la esencia del cristianismo está claro en el mensaje de Jesús: «…sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor…». Como vimos en la imagen de la entrada coincide con otros enfoques sapienciales.

Seguramente será deseable que nuestra conciencia avance en sabiduría para poder construir un mundo mejor.

Kairos y Aión

En la Grecia antigua, sus filósofos tenían distintas formas de caracterizar el tiempo. Cronos o el tiempo cronológico, era un Titán en la mitología griega, que derrocó a su padre Urano (el Cielo). Según distintas fuentes en el Renacimiento, la combinación de Crono y Chronos dio origen a «Padre Tiempo» que blande una guadaña para cosechar.

Kairos, según la Wikipedia, «(en griego antiguo καιρός, kairós) es un concepto de la filosofía griega que representa un lapso indeterminado en que algo importante sucede. Su significado literal es «momento adecuado u oportuno», y en el mito y la teología cristiana se lo asocia con el «tiempo de Dios». La principal diferencia con cronos (en griego antiguo, kρόνος, krónos) es que, mientras Kairós es de naturaleza cualitativa, Cronos es cuantitativo». Por su parte Janus o Jano (en español) proviene de «la mitología romana, es el dios de las puertas, los comienzos y los finales. Por eso le fue consagrado el primer mes del año y se le invocaba públicamente el primer día de enero, mes que derivó de su nombre (que en español pasó del latín Ianuarius a Janeiro y Janero y de ahí derivó a enero)».

A la imagen de la entrada otras fuentes agregan a «Aión: es dios de la eternidad al que no le hace falta devorar nada para ser eterno. Es a la vez niño y anciano. Es el dios generoso y satisfecho que tiene sentido en sí mismo. Es el dios que no contempla los objetivos ni los planes sino que nos invita a la acción que tenga sentido en sí misma. Es el dios que invocaba Machado al escribir “caminante no hay camino, se hace camino al andar” y también Ghandi al decirnos “sé el cambio que quieres para el mundo”. Cuando actuamos bajo los auspicios de Aión, estamos satisfechos con el camino que recorremos porque  el objetivo es recorrerlo y cada paso tiene sentido. Es el dios que nos habla a través de nuestra vocación, de la voz interior que nos dice lo que tiene sentido y lo que no.»

Un mundo mejor seguramente es aquel en que:

  • en el tiempo cronológico que acontece en nuestras vidas (con los tiempos iniciales y finales de Jano),
  • aprovechemos la oportunidad de discernimiento -por lo tanto con humildad, sin fanatismos y siendo conscientes de la complejidad- del tiempo cualitativo de Kairos en nuestro proceso evolutivo de maduración personal y social,
  • con la sabiduría de Aión (*) -el dios de la eternidad- o de Dios (para los creyentes en El).

(*) También se denomina Eón y al mismo se refiere -entre otros- Carl Jung. 

¿Las piezas encajan para ser felices?

En la imagen de la entrada se ha colocado la del juego Tetris, a la que se le ha adicionado una mano que reflejaría una intervención humana, más allá de lo aleatorio o el azar en la caída de las distintas piezas. Las piezas, en esta nota, podrían simbolizar singularidades, intereses, preferencias, distintas dimensiones o componentes…. Encajan en donde?: en nuestra interioridad así como en un sistema, contexto, sociedad o comunidad (según la perspectiva) donde puedan articularse armoniosamente el bien individual con el bien común que pueda llevarnos a la felicidad.

La Wikipedia menciona la opinión del Dr. Richard Haier, respecto a que «jugar al Tetris de forma prolongada puede llevar a una actividad cerebral más eficiente durante el juego. La primera vez que se juega al Tetris, aumentan la función y actividad cerebral, incrementándose también el consumo de energía y glucosa por parte de este. A medida que el jugador de Tetris se vuelve más hábil, el cerebro reduce su consumo de energía y glucosa, indicando una actividad cerebral más eficiente para el juego. Jugar al Tetris de forma moderada (media hora al día por un período de tres meses) incrementa las funciones cognoscitivas tales como «pensamiento crítico, razonamiento, procesamiento del lenguaje», elevándose también el espesor de la corteza cerebral». Seguramente coincidiremos que es una buena noticia. Ahora bien, además de lo que se viene de mencionar: ¿a nivel personal podemos combinar bien distintas piezas, elementos o dimensiones que nos permitan ser felices?

En esta nota sobre un libro de José Eduardo Abadi, que se titula «De la felicidad también se vive«, señala que este «reconocido médico psicoanalista, asume el desafío de repensar el concepto de felicidad despojándose por completo de fórmulas simplificadoras. Abadi propone el «ser feliz» como la combinación armónica entre lo que se siente, lo que se piensa y lo que se hace. Si nos planteamos metas alcanzables, renunciamos al goce del sufrimiento y relegamos las fantasías que nos llevan a callejones sin salida, la felicidad es posible. Y no se trata, por ello, de una felicidad mediocre, sino de un intento de coherencia interior entre nuestros anhelos y la realidad. Estamos pensando la felicidad humana, ligada a nuestra condición de sujetos mortales, incompletos y en conflicto. Si esto queda anulado, se juegan engañosamente objetivos inalcanzables. Por otro lado, no podemos pensar la felicidad como un concepto aislado. Es importante articular lo individual con la relación con el otro, con la sexualidad, la pareja, la imaginación, la amistad y la sorpresa».

Sin duda esto no es fácil ni a nivel personal (por ejemplo: nos puede faltar coherencia o idealizamos) o cuando lo trasladamos a lo social (como hemos reflexionado en esta nota), en un territorio, en lo nacional, en la construcción de la paz a nivel internacional y en un contexto de un mundo preocupante. Tendremos, con humildad y aprendiendo de nuestros errores, tratar de poner lo mejor de nosotros y apelar a la buena voluntad de los demás, para que esta construcción de la felicidad -que plantea Abadi- se pueda ir concretando no sólo a nivel individual sino también en la articulación con los demás.

 

Erizos Sabios y Zorros Prácticos

Los comportamientos de los distintos animales han servido de inspiración a pensadores, escritores y filósofos sobre las similitudes o no con el ser humano. Respecto de los erizos y los zorros el primero fue Esopo con una fábula (la moraleja indica que el zorro es el que percibe lo que «en la práctica es lo mejor«) y también al erizo se refirió el filósofo Schopenhauer. Hace una similitud con los seres humanos: es bueno acercarnos mutuamente para darnos calor pero no demasiado porque nos clavamos las espinas los unos a los otros.

El que ha escrito también sobre el erizo y el zorro es Isaiah Berlin. En el prólogo que hace Jorge Fontevecchia del libro de Durán Barba y Nieto («La Política en el Siglo XXI, Arte, Mito o Ciencia, Ed. Debate, 2017, págs. 22 y 23) parafrasea el prólogo de Vargas Llosa a la edición en español del libro de Berlin sobre este tema que expresa:

«Entre los fragmentos conservados del poeta griego Arquíloco, uno dice: «muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una sola y grande». Fórmula, según Isaiah Berlin, que puede servir para diferenciar a dos clases de pensadores, de artistas, de seres humanos en general:

  • aquellos que poseen visión central, sistematizada, de la vida; un principio ordenador en función del cual tienen sentido, y se ensamblan acontecimientos históricos y menudos sucesos individuales, persona y sociedad, y
  • aquellos que tienen visión dispersa y múltiple de realidad y de hombres, que no integran lo que existe, en una explicación u orden coherente, pues perciben mundo como compleja diversidad, en la que, aunque hechos o fenómenos particulares gocen de sentido y coherencia, el todo es tumultuoso, contradictorio, inapresable.

Primera, es visión «centrípeta». Segunda «centrífuga».

Dante, Platón, Hegel, Dostoievski, Nietzsche, Proust fueron, según Isaiah Berlin, erizos. Y zorros: Shakespeare, Aristóteles, Montaigne, Moliere, Goethe, Balzac, Joyce. El profesor Berlín está, qué duda cabe, entre los zorros».

Fontevecchia agrega: «Y obviamente también Jaime Durán Barba está entre los zorros».

El erizo es un pequeño animal que, como dice Erasmo de Rotterdam (en la imagen de la entrada), termina -en la fábula- venciendo al zorro. Por supuesto ello está en función de la sabiduría y la astucia del erizo. Si trasladamos esto al ser humano, entre los peligros o riesgos en los que puede caer el «erizo» están que deje de ser pequeño, sabio y humilde, y comience a «hincharse y agrandarse» para convertirse en poderoso, totalitario o fanático y utilizar la astucia para dominar a los demás.

Las virtudes del zorro, según Berlin, son su visión amplia, abierta (curiosa, por lo tanto propensa al conocimiento científico y a la filosofía) y diversa (por ende respetando las singularidades y la diversidad), y -retomando a Esopo- su «practicidad».  Estas son condiciones fundamentales para un mundo cambiante, complejo, incierto… donde «las buenas intenciones e ideas» no alcanzan sino se verifican en la práctica. Entre los riesgos o peligros del zorro están el «deambular por el mundo» sin ningún sentido más que el adaptarse lo mejor posible -como el camaleón (otro animal)- a una materialidad cambiante.

Tal vez uno de los arquetipos que reúna ambas características sea Aristóteles que, según lo mencionado, es «un zorro» pero también «un erizo sabio», dando un sentido de felicidad a la existencia humana (se podrían agregar otros arquetipos pero habría que entrar en consideraciones religiosas y filosóficas que exceden estas breves líneas y, seguramente, no compartidas por todos). Las investigaciones recientes sobre «economía y felicidad» reafirman -a través de las encuestas- la valoración que hace el ser humano contemporáneo de la felicidad.

Esta temática también se ha reflejado en la Declaración de Derechos de Virginia (Estados Unidos) que, en su artículo primero establece, entre otras cuestiones «…perseguir y obtener felicidad..»  La felicidad también es consagrada en la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano del 26 de agosto de 1789, en cuyo preámbulo se establece que: “Los representantes del pueblo francés…han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre…a fin de que los actos del poder legislativo y del poder ejecutivo…redunden siempre en beneficio del mantenimiento de la Constitución y de la felicidad de todos”. Así mismo está en la Constitución de Japón y de Corea del sur, en «el buen vivir» de las constituciones de Ecuador y Bolivia, en Bután y la felicidad nacional bruta, en una iniciativa del Presidente Sarkozy y del Gobierno del Reino Unido -durante el Primer Ministro Cameron- quien inició un periodo de consultas para elaborar un «Índice de la Felicidad», o en las afirmaciones del Presidente Macri vinculando la felicidad al protagonismo de la gente, entre otras menciones.

Las aspiraciones reflejadas en las encuestas de economía y felicidad, así como en las normas o en declaraciones políticas, deberían estar articuladas -a nivel nacional y global- en base a lo acordado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas y con medidas concretas y prácticas. Habrá que verificar con indicadores y evidencias empíricas si nos acercamos o no a los mismos,  y por lo tanto si vamos convergiendo o no a dicha felicidad.

En síntesis, tal vez la clave sea ir consensuando democráticamente (por lo tanto «no imponer») la articulación de una cultura que vaya expresando la sabiduría (en el sentido aristotélico) a través de una educación que la promueva no sólo en los valores y actitudes sino también en prácticas personales, grupales, socioeconómicas y políticas. Los resultados habrá que irlos revisando (en base a la evidencia científica y no a sesgos cognitivos o ideológicos) y verificando si son o no satisfactorios. La «practicidad» del zorro -articulada con el conocimiento científico- y la sabiduría del erizo, seguramente nos pueden ir conduciendo gradualmente hacia un mundo mejor.

 

Entre la Duda y la Seguridad

La frase de Bertrand Russell nos invita a pensar, a ejercer el discernimiento y a ser humildes en nuestras afirmaciones, en línea con la expresión de Sócrates: «sólo sé que no sé nada, y esto cabalmente me distingue de los demás filósofos, que creen saberlo todo».  Coincide con lo que piensan genios científicos contemporáneos como Albert Einstein quien expresó: «cada día sabemos más, y entendemos menos«.

Claro, «vivir a la intemperie total» en cuanto a estas temáticas nos genera angustias y tenemos necesidad de creer, o «aferrarnos a algo o a alguien». Los místicos y las personas que tienen una profunda fe religiosa esto lo han resuelto, así como -en el otro extremo y de manera diferente– los «tontos y fanáticos» que señala Russell. Ahora bien, el problema viene cuando queremos trasladar nuestras creencias a la complejidad de la realidad, del mundo actual, del universo….

Si nuestras creencias se redujeran a «una sola», la cuestión estaría -de algún modo- resuelta. En la «esencia» de la tradición judeocristiana (sin entrar a detallar las desviaciones y aberraciones producidas en su largo camino hasta el presente) sería la creencia y práctica del amor en todas sus expresiones y hondura. Amor como actitud, como sentimiento profundo (es decir, «sin caer en la superficialidad»), como valor, como práctica expresada en el cuidado, en el afecto, en el respeto y la valoración del otro «diferente»,  en promover la «amistad social»…. De allí en adelante todo lo demás está «en duda», «en cuestión», sujeto a verificación empírica, al análisis riguroso de cada contexto histórico y al progresivo conocimiento científico.

Una complejidad «particular» es cuando priman relaciones de intereses y de poder. Ahí «el amor no juega». La ciencia (en particular las ciencias sociales) y la filosofía (además de la ley) ¿nos podrán ayudar a discernir esto?, ¿poder «cambiar» y converger a una transformación de la cultura donde la duda nos ayude a ver -en cada contexto y de manera provisoria- los caminos que nos conduzcan a un mundo mejor?