Renta Basica – Ingreso Universal – Salario Universal

Hay una tradición que viene de proveer el sustento “con el sudor de tu rostro” (Génesis, 3-19) hasta la denominada «sociedad salarial». Esto último conlleva un desarrollo del derecho al trabajo y a un ingreso y condiciones dignas del mismo. También podemos afirmar que, más allá de cubrir una necesidad económica a través del trabajo, hay una necesidad psicológica de sentirnos útiles (incluido el ocio creativo como tipo de actividad), de crear, de servir (en el buen sentido del término) a otros, etc.

Referido a lo que mencionamos en último término, según una encuesta que realizó D’Alessio IROL, el 90% de los argentinos seguiría trabajando aunque se ganara la lotería y un 28% no cambiaría su trabajo actual incluso aunque tuviera millones en el banco. Algo similar sucede en otros países del mundo (con una mayoría que seguiría trabajando) tanto en respuesta a encuestas profesionales como realizadas por fuerzas políticas. Hay experiencias concretas, como la de Alaska, que van en esta dirección. De todos modos hay que tener en cuenta el caso de las personas que vienen desde largo tiempo sin tener trabajo y recibir un «plan» asistencial o subsidio. Por citar algunos ejemplos en Argentina se pueden mencionar a la ciudad de Concordia (ver al final de esta nota) o en la provincia de La Rioja, que evidencian empíricamente que recibir un ingreso estable por parte del Estado no los incentiva a aceptar un trabajo temporal (como el de «cosecheros»), ya sea por el miedo de perder ese ingreso o porque es más cómoda la «pasividad». Frente a esta situación parece mejor solución para las personas en edad activa desocupadas un seguro de desempleo (por ejemplo asociado a nuevas capacitaciones laborales) o la implementación de un «salario universal» (lo que conlleva «trabajar») como propone el Papa Francisco.

Volviendo a lo mencionado en el primer párrafo, hay otra tradición que está relacionada con disfrutar del ocio (del paraíso terrenal y de los ciudadanos libres de la Grecia Clásica) o tener un piso de sustento independientemente del trabajo (desde el maná del cielo para cruzar el desierto hasta la asignación de diez dinares propuesto por el suegro de Mahoma, Abu Bakr as-Siddik). Para ello hay que tener un «piso universal de sustento». Esto sería muy justo para las personas que no están en edad de trabajar (como menores), para los que tienen una imposibilidad (por razones de salud o de capacidades diferentes) o para adultos mayores, pero no sería no muy justo para personas que están en edad activa si este «derecho» de ingreso universal no fuera acompañado de la «obligación» de trabajar en actividades que requiera el mercado (como, por ejemplo, levantar cosechas) o de «no mercado» y socialmente útiles como las de cuidado de menores, personas mayores, con capacidades diferentes, comunitarias….como lo mencionado en el párrafo anterior por el Papa Francisco.

Un antecedente muy relevante fue desarrollado en Inglaterra con las «Poor Laws» como menciona esta nota. Al comienzo de ella se expresa que «el debate sobre las políticas de garantía de rentas es casi tan viejo como el capitalismo mismo. Aunque el origen de las conocidas como Poor Laws en Inglaterra datan de mediados del siglo XIV -un sustento para los campesinos diezmados por la Peste Negra- entre los siglos XIV y XIX el proceso de los cercamientos (“enclosures”) creó las condiciones necesarias para la desaparición de los derechos comunes sobre la propiedad de la tierra y la creación de los trabajadores agrarios dependientes de un salario. Con la desaparición de estos bienes comunes, la pobreza de los campesinos sin trabajo o con trabajo temporal emerge como un problema consustancialmente unido al desarrollo del capitalismo y la revolución industrial. Estas políticas de garantía de ingresos jugaron un papel clave en el hecho de que a principios del siglo XIX en Inglaterra, a diferencia del resto de Europa, apenas existieran “campesinos” -en el sentido medieval- y mayoritariamente tuviéramos una sociedad de “trabajadores agrícolas” libres y grandes terratenientes.  El largo y complejo proceso de “formación” de una clase obrera separada de los medios de vida vinculados a la tierra y con la necesidad de vender su fuerza de trabajo, había necesitado de políticas de mantenimiento de renta tanto de población “desempleada” como de la población “pobre” que había surgido de ahí.

Estas políticas tuvieron su máximo apogeo en el llamado sistema Speenhemland (1795), un sistema de mantenimiento de rentas que combinada lo que hoy conocemos como rentas mínimas, desempleo y complementos salariales. Los perdedores del cambio tecnológico  presionaron con revueltas violentas, como ha estudiado Eric Hobsbawm (1969), con las figuras ficticias del general Ludd o del capitán Swing después de la Guerras Napoleónicas. En el origen de estas revueltas encontramos, ente otras razones, el deterioro de estas políticas. Es imposible comprender el gran período de transición de un sistema feudal a un sistema capitalista en Inglaterra sin tener en cuenta el rol de las Poor Laws. Los economistas clásicos del siglo XIX, incluido Marx, tuvieron siempre una pésima opinión de sus efectos económicos, a caballo entre la mendicidad parroquial y el disciplinamiento de la fuerza laboral. Unas políticas con un largo periplo hasta su abolición en 1948 con la aprobación del National Assistance Act que daría paso al moderno Estado de Bienestar».

Existen otros motivos para un «piso universal de sustento». Eduardo Levy Yeyati menciona en una nota en el diario Perfil, entre otras cuestiones, antecedentes de Estados Unidos de América: “debemos crear empleo y debemos crear ingreso. El pueblo debe convertirse en consumidor de una manera o de otra. La solución a la pobreza es abolirla directamente mediante el ingreso garantizado,” escribía Martin Luther King en 1967. En 1968, año del asesinato de King, 1.200 economistas (incluyendo liberales como James Tobin o Paul Samuelson y conservadores como Milton Friedman) firmaron una carta al Congreso de los Estados Unidos pidiendo el ingreso universal. Nixon respondió proponiendo el Plan de Asistencia Familiar, que sustituiría en una sola asignación universal los distintos programas sociales. El plan sucumbió a la resistencia de asistentes sociales temerosos de perder su trabajo, líderes sindicales temerosos de perder su influencia y trabajadores de clase media renuentes a subsidiar al desocupado con impuestos; en 1972, año electoral, Nixon cajoneó la idea. Pero no deja de llamar la atención que una iniciativa que hoy parecería emblemática de la heterodoxia populista fuera promovida hace apenas 45 años por el padre de la escuela de Chicago y estuviera a punto de ser aprobada por un gobierno conservador».

Desde el punto de vista del derecho, podríamos decir que el «derecho a la vida» es superior a un derecho específico como el «derecho al trabajo» y si el Estado y la economía no pueden generar trabajo, debe generarse un piso de subsistencia (en este caso a través de un ingreso, aunque hay estados que lo hacen otorgando comida).

Tal como se muestra en la imagen de la entrada en países de Europa se lo ha promocionado, con rechazos como el caso de Suiza y experiencias hasta ahora exitosas que se están desarrollando en ciudades de Holanda. También hay otros casos en curso, una evaluación que hace The Economist (reproducido por el diario La Nación) sobre la experiencia de Finlandia (país que ha decidido discontinuarla a fines de 2019) (1)  y una red global que la promueve. Hacia noviembre de 2017 se está discutiendo una propuesta en España que no es universal porque está supeditada a la búsqueda de empleo. En la Argentina también se ha propuesto a través de la Red Argentina de Ingreso Ciudadano (ver también artículos de Rubén Lo Vuolo y otros). Una información actualizada de experiencias al 2019 se puede visualizar en esta nota.

La vigencia de este tema, más allá de cuestiones de enfoque o filosóficas, se presenta en la práctica debido -por un lado- fenómenos como la pandemia del coronavirus (2) (que pueden repetirse cíclicamente con otros virus) así como al impacto del cambio tecnológico (en general, y en particular en los países desarrollados) y -por otro lado- a la persistencia de situaciones de pobreza estructural difíciles de resolver (en especial en países en vías de desarrollo o pobres, pero que también fueron señaladas por Martin Luther King para su país en 1967). Esto produce una desconexión entre trabajo y salario al interior de los países, además de no resolver la brecha de riqueza entre países pobres y países ricos.

En otra nota de Levy Yeyati en el diario La Nación plantea una serie de complejidades y dilemas morales a resolver en esta temática. Seguramente la mayor complejidad para los países en vías de desarrollo o pobres es la cuestión fiscal que «no da» para hacer un ingreso universal (como puede ser el caso de los países «ricos»). Se podría hacer una prueba en Argentina, en alguna localidad con características similares a un país desarrollado (por ejemplo: ¿Rafaela?), pero -seguramente- no daría resultados muy diferentes a los experimentos en curso en dichos países o a las respuestas a la encuesta realizada por D’Alessio IROL.

Tal vez, lo más justo y prioritario en el caso argentino, sería perfeccionar experiencias como el «salario social complementario» de la economía popular, el seguro de desempleo, la asignación universal por hijo (AUH), y otros instrumentos que están en el Presupuesto Nacional y de jurisdicciones provinciales que permitan ir «cerrando la grieta socioeconómica». Dependiendo de los fondos disponibles -muy difícil en función de la situación argentina-, tal vez esto posibilite reducir sustancialmente (sino eliminar) la situación de indigencia. Esto nos permitirá ir convergiendo concretamente hacia un mundo mejor.

Queda pendiente un debate a escala «global» (dado que estos enfoques y experiencias son a escala nacional, y por ahora, rechazados a nivel continental y mundial), muy relacionados con los movimientos migratorios (en especial de Africa a Europa, pero no sólo), al debate sobre instrumentos como la tasa Tobin a los flujos financieros y, en definitiva, hasta donde llega la concreción de la justicia y la solidaridad humana.

(1) Es muy interesante esta evaluación.

(2) Ante los efectos dramáticos que produce la pandemia del coronavirus, lo que se está debatiendo y aplicando en muchos países son transferencias directas -por parte del Estado- a empresas sin actividad, a personas que realizan actividades independientes de la economía formal (hoy sin poder realizarlas), así como a personas y familias de la economía informal (en este caso no sólo de dinero sino también de alimentos). Por lo tanto queda pendiente un debate más de fondo y permanente como el que se intenta plantear en esta nota, y otras a considerar como esta.

PD: Agradezco la conversación mantenida con Eduardo Levy Yeyati y Pedro Del Piero sobre este tema y la reflexión que me aportara Jorge Remes Lenicov sobre la viabilidad fiscal y referencias académicas. Por otro lado en este sitio se puede bajar un libro con una gran cantidad de artículos vinculados a renta básica. Una actualización de este debate se puede ver en esta nota y en este video.

Crisis y posibilidad de redefinir el estado de bienestar

A esta altura del siglo XXI podemos observar múltiples manifestaciones de crisis socioeconómica y política en muchos países, y la emergencia de liderazgos «anti-sistema» (1) y fuerzas autocráticas. Ellas apelan a sentimientos nacionalistas, xenófobos, a excederse -mediante la violencia- en el uso de la ley, y a medidas implementadas vinculadas con variedades de populismo, entre las principales.

¿Hay una «única» causa para esta situación? Seguramente no, pero si quisiéramos privilegiar una respuesta podríamos decir que se ha roto la relación entre crecimiento económico y equidad social (2) que se había presentado en el escenario de post guerra. A comienzos de los años setenta, la salida del patrón oro y los acuerdos con China (con su posterior ascenso) por parte del gobierno de Nixon, luego el primer y el segundo shock petrolero en esa década con el consiguiente reciclaje de los petrodólares y el auge de la financiarización de la economía (con un posterior hito y crisis grave de Lehman Brothers en 2008), la caída del muro de Berlín en 1989… fueron configurando un mundo muy diferente. Estos hechos (y en particular el último) fueron deteriorando el contexto en el cual operaba a nivel nacional el «estado de bienestar«, además de cuestiones de implementación como el sobredimensionamiento del estado, las dificultades para su financiamiento, la burocratización, el envejecimiento de la población y la reducción de la fuerza de trabajo (en especial industrial) en países desarrollados, un creciente individualismo y aumento de la desigualdad, cambios tecnológicos acelerados que van desplazando trabajo existente…entre los principales (3).

Lo señalado, más la cuestión de las migraciones (por guerras, miseria y hambrunas) y la economía ilegal (derivada del fraude comercial, la trata y el narcotráfico, entre las principales), han venido deteriorando la calidad de vida de sectores medios y bajos de la sociedad (así como el delito), lo que ha generado reacciones políticas como las lideradas por Trump, Bolsonaro y otros dirigentes en el mundo, así como sobre el enfoque «liberal». Frente a esto: ¿qué hacer?.

Más allá de respuestas individuales y grupales, así como culturales, que vayan en dirección a un cambio profundo, será importante fijar un «piso de reformas sistémicas» que se traduzcan en políticas, instituciones e instrumentos que vayan eliminando estas distintas causalidadesA estas reformas les daremos el nombre que conlleva la redefinición de un «nuevo estado de bienestar» a escala nacional, regional e internacional. Pregunta: ¿tiene que ver con el viejo estado de bienestar? (4) Respuesta: sólo en su espíritu o enfoque de búsqueda de un desarrollo equilibrado y equitativo. Este nuevo estado de bienestar ¿funciona ya en algún lado?: Sí, funciona, por ejemplo, en los países escandinavos o nórdicos, como Dinamarca, Noruega, Finlandia, Islandia y Suecia (5). ¿Es fácil de trasladar este modelo a otras realidades? Respuesta: No, no es fácil, y -de acordar que es un arquetipo deseable- habrá que hacerlo de manera gradual y adaptada a cada realidad. ¿Cuales son las fuerzas que lo pueden impulsar? Sectores de la sociedad, la cultura, los cultos, la política y la economía con «sensibilidad y conciencia de que así no podemos continuar y es necesario un cambio que ataque las principales causas y las vaya resolviendo». Esto debería ser tomado por la dirigencia política a nivel nacional e internacional (por ejemplo Consejo Económico y Social de la ONU y G20) para acordar las medidas a llevar a cabo, empalmadas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. ¿Habrá que encontrar nuevos instrumentos e instituciones que permitan una redistribución de la riqueza y disminución de la desigualdad? Sí, desde los que se implementan a nivel nacional en los países escandinavos hasta otros a nivel internacional como la tasa Tobin, terminar con los paraísos fiscales, gravar las empresas en la nube o aquellos que se consideren viables y efectivos. ¿Habrá sectores que se opongan frontalmente? Si, desde los liderazgos políticos y socioeconómicos que buscan «la solución sólo de sus países» (sin tener conciencia del componente sistémico y global) hasta el capital financiero que busque sólo la maximización de su retorno (será diferente de aquellos sectores que tengan un enfoque razonable orientado a aumentar el valor agregado, al desarrollo de la economía del conocimiento, la economía ecológica, la economía social y solidaria y la banca ética, entre otras). Con motivo de la pandemia del Covid-19, y sobre el estado post pandemia, Daron Acemoglu escribió esta interesante nota planteando la posibilidad de un «estado de bienestar 3.0».

Se necesitará de conciencia, buena voluntad, diálogo y encontrar caminos que vayan produciendo resultados satisfactorios para todas las partes involucradas. De lograrse podremos ir saliendo de un malestar creciente para ir convergiendo a un mundo mejor.

(1) En otra entrada hemos hecho referencia a este tema en una reflexión de Jorge Fontevecchia en un reportaje que le hace Carlos Pagni (ver minuto 31 en adelante de este video), donde hace referencia a la obra de Thomas Piketty («El capital del siglo XXI).

(2) un debate más general sería: capitalismo y democracia, o variedades de capitalismo, desarrollo e inclusión, entre otros. También es muy interesante esta nota de Rodolfo Rieznik.

(3) habría que agregar el efecto del cambio climático que va en aumento y a la inacción de muchos gobiernos al respecto.

(4) véase en esta nota el punto llamado “Una breve síntesis sobre la experiencia socialdemócrata”.

(5) Luego de publicada esta nota, el día 4/3/19 el Presidente Macron presentó su carta abierta denominada “Por un renacimiento europeo”. De los puntos de la misma se sugiero ver, en particular, el de “recuperar el espíritu de progreso” que conlleva un “piso” de un “nuevo estado de bienestar” para Europa. Habrá que ver si los demás países de la UE comparten esta visión y la misma se implementa.

Y la educación de nivel medio

La educación en la Argentina se ha venido deteriorando, tal como lo demuestran distintas evaluaciones (desde las que hace el Estado hasta las pruebas PISA), y en la escuela pública de nivel medio sólo egresa el 30%.

Frente a esto hay experiencias concretas que van revirtiendo esta situación. En una nota del diario Clarín se comenta la experiencia de la Escuela ISPI 9073 José M. Estrada, de Santa Teresa, una localidad de 3.000 habitantes ubicada a 55 kilómetros de Rosario, en la provincia de Santa Fe. Allí se expresa como «en esa secundaria no hay más clases magistrales: el aprendizaje está centrado en los alumnos. Es que desde 2016, se implementó un nuevo sistema de educación donde los adolescentes trabajan en proyectos colaborativos, asisten a talleres y son evaluados de manera integral, sin exámenes convencionales, tomando en consideración competencias que van desde cuestiones teóricas de contenidos hasta, por ejemplo, habilidades interpersonales. Los resultados están a la vista: la escuela mejoró todos sus indicadores y las evaluaciones nacionales Aprender del año 2017 la ubican por encima de la media nacional».

El motor de esta iniciativa fue su rector, Ariel Alberto Rotondo (51), quien «comenzó a investigar en profundad la situación y pensar alternativas. “Fueron cinco años de documentar estadísticas, concientizar sobre la necesidad de un cambio a toda la comunidad educativa, avanzar a prueba y error. Hasta que hace más de dos años, con el apoyo de los docentes, decidimos dar el gran paso”, señala el directivo. Modelos educativos de Finlandia (ver imagen de la entrada) o el de Horitzo 2020, un proyecto de la Fundación Jesuitas de Educación (FJE) de Cataluña, fueron referencia obligada, pero “sólo como inspiración, porque no creo que se pueda trasladar o replicar modelos”, aclara el rector.

El sistema implementado en la Estrada se basa en tres pilares: aprendizaje centrado en el estudiante, transparencia administrativa y pedagógica, y liderazgo distribuido. En una primera instancia, la idea para aplicarlo fue elaborar un proyecto por curso. Estaban vinculados con la salud, la violencia o la comunicación, entre otros tópicos. En 2017, segundo año bajo el nuevo sistema, llegaron a tener 50 proyectos. Mientras que este año concentraron todo en seis troncales: Nuestro Cuerpo, Nuestra identidad, Nuestro lugar, Nos comunicamos, Matemática al 100%, Administramos nuestro hogar, nuestro negocio y nuestra empresa

“Antes del cambio de sistema, más del 80% de los alumnos no sabía qué hacer al egresar del secundario. Según los resultados de las evaluaciones Aprender 2017, ahora el 88% sabe lo que quiere seguir, y más del 80% considera interesantes los contenidos que recibe”, informa Rotondo.»

En otra nota del mismo periódico se informa que la Argentina ha adoptado un enfoque y práctica de política pública educativa desde 2019 y hacia 2025, como el que se acaba de mencionar. Al respecto se indica que «el próximo 1° de noviembre de 2018, cada una de las provincias deberá presentar ante el Consejo Federal de Educación su plan de implementación de la nueva secundaria, que deberá arrancar en 2019, con la gradualidad que cada una elija. Pero todas están obligadas a completar el total de sus escuelas hacia el año 2025. Algunos distritos ya empezaron. Por ejemplo, Río Negro lo hizo en forma completa desde 2017. O la Ciudad de Buenos Aires, que arrancó este año con los primeros años de 19 escuelas y proyecta incorporar 25 colegios más el año que viene». Esto irá acompañado de una nueva forma de enseñar matemáticas basada en el modelo de Singapur.

Las experiencias como las de los Jesuitas de Educación (en Catalunya, España) o las políticas públicas implementadas en países como Finlandia (ver acuerdo de Argentina con este país) han sido inspiradoras de esta política pública sobre la escuela secundaria en Argentina. Seguramente, si se implementa bien, nos ir acercando al arquetipo de estado de bienestar de los países nórdicos y a un mundo mejor en el campo educativo que luego se podrá extender a otras dimensiones socioeconómicas.

PD: En el marco de lo señalado, y desde una perspectiva más general, es interesante esta nota de María Eugenia Estenssoro, así como este link.

Suecia ¿país ideal?

Los seres humanos buscamos arquetipos con los cuales identificarnos. Esto sucede, muchas veces, también con grupos de personas en los países que -más allá de querer desarrollar sus propios caminos- se plantean «ideales» sobre aspectos globales o parciales de historias de otros países. En el caso argentino esto fue claro a comienzos del siglo XIX cuando se «importaron» y adaptaron ideas como democracia, república, ideales de la revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad), o del libre comercio (en especial desde Inglaterra)… a una población que no tenía -mayoritariamente- esa tradición.

En la historia reciente argentina también se ha mencionado, en alguna oportunidad, el caso de Alemania, o poder ser parte de los países de la OCDE, sólo como algunas referencias. Aquí desarrollaremos el caso de uno de los países escandinavos (*), como Suecia. De sus antecedentes históricos sólo queremos destacar estos (en negrita y cursiva lo que incidió más en el origen de la experiencia socialdemócrata), según esta fuente: «si bien su proceso de industrialización se desarrolló lentamente, la agricultura experimentó cambios importantes debido a las innovaciones tecnológicas y al crecimiento de la población. Estas innovaciones incluían programas del gobierno de cercamiento, sobre-explotación de las tierras agrícolas y la introducción de nuevas semillas de cultivo como la de la patata. Debido al hecho de que los campesinos suecos habían sido explotados como en ningún otro lugar en Europa, la cultura granjera sueca adquirió un papel protagónico en los procesos políticos, característica que se ha mantenido en el tiempo, con el Partido Agrario, (actualmente llamado Partido del Centro). Entre 1870 y 1914, comenzó el proceso de desarrollo de su economía industrial que perdura hasta hoy. Durante la segunda mitad del siglo XIX, se produjeron movimientos sociales y sindicales importantes, así como de grupos abstinentes y religiosos independientes, que comenzaron a presionar por un Estado democrático. En 1889 se fundó el Partido Socialdemócrata Sueco. Estos movimientos llevaron al país hacia una moderna democracia parlamentaria, alcanzada en la época de la Primera Guerra Mundial. Como la Revolución Industrial avanzaba durante el siglo XX, la población rural comenzó a migrar hacia las ciudades para trabajar en las fábricas y así poder ser eventualmente incluidos en los sindicatos. En 1917 tuvo lugar una revolución socialista que fracasó, la cual fue seguida en 1921 por el establecimiento de una monarquía parlamentaria de tipo democrático».

Al final de esta cita podemos visualizar que en el mismo año de la revolución rusa, hubo una revolución similar en Suecia que fracasó. Podemos decir que la burguesía sueca, tomando la frase de Borges de que «no nos une el amor sino el espanto«, visualizó -a partir de lo anterior- que era mejor ir en un sendero de compartir el excedente económico -en especial vía impuestos progresivos– con los trabajadores y población en general, e iniciar un camino de paz y bienestar que llega -con vaivenes- hasta nuestros días (1). También tuvieron la inteligencia de propiciar un desarrollo industrial con altos salarios. Seguramente, sin haber pasado por esta experiencia histórica, es difícil trasladar este sendero o «ideal» de modelo económico a otros países o economías (de todos modos siempre podemos desarrollar la capacidad de aprender de otras experiencias).

Hay notas críticas como esta que señalan que ya no es más un país tan igualitario como en el siglo pasado. Seguramente en ello han influido la caída de la Unión Soviética (como modelo alternativo y «amenazante») y la emergencia de China y las economías asiáticas en la globalización actual que la han afectado. De todos modos de la fuente señalada quisiéramos destacar dos aspectos principales:

1. A favor: «Suecia es, según OXFAM Intermon, el país mejor situado en el indicador C.R.I., que mide el Compromiso con la Reducción de la Desigualdad. Alemania es el número 5 del ranking, Francia el nº 8, Italia el 16, Reino Unido el 17 y España, entre Argentina y Hungría, ocupa el puesto 27″

2. En contra: «Según otra estadística oficiosa, en 2017 hay 112.00 suecos con un patrimonio neto (excluida la primera vivienda) por encima del millón de dólares, 3.300 suecos con más de 10 millones de dólares y 1.430 suecos con propiedades por un valor superior a los 30 millones de dólares. Hay también 188 personas en Suecia con un patrimonio superior a los 100 millones de dólares y 21 con propiedades por encima de los 1.000 millones. Todos ellos tendrán un alto nivel de consumo y bienestar, seguro, pero eso no significa que todos tengan poder de decisión, porque no es lo mismo tener que controlar. Con unos pocos millones de dólares se vive muy bien, pero de controlar la economía, poca cosa».

La historia y la cultura sueca es muy rica y variada, en un contexto de un clima duro en gran parte del año. Ha sido captada por cineastas como Ingmar Bergman y han tenido una particular manera de experimentar la libertad (o la «emancipación humana» desde una perspectiva individualista). También se ha señalado una alta tasa de suicidios, pero según esta fuente, no es de las mayores. Sin duda, como en toda experiencia humana, han habido luces y sombras. De ella lo que quisiéramos rescatar que es posible articular satisfactoriamente la equidad (o una gran igualdad) con impuestos progresivos a las personas y un gasto público muy eficiente, promoviendo trabajo calificado en un sendero de desarrollo y prosperidad. Lo mencionamos en un contexto donde en países como la Argentina se está experimentando un ajuste, discerniendo y actuando sobre su gasto público, aún no sobre la progresividad de sus impuestos (ver en esta nota sobre los límites vinculados a la posible «confiscatoriedad» en su aplicación) y si hay o no un plan de desarrollo con equidad de ahora hacia el futuro, como han tenido los suecos (2).
Así como decíamos al principio que a comienzos del siglo XIX se importaron y adaptaron ideas que «no estaban en nuestra tradición», ¿será posible en el siglo XXI tomar los rasgos esenciales de experiencias exitosas de equidad y desarrollo de comienzos del siglo XX de otros países y tratar de adaptarlas progresivamente a nuestro caso particular? ¿ser serios y eficaces con los recursos y servicios del Estado y aplicar impuestos progresivos a las personas (no a las empresas) está vedado en nuestro menú de opciones de políticas públicas?. ¿Tendrá que ser necesario pasar previamente por el espejo del espanto -como fue el caso de los suecos- o podremos obviar esa etapa? Nuestra naturaleza humana tiene rasgos que no nos permiten ser muy optimistas, pero es bueno apelar a articular sentimientos, razón y valores en línea con nuestra capacidad de aprender y dar un salto evolutivo que nos ayuden a converger hacia un mundo mejor.

(*) cabe destacar que la Argentina tiene firmado un acuerdo con Finlandia sobre la cuestión educativa. Por lo tanto se puede inferir que estamos tomando como «ideal» a estos aspectos de países escandinavos, lo cual se considera bueno.

(1) sobre la cuestión fiscal es interesante esta nota.

(2) respecto de la cuestión sanitaria vinculada con el COVID-19 y la comparación que hizo Alberto Fernández con el caso de Suecia, se puede afirmar que es difícil hacer comparaciones, o tal vez habría que hacerlas a final de un proceso. como señala este comunicado de la Embajada de Suecia.

La ley obliga, pero una cultura de la empatía va más allá y se complementa

La ley es algo necesario para ordenarnos como sociedad (a través de instituciones) y como personas (en este caso, según en el psicoanálisis, alojada internamente en el super-yo). En distintos enfoques de la economía, el papel de las normas e instituciones tienen un rol central debido a la función que ellas tienen para resolver los problemas de coordinación. A partir de Douglass North, se definen a las instituciones como un juego de reglas, formales o informales, que los actores generalmente siguen para motivos normativos, cognitivos, materiales y organizacionales -como entidades duraderas- con miembros formalmente aprobados. Dentro de este contexto se han desarrollado normas privadas (ej. ISO, EFQM, etc.) que plantean un «deber ser» vinculado a lo que se define como «calidad» y otros tópicos. De allí su importancia en el funcionamiento socioeconómico.

Hay distintas corrientes estudiadas en la filosofía del derecho, y también hay autores que la consideran «ficciones» como en el libro de Harari,  «De Animales a Dioses» (Ed. Debate, Bs.As, 2017) que las relaciona con «las culturas» (en la página 5 del texto mencionado), y les da un enorme valor simbólico que tiene su correlato en prácticas y acciones concretas.

También sabemos que los seres humanos tenemos un desarrollo evolutivo, en un contexto socio-ambiental determinado, según autores como Piaget (El criterio moral en el niño, Ed. Fontanella, España,1974) y Kohlberg (Psicología del desarrollo moral, Ed. Desclee De Brouwer, 1992). Este último va a plantear tres niveles y seis etapas del desarrollo moral del individuo, siendo la última la vivencia de principios éticos universales (posteriormente sugirió una séptima etapa vinculada a una moral trascendental).  Esta «vivencia» es una etapa superior en el desarrollo moral superior a la de comportarme porque hay una ley externa que «me obliga» (también llamada «la amenaza del garrote») o por un «incentivo» (en el sistema actual por un interés -en general «material»- también llamado «la zanahoria»).

Si hemos tenido un contexto personal donde hemos sido amados y socio ambiental de cuidado, seguramente hemos «aprendido» a ser empáticos. Daniel Goleman (Inteligencia Social, Kairos, 2006) emplea la palabra empatía en tres sentidos diferentes:

  • «conocer los sentimientos de otra persona,
  • sentir lo que está sintiendo y
  • responder compasivamente ante los problemas que la aquejen,

tres variedades diferentes de la empatía que parecen formar parte de la misma secuencia 1-2-3, es decir, le reconozco, siento lo mismo que usted y actúo para ayudarle”.

Como hemos dicho más arriba la empatía se «aprende» al igual que se «aprende la ley». Además del aprendizaje en el núcleo familiar, también lo podemos aprender en instituciones educativas. Ellas pueden ir desde situaciones muy difíciles como las realizadas por Reuven Feurestein con los niños que habían sobrevivido del holocausto, hasta las escuelas confesionales (donde la práctica del amor es central), las escuelas estatales de Finlandia -como se muestra al final de la película «Demain«-  o «transformadoras» impulsadas por Ashoka.  Otra forma de expresar esto sería bajo la modalidad de «amistad social» o lo que plantea Jesucristo en el Evangelio de Mateo 5, 17 a 33 sobre la plenitud de la ley (que es el amor) como plantea esta reflexión.

Sabemos que la ley y las instituciones «son un piso necesario» que formalizan derechos y obligaciones para nuestra convivencia y superación pacífica de nuestros conflictos, en especial cuando la escala humana, la rivalidad y la complejidad se agigantan, así como para poder coordinar eficazmente nuestras acciones. A ello se agrega que han jugado (y juegan), en el desarrollo civilizatorio, un rol fundamental en cuanto a inducir a un «deber ser» (en cuanto a derechos y obligaciones) que una sociedad democrática desea fomentar (allí habrá que compatibilizarlo con su viabilidad). Por ello se los debe valorar, cuidar y fomentar. Pero lo que aquí se quiere destacar es que, partiendo de la base anterior y articulada y complementaria con ella contar con una cultura de la empatía y del cuidado (al respecto ver esta nota). Por lo tanto es importante también trascender el ser «esclavos de la ley» (tomando la expresión de Cicerón) y la «mera automaticidad» para ser eficientes y eficaces (con los peligros de «robotizar» y burocratizar nuestros comportamientos) en las que se puede caer. Por ello se considera fundamental evolucionar en «ser empáticos» y jugar nuestra libertad positiva en un sentido de una mayor densidad, profundidad y sostenibilidad armoniosa a nuestros vínculos y nos ayudará a construir «esperanza» de cambios culturales que nos permitan ser más felices y evolucionar en línea con un mundo mejor.