La Economía del Bien Común

Hay coincidencia en señalar que la temática del bien común se ha originado en Grecia, principalmente con Platón y Aristóteles, y de allí pasó a la Escolástica con Tomás de Aquino. El la menciona en varios puntos de la Suma Teológica, en particular en la cuestión 98 donde la relaciona con la esencia de la ley y plantea que esta «no es más que una prescripción de la razón, en orden al bien común, promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad». Esta concepción permea en el pensamiento económico de la época premoderna y luego es retomada por la Doctrina Social de la Iglesia. así como por distintos pensadores. Desde otras perspectivas como el socialismo y el comunismo también se ha abordado «lo común».

Una buena síntesis de cómo ha evolucionado esta temática se puede encontrar, entre otras fuentes, en la versión en inglés de la Wikipedia.

En economía el concepto ha estado asociado al bienestar socio-económico (en especial con la economía del bienestar), a la propiedad común ya sea comunal, social o pública estatal. También se lo ha planteado desde los bienes comunes o bienes públicos, así como desde los recursos comunes. En estos últimos ha tenido gran relevancia el pensamiento de Elinor Ostrom (politóloga norteamericana y ganadora del premio Nobel de Economía en el año 2009) que señala que son aquellos -ya sea naturales o hechos por los humanos- en los cuales el uso por una persona substrae del (o disminuye el) uso por otros y al mismo tiempo es difícil excluir usuarios. Esta autora tiene un gran desarrollo de esta temática. También ha sido retomada recientemente -desde una perspectiva paradigmática- por pensadores franceses como Laval y Dardot así como por el Papa Francisco en «el cuidado de la casa común».

Este enfoque -en especial en su versión platónica y escolástica- ha sido criticada por pensadores como Karl Popper («La sociedad abierta y sus enemigos», varias ediciones) en función de que requiere de una «autoridad» o gobierno fuerte y centralizado no interesados en los derechos o beneficios de los individuos como tales sino en la comunidad como entidad. Por supuesto que habría otros enfoques donde el bien común surgiera «de abajo hacia arriba», superando el individualismo y concertando democráticamente cuales son las medidas concretas que nos conducen al bien común, y por ende a un mundo mejor.

Deseamos finalizar esta entrada comentando dos enfoques económicos recientes. El primero de ellos es el de Jean Tirole, Premio Nobel de Economía 2014, y su libro «La Economía del Bien Común» (Ed. Taurus, 2017). En el prólogo dice (en cursiva destacado nuestro), entre otras cosas: «Este libro parte, pues, del principio siguiente: ya seamos políticos, empresarios, asalariados, parados, trabajadores independientes, altos funcionarios, agricultores, investigadores, sea cual sea el lugar que ocupemos en la sociedad, todos reaccionamos a los incentivos a los que nos enfrentamos. Estos incentivos —materiales o sociales—, unidos a nuestras preferencias, definen nuestro comportamiento. Un comportamiento que puede ir en contra del interés colectivo. Esa es la razón por la que la búsqueda del bien común pasa en gran medida por la creación de instituciones cuyo objetivo sea conciliar en la medida de lo posible el interés individual y el interés general. En este sentido, la economía de mercado no es en absoluto una finalidad. Es, como mucho, un instrumento, y un instrumento muy imperfecto, si se tiene en cuenta la discrepancia que puede haber entre el interés privado de los individuos, los grupos sociales o las naciones y el interés general».

Plantea un entendimiento y consenso en base a que «la economía no está ni al servicio de la propiedad privada y los intereses individuales, ni al de los que querrían utilizar al Estado para imponer sus valores o hacer que sus intereses prevalezcan. Rechaza tanto la supremacía del mercado como la supremacía del Estado. La economía está al servicio del bien común; su objetivo es lograr un mundo mejor. Para ello, su tarea es identificar las instituciones y las políticas que van a favorecer el interés general. En su búsqueda del bienestar para la comunidad, la economía engloba la dimensión individual y la colectiva del sujeto. Analiza las situaciones en las que el interés individual es compatible con esa búsqueda del bienestar colectivo y aquellas en las que, por el contrario, constituye un obstáculo». La clave de este enfoque será el análisis y acuerdo de cuales son las instituciones (*), políticas y procedimientos que permitan alcanzar este bien común. Podemos agregar que requerirá de buena voluntad, conciliar intereses, condiciones culturales y sociales que lo posibiliten, y rigor técnico para evaluar los resultados de estas instituciones y políticas. No es una tarea fácil pero no imposible.

El segundo enfoque de la economía del bien común. es promovido por el economista austríaco Christian Felber y planteado en un libro del mismo nombre editado en 2012. Allí se indica que la misma se debe regir por una serie de principios básicos que representan valores humanos: confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad y generosidad, entre otros. Para medir si una empresa está orientada hacia el bien común se ha elaborado una matriz que posibilite su evaluación, así como en una ong  española que fomenta esta economía se plantea la evaluación peer dentro de una metodología de balance. También hay sitios de Facebook en Argentina y otros países. Así como el enfoque anterior está basado en instituciones y políticas, este enfoque se fundamenta en valores (y podríamos agregar en «actitudes» vinculados con los mismos). Podríamos afirmar que son enfoques complementarios.

El bien común también es buscado por otras corrientes económicas como la economía social y solidaria, la economía de comunión, etc. o economistas como Stefano Zamagni, que iremos desarrollando en otras entradas.

Respecto a experiencias históricas vinculadas a “lo común” y al “bien común” es un tema que excede estas breves líneas. Sin embargo nos animamos a decir que dado que los humanos vivimos en un “contexto o campo” que excede lo “individual y atomístico” donde lo común siempre ha estado, está y estará presente bajo distintas modalidades y extensión (la Tierra inserta en un cosmos). Desde el comienzo de las primeras comunidades humanas hasta hoy en día ello ha sido vivido y expresado de distintas maneras.

Se puede afirmar que las ideas, la razón, los deseos y valores de fraternidad, amistad social y amor han jugado un rol muy importante, pero todo parece indicar que la necesidad y el mutuo interés (“me suma” y “es bueno” juntarme) frente a situaciones desfavorables o como requisito indispensable para poder crecer y desarrollarse han sido –en la mayoría de los casos- un «piso determinante» para animarnos a vivenciar lo común (incluido en el capitalismo bajo modalidades de asociativismo, “coopetencia”, economía colaborativa, trabajo en equipo…). Claro está que todo esto no ha estado exento de conflictos, fracasos de convivencia (lo que se ha denominado “tragedia de los comunes”) y de quedar reducido a la apariencia de «un como si…» (que nos «mejore nuestra imagen») o un mero utilitarismo coyuntural (y «ventanjero» promotor de desigualdades), así como de proyectos comunes inviables. Sin embargo esta “fuerza” de la necesidad expresada de “abajo hacia arriba” ha sido un gran motor de éxito. Podemos agregar que –en general- no lo ha sido cuando ha venido impuesta de “arriba hacia abajo”, ha predominado la lucha de poder entre individualidades y grupos (anulando a la empatía y el vinculo de amor) o las condiciones socioeconómicas y culturales han promovido la individualidad y la soledad.

Reflexionar sobre las condiciones de éxitos y fracasos seguramente nos ayudarán a construir en común un mundo mejor.

(*) Una síntesis se puede ver en este video. Está en linea con enfoques como los de Daron Acemoglu y James A. Robinson

Y la visión sobre la posible transformación del mundo

Karl Marx no sólo se preocupó por comprender el mundo en qué vivía, y en especial en diseccionar el modo de producción capitalista, sino que se planteó su transformación (ver imagen de la entrada). Según su enfoque, y podríamos decir su visión, se iba a dar a través de la lucha de clases (protagonizada en especial por el proletariado) y la instauración del socialismo. Este último iba a emerger por la eliminación de la institución de la propiedad privada y una evolución de la conciencia que posibilitara la instauración de otra institución: la socialización de los medios de producción. A su vez esto iba ser posible por un partido (el comunista) que instauraría la dictadura del proletariado y por lo tanto terminaría concentrando el poder en la dirección de este partido y en una burocracia («colectivismo burocrático») que lo implementaría en el denominado «socialismo real».

Luego de la implosión de la Unión Soviética, y que más allá de que no quedó casi nada de esa experiencia (tal vez una de las pocas es Cuba), el intento de extirpar -por medio de una revolución violenta- la explotación del hombre por el hombre no pudo articularse con resultados positivos en términos de progreso económico y social sostenido para la mayoría, así como de combinarse con lo que en occidente se denomina «sistema democrático».

En un reportaje que le hace Jorge Fontevecchia a Slavoj Zizek, en una parte del mismo, este último expresa que «nuestra fórmula no debería ser la tesis N° 11 de Marx sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Deberíamos darla vuelta. En el siglo XX, tal vez hayamos tratado de transformar el mundo demasiado rápido, sin saber qué estábamos haciendo».

Siguiendo con el reportaje Zizek comenta que «me gusta citar a un compañero de la Escuela de Frankfurt, Walter Benjamin, que dice “todo fascismo es señal de una revolución fallida”. No hablo de derribar el capitalismo con la propiedad común (ningún antiguo modelo comunista funciona) (1), pero sigo siendo muy pesimista. Si no encontramos una tercera vía, no la de Tony Blair, pero sí una tercera vía entre el capitalismo liberal y estas reacciones fascistas, estamos perdidos. Claro que no creo en una revolución clásica y todo eso sería una locura. Solo juego con ideas. No sé lo suficiente de economía, pero ¿qué le parece endurecer los controles financieros? No sé qué se puede hacer ahí, sé que donde se aplicó, puede funcionar. Mire la crisis de 2008. ¿Por qué China la sobrevivió bastante bien? Porque, como tenían un Estado autoritario, pudieron imponer controles financieros. Quizás éste pueda ser el primer paso».

Según nuestra modesta opinión la tercera vía (de la que habla Zizek) ha tenido muchas expresiones, además de la que menciona de Tony Blair, y la más exitosa en términos de articulación de democracia, con crecimiento, distribución de la riqueza («acotar la desigualdad») y buscar implementar un estado de bienestar que se fue «aggiornando», ha sido la de los países escandinavos (hemos mencionado el caso de Suecia). Al respecto consideramos que, aprendiendo de sus limitaciones o errores históricos -que se pueden corregir-, y con las adaptaciones a cada caso particular, las políticas públicas deben estar enmarcadas en el corto y mediano plazo en esta visión y enfoque socialdemócrata (o socialcristiano como el de Alemania de Angela Merkel) (2) si queremos ir hacia un mundo mejor. En esta línea hemos escrito algo sobre la importancia de redefinir el «estado de bienestar«. Por supuesto esto no agota todas las alternativas como las planteadas en «otras economías» (como la economía del bien común y otras mencionadas en esa sección), así como tampoco las políticas sobre desigualdad (ver en esta nota el caso del Japón) o las distintas dimensiones hacia un cambio profundo y un postcapitalismo.

Respecto de regulaciones de control, coincidimos con los ejemplos que menciona como es el caso del capital financiero (ver esta nota), pero para eso es importante que los gobiernos representen a la mayoría de los ciudadanos (en el marco de un gobierno abierto y con mucha transparencia) y no privilegien a grupos de interés con alto poder económico que financian campañas políticas e incluso colocan a sus representantes.

En cuanto a China, en otra parte del reportaje Fontevecchia le pregunta: ¿cuál es el sistema de China? ¿Es capitalismo? Respuesta: ¡No, es algo genuinamente nuevo! No es capitalismo en el sentido clásico, pero tampoco es un régimen autoritario cualquiera.» Al respecto hemos intentado hacer una nota crítica en este link y hemos valorado lo que están haciendo para revertir el cambio climático. Para una mejor caracterización nos animamos a decir que el sistema económico en China, si bien se denomina «socialismo moderno chino para la nueva era»:

  • tiene rasgos de capitalismo de estado con empresas estatales que buscan transformarse en empresas mixtas con capital privado. De hecho entre las 500 empresas más grandes lideran las del estado. Esto hace que puedan orientar su inversión en base a decisiones estratégicas que este les fija, como es el caso de orientarse hacia las energías renovables.
  • un fuerte desarrollo de empresas privadas (por ejemplo un caso muy notorio es el del consorcio Alibaba) de un capitalismo competitivo pero con apoyos y regulaciones del mercado por parte del estado (3). Deberíamos tener mayor información sobre las características de la burguesía china y de su diversidad. Es de suponer que, al igual que los millonarios rusos, muchos de ellos emergieron de los cuadros del partido comunista cuando la mayoría de los emprendimientos eran del estado. Más allá de que ahora son empresarios privados, se supone que son «sensibles» a las indicaciones del gobierno chino así como al cumplimiento de las normas que se fijan.
  • hay ejemplos (ver esta nota) donde se combina la política pública gubernamental en pequeños pueblos con incentivos morales para las familias (con un sistema de puntuación con estrellas) más cooperativas (economía social) más asignación de presupuesto público (fondos del estado) para obras vinculadas al bien común.

En síntesis, tal vez la visión y enfoque de las políticas públicas que nos lleven a un mundo mejor deberían tomar las mejores prácticas de los países escandinavos y aprender del rol de un estado inteligente que hacen uso países como China, pero sin caer en el autoritarismo o sin respetar un sistema democrático. Este último tendrá que contar con los consensos y decisión necesaria para ir en esa dirección sin caer en variantes populistas o -en el otro extremo- neoliberales.

(1) nota al pié sobre lo señalado por Zizek: cabe destacar que el planteo de Elinor Ostrom sobre los bienes comunes sí es posible si se cumplen determinadas reglas como las que se muestran en la Tabla 1 de este documento, en la página 355.

(2) Pensadores como Boaventura de Souza Santos señalan que el bienestar de estos modelos no hubieran sido posible sin un pasado de colonialismo y de intercambio desigual entre países centrales y periféricos.

(3) agradezco comentarios, como los del Lic. José Beckinstein, quien menciona que detrás del estado, está el partido que «está al comando», donde el mercado es (sólo) un instrumento de estrategia de poder. Ella se expresa, por ejemplo, sacando del mercado todo lo que es considerado estratégico, incluso servicios financieros, donde la participación privada y extranjera está muy limitada. De allí la presión de los EE.UU. 

Un Enfoque de Lo Común

En esta entrada haremos comentarios sobre el enfoque de «lo común» que plantean Christian Laval y Pierre Dardot, en el libro «Común. Ensayo sobre la revolución en el Siglo XXI» (Ed. Gedisa, Barcelona, 2015, que se muestra en la imagen de la entrada) y que presentaran públicamente.  Para ello analizaremos las principales características de esta obra (en particular los rasgos centrales de su enfoque y de sus propuestas), y contaremos con la ayuda del análisis efectuado por Edgar Straehle, de la Universidad de Barcelona (Astrolabio, Revista internacional de filosofía, Año 2015, N0. 17) en este texto.

Es un extenso libro de 665 páginas (por lo tanto, difícil de sintetizar y comentar en esta breve nota) que contiene, además de una Introducción, tres partes: 1. La emergencia de lo común, 2. Derecho e institución de lo común, 3. Propuestas políticas.  En todo el texto hay una línea argumental que busca refundar el concepto de lo común, estableciendo un postulado o proposición que lo centran en la esfera de una «razón política» que sustituya a «la razón neoliberal» (pág. 652). Lo común se funda según los autores por lo inapropiable en un sentido absoluto, por aquello que nadie en concreto puede monopolizar o patrimonializar (está radicalmente fuera de la propiedad, pág. 268) sea persona o institución. Lo común es una «práctica» o un hacer del uso. En la página 312 afirman que «en la medida que lo común depende exclusivamente de las prácticas del uso colectivo, por fuerza debe excluir categóricamente toda ontología de lo común».

No es un espacio sin reglas, como reseña Sraehle (pág. 185 de su artículo), «sino como un espacio donde los participantes o integrantes establecen autónomamente y de manera conjunta estrategias y normas para administrar y hacer uso del bien común. Y donde estas se deben poder redefinir o modificar según la ocasión. Como es lógico, la misma inapropiabilidad mencionada más arriba coincide a su vez con la oposición a toda sujeción respecto respecto a una determinación tomada en algún momento en concreto. Lo común debe ser pensado como una institución abierta a la transformación y también como co-actividad, y no como una co-pertenencia, co-propiedad o co-posesión (pág. 48 del libro). Una co-actividad que no cesa y que funciona y se renueva una y otra vez en virtud de la reciprocidad y del compromiso de sus participantes. No se trata en efecto de lo que hacemos juntos, y que puede ser tanto un viaje como una acción de protesta, del modo de acción que procede de la co-obligación significada por el munus latín (pág. 318 del libro). En pocas palabras, la acción común tendría que ver con el uso común de lo común».

Al final del libro se plantea la institución de lo «inapropiable» a través de una revolución como autodeterminación de la sociedad.

Como comentario general coincidiremos con el que hace Straehle respecto de que, más allá de las críticas, «que por supuesto no empañan sus méritos, Común se presenta como un estupendo regalo y un punto de partida necesario para repensar y profundizar en la cuestión de lo común».  En cuanto al planteo del libro podemos decir que la primera parte está muy fundamentada y detallada con gran erudición (aunque hay aspectos que no tiene en cuenta, como detallaremos más abajo), la segunda parte bien planteada, y la tercera parte sobre «propuestas políticas», como dice Straehle,  «se caracterizan por su vaguedad e incluso su implausibilidad», y podríamos agregar sin tener en cuenta la complejidad de un fenómeno multidimensional y evolutivo.

Respecto de comentarios específicos, detallamos lo siguiente:

  • se enfoca desde «lo racional» (y por lo tanto con un rol relevante del «yo») y cuando habla de «co-obligación» (rol del «superyo»), supone un deber compartido por el colectivo, y por lo tanto con una simultaneidad de valores compartidos por la mayoría. No aparece en este análisis el «ello» y por lo tanto el rol de los sentimientos (1) y su traslado a actitudes como las del «desapego«, y al ser y tener planteado por Erich Fromm. ¿Cómo es posible un hacer que no conduzca a formas de apropiación sin tener en cuenta esta dimensión?
  • no tienen en cuenta la diversidad de subjetividades, las distintas culturas y los cambios ínter-generacionales que se producen al respecto vinculado a «lo propio e individual» y a «lo común». Por lo tanto termina siendo un planteo abstracto que no contempla esta dimensión de la complejidad.
  • Lo anterior está relacionado con que no perciben que el capitalismo (o una razón «neoliberal») es un modo especial de relacionarnos, de jugar la libertad, de a-poder-arse o a-propiar-se (el «enclosure» que se menciona en el texto) y por lo tanto un modo particular de poder en un estadio determinado. Por lo tanto el «problema» de fondo es «el poder» y «no el capitalismo», que es un «derivado histórico particular en lo económico» y que ha penetrado lo cultural asociado al proceso de individuación.  Si no re-significamos la acción cultural vinculada con el poder, tengamos en cuenta la importancia de «la singularidad»  y la diferenciemos de «lo individualista»,  seguirán habiendo distintas variedades de capitalismo o de poder económico.
  • No está claro como juegan los distintos liderazgos y roles, la información asimétrica e incompleta, así como las distintas formaciones y saberes, y los diversos talentos o competencias técnico-profesionales,  en «un espacio donde los participantes o integrantes establecen autónomamente y de manera conjunta estrategias y normas para administrar y hacer uso del bien común».
  • Si bien -en la propuesta política 1- diferencia bien el «autogobierno» de la «autogestión», no está claro el nexo entre la direccionalidad establecida por el gobierno, de la ejecución y praxis de este en la gestión de los detalles concretos.
  •  El derecho de uso frente al derecho de propiedad -en el sentido radical que le dan los autores- no parece viable sin un cambio revolucionario de la tecnología (por ejemplo, ser «prosumidores» con impresoras 3D) o que nos transformemos todos en «personas nuevas» (la generalización práctica del «hombre nuevo»). Entre tanto lo que sí parece ser viable y realista es el planteo de Elinor Ostrom.
  • En las propuestas políticas 4 y 5 plantean la institución de una empresa común y la asociación en la economía debe preparar la sociedad de lo común. Están bien formuladas las limitaciones que existen en estos campos, por ejemplo la diversidad de situaciones y perspectivas de la economía social y solidaria.  Sobre esta última expresan (pág. 367): «la economía social no constituye, al menos por el momento, un conjunto social movilizado, ni a nivel nacional ni a nivel mundial, y ello a pesar de la visibilidad de creciente de algunas ong. De este modo, resulta difícil hacer de este conjunto tan diverso una «alternativa al capitalismo», y todavía ver en él la única alternativa concebible. Las fuertes presiones a las que están sometidas  estas actividades por parte de las empresas capitalistas y de los poderes públicos lo hacen todavía más difícil…» Es cierto lo que dicen los autores, pero no señalan que hay unos 1000 millones de personas (aunque no están «movilizadas») que pertenecen a alguna forma cooperativa y no tienen en cuenta experiencias como la de la economía de comunión y las perspectivas y experiencias de la economía del bien común (aunque serían rechazadas por no contemplar lo democrático y lo radicalmente inapropiable). Sí proponen (pág. 574) «la nueva democracia política, económica y social «por abajo» implica optar por una vida más simple, más autónoma y basada en la convivencia, que se podría traducir en la creación de comunidades locales más vivibles que las que las grandes metrópolis dominadas por los ritmos y las estructuras del capitalismo mundial» (2). Si bien continúan con esta argumentación dicen que no será suficiente para constituir una política de lo común.

Sin duda los autores están en una perspectiva de la búsqueda de un mundo mejor, pero no logran -según nuestra opinión- poder formular su viabilidad (3), dada la radicalidad de su paradigma y por cuestiones como las que venimos de señalar.

(1) No valoran enseñanzas sapienciales de tradiciones como la parábola del buen samaritano, donde la traducción en español de «se compadeció» corresponde al término griego splagnizomai: es decir que al samaritano «se le conmovieron las entrañas o se le revolvieron las tripas». Si no «sentimos» lo común por más «razón» y superyo que haya no se podrá constituir sólidamente esta dimensión, más allá de » juntarnos desde abajo en asambleas» o la articulación no violenta de intereses a través de la política.

(2) Apelan a la convivencialidad preconizada por Ivan Illich y André Gorz, y a la estrategia de «bioregionalismo» de Arnsperger, que articularía los anclajes locales con solidaridades nuevas a nivel del pueblo, del barrio. Aunque no lo mencionan está emparentado a las ecovillas y a los planteos de la película «Demain«.

(3) En lo micro hay algunas experiencias muy valiosas como esta.